Hace tres años, el 5 de febrero, un día especial para la Iglesia en México y, especialmente, para la Arquidiócesis Primada. En esta fecha se celebra al primer mártir mexicano, San Felipe de Jesús, martirizado en Japón con un gran grupo de sacerdotes y fieles laicos. En una fecha como ésta, también el Cardenal Aguiar comenzó su ministerio en esta gran ciudad como Arzobispo Primado de México.
D. Carlos, después de haber estado en Texcoco y luego en Tlalnepantla, llega a la Arquidiócesis de México siendo una de las más pobladas de la cristiandad. Los retos no eran pocos después de haber sido gobernada durante 22 años por el Cardenal Norberto Rivera con su estilo propio de gobierno y con no pocos problemas, tanto en el clero como en la misma administración.
La Arquidiócesis estaba dividida en ocho zonas pastorales o vicarías como se le conoce a la jerga clerical. Al frente de cada Vicaría estaba encargado un obispo auxiliar que prácticamente fungía como autónomo en su propio territorio y con el consiguiente aparato burocrático y administrativo. Si bien este modelo administrativo daba ciertas ventajas al obispo encargado de la zona y al mismo clero, también creaba una falta de identidad dentro de la Arquidiócesis. Con la llegada de Carlos Aguiar, muy pronto se dio a la tarea de hacer consultas entre los mismos obispos auxiliares, el clero, vida consagrada, así como organizaciones eclesiales y civiles. Todo ello con la finalidad de crear tres nuevas diócesis y reestructurar los órganos administrativos para una mejor atención de los files y evitar una burocracia innecesaria.
Con el consentimiento casi unánime de los consultados y después de pedir la anuencia del Episcopado Mexicano, el Santo Padre, el papa Francisco dio el consentimiento de crear las diócesis de Xochimilco, Iztapalapa y Azcapotzalco. Con ello, se pretendía que las familias, jóvenes, niños y adultos mayores tuvieran una mejor atención espiritual y pastoral. Creadas estas nuevas diócesis, la Arquidiócesis Primada queda con una población de cerca de cinco millones de habitantes. De este modo, se podía administrar y dirigir los destinos de la Iglesia acorde con los postulados del papa Francisco.
Las prioridades del Cardenal han sido la formación de los futuros sacerdotes, por lo que los primeros cambios significativos los hizo en el Seminario Conciliar de México, buscando que los jóvenes, que sienten la llamada a ser sacerdotes, tengan un ambiente donde no sólo aprendan Filosofía y Teología, sino que aprendan a ser pastores según el corazón de Dios, mediante una formación integral, en donde desarrollen su crecimiento humano y espiritual y aprendan una aplicación de la Teología en la vida de la Iglesia. Por lo que los seminaristas que cursan la última etapa, ahora llamada Etapa de Configuración con Cristo Buen Pastor, viven en parroquias acompañados por un párroco y un sacerdote formador; pero no sólo por ellos, sino por la comunidad parroquial, en donde comiencen a vivir y participar de los procesos pastorales, participen y acompañen los grupos parroquiales y el consejo pastoral, toquen la iglesia viva de un modo constante y no sólo en apostolados o actividades de un fin de semana.
También la implementación de un año donde los jóvenes que concluyen sus estudios de filosofía, etapa de Discipulado, después de vivir la experiencia de la comunidad del seminario por tres años, donde se adquieren convicciones propias, salen y viven con sus familias, buscando un trabajo para mirar y vivir la experiencia de la vida cotidiana de todo hombre o mujer que se tiene que ganar su propio pan para vivir. No es un año de prueba o un receso de formación, sino un momento personal donde el joven seminarista debe de entrar en un discernimiento profundo de su vocación, confrontando su propia vida con las exigencias de la vida sacerdotal.
En la formación sacerdotal, D. Carlos ha puesto mucho énfasis tanto en la formación del clero como en el seminario, subrayando la “tolerancia cero”. Es decir, erradicar y en su caso denunciar todo abuso que algún sacerdote pudiera cometer con menores. Así mismo, se creó una comisión diocesana interdisciplinaria para atender a las víctimas de abuso sexual y a sus familias.
Las parroquias en las grandes ciudades se enfrentan a muchos retos para que los laicos participen en las actividades parroquiales y se identifiquen con su comunidad y puedan recibir una sólida formación bíblico-teológica. Para facilitar todo esto ha propuesto la creación de unidades pastorales, o sea, agrupar tres o cuatro parroquias vecinas, con identidad social, donde la feligresía desarrolle su conciencia de pertenencia a la iglesia, se facilite su participación; unificando fuerzas con agentes de pastoral suficientes para atender las diferentes áreas y servicios con mayor facilidad y eficacia.
Ante los desplazamientos constantes de las familias, las largas jornadas de trabajo, etc., hacen casi imposible que muchas familias acudan a su parroquia. Por eso ha creado las así llamadas “parroquias personales” en algunas empresas para atender a los empleados en su lugar de trabajo.
Para que una diócesis funcione bien, es necesario tener una administración transparente y una economía solidaria. Por eso desde su llegada, D. Carlos se dio a la tarea de reorganizar las dimensiones de la administración. Tarea nada fácil en el ambiente clerical pero que con constancia y perseverancia, poco a poco, se puede crear una estructura que, si bien los frutos son lentos, en un futuro cercano se verán los beneficios para que los sacerdotes tengan una jubilación adecuada a las circunstancias, atención médica y otras prestaciones que les ayuden a tener seguridad en su futuro tanto personal como pastoral.
La pandemia que estamos viviendo por COVID-19 también en la iglesia ha causado muchos estragos. Iglesias cerradas y sacerdotes contagiados. No por ello, D. Carlos estuvo ajeno a los problemas de las familias y ordenó prestar asistencia social en las zonas más pobres de la diócesis. Asimismo, se crearon también centros de escucha para ayudar a las personas que habían caído en situaciones de depresión y desánimo.
El Cardenal Aguiar no es un hombre de “reflectores”, al contrario, prefiere el anonimato y lo que busca es que, tanto los sacerdotes como los fieles laicos, den lo mejor de sí buscando siempre la espiritualidad de la comunión para que con su servicio contribuyan a hacer de esta sociedad un mundo más humano y justo.
En estos tres primeros años de su ministerio episcopal en la Arquidiócesis de México, además de felicitarlo, queremos que todas sus iniciativas de evangelización contribuyan a hacer un modelo de vida pastoral, espiritual y humana.
Que el Señor lo bendiga en su labor.
También te puede interesar: ¡Ya basta de mentiras!
Bien por el Arzobispo en querer reencauzar y cimentar sólidamente esos aspectos de la administración que venían cojeando durante la mayor parte de la administración de Rivera, la formación integral de los próximos presbíteros, su protección frente a abusos documentados y no, y en algo que ha provocado que las aguas se tornen mas que turbias yo diría que lodosas y pestilentes que es en el rubro de los dineros, aspecto en el cual parece ser que todos le quieren meter más que mano hasta ahí todo bien, pero en el caso de la recuperación de proyectos parroquiales que fueron largos y de gran esfuerzo el costo por consolidarlos, y que resultaron fructíferos, a los que la “administración” de Norberto Rivera en decisiones absurdas y retrógradas vino a retirar de un plumazo, aún así la tarea del cardenal Aguiar no es nada fácil ni tersa, pero debe acelerar la marcha a pesar de las piedras que sus adversarios están dejando por el camino…