¿Cuál es el problema con la literatura del IQ?

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Me aterra que la corrección política y la reacción a la misma, de uno y otro lado, nos orillen a pensar siempre con la tripa y se esfume el pensamiento crítico. Entonces, para abrir un espacio a la razón, polemizo desde el centro contra todos. Es divertido. Hoy regreso a los temas de Charles Murray, las pruebas de IQ, y el eugenismo.

Las huestes del outrage culture—corriendo siempre histéricas a censurar cualquier reto a la corrección política—odian al politólogo Charles Murray por su famoso y controvertido libro The Bell Curve, donde defiende la validez de las pruebas de IQ. En Middlebury College, lo atacaron con violencia. Luego de esto, Sam Harris, cuyos podcasts son famosos, invitó a Murray para una entrevista.

Yo felicité a Harris, en otro artículo, por defender la libertad expresiva de Murray; empero, le reproché haber defendido lo expresado. Pues el acoso sufrido por Murray no conlleva, para sus ideas, un sello de acierto, aunque Harris, por ‘hacer equipo’ con otro opositor de la corrección política, así lo quiera. La corrección siempre yerra cuando censura una expresión, cierto, pero ello no le impide, en ocasiones, estar denostando algo realmente infame—ojo—.

Según su propio testimonio, Harris no sabía mucho de IQ; convenía entonces informarse previo a la entrevista, y no correr a afirmar, como hizo, que Murray acierta en todo y sus enemigos en nada. Pues las pruebas de IQ que Harris, con su gran alcance, ahora tanto ha prestigiado, fueron herramienta clave del movimiento eugenista, precursor y padrino del nazismo alemán. De haberlo sabido Harris, ¿habría variado la entrevista? Posiblemente. Harris es judío.

“Quien no conoce su historia, está condenado a repetirla,” dijo Jorge Santayana. Qué razón tenía. El corolario es que honrar aquel ‘¡Nunca Jamás!’ de la educación sobre Shoá (el Holocausto) nos obliga a investigar las causas. Haré aquí, por tanto, el trabajo que Harris abdicó.

No se logra mi objetivo observando que ‘eugenistas y nazis son malos’ y que ‘usaban exámenes de IQ’. Pues también usaban pistolas, y ésas, como tecnología, funcionan. Entonces, al margen del vínculo entre estos nefastos movimientos y la literatura del IQ, se vale preguntar: ¿hay en ella un problema científico?

Vayamos al origen. En la entrevista, Murray afirma:

(min. 31:52) CHARLES MURRAY: Puede defenderse que tenemos una muy buena demostración de este factor de inteligencia general. De hecho, esto empezó con Charles Spearman al principio del siglo XX. Era un psicólogo brillante, que se dio cuenta que no importaba de qué se tratara una prueba—fuera ésta de historia británica o de algebra, o de cómo componer un coche, o de lo que fuera la prueba (siempre y cuando se tratara de algo en el cerebro)—el puntaje de la prueba estaba siempre correlacionado. Ése fue su primer descubrimiento.

La ‘inteligencia’, para Murray, es una cantidad. Y tiene un efecto general: si tienes más, haces todo mejor; menos, todo peor.

Cualquier no psicólogo que no haya pasado la vida de noche tendrá derecho a asombrarse. Pues sabemos que el matemático se pierde en el supermercado, no sabe cambiar una llanta (menos “cómo componer un coche”), y se asfixia con cualquier reto social. Es un lugar común de nuestra cultura contemporánea—y no por coincidencia—que cuando aflora mucho la inteligencia técnica en algún área se atrofia lo demás, y queda uno indefenso fuera de su ecología especializada. Contra esta experiencia, propiedad de todos, Murray afirma que, si eres ‘inteligente’, lo eres en todo.

Los psicólogos han estado siempre obcecados con esto. En el siglo XIX, se pusieron a medir cráneos para ver si a mayor volumen de aquel líquido paninfluyente, la ‘inteligencia’, mejoraba también la puntuación en cualquier prueba de desempeño mental. La craniometría no prosperó como método académico; la psicometría sí. Nos dice Murray que fue Charles Spearman, “psicólogo brillante”, quien encaminara a la psicometría con su presunto descubrimiento: cuando la puntuación es alta en un área de desempeño, lo es en todas, y cuando es baja en una, baja en todas. Las pruebas están ‘correlacionadas’.

Hacer loas a Spearman, entre psicólogos, es tradicional. Por ejemplo, Robert Sternberg, promovido por el New York Times como “profesor de psicología en Yale, …muy reconocido como experto en la medición de la inteligencia”, emite la siguiente opinión:

“hay un hallazgo fundamental en la psicología que ha sido replicado mejor que cualquier otro en el campo: las calificaciones en todos los exámenes de habilidades cognitivas tienden a correlacionarse positivamente unas con otras. Observado primero por Spearman (1904)…”

Tiene tanto prestigio, entre psicólogos, este presunto hallazgo, que la distinción al “trabajo sobresaliente en psicología” de la British Psychological Society se llama Medalla Spearman.

¿Y quién era este Charles Spearman? Su biografía contiene algunas sorpresas.

La primera es que el psicólogo francés Alfredo Binet lo consideraba un peligroso charlatán, y publicó un artículo entero en 1905, intitulado ‘Análisis de C.E. Spearman’, nada más para burlarse de Spearman y su estudio de 1904—ése que presumen Murray, Sternberg, y una gran manada de psicólogos como una “muy buena demostración de este factor de inteligencia general”, el “hallazgo fundamental en la psicología”— .

La tentación natural, con tantas porras a Spearman, sería suponer que Binet debió estar equivocado. El problema es que la metodología base que todo mundo emplea para medir ‘inteligencia’ es la escala desarrollada por Alfredo Binet y Teodoro Simón. El gran genio aquí es Alfredo Binet.

¿De qué van sus objeciones contra Spearman?

Si bien muchos iban tras la pista de aquella ‘inteligencia general’ en la cual fervientemente creían, nadie encontraba las correlaciones de desempeño mental que la exhibirían. Spearman, observa Binet con ironía, atribuye este fracaso a la incompetencia universal de sus pares, cuyos presuntos errores enumera. Pero Spearman, dice Binet, “cree haber evitado estos errores”.

“El autor … presenta estudios consistentes con la búsqueda de una relación entre la inteligencia general, evaluada subjetivamente por los maestros con base a las actividades del niño, y la forma en que el niño reacciona a experiencias meramente sensorias; y encuentra que la correlación es tan grande que es igual a 1. [Spearman] califica su conclusión de profundamente importante. Quizá. Pero a nosotros nos parece profundamente asombrosa dado que los experimentos sensorios del autor son defectivos, y dada la forma como valoró—o ya sea obtuvo valoraciones de—la inteligencia general” [cursivas de Binet].

Esto chorrea de sarcasmo. Veamos por qué.

No existe ni tarea ni habilidad general; todas las tareas y habilidades son específicas. Por eso la existencia de la presunta ‘inteligencia general’—ésa que nos haría listos o tontos para todo—no puede demostrarse midiendo una sola tarea. Si existe, podremos inferirla, como dice Sternberg, cuando encontremos que “las calificaciones en todos los exámenes de habilidades cognitivas tienden a correlacionarse positivamente unas con otras”.

Pero no hay “habilidades cognitivas” en el estudio de Charles Spearman. Robert Sternberg piensa que sí. Y Charles Murray proporciona ejemplos de las presuntas “habilidades cognitivas” que Spearman habría encontrado correlacionadas: “historia británica”, “algebra”, “cómo componer un coche”. ¿Acaso leyeron el estudio de Spearman? No tiene esa estructura.

Lo que tiene Spearman son correlaciones entre, por un lado, reacciones a “experiencias meramente sensorias”, y, por el otro, lo que llama ‘inteligencia general’, cuyos valores obtuvo (esto es increíble) dejando que fuera “evaluada subjetivamente por los maestros”. (Luego intituló su estudio ‘La Inteligencia General, Concebida y Medida con Objetividad’. Tímido no era…).

IQ, coeficientes e inteligencia
Imagen: regarding365.

Aunque una caridad infinita le perdonara esto, el problema lógico, filosófico, no se esfuma. Y ese problema es que la ‘inteligencia general’ aparece en el estudio de Spearman como variable operativa. Es decir que Spearman presupone—en el diseño mismo de su estudio—la existencia de la ‘inteligencia general’, y por lo tanto su estudio no puede, por principio, demostrar su existencia (igual que una palabra no puede, por principio, definirse a sí misma).

Para que se entienda mejor, con el mismo diseño yo puedo ‘demostrar’ la existencia de la telepatía. Pido a los maestros que me den su adivinanza subjetiva—un valor numérico—para la ‘capacidad telepática’ de cada niño, y luego reporto correlaciones de estos números con sus reacciones a las mismas “experiencias meramente sensorias”. Absurdo.

Lo más divertido es el resultado que reporta Spearman. Si bien era imposible para su estudio—fueran cuales fueren las correlaciones encontradas—demostrar la existencia de la ‘inteligencia general’, quiso impresionarnos con “[una] correlación… tan grande que es igual a 1”. Dicha correlación es, sin duda, como dice Binet, “profundamente asombrosa,” pues una correlación “igual a 1” es perfecta—e imposible—. Ni en la más exacta de las ciencias, la física, se obtiene jamás una correlación “igual a 1”.

Este payaso es el “psicólogo brillante” y su payasada el presunto “hallazgo fundamental en la psicología”—la presunta demostración de una ‘inteligencia general’—. Da vergüenza. Que los psicólogos de hoy presuman tanto este estudio de Spearman no puede más que fundamentar una sospecha sobre la psicología de la inteligencia como subdisciplina.

El psicólogo Raymond Fancher, autor de una historia muy completa sobre la psicología de la ‘inteligencia’, comenta (p. 96) que “de haber vivido más años”—moriría en 1911—, “Binet habría encontrado justificación para sus dudas [sobre Spearman]”. (No me parece, empero, que Binet haya expresado dudas.) “Aunque no podemos explicar la razón de los extraños errores en los cálculos originales de Spearman,” continúa Fancher, “parecen sugerir que tenía una tendencia a ver lo que quería ver en sus datos, a veces muy a costa de lo que ahí realmente había”.

inteligencia
Imagen: hipertextual.

Quizá Fancher haya tirado la toalla con demasiada prisa. Yo pienso que sí podemos explicar “la razón de los extraños errores de Spearman”. En la Enciclopedia de la Medición Social, Peter Schönemann (p.194), experto en medición y muy crítico de la psicometría, observa un aspecto de la ideología de Spearman que nos suple con la hipótesis obvia:

“[Charles] Spearman dejó bien claro en qué radicaba, según él, la relevancia de su supuesto descubrimiento: ‘Los ciudadanos, en vez de escoger sus carreras al azar casi ciego, seguirán solo aquellas profesiones que estén adecuadas a sus capacidades. Puede concebirse inclusive el establecimiento de un índice mínimo [de ‘inteligencia general’] para tener derecho al voto parlamentario, y sobre todo para el derecho a reproducirse’”.

¿De dónde le llegaban estas ideas a Spearman? Fancher (p.171) explica que era “un protegido de [William] McDougall”, quien “conocía y admiraba al ya viejo Francis Galton, y apoyaba fuertemente al movimiento eugenista”. Galton es el fundador del eugenismo; McDougall, siguiendo sus pasos, se distinguió como teórico de la supuesta raza ‘aria’ o ‘nórdica’ superior, la misma teoría que, junto con el antisemitismo, después sería la columna vertebral del movimiento nazi. Como explica el sociólogo Nicholas Pastore (p.148), McDougal “alegaba que la raza inglesa, predominantemente nórdica, era la mejor,” es decir, que la mejor sangre alemana era la anglosajona. Además, “parece haber sido antisemita.”

Con este contexto por trasfondo, me aventuro a proponer una hipótesis.

Spearman no se interesaba tanto en la investigación científica de la mente. Le interesaba más convencer al público de que realmente existía una sustancia única y general llamada ‘inteligencia,’ fácilmente medible con una prueba que sólo él sabía diseñar y administrar, para con ello justificar restricciones a la reproducción y participación política de quienes no aprobaba—de los ‘no nórdicos’—. Pues eso precisamente buscaba Francis Galton, el héroe de McDougall, de Spearman, y de otros ‘psicólogos’ de la ‘inteligencia.’

Dicha hipótesis sin problema alguno explica las payasadas pseudocientíficas de Spearman.

En mi siguiente entrega examinaré las metas del movimiento eugenista, que después sería el nazismo, y explicaré cómo dichas metas corrompieron por completo la investigación de la ‘inteligencia’ (hasta nuestros días).

Hasta la próxima.


Francisco Gil-White es catedrático del ITAM y autor del libro El Eugenismo: El Movimiento que Parió al Nazismo Alemán (de venta en Amazon).


Referencias
~ Binet, A. (1905). Analyse de C.E. Spearman, ‘The Proof and Measurement of Association between Two Things’ and ‘General Intelligence Objectively Determined and Measured,’ L’année Psychologique, 11, 623-624.
~ Fancher, R. (1985). The intelligence men: Makers of the IQ controversy. New York: Norton.
~ Pastore, N. (1944). A Social Approach to William McDougall. Social Forces, 23, 148-152.
~ Schönemann, P.H. (2005) Psychometrics of Intelligence.  K. Kemp-Leonard (ed.)  Encyclopedia of Social Measurement, 3, 193-201.
~ Spearman, C. (1904). General intelligence, objectively determined and measured. American Journal of Psychology, 15, 201-293.
~ Sternberg, R. J., & Pardo, J. (1998). Intelligence as a unifying theme for teaching cognitive psychology. Teaching of Psychology, 25(4), 293-296.

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