La siguiente controversia, por favor...

La Gran Pelea del Covid: burócratas de salud vs. doctores

Lectura: 17 minutos

*Este artículo fue traducido de la versión original en inglés de Israel News Talk Radio.

Dióxido de cloro, ivermectina, Big Pharma, grandes medios, y la teoría de conspiración…

Las nuevas vacunas contra COVID, con las cuáles se inocula a millones de europeos, estadounidenses, e israelíes, implican riesgos que serían razonablemente soportables, quizá, si no existiere un tratamiento cabalmente efectivo. Pero muchos doctores afirman que sí existe.

En mi artículo anterior, eché un vistazo a la controversia del dióxido de cloro. Compartí que miles de doctores de toda la civilización hispana están recomendando tratamiento de dióxido de cloro (ClO2) para pacientes con COVID-19 y también como profiláctico para proteger a quienes no han sido todavía infectados. Se han organizado como la Coalición Mundial Salud y Vida (COMUSAV). Han recetado dióxido de cloro a muchos miles de pacientes y—dicen ellos—con resultados asombrosamente positivos.

Un país, Bolivia, los ha tomado en serio. En julio, el Senado boliviano votó para volver accesible el dióxido de cloro como protección profiláctica y tratamiento. Si bien la ley no se aprobó finalmente sino hasta después, el dióxido de cloro empezó a usarse mucho a partir del verano. Los casos nuevos diarios de COVID y las muertes cayeron de súbito, desde su pico de 2036 casos el 19 de julio (casi repetido el 20 de agosto) hasta conteos debajo de 100 en algunos días de octubre (fuente: worldometers).

Los conteos permanecieron bajos hasta que los bolivianos, creyendo que el problema había sido resuelto, dejaron de tomar dióxido de cloro como profiláctico al mismo tiempo que se congregaron para las celebraciones decembrinas. Los latinoamericanos son muy sobones. Resultado: reinfección masiva: los conteos de nuevos casos se levantaron por encima, inclusive, de lo visto en el verano 2020. Empero, las muertes permanecieron a la baja. ¿Por qué? Porque, dicen los líderes de la COMUSAV, a los ya infectados con COVID les continuaron dando tratamiento de dióxido de cloro.

Luego de las elecciones, el nuevo gobierno boliviano—quien tomara posesión el 8 de noviembre—aceptó esta interpretación y dobló su apuesta. Aconsejado por la COMUSAV, involucró a los militares y a la policía para crear brigadas de salud y llevar dióxido de cloro a todas las comunidades. ¿Está funcionando? Los líderes de la COMUSAV me dijeron a principios de enero que estaban esperando ver una nueva caída súbita de casos durante el mes de febrero. Los casos nuevos llegaron a su pico de 2,866 el 28 de enero y luego, como respondiendo al banderazo de febrero, se desplomaron: 412 casos el día de ayer y siguen cayendo (fuente: worldometers).

Entonces, ¿qué? ¿Tienen razón los doctores de la COMUSAV? Todavía no sé.

Lo que sí sé es que los ministerios de salud—incluyendo a la Organización Mundial de Salud (OMS)—y los grandes medios se han comportado de forma un tanto extraña. Nos han dicho que el dióxido de cloro es un blanqueador industrial con cero valor como medicina. Y los medios añaden que al dióxido de cloro lo promocionan teóricos de conspiración.

burocrata de salud, corrupcion
Imagen: Expansión Política.

Es verdad que algunos teóricos de conspiración recomiendan el dióxido de cloro. Pero ¿por qué siempre los mencionan a ellos y nunca a los médicos? ¿No son más relevantes los últimos? ¿Y por qué nos dicen que el dióxido de cloro es un blanqueador industrial? Sí se usa como blanqueador, pero sólo en concentraciones muy altas (lo revisé). En concentraciones bajas esta sustancia es el purificador de agua por excelencia, utilizado por décadas en todo el mundo para surtir de agua potable a millones de personas en los sistemas municipales. Lo bebemos todo el tiempo. Los ministerios de salud y los grandes medios casi nunca mencionan eso. Sin embargo, como he dicho, es relevante, porque los doctores de la COMUSAV están recomendando un tratamiento de dosis baja, en concentraciones bien por debajo de los niveles establecidos de toxicidad.

Dado que el dióxido de cloro en baja concentración no es tóxico, podemos eliminar cualquier duda sobre la cuestión de su eficacia antiviral—¿Acaso ayuda con el COVID?—con estudios clínicos aleatorizados doble ciego. Pero dichos estudios clínicos deben ser aprobados por los así llamados comités de ética, que a su vez deben seguir los lineamientos de los burócratas de salud, quienes por ende pueden parar en seco los estudios que precisamos. Y así lo han hecho. Con ello, han inspirado a los teóricos de conspiración.

Estos alegan lo siguiente. Los ministerios de salud temen que el dióxido de cloro sí funcione in vivo contra el COVID—y por eso no permiten los estudios clínicos. Porque si el dióxido de cloro, sencillo y barato de producir, resultase ganador, ello atentaría contra los medicamentos y vacunas caras que brindan al Big Pharma sus grandes utilidades, mismas que los ministerios de salud y los grandes medios se esmeran en proteger (porque los ha corrompido el Big Pharma).

La mejor política con cualquier teoría de conspiración, creo yo, es tomársela en serio como hipótesis y preguntar: ¿Qué predice? Ésta, como mínimo, predice consistencia. Si dos sustancias baratas y potencialmente efectivas, A y B, ambas atentan contra las utilidades del Big Pharma, entonces, para proteger dichas utilidades, los ministerios de salud y los grandes medios, de haber sido corrompidos, debieran estar saboteando ambas sustancias, no solo una.

Véase entonces: la ivermectina.

¿Qué hay de la ivermectina?

La ivermectina es un muy recetado fármaco antiparasitario.

Su historia tiene una estructura similar, porque son muchos los doctores en todo el mundo que han estado diciendo, al unísono, y por bastante tiempo, que la ivermectina es efectiva contra el COVID (ahí se incluyen muchos doctores de la COMUSAV). En Estados Unidos, el empuje principal viene del Front Line COVID-19 Critical Care Alliance (FLCCC), una coalición de doctores organizados por el médico y profesor Paul E. Marik.

El FLCCC fue creado para, “en aras de desarrollar un protocolo de tratamiento para el COVID-19, revisar de manera continua los datos clínicos, transnacionales, y de ciencia básica que están emergiendo a toda velocidad.” Se quería explorar si algunos fármacos ya empleados como medicamento podían ser reposicionados para combatir la pandemia. Al revisar la literatura, “descubrimos que la ivermectina, una medicina antiparasitaria, tiene un alto potencial antiviral y propiedades antinflamatorias contra el COVID-19.”

Lo que ha convencido a estos doctores es, por un lado, varios impresionantes estudios clínicos, y, por el otro, “múltiples ‘experimentos naturales’ de amplia escala” cuyos resultados han sido dramáticos. En esto último, el mundo hispano nuevamente juega un papel importante. Como dicen los doctores del FLCCC,

“[fueron] varios alcaldes y ministros de salud regionales en países sudamericanos [quienes] iniciaron campañas de ‘distribución de ivermectina’ a sus ciudadanos en la esperanza de que el fármaco fuera efectivo. Los caídas en conteos de casos y en decesos, temporalmente asociadas en cada una de esas regiones, comparando con las regiones que no vieron esas campañas, nos sugieren que la ivermectina bien pudiera ser una solución global a la pandemia.”

ivermectina
Imagen: Comercio de Perú.

Una diferencia interesante aquí es que los ataques retóricos comúnmente empleados contra el dióxido de cloro no pueden ser utilizados contra la ivermectina, por tres razones.

Primero, porque la ivermectina no tiene usos industriales que puedan ser reclutados para distraer a la gente de sus aplicaciones médicas.

Segundo, porque nadie puede negar que es una medicina reconocida. Ha sido aprobada por la FDA y está en la lista modelo de medicamentos esenciales de la Organización Mundial de la Salud. Se ha usado como antiparasitario en todo el mundo por décadas, y es tan asombrosa que sus creadores recibieron, en 2015, el Premio Nobel.

Y tercero, porque la ivermectina es famosamente inofensiva.

Ah, y es barata. Al igual que la solución de dióxido de cloro (CDS), sin protección de patente pues Andreas Kalcker, quien la registrara, la ha regalado, la ivermectina tampoco tiene protección de patente, pues expiró hace 10 años. La puede fabricar quien sea.

En resumen, la ivermectina es un caso que pone a prueba a los ministerios de salud y a los medios. ¿Cómo se han comportado?

El New York Times y la ivermectina

Consideremos al New York Times, “the newspaper of record”—quizá la publicación más influyente de todo el mundo.

El 8 de diciembre, el senador republicano por el Estado de Wisconsin, Ron Johnson, quien preside el comité de Homeland Security en el Senado, organizó una audiencia sobre enfoques alternativos a la crisis de COVID. El New York Times tachó esto de “promoción de fármacos sin efectividad demostrada y afirmaciones dudosas” y se regodeó de los detalles sórdidos en todo lo que fuera fácil de atacar, haciendo su mejor esfuerzo de ligarlo todo a Donald Trump (quizá porque Trump es kriptonita para los lectores sesgo izquierda del NYT).

Un segmento fue señalado como un horror especial:

“En una jugada que provocó inclusive a la mayoría de sus correligionarios de partido en el comité a evitar la audiencia, el Sr. Johnson llamó testigos a promover el uso de la hidroxicloroquina y la ivermectina.”

Pero los detalles de este momento supuestamente tan loco—que incluyó al Dr. Pierre Kory del FLCCC—fueron todos omitidos. El NYT escribió tan sólo esto:

“Los lineamientos de los National Institutes of Health [NIH] recomiendan en contra de usar cualquiera de los dos fármacos para tratar pacientes con coronavirus excepto en estudios clínicos. … La ivermectina se usa para tratar parásitos en humanos y prevenir los parásitos nemátodos en perros; las investigaciones sobre su efectividad para tratar coronavirus han dado resultados variopintos.”

La presentación del Dr. Kory no tenía propiamente nada que ver con la hidroxicloroquina—se trataba de ivermectina. ¿Por qué entonces agrupar las dos sustancias? ¿Sería porque Trump había promovido la primera y los medios, famosamente, se habían burlado de él? ¿Acaso el Times buscaba enlodar la ivermectina con la vergüenza pública y odio anti Trump que se adhiere a la hidroxicloroquina? Es una hipótesis.

Cabía anticipar, por lo menos, suponiendo que la ivermectina fuera tan ridícula, que el New York Times se hubiese divertido, haciendo gala de la presentación de Kory. Pero no. Silbó la mecha y se cebaron, sin detonar, los fuegos artificiales de escarnio que uno hubiera podido esperar. El ‘Dr.’ New York Times dice nada más, con la contundencia de un oráculo, y sin ensuciarse con la evidencia, que la ivermectina ha dado “resultados variopintos.”

Nótese que de ser una apreciación justa, no supondría una gran vergüenza para la ivermectina, pues los “resultados variopintos” implican que en algunos estudios la ivermectina ha derrotado al COVID. ¿Sería injusto sospechar, entonces, partiendo del sesgo tan obvio del reportaje, que la efectividad de la ivermectina pudiera ser bastante mejor que “variopinta”?

Dr. Pierre Kory
Dr. Pierre Kory (Fotografía: Madrid Market).

¿Qué tan buena es la ivermectina? Así lo expresa la FLCCC

Aquí lo dicho por el Dr. Pierre Kory al comité del Senado:

“Hemos llegado a la conclusión, luego de nueve meses, … que tenemos una solución para esta crisis [del COVID-19]. Existe un fármaco que está demostrando tener un impacto milagroso. Y cuando digo ‘milagro’ no uso el término a la ligera. Y no quiero que se me asimile, cuando digo eso, al sensacionalismo. Es una recomendación científica basada en montañas de evidencia que han emergido en los últimos tres meses. … [La ivermectina] en resumidas cuentas oblitera la transmisión de este virus. Si la tomas, no te enfermas.” (los énfasis son todos de Kory)

El Dr. Kory en absoluto representó los resultados sobre la efectividad de la ivermectina como “variopintos.” Se trataba, pues, de una riña intelectual. Los doctores del FLCCC se quejaban de las recomendaciones del NIH contra la ivermectina, y el Times, como vimos, citó (y con aprobación) tan sólo la posición del NIH, y no la respuesta de Kory, que fue ésta:

“¡Y me dicen… que estamos promoviendo cosas que la FDA y el NIH no recomiendan! Seré bien claro: el NIH, su recomendación sobre la ivermectina—que no la usemos salvo en estudios controlados—es del 27 de agosto. Ahora estamos en diciembre. … Montañas de datos han emergido [en el inter] de todos, de muchos centros y países de todo el mundo, mostrando la efectividad milagrosa de la ivermectina.”

¿A quién le vamos a creer: a los ministerios de salud o a la FLCCC?

¿Será que el Dr. Kory y los otros médicos de la FLCCC son todos unos lunáticos? No parece. Como testifica el Dr. Kory:

“Somos un grupo de doctores de entre los más publicados del mundo. Entre nosotros sumamos casi dos mil publicaciones con revisión de pares. … Yo estuve aquí en mayo … y recomendé que era crítico usar corticosteroides en esta enfermedad, cuando todos las organizaciones de salud nacionales e internacionales dijeron que no podíamos usar eso. Esa recomendación [que hicimos] resultó ser un salvavidas.”

Pero el New York Times prefiere pintar a estos doctores, indirectamente, como una banda de extremistas locos, y prefiere tomar partido—por fíat—con los mismos ministerios de salud, necios y errados, que otrora enfrentaran estos talentosos médicos para ayudar a los pacientes con COVID.

Sobre dichos ministerios de salud, el Dr. Kory dijo:

Debo señalar [que] me encuentro severamente turbado por el hecho de que ni el NIH, ni la FDA, ni la CDC—no conozco ningún equipo que haya sido creado [por ellos] para revisar el reposicionamiento de fármacos en aras de tratar esta enfermedad [COVID-19]. Todo ha sido para las drogas de ingeniería farmacéutica nuevas y/o caras. Cosas como Tocilizumab y remdesivir y anticuerpos monoclonales y vacunas. … Les diré que mi grupo, y nuestra organización, diré que nosotros hemos llenado ese vacío.” (énfasis original)

Esto no requiere mucha traducción. El Dr. Kory denuncia que toda la política pública, en medio de una pandemia, se haga no para beneficiar a los enfermos sino a las compañías del Big Pharma que producen “drogas de ingeniería farmacéutica nuevas y/o caras… y vacunas.”

¿Por qué no mejor un poco de ciencia? Eso y nada más pedían el Dr. Kory y el FLCCC: “Sólo pido que el NIH haga una revisión de los datos que hemos reunido.”

¿Qué hay de estos datos?

Para muestra, un ejemplo compartido por el Dr. Kory en su presentación. En un estudio profiláctico (preventivo) cuyos resultados el Dr. Héctor Eduardo Carvallo presentó a las autoridades en su país, Argentina, ya muy atrás, en julio 2020, un grupo experimental de 800 trabajadores de salud recibieron ivermectina. Ninguno de los 800 se enfermó de COVID, mientras que el 58% de los 400 trabajadores de salud en el grupo de control, que no recibieron ivermectina, sí se enfermaron de COVID.

En septiembre 2020, el periódico argentino El Tribuno entrevistó a Carvallo, quien compartió que, en otro estudio, habían encontrado que los pacientes más delicados de COVID se morían 7 veces menos si les daban ivermectina.

ivermectina y vacuna
Imagen: Colombia Check.

En el mismo mes de septiembre, dos líderes de investigación en este campo, David Jans y Kylie Wagstaff, reportaron: “De momento hay más de 50 estudios clínicos en todo el mundo que están testeando los beneficios clínicos de la ivermectina para tratar o prevenir el SARS-CoV-2,” el virus que causa el COVID. En octubre, los mismos investigadores reportaron los resultados de muchos de esos estudios clínicos. Eran bastante consistentes con las observaciones de Carvallo. Uno de ellos, por ejemplo, había encontrado que “dos dosis de ivermectina separadas por 72 horas” protegían efectivamente al 90% de los parientes de pacientes con COVID, mientras que en el grupo de control, que no recibió ivermectina, a más de la mitad les dio COVID, “subrayando el potencial de la ivermectina como profiláctico.”

Éste y muchos otros estudios constituyen la bonanza de evidencia que el Dr. Kory refirió—y que muchos médicos australianos también avalan—cuando mencionó que habían surgido “montañas de datos” en las últimas fechas favoreciendo la hipótesis de que la ivermectina para en seco al COVID.

Pero esto es una controversia. Así que eché un vistazo a los argumentos que desde el otro lado exponen los ministerios de salud. Para muestra, un reporte del Departamento de Salud Sudafricano publicado el 21 de diciembre (a la postre de la comparecencia, fechada 8 de diciembre, del Dr. Kory en el Senado). Los autores no consideran datos epidemiológicos, como si existieran nada más los ensayos controlados aleatorizados (RCTs, por sus siglas en inglés). Cierto que los RCTs son el estándar de oro, pero la ciencia no se limita a ellos.

En todo caso, la revisión que hace este reporte de los RCTs me parece bastante pobre. Examina sólo cuatro estudios (es todo), escogidos, parece ser, por tener defectos obvios y fácilmente criticables. Aun así, uno de los cuatro sí muestra un resultado a favor de la ivermectina, desestimado por el reporte con base en que los autores del estudio infirieron la dosis efectiva después de recabar sus datos en vez de predecirla de antemano (esta objeción es una tontería, y no afecta que el estudio encontrara una dosis efectiva). El reporte, además, no considera evidencia sobre el potencial profiláctico de la ivermectina. A Carvallo ni lo menciona. ¿Acaso se trata de una revisión honesta de las “montañas de datos” que ahora existen sobre este fármaco?

Por lo menos el NIH, luego de arrastrar los pies durante meses, revisó las “montañas de datos.” Ello sucedió sólo gracias a la audiencia del ‘loco’ Ron Johnson (misma que tanto enfureció a los otros senadores y al New York Times). En dicha audiencia, el Dr. Kory hizo la siguiente declaración apasionada:

“Tenemos ahora mismo cien mil pacientes en el hospital, muriéndose. Soy especialista de pulmones. Soy especialista de cuidado intensivo. Nadie puede imaginar cuántos pacientes que mueren de COVID he velado. Están muriendo porque no pueden respirar. No pueden respirar. Les ponen dispositivos de entrega de oxígeno de alto flujo, les ponen ventiladores no invasivos y/o los sedan y paralizan, conectándolos a ventiladores mecánicos que respiran por ellos. Y los veo todos los días. Se mueren. Para cuando me llegan a terapia intensiva, ya están muriendo, y es casi imposible recuperarlos. El tratamiento temprano es la clave. Tenemos que aligerar a los hospitales. Estamos cansados. No puedo seguir así. Si echan ojo a mi manuscrito, y tengo que regresar a trabajar la semana entrante, todas las muertes que sigan serán muertes innecesarias.” (énfasis mío)

Este influyente—y muy enojado—doctor en pocas palabras les dijo: todas las muertes que sigan serán la responsabilidad de ustedes, burócratas y políticos. La amenaza implícita, al parecer, fue la efectiva. El NIH examinó el manuscrito de Kory et al., mismo que pronto será publicado por la revista Frontiers in Pharmacology, y que contiene una revisión experta de la evidencia sobre la ivermectina que él y otros doctores del FLCCC prepararon.

¿Y qué creen? A mediados de enero, transcurriendo apenas una semana de haber examinado aquello, el NIH cambió su recomendación sobre la ivermectina de ‘en contra’ a ‘ni a favor ni en contra.’ Se menearon lo menos posible, como si cualquier movimiento a favor de la ivermectina les diera tirria; pero aun así, como señalan los doctores del FLCCC, la recién adoptada neutralidad del NIH convierte a la ivermectina en opción de tratamiento. Y eso es muy importante.

Este resultado parece haber causado algo de vergüenza en Sudáfrica. Sin que hubiese transcurrido un mes, Bloomberg reportó que “Sudáfrica Permite el Uso de Fármaco para Parásitos [Ivermectina] en Pacientes con COVID,” como  “terapia compasiva”—es decir, para personas que ya mueren y no tienen esperanza de recuperación—. Anótense otro gol para el FLCCC.

También le dio vergüenza, diría yo, a la OMS. El día de ayer se anunció que la Organización Mundial de Salud emitirá (por fin…) lineamientos para tratamiento con ivermectina. Pero es nada más para los recién infectados de COVID. De profiláctico, nada. Y sin prisas: se tomarán unas 4—o quizá 6—semanas (¡pos ni que fuera pandemia! ¡ni que hubiera gente muriendo!). Pero algo es algo. Anótense otro gol para el FLCCC.

Los médicos del FLCCC no son los únicos perplejos por la actitud de los burócratas hacia la ivermectina. Cuando El Tribuno preguntó a Carvallo por qué los ministerios de salud arrastraban los pies, demorando una recomendación oficial a favor de la ivermectina, él contestó:

“Eso te lo dejo para que lo investigues como periodista… A nosotros, hay dos cosas que nos preocupan, derivadas de la lentitud de las entidades gubernamentales para oficializar los protocolos. El 4 de julio, cuando elevamos los resultados a las autoridades pertinentes, había 1,452 muertes. Hoy hay 26 mil. Eso nos quita el sueño… Al no oficializarlo, no sólo le restamos a la gente la posibilidad de hacer algo que ha demostrado ser efectivo, sino que además corremos el riesgo de la automedicación.”

Si bien la ivermectina no es una vacuna, “oficia de tal,” señala Carvallo. Ello implica que, si los burócratas de salud en Argentina se hubiesen meneado en julio, pudieron haber salvado 24 mil vidas (más ahora). La ivermectina todavía no ha sido aprobada por la ANMAT, el equivalente argentino de la FDA, aunque los argentinos—y especialmente los trabajadores de salud—al parecer todos están corriendo a tomarla de cualquier manera.

Pero quizá fuera un error decir que los burócratas de salud no se interesan en la ivermectina. Fue en agosto—inmediatamente después de que Carvallo reportó sus resultados—que el NIH se tomó la molestia de emitir su recomendación en contra de usar la ivermectina para el COVID. ¿Será que los burócratas de salud sí tienen un interés (negativo) en el reposicionamiento de fármacos…?

vacunas coronavirus
Imagen: Tecnológico de Monterrey.

¿Esto qué tiene que ver con las vacunas?

Si el NIH, la FDA, la CDC, y otros ministerios de salud en el mundo se hubiesen meneado a tiempo para reposicionar fármacos baratos y generalmente disponibles, y hubiesen promovido, en particular, el protocolo de ivermectina, quizá millones de europeos, estadounidenses, e israelíes no habrían sido inoculados. ¿Sería entonces que los ministerios de salud actúan para proteger las utilidades que el Big Pharma cosecha con sus vacunas? Eso dicen los teóricos de conspiración.

¿Tienen razón? No sé.

Pero consideremos lo siguiente. Los efectos secundarios de la ivermectina son muy conocidos. Son muy infrecuentes, y, cuando ocurren, leves. Además, son consecuencia, típicamente, del rápido actuar del fármaco contra los patógenos que causan la ceguera de río (onchocerciasis) y los gusanos intestinales (strongyloidiasis). Usado como profiláctico por gente que no padece ni una ni la otra, por lo tanto, es todavía más inofensivo. ¿Por qué entonces se muestran tan reacios los gobiernos a probarlo?

Es por lo menos interesante—¿o no?—que los ministerios de salud manejen la ivermectina con guantes para tóxicos, como si fuese más peligrosa que las nuevas vacunas del Big Pharma, cuyo desarrollo los mismos ministerios de salud apresuraron, a pesar de que emplean—en el caso de Pfizer-BioNTech y Moderna—una tecnología de ARNm totalmente nueva cuyos peligros conocemos mal.

No sorprende que mucha gente no quiera estas vacunas COVID del Big Pharma, y muchos trabajadores de salud, si bien en altísimo riesgo de contraer COVID, se están rehusando a ser inoculados (en EE.UU., 1 de cada tres se rehúsa). ¿Son muy paranoicos? No sé. Pero las vacunas han causado algunas reacciones adversas fuertes y quizás algunas muertes (por ejemplo, en Noruega, y en Estados Unidos).

¿Son por lo menos efectivas estas vacunas contra el COVID? Otra vez: no sé. Es posible que sí. Habrá que ver. Pero ya nos están diciendo que, puesto que el virus está mutando, en el mejor de los casos no serán efectivas por mucho tiempo. El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, quien a toda velocidad vacuna a su país entero, ha dicho: “Anticipo que esto será exactamente como la influenza, que requiere vacunación cada año.” ¿Por qué? Porque este coronavirus, como la influenza, muta mucho, y se necesitan nuevas vacunas todo el tiempo para seguirle la pista. De acuerdo al CDC (Centers for Disease Control), la efectividad de las vacunas de influenza varía entre el 19% (2014) y el 60% (2010).

Eso es buenísima noticia para el Big Pharma, no tanto para nosotros. Sobre todo cuando recordamos el jonrón de Carvallo para protegernos con ivermectina: 800 de 800.

Me parece que lo ético y prudente, por no decir económico, era que los burócratas de salud invirtieran en el reposicionamiento de fármacos—fuese nada más como un seguro—.

¿Pero en realidad todo esto sería para el Big Pharma?

Quizá veremos, al final, que la ivermectina no nos protege del COVID. No sé. Pero sea como sea, sí puede armarse un caso circunstancial de que los burócratas de salud han estado protegiendo los intereses del Big Pharma.

1.Los burócratas de salud nunca establecieron un equipo de trabajo para estudiar el reposicionamiento de fármacos baratos ya existentes (los cuales, de ser efectivos contra el COVID, representan un costo de oportunidad gigante, y la pérdida de su inversión en vacunas, para el Big Pharma);

2. cuando los doctores investigan el reposicionamiento por su cuenta, los ministerios de salud hacen como si no estuviera sucediendo y arrastran los pies; luego

3. prohíben estudios clínicos sobre el baratísimo dióxido de cloro y fingen que se trata de un blanqueador tóxico, cuando en realidad es muy usado como purificador de agua; y

4. emiten recomendaciones absurdas en contra de un fármaco muy empleado y muy seguro, la ivermectina, al tiempo que este fármaco está dando señales de ser efectivo contra el COVID; por contraste,

5. careciendo de casi toda evidencia, los ministerios de salud dan luz verde para el reposicionamiento de fármacos prohibitivamente caros del Big Pharma—por ejemplo, el remdesivir, que ya había fracasado contra el Ébola, y que tampoco sirve contra el COVID-19 (aunque su venta para tratamiento de COVID permitió que el Big Pharma recuperara algo de su inversión en remdesivir); y además,

6. los ministerios de salud dieron autorización de emergencia, y mucho dinero, para el desarrollo apresurado de vacunas muy caras del Big Pharma que usan una tecnología novedosa de ARNm cuyos riesgos desconocemos; y finalmente,

7. otorgan inmunidad legal a las compañías de Big Pharma por las personas que salgan heridas o muertas al inyectarles sus nuevas vacunas de COVID (ver aquí y aquí).

big pharma
Imagen: All Gamers In.

Los grandes medios, como vimos, cooperan con todo esto, y repiten todo lo que dicen los ministerios de salud sobre dióxido de cloro e ivermectina, como si los burócratas no pudieran equivocarse jamás o ser corrompidos, como si ser periodista y ser vocero de gobierno fueran lo mismo.

Pero eso no es todo.

En el texto que el Dr. Pierre Kory envió al Senado estadounidense, escribió:

“Otra barrera [que obstaculiza el reposicionamiento de fármacos] ha sido la censura de todos nuestros esfuerzos por diseminar información científica crítica en Facebook y otros medios sociales, pues nuestras páginas han sido repetidamente bloqueadas.”

Y la cosa no se quedó ahí. Luego del testimonio del Dr. Kory en la audiencia del senador Ron Johnson el 8 de diciembre, y luego de que el video de dicha audiencia sumara rápidamente más de 8 millones de visitas, YouTube decidió, a finales de enero, eliminar aquel video de los canales de Johnson y de FOX NEWS. YouTube lo explicó así:

“Estamos aplicando nuestros Lineamientos de Comunidad de forma consistente, sea quien sea el presentador y sin miras a las posturas políticas. De acuerdo con nuestra política sobre desinformación en el tema de COVID-19, hemos removido los dos videos en cuestión.”

Youtube quita videos del senador estadounidense

Es falso, empero, que YouTube esté aplicando sus Lineamientos de Comunidad—sean los que sean—de forma consistente, pues el canal de YouTube de PBS, donde fue posteado el mismo video de aquella audiencia, no ha sido censurado.

¿Cuál sería la diferencia? ¿Que la mayoría de la gente, o bien ubica a FOX NEWS, cuyo público es el más grande, o bien irá directamente al canal del senador Johnson? La versión de PBS, el día que escribo, tiene apenas 57,000 visitas. ¿O sería que, en términos políticos, ambas fuentes censuradas sesgan del lado derecho y YouTube del lado izquierdo? Quizá sean ambas.

Te censuran en YouTube, parece ser, si juegas en la derecha y tienes mucha audiencia. Da la impresión de que YouTube, contrario a lo que afirma, está haciendo política.

Es apremiante considerar qué significa para la democracia que las compañías de medios sociales—quizá debiéramos llamarlas ‘Dr. Facebook’ y ‘Dr. YouTube’—decidan cuál de los contrincantes en una disputa médica y científica está produciendo “desinformación” censurable. (Y al margen de la libertad de expresión, ¿existe realmente un argumento para impedir que los ciudadanos estadounidenses escuchen testimonio presentado ante ellos mismos a través de sus instituciones constitucionales y representativas?) Esto es cancel culture vuelto loco.

En todo caso, hemos de señalar que esta jugada nuevamente beneficia al Big Pharma. ¿Entonces? ¿Será que atinan los teóricos de conspiración?

Abordaré esta pregunta en mi siguiente entrega.


Francisco Gil-White es el investigador más citado del ITAM (Instituto Tecnológico Autónomo de México).


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Las vacunas contra COVID han llegado. Mucha gente no las quiere. No soy antivaxxer, pero no es preciso serlo para preocuparse aquí. Normalmente, desarrollar una vacuna nueva toma una década (a veces más). Estas nuevas vacunas recibieron una autorización de emergencia y se apresuró su producción en unos cuantos meses, con pocas pruebas, para luego autorizar de tajo su distribución mundial. No sabemos cuáles serán los efectos a largo plazo—es una tecnología de ARNm totalmente nueva. Y la evidencia temprana de Israel—donde las inoculaciones avanzan a paso furioso—es preocupante concerniendo su efectividad.

¿Acaso debimos echarnos este clavado con vacunas enteramente nuevas y apresuradas? No si existen alternativas. De acuerdo a las reglas establecidas:

“La autorización para usos de emergencia reconoce que en tiempos de necesidad extrema, la vacuna cumple con ciertos requerimientos para justificar su uso durante la pandemia de COVID-19, incluyendo que no existen alternativas adecuadas, aprobadas, o disponibles.

¿Será que realmente no hay alternativas? Quizá haya una.

En la pujante ciudad industrial de Querétaro, México, famosa por su hermoso centro colonial, el Dr. Manuel Aparicio Alonso, quien dirige un hospital llamado Centro Médico Jurica, afirma que todos y cada uno de los pacientes con COVID por él atendidos, tanto en el hospital como en sus casas, se han recuperado pronto, casi todos en el espacio de tres días. Ninguno ha muerto—ni siquiera los casos más graves—. Su total de pacientes es más de mil. ¿Qué hace? Les da dióxido de cloro (ClO2).

Arde una gran controversia sobre esto—quizá lo haya escuchado—.

De un lado están los ministerios de salud del mundo y la Organización Mundial de Salud, quienes vedan los estudios clínicos para explorar la posible efectividad del dióxido de cloro contra el COVID, y quienes afirman—al unísono—que es peligrosamente tóxico para los humanos y, además, inútil para prevenir o curar el COVID. Dichos asertos los corean a grito de pecho las marcas de medios más grandes. Y los repiten muchos doctores. A su manera de ver, los defensores del dióxido de cloro son todos unos charlatanes. Los llaman locos. Los llaman peligrosos.

Del otro lado están miles de doctores médicos (sí, con título) de toda la civilización hispana, que estrechan lazos con doctores en otros lados, y que se han organizado como Coalición Mundial Salud y Vida (COMUSAV). El antes mencionado Dr. Manuel Aparicio Alonso es el vicepresidente de COMUSAV México y director médico de la COMUSAV a nivel mundial. Estos doctores afirman que han administrado colectivamente el dióxido de cloro a miles de pacientes con COVID. A su manera de ver, los burócratas de salud son dogmatistas ciegos. Los llaman mal informados. Los llaman corruptos.

Ésta es una controversia médica legítima, con médicos de ambos lados. ¿Quién tiene la razón?

Las condenas oficiales y mediáticas contra el dióxido de cloro inicialmente me hicieron pensar que era peligroso y además inefectivo contra el COVID, pero al enterarme de los médicos de la COMUSAV me surgieron dudas, pues me resultaba difícil impugnar sus motivos. ¿Por qué habrían miles de doctores de suplicar a las autoridades—como han hecho—que permitan a los pacientes terminales de COVID ensayar dióxido de cloro como terapia compasiva de última instancia—a menos que les interese salvar vidas y además crean que el dióxido de cloro es efectivo?

Dr. Manuel Aparicio Alonso
Dr. Manuel Aparicio Alonso, vicepresidente de COMUSAV México y director médico de la COMUSAV a nivel mundial.

Pero si USTED no es doctor (yo tampoco), quizá le parezca atractivo decir: “Bueno, pero la OMS y otros ministerios de salud hablan por el Estado, y eso resuelve la cuestión.” El problema, sin embargo, es éste: las autoridades médicas con apoyo del Estado han sabido equivocarse en el pasado—y en escala pandémica—. No quisieron escuchar, por ejemplo, al Dr. Ignaz Semmelweis, por mucho el mejor médico de todos los tiempos (si medimos el éxito médico en números brutos de vidas salvadas).

Semmelweis enseñó la importancia de la higiene. Para los europeos, cuyas calles medievales habían sido caños a cielo abierto, la importancia de la higiene no estaba clara todavía en el siglo XIX. Los doctores terminaban sus autopsias y se iban directo a asistir partos sin primero limpiarse. Semmelweis demostró que lavarse las manos con una solución clorada de cal hacía que las asombrosas tasas de mortalidad en las clínicas se desplomaran. Pero su victoria científica tendría que ser póstuma porque las autoridades médicas de su día, indignadas de ira de verse culpadas por tantas muertes, lo internaron a la fuerza en un psiquiátrico donde pronto fue apaleado a muerte (por los guardias). Era el año 1865.

¿Cuál es la lección?

La última vez que nos trataron de vender los poderes sanadores de la desinfección clorada, las necias autoridades médicas se rehusaron a contemplar la evidencia o intentar el experimento sencillo e inofensivo de desinfectar sus manos. Murieron océanos de personas. Esta vez, tenemos no uno sino miles de doctores luchando contra el sistema burocrático de salud para otra vez ofrecernos la desinfección clorada. Entonces, ¿qué? ¿Damos por descontado que la COMUSAV tiene razón? No, esa no es la lección. La lección es que, en vez de confiar ciegamente en la autoridad burocrática, debemos pensar críticamente, tomarnos en serio a la COMUSAV, e investigar sus afirmaciones.

Como la mayoría de la gente, yo no sabía nada sobre el dióxido de cloro. Pero sí sé leer. Entonces, para tratar de decidir esta cuestión por mí mismo, comencé con una investigación básica de biblioteca, tan fácil de hacer ahora gracias a las bases de datos científicas en línea. Me interesaba saber si existían publicaciones científicas sobre las siguientes tres cuestiones:

1.el potencial tóxico para los humanos del dióxido de cloro;

2. la efectividad en potencia del dióxido de cloro como asesino de virus, y más específicamente, como asesino de coronavirus; y más especialmente,

3. si el dióxido de cloro, ingerido en solución acuosa, puede matar al coronavirus SARS-CoV-2 que causa el COVID-19.

En menos de 20 minutos encontré una bonanza de publicaciones sobre las primeras dos, la mayoría aparecidos en los últimos 20 años, y algunos tan atrás como los años 1980. La tercera pregunta no ha recibido respuesta todavía en la literatura científica.

Aquí enseguida lo que encontré.

Dióxido de cloro—¿blanqueador industrial o purificador de agua?—

Consideremos primero la forma como el dióxido de cloro es discutido oficialmente. En Estados Unidos:

“La FDA [Food and Drug Administration] ha previamente advertido a los consumidores de no comprar o beber productos de dióxido de cloro que se venden en línea como tratamientos médicos, pues la agencia no conoce evidencia científica alguna para apoyar que sean seguros o efectivos y representan riesgos significativos para la salud de los pacientes. La FDA actúa así para proteger a los estadounidenses en respuesta a la pandemia global de COVID-19.

… Las páginas web que venden productos de dióxido de cloro típicamente describen el producto como un líquido que es 28% clorito de sodio en agua destilada. Las instrucciones del producto instruyen a los consumidores a mezclar la solución de clorito de sodio con ácido cítrico—como puede ser jugo de limón—u otro ácido—como ácido clorhídrico—antes de beber. En muchos casos, el clorito de sodio se vende como parte de un paquete que incluye un ‘activador’ de ácido cítrico. Cuando se añade el ácido, la mezcla se convierte en dióxido de cloro, un agente blanqueador poderoso que ha causado efectos secundarios serios y potencialmente letales.

Lo anterior es un tanto extraño. Primero, el dióxido de cloro es “un agente blanqueador poderoso” sólo cuando se usa en concentraciones elevadas. Segundo, contrario a lo que sugiere la FDA, ni la COMUSAV ni otros que promueven el dióxido de cloro como tratamiento para el COVID han recomendado que la gente lo beba directamente. Lo que recomiendan es dióxido de cloro en baja concentración, diluido en agua.

dioxido de cloro, pandemia
Imagen: Update Mexico.

Por lo mismo es relevante—aunque la FDA no lo mencione—que todos los días, durante décadas, grandes hordas de gente han estado tomando solución de dióxido de cloro en baja concentración sin padecer efectos adversos.

Pero no hace falta que me crea a mí. Un documento oficial de 2004, de la EPA (Environmental Protection Agency) de EE.UU. explica que:

“El dióxido de cloro se añade al agua para consumo humano para proteger a la gente de bacterias dañinas y de otros microorganismos. La mayoría de la gente se expone al dióxido de cloro, y a su derivado desinfectante, los iones de clorito, cuando beben agua que ha sido tratada con dióxido de cloro.” (Taylor, Wohlers, & Amata 2004)

Desde que el cloro (Cl) fue primeramente usado para purificar agua al amanecer del siglo XX (una gran revolución en la salud moderna), el dióxido de cloro (ClO2) ha ido reemplazando al cloro como el purificador favorito para el agua potable municipal.

El dióxido de cloro fue primero usado en la planta de tratamiento de Niagara Falls en 1944. “Para 1977 había 107 instalaciones en EE.UU. y 10 en Canadá que habían usado o estaban usando el material.” Y para 1990 “varias miles de instalaciones” en Europa habían usado o lo estaban usando. ¿Por qué ha crecido la preferencia por el dióxido de cloro? Porque su potencia como asesino de microbios “es por lo menos igual, si no es que superior, a la del cloro, y es claramente superior a la de la cloramina”—y además parece ser más seguro—. De hecho, documentar efectos adversos con el dióxido de cloro en mamíferos requiere “concentraciones relativamente altas.”

“La experiencia humana con el dióxido de cloro [en dosis bajas] tanto en estudios prospectivos controlados como en su uso actual en el suministro de agua para las comunidades hasta la fecha no ha podido revelar efectos adversos en la salud.” (Smith & Willhite 1990).

¿Acaso habremos de considerar a esta sustancia que es—a todas luces—inofensiva y que asegura la potabilidad de nuestro consumo de agua como un veneno? , porque “Todo es veneno,” dijo Paracelso, padre de la toxicología, “y nada está libre de veneno; es la dosis, y nada más, lo que establece que una cosa sea o no veneno.” Dicho de otro modo, todo es simultáneamente veneno y no veneno. Pero, ¿cuál es la dosis que hace de algo veneno? Eso depende del organismo. La misma dosis pequeña de dióxido de cloro en solución acuosa es inofensiva para los mamíferos grandes y letal para los patógenos pequeños.

Dado que el coronavirus SARS-CoV-2—causante del COVID-19—es un patógeno pequeño, la siguiente pregunta exige respuesta: ¿Por qué hablan los ministerios de salud y las grandes marcas de medios como si tratar el COVID con dióxido de cloro requiere ingerir una dosis gigante y tóxica para los humanos?

Ya vimos arriba a la FDA. Veamos ahora un caso (perfectamente representativo) de los grandes medios: un artículo de la revista Forbes publicado en agosto 2020. El artículo contiene, para mayor facilidad de comprensión del mensaje principal, una “cita crítica,” explícitamente etiquetada como tal:

“ ‘Los productos de dióxido de cloro no han demostrado ser seguros y efectivos para uso alguno, incluyendo para el tratamiento del COVID-19,’ dijo el Departamento de Salud Pública de Georgia, añadiendo que ‘el dióxido de cloro son [sic] los ingredientes activos en los desinfectantes y tienen usos industriales adicionales. No es para que la gente lo beba.’ ”

¿El dióxido de cloro es totalmente inútil pero un buen desinfectante? Contradicción patente. ¿Y el dióxido de cloro tiene “usos industriales”? Pues sí que los tiene. ¿Pero qué relevancia tiene eso? Si me preguntan cómo me hice de cenar, y contesto que tomé un arma letal para esparcir crema de maní sobre un pedazo de pan, estoy desvariando, aunque un cuchillo de cocina sin duda sí puede ser un arma letal, tal y como el dióxido de cloro también puede tener “usos industriales.” Lo importante aquí es que el dióxido de cloro es un purificador común de agua. ¿Por qué no se menciona eso? ¿Será que, si sí lo mencionan, los lectores verán que el dióxido de cloro (en dosis pequeñas) es “para que la gente lo beba”?

Se vale la pregunta: ¿Será que Forbes está emocionalmente comprometido con ahuyentarnos del dióxido de cloro? Ahí está el título del artículo: “Algunos Estadounidenses Trágicamente Siguen Tomando Blanqueador como ‘Cura’ para el Coronavirus.” Otra vez: blanqueador. Nos quieren hacer entender, por lo visto, que la gente traga desinfectantes de aseo doméstico, para lo cual es perfecta la imagen única del artículo: un popurrí de botellas que sugieren productos para limpiar baños, etc. Pero si por algún milagro llegáramos al final del artículo sin haber imaginado a un lunático devorando su Lysol, Forbes nos ayuda poniendo liga a otro artículo con el siguiente encabezado: “El fabricante de Dettol y Lysol Alerta contra Beber e Inyectar Desinfectante, en Respuesta a una Sugerencia de Trump.”

solucion dioxido de cloro
Imagen: El Comercio de Perú.

No puede uno andarse con demasiado cuidado, así que pido indulgencia. Que conste: Los doctores de la COMUSAV jamás han recomendado que persona alguna se trague o se inyecte los desinfectantes de aseo doméstico (tampoco lo hizo Trump). Lo que recomienda la COMUSAV es dióxido de cloro en dosis muy pequeñas, diluido en agua. O sea que no es tan distinto de lo que la gente ya viene haciendo, sin daño alguno, cuando beben el agua purificada en sus municipios, excepto que la COMUSAV sí está recomendando dosis mayores a las que se usan en la purificación de agua municipal.

Entonces, las nuevas preguntas son:

1.¿Acaso las dosis recomendadas por COMUSAV son dañinas para los humanos?; y

2. ¿Acaso pueden dichas dosis matar al coronavirus SARS-CoV-2?

¿Qué dice la literatura científica?

Los grandes medios publican artículos citando de forma rutinaria a los ministerios de salud, según quienes no hay evidencia científica que avale al dióxido de cloro como seguro o efectivo para combatir el COVID. Pero la literatura científica parece decir otra cosa.

Un artículo reciente publicado en la prestigiada revista científica Frontiers in Microbiology, del Dr. Govindaraj Dev Kumar y colegas (2020), disponible en PubMed Central (una base de datos del National Institutes of Health), hace una revisión de las substancias que podrían matar al nuevo coronavirus. Entre ellas, figura prominentemente el dióxido de cloro, sobre el cual dice: “El dióxido de cloro (ClO2) … es un desinfectante efectivo tanto en estado gaseoso como líquido, y eso lo convierte en un agente biocida versátil.” En concentraciones bajas, mata a los virus SARS: “Para conseguir la inactivación completa del virus [SARS COV-1] en aguas residuales, ClO2 [dióxido de cloro] a 20 ppm requiere 5 min de contacto.” También es efectivo como gas, y “puede igualmente usarse con seguridad en concentraciones bajas en el entorno de los animales y la gente para controlar virus en el aire.”

Encontré muchos otros artículos científicos que testimonian el carácter inofensivo del dióxido de cloro en concentraciones bajas, su efectividad contra los virus de influenza, y los mecanismos conocidos mediante los cuales produce su efecto oxidativo que lo vuelve tan buen desinfectante. Sobre ninguno de estos puntos parece haber una controversia importante en la literatura científica.

Pero más extensa todavía que la mía es la revisión de literatura que hizo la Dra. Karina Acevedo Whitehouse, presentada en un seminario organizado por la Universidad Católica de Murcia (España). Reproduzco aquí sus diapositivas con los artículos relevantes:

Referencias Karina Acevedo Whitehouse
Referencias Karina Acevedo Whitehouse
Karina Acevedo Whitehouse

La postura de Acevedo Whitehouse me parece responsable, escéptica, y empírica—lo que debe hacer un científico cuidadoso—. Ella lamenta igualmente que algunos defensores del dióxido de cloro afirmen que cura todo “desde cáncer hasta calvicie” y que los detractores no quieran considerar siquiera su posible utilidad en la lucha contra el COVID. Sobre la segunda cuestión se muestra cautelosamente optimista aunque todavía agnóstica. Pero sobre su toxicidad para los seres humanos, dice, la literatura científica es clara:

“Una revisión de la literatura [científica] demuestra que mientras las dosis [de dióxido de cloro] utilizadas [para tratar COVID], ya sea por la vía oral, o por vía endovenosa en algunos casos, están por debajo de los niveles ya establecidos de toxicidad, los efectos negativos sobre los organismos, incluyendo el humano, son de leves a nulos.”

Dra. Karina Acevedo-Whitehouse
Dra. Karina Acevedo Whitehouse (Fotografía: Diario de Querétaro).

La COMUSAV está recomendando un protocolo desarrollado por el Dr. Andreas Kalcker, a quien los medios han denostado salvajemente con ataques ad hominem, y quien ha estado estudiando el dióxido de cloro durante años. En el protocolo de Kalcker una persona debe beber, para efectos preventivos, dosis de 1.5 mg o 3 mg de dióxido de cloro por litro de agua. Comparando, consideremos que Judith R. Lubbers, uno de los científicos en la lista de Acevedo Whitehouse, administró a sus participantes humanos, en uno de sus estudios, una solución con 5 mg de dióxido de cloro por litro de agua, cada día por 12 semanas, sin observar efectos adversos.[1]

Los estudios de Lubbers han sido considerados como el estándar de oro para establecer la toxicidad del dióxido de cloro en un reporte publicado—nada más y nada menos—por la OMS. Dicho reporte, de 2002, dice lo siguiente:

“En una serie de estudios extensivos con voluntarios humanos sobre los desinfectantes de agua, grupos de 10 varones recibieron dióxido de cloro en solución acuosa en distintos protocolos… (Lubbers et al., 1982, 1984; Lubbers & Bianchine, 1984). Las observaciones incluyeron examinación física (presión arterial, ritmo respiratorio, pulso, temperatura oral, y electrocardiografía), bioquímica extensiva de la sangre, hematología, análisis de orina, y el registro subjetivo del gusto. No se registraron efectos adversos para ninguno de los parámetros medidos.” (Dobson & Cay, 2002)

Acevedo Whitehouse ha encontrado en la literatura científica sólo 4 casos reportados de toxicidad por ingesta de dióxido de cloro o su precursor, clorito de sodio acidificado, “y uno de esos casos fue por un intento de suicidio; una persona que tomó cantidades tremendamente altas, muy por encima de los niveles de toxicidad.” Pero “en todos esos caso, incluyendo éste, hubo una recuperación absoluta sin secuelas” (énfasis mío). Los efectos negativos del dióxido de cloro en bajas concentraciones, cuando ocurren, dice, pueden siempre ser revertidos.

Acevedo Whitehouse está menos segura sobre si el dióxido de cloro puede eliminar virus dentro de nuestros cuerpos cuando se ingiere en solución acuosa. Precisamos de estudios clínicos cuidadosos. Regresaré a este punto más abajo. Pero quedémonos un poco más sobre la cuestión de la toxicidad y cómo se le comunica al público.

¿Qué dicen los grandes hospitales?

El hospital Ángeles Lomas, un hospital privado de alta calidad en la Ciudad de México, lo dirige mi amigo el Dr. Werner Damm. Le mencioné que estaba investigando este tema y me comentó que el hospital ha venido tratando pacientes que llegan con quemaduras en el tracto digestivo superior luego de ingerir dióxido de cloro. Me dijo que, de acuerdo a los expertos, el dióxido de cloro no tiene efecto alguno sobre el SARS-CoV-2. También me compartió una hoja informativa sobre dióxido de cloro que ha circulado mucho y que el hospital publicó en su revista Enlace Médico (diciembre 2020).

Esta hoja informativa afirma que el dióxido de cloro es un gran oxidante y, como tal, es un buen desinfectante, purificador de agua, agente limpiador, y blanqueador. Pero, como tratamiento para el COVID, “su uso no ha demostrado beneficio alguno cuando es aplicado en la garganta o ingerido.” En cuanto a su toxicidad, la hoja explica que causa “la muerte celular en los sitios donde se tenga contacto.” Cuando mata muchas células, hay “erosión del epitelio y entonces, luego de ingerirlo se presentan vómito, náusea, dolor abdominal, diarrea e incluso hemorragia del tubo digestivo.” La proporción de dióxido de cloro que se absorbe luego impide que la sangre traiga oxígeno a los tejidos, y destruye los glóbulos rojos. “Otros efectos incluyen lesión renal, alteración en la producción de hormonas tiroideas, lesión miocárdica (que puede derivar en arritmias letales) y efectos neurológicos como crisis convulsivas.”

Leyendo eso, se me pusieron los pelos de punta. Pero mirando más de cerca noté que esto parecía tratarse de consumir dióxido de cloro en directo, en su forma pura, sin diluir, pues la hoja afirma que “la FDA lo aprueba como potabilizador, pero no para su consumo directo” (énfasis mío). Y concluye con lo siguiente: “El dióxido de cloro elimina el virus igual que lo haría el ácido muriático, pero eso no significa que podamos ingerir alguno de los dos sin dañar nuestro propio organismo.”

Nuevamente cuestioné la relevancia. Los muchos miles de personas que están consumiendo dióxido de cloro como tratamiento para el COVID bajo supervisión de COMUSAV no se lo toman en directo. El tratamiento recomendado por la COMUSAV en absoluto es como tragar ácido muriático. Se trata de diluir cantidades muy pequeñas de dióxido de cloro en agua. ¿Entonces?

Para tratar de aclarar esto, le marqué al Dr. Guillermo Pérez Tuñón, jefe del Centro de Toxicología de Ángeles Lomas, y el autor de la hoja informativa sobre dióxido de cloro. Amablemente, me brindó una hora de su tiempo. Le pregunté específicamente si la hoja estaba considerando dióxido de cloro consumido en solución acuosa. Me contestó que sí—no me esperaba eso—.

Pero siendo que mucha gente con regularidad consume dióxido de cloro—sin daño alguno—en el agua purificada que beben, ¿por qué no había especificado él las concentraciones de dióxido de cloro que precisan las lesiones de su listado? “Porque es una concentración muy variable en la que se han presentado [en el hospital] los diferentes pacientes,” me dijo. “Son concentraciones que se han realizado más de manera doméstica.”

“Pero,” insistí, “¿qué tal que se la volteo? ¿Abajo de qué concentración se vuelve inofensivo el dióxido de cloro.” Me contestó: “Ese dato no está disponible. No lo tenemos disponible. … No hay un artículo científico que mencione que hay una concentración segura para consumir por vía oral dióxido de cloro.”

Eso me pareció inconsistente con toda la literatura que había examinado y, más puntualmente, con la hoja informativa del propio Pérez Tuñón, donde se afirma, invocando la autoridad de la FDA, que el dióxido de cloro es seguro, en bajas concentraciones, para purificar agua municipal para consumo humano. Y de hecho es seguro consumirlo en concentraciones bastante más altas, según los estudios de Judith Lubbers, aquellos que la propia OMS ha considerado como el estándar de oro para establecer la toxicidad del dióxido de cloro (ver arriba).

meme dioxido de cloro

Siendo así, le pregunté al Dr. Pérez Tuñón sobre los estudios de Lubbers. No los conocía. Cuando le leí todo lo que Lubbers había examinado, en términos de efectos adversos en potencia, sin encontrar uno solo, él notó que faltaba algo en aquella lista. Me dijo:

“Bueno, habría que analizar bien el estudio. Realmente, en ninguno de estos parámetros [mencionados] yo veo identificada una muestra tisular de mucosa gástrica, que es el principal sitio de contacto primario donde se registra la lesión inicial por dióxido de cloro, por oxidación. … No, mucosa gastrointestinal, podríamos decir, mucosa desde el nivel de la cavidad oral, del esófago, del estómago. Porque la mayor parte de los casos reportados en los pacientes que hemos tenido y que se han reportado en la literatura [por problemas luego de tratarse su COVID con dióxido de cloro] hacen más referencia al estómago—lesiones gástricas, como tal—.”

En efecto, Lubbers nunca menciona posibles lesiones gástricas. Pregunté entonces sobre esto al Dr. Manuel Aparicio Alonso, director médico de COMUSAV a nivel mundial.

No hay razón alguna, me dijo, para que Lubbers se preocupara por lesiones gástricas, porque cuando el dióxido de cloro se prepara correctamente, como sin duda se hizo en aquel estudio, tiene un pH neutro, es decir, ni ácido ni alcalino, y no daña la mucosa. “Por eso nosotros [en COMUSAV] hacemos mucho hincapié en que el inicio de un tratamiento con dióxido de cloro es tener un buen producto…—lo ideal es que un químico lo produzca.” La COMUSAV acerca a la gente a un proveedor que ellos avalan, entrenado por el químico del propio COMUSAV, cuyo producto los doctores de la COMUSAV están empleando ellos mismos.

¿Pero entonces por qué llegan a los hospitales pacientes con lesiones gástricas?

Esto sucede, dice el Dr. Aparicio Alonso, porque mucha gente se está automedicando con dióxido de cloro. Dichos pacientes están usando ya sea un producto fraudulento, ya sea uno elaborado de forma subóptima.

El doctor dedica mucho tiempo—como expresó en un seminario de la Universidad Católica de Murcia—examinando fotos de productos que le envía la gente, para decirles si tienen el correcto y cómo usarlo, o para decirles dónde adquirir dióxido de cloro bien hecho. Aun cuando tienen el producto correcto, quien se automedica a veces toma una dosis demasiado fuerte, o la toma demasiado rápido.

O también hay gente con intolerancia gástrica, “pero como tienen intolerancia gástrica a tomarse una aspirina, a tomarse un café, o a comer irritantes.” Su incomodidad con el dióxido de cloro, dice Aparicio Alonso, no es específica a la sustancia, sino al paciente. Entonces al recetar cualquier medicina, él primero pregunta si hay intolerancia o sensibilidad gástrica, y si la hay, primero:

“Yo les receto un protector de la mucosa gástrica, y si tienen una hernia hiatal les receto un procinético, que es algo que aumenta el vaciamiento gástrico, porque cualquier medicamento les va a exacerbar los síntomas. Lo mismo con el dióxido de cloro.”

Aquellos pacientes con sensibilidad que toman dióxido de cloro (o alguna otra medicina), me dijo, deben ser cuidadosos con sus dietas. Para alguien como yo (tengo hernia hiatal), al tomarlo como profiláctico, me recetaría primero una dosis baja, subiéndola gradualmente conforme mi cuerpo haga resistencia. Y recomendaría en contra de consumir alimentos acidificantes como son los lácteos, azúcares, pan, y pasta (además de lo obvio: café, alcohol, vinagre, etc.). Si un paciente muy sensible ya tiene COVID y necesita un tratamiento de emergencia con dióxido de cloro, dijo, se lo administra con un enema. En pacientes ya muy críticos, se hace endovenoso.

Por ésta y otras razones, la COMUSAV aconseja a la gente que no se automedique con dióxido de cloro. Sin embargo, me dice Aparicio Alonso, los problemas gástricos que surgen con el uso subóptimo de solución de dióxido de cloro, en las concentraciones bajas que la mayoría está usando, no supone un peligro letal.

Luego de esto, regresé con el Dr. Pérez Tuñón. Quería estar totalmente claro sobre lo siguiente: ¿Acaso él esperaba ver lesiones serias—como las que había listado en su hoja informativa—si la gente consumía dióxido de cloro de acuerdo a las recomendaciones de la COMUSAV, mismas que siguen el protocolo de Andreas Kalcker?

Proyecté el protocolo de Kalcker en la pantalla para que Pérez Tuñón pudiese ver la concentración exacta de dióxido de cloro en solución acuosa que Kalcker recomienda. El doctor estuvo de acuerdo que, con este protocolo, sólo pacientes con sensibilidad gástrica tendrían problemas. Sin embargo, me expresó su escepticismo de que, tomando dióxido de cloro oralmente en dichas concentraciones, pueda haber todavía una cantidad suficiente, luego de pasar por el hígado, para que pueda matar virus en el cuerpo.

En lo que concierne a la hoja informativa del Ángeles Lomas, añadió, no fue elaborada para informar sobre lo que sucede con el protocolo específico de Kalcker porque la gente se automedica de distintas formas, así que se preparó la hoja para advertir sobre el rango total de problemas que pueden verse cuando la gente consume cantidades peligrosas de dióxido de cloro.

Dr. Andreas Kalcker
Dr. Andreas Kalcker (Fotografía: Revista Ideele).

La COMUSAV no recomienda el MMS

Un producto de dióxido de cloro muy popular es el Miracle Mineral Solution, o MMS. El Dr. Pedro Chávez Zavala, presidente de COMUSAV México, me explicó que el MMS adquirió una mala reputación cuando gente en España comenzó a automedicarse con él y tuvo problemas. Las autoridades españolas prohibieron la sustancia sobre la base de reportes informales y no hicieron una investigación. Luego de eso hubo un tropel mediático en contra del MMS en España y otros países.

¿Es peligroso el MMS?

Según la COMUSAV, este producto sí puede llegar a producir efectos secundarios que, sin embargo, “no son severos.” Aun así, la COMUSAV prefiere que la gente no lo consuma. Lo que recomiendan es la solución de Andreas Kalcker, conocida como CDS (Chlorine Dioxide Solution), misma que se esmeran en diferenciar del MMS. Como dicen:

“Mucho se ha dicho en los medios de comunicación sobre el riesgo de consumo de MMS y muy a menudo se confunde con el CDS. Es importante aclarar que el MMS es una solución preparada mezclando unas pocas gotas de cada uno de los dos reactivos: clorito de sodio, por un lado, y un ácido que puede ser cítrico o clorhídrico, por otro.”

La reacción produce dióxido de cloro.

“Esta mezcla se añade a un litro de agua, se coloca en una botella, se sella y se consume por vía oral durante todo el día. El problema de esta mezcla es que ninguno de los reactivos es químicamente puro y al ingerir esta mezcla de estos dos reactivos, también se ingieren las impurezas de estos. Estas impurezas o subproductos químicos pueden generar molestias como diarrea, vómitos y otros efectos secundarios que, aunque no son graves, sí son irritantes, sobre todo cuando se bebe una dosis elevada de estos productos debido a la escasa información que existe en el público en general, lo que, debido a la emergencia sanitaria al tratar de prevenir o tratar el COVID-19, lleva a no buscar consejo o consulta médica y a consumir productos que no han sido preparados bajo la supervisión de profesionales capacitados para su fabricación.” (p. 7)

Por contraste con el MMS, dice la COMUSAV, el CDS es muy puro, y “no contiene absolutamente ningún clorito de sodio, ni ningún ácido.”

La posición de la COMUSAV sobre el MMS es más difícil de comunicar que la distinción binaria: ‘el MMS es malo; el CDS es bueno.’ Por un lado, la COMUSAV no quiere a la gente bebiendo MMS porque produce algunos efectos adversos; por otro lado, rechazan la demonización del MMS como inefectivo contra el COVID y, además, como una amenaza para la vida.

¿Pero, realmente funciona el dióxido de cloro contra el COVID?

Que el dióxido de cloro sea bueno matando virus en el aire, en las superficies, y en las muestras tisulares en laboratorio, y que sea seguro beberlo en concentraciones bajas disuelto en agua, no quiere decir, como apunta la Dra. Acevedo Whitehouse, que la solución de dióxido de cloro tomada tendrá éxito matando coronavirus ya en el cuerpo. Eso es lo que llaman el ‘efecto antiviral en vivo.’ Un artículo defendiendo la hipótesis de que el dióxido de cloro debiera tener dicho efecto fue publicado en el Journal of Molecular and Genetic Medicine.

El primer paso para testear una hipótesis como ésta normalmente es demostrar que una sustancia tiene efectos antivirales en modelos animales. Siendo así, un grupo de científicos, entre quienes la Dra. Acevedo Whitehouse, han ensayado la efectividad de la solución de dióxido de cloro para matar coronavirus en embriones vivos de gallina. Su estudio, posteado a Bioarchiv, “demuestra que el ClO2 [dióxido de cloro] puede ser una opción viable para controlar los coronavirus aviarios, y nos presenta con la posibilidad de que pudieran observarse efectos similares con otros organismos.” Si se confirman estos resultados, se justifica proceder con el test más importante: estudios clínicos con humanos.

A los doctores de la COMUSAV dichos estudios no les hacen falta. Ya están completamente convencidos de que el dióxido de cloro es asombrosamente eficaz contra el COVID. Lo han visto funcionar en humanos, dicen, miles de veces. Pero para convencer a muchos de sus colegas se necesitan estudios doble ciego con humanos. Así las cosas, la COMUSAV ha suplicado a las autoridades en todos lados—las mismas que aprobaron vacunas desarrolladas en tiempo récord con una tecnología totalmente nueva—que aprueben protocolos para dichos estudios clínicos. Hasta la fecha, sin éxito.

La razón, me dice el Dr. Eduardo Insignares, es que las advertencias oficiales de peligro de las burocracias de salud han atado las manos de los comités de ética que deben aprobar los estudios. La excepción es Bolivia, donde el Dr. Insignares ha completado un estudio clínico cuya publicación está pendiente.

Los estudios clínicos, empero, no son la única manera de hacer ciencia. También tenemos estudios epidemiológicos: investigaciones estadísticas sobre las correlaciones de ciertas variables o tratamientos con las consecuencias de salud en poblaciones grandes. El Dr. Manuel Aparicio Alonso me dice que tiene 50,000 pacientes tomando dióxido de cloro en dosis preventivas. Además, varios miles de pacientes infectados con COVID han sido tratados por los doctores de la COMUSAV con dióxido de cloro (alrededor de mil tan sólo por Aparicio Alonso). La COMUSAV está creando un registro cuidadoso de los resultados. Estos datos, dicen, demuestran que el dióxido de cloro funciona, y están preparando dichos datos para publicación en las revistas científicas.

La experiencia boliviana

Bolivia constituye una gran intervención de campo, a nivel nacional. Se reportó en julio que los legisladores bolivianos, aconsejados e influenciados por la COMUSAV, habían aprobado una ley para volver accesible el dióxido de cloro a la población—sobre las objeciones del ministerio boliviano de salud—. Hecho lo cual, se volvió general el tratamiento de dióxido de cloro en todo el país.

Bolivia es un país pobre (su ingreso per cápita es apenas superior a un tercio del mexicano) y no dispone de una infraestructura médica de primer orden. Por lo cual, es relevante que, luego de aprobarse la ley de dióxido de cloro, los casos de COVID en Bolivia se desplomaron rápidamente mientras que en el resto del mundo—incluyendo los países ricos de Occidente—surgieron de nuevo los casos en los últimos meses de 2020.

¿Es un dato concluyente? No. Hace falta más información. Los datos bolivianos pudieran reflejar una coincidencia. Quizá alguna otra peculiaridad boliviana haya intervenido al mismo tiempo para producir esa curva. O pudiera ser un efecto placebo. Empero, es notable que ningún otro país en el continente americano hizo bajar sus casos de COVID a esta velocidad. Y los datos bolivianos vienen del ministerio boliviano de salud, mismo que durante este periodo se oponía a la ley de dióxido de cloro, o sea que un sesgo a favor de este resultado no ensucia los datos.

El reportaje de los grandes medios sobre Bolivia es difícil de explicar. Ahí está por ejemplo (caso perfectamente representativo) de Business Insider.

Luego de las elecciones, que hicieron subir al poder a un nuevo gobierno, con un nuevo ministro de salud que recomienda el dióxido de cloro, Business Insider publicó el 1 de diciembre el siguiente encabezado: “El nuevo gobierno de Bolivia alienta a la gente a consumir blanqueador tóxico como cura para el COVID-19.” Blanqueador tóxico. Otra vez esto.

En ninguna parte del artículo se menciona que el dióxido de cloro se usa de forma rutinaria y segura para purificar agua municipal. Tampoco menciona que los casos de COVID se desplomaron en Bolivia luego de comenzar el uso extendido de dióxido de cloro. Son omisiones muy extrañas. Especialmente considerando que, cuando Business Insider publicó aquel artículo, los datos de COVID en Bolivia se veían así (fuente: worldometers):

Gráfica Business Insider

¿Y qué puede decirnos Business Insider sobre los efectos supuestamente devastadores de este “blanqueador tóxico”? Nada. ¿Por qué? ¿Acaso no hay nada que reportar? Lo único que mencionan es un artículo que publicaron ellos mismos en el lejano septiembre, donde reportaban tan sólo una presunta muerte boliviana por ingestión de este “blanqueador tóxico.” Un país entero; una presunta muerte.

Pero seamos justos: el artículo de septiembre sí decía que Business Insider había visto una “nota urgente” que “habían compartido doctores bolivianos encarados con un surgimiento de pacientes que dañaron sus cuerpos” con dióxido de cloro. Y eso suena a cosa seria. Pero a diferencia de los líderes de la COMUSAV, quienes, si bien se arriesgan a la sanción (o peor) de las autoridades, se identifican por nombre y están públicamente disponibles para entrevistas, los doctores bolivianos que supuestamente hablaron con Business Insider “pidieron se respetara su anonimidad.” Lo cual es raro porque, en aquel momento, su posición en contra del dióxido de cloro era apoyada por el ministerio de salud boliviano. ¿De qué se preocupaban? En todo caso, ni yo ni nadie puede contrainterrogar a estos presuntos doctores sobre el presunto “surgimiento” de cuerpos dañados.

Es cierto, empero, como sin duda señalarán los detractores del dióxido de cloro, que los casos COVID en Bolivia se levantaron en diciembre a los niveles del verano, y más alto aún. Y eso no pinta bien para el dióxido de cloro. Le pregunté al Dr. Pedro Chávez Zavala sobre esto, pues está en contacto íntimo con las autoridades bolivianas. Según él, los bolivianos se confiaron porque, viendo la situación mejorar tanto, imaginaron que la crisis se había superado y dejaron de tomar dióxido de cloro justo cuando empezaron a congregarse para las fiestas decembrinas—de ahí el surgimiento de casos—.

Sin embargo, es importante señalar, me dice el Dr. Aparicio Alonso, que los pacientes con síntomas serios de COVID continuaron recibiendo tratamiento de dióxido de cloro, y esto, en su opinión, es lo que explica que los fallecimientos por COVID se hayan mantenido bajos. En las dos gráficas que siguen (fuente: worldometers) puede apreciarse que, si bien los casos de contagio subieron muchísimo a partir de diciembre, las muertes durante este segundo surgimiento han sido una fracción de las muertes veraniegas.

Gráfica Business Insider
Gráfica Business Insider

La COMUSAV está ahora mismo organizando entrenamiento extensivo para la infraestructura de salud de los militares bolivianos—e incluso para todo el cuerpo militar—. La universidad militar se está encargando de producir el dióxido de cloro para los bolivianos. Y los militares, y la policía, se hacen cargo de su distribución nacional con la creación de brigadas de salud que viajan a todas las comunidades. En consecuencia, la COMUSAV espera que los casos de COVID bolivianos se desplomen nuevamente durante el mes de febrero.

Estemos atentos.

¿Qué concluyo?

Comencé esta investigación muy escéptico sobre el dióxido de cloro, y muy aprehensivo por los reportes mediáticos como para darle una probada. Ahora pienso que el sesgo oficial en contra del dióxido de cloro es una desinformación: el tratamiento de baja concentración que recomienda la COMUSAV ha sido falsamente representado como una dosis alta comparable con las concentraciones que requiere un blanqueador industrial. Aun si resultase que el dióxido de cloro en baja concentración no ayuda con el COVID, no creo que sea un peligro para la salud humana.

Será interesante ver cómo reaccionan a este artículo algunos doctores, entre quienes están mis amigos y alumnos, pues han venido advirtiendo en contra del dióxido de cloro. Creo que mis amigos hacen esto con total honestidad. ¿Pero acaso lo harán equivocados? Quizá hayan sido influenciados en demasía, por un lado, por los asertos oficiales de los ministerios de salud (mismos que citan por reflejo), y quizá los hayan impresionado demasiado, por otro lado, los pacientes que, luego de automedicarse, presentaron problemas.

Comparto, como nota personal, que conozco mucha gente que sigue las recomendaciones de la COMUSAV y ha estado tomando CDS por un tiempo; no han contraído COVID ni experimentado efectos secundarios adversos. También conozco gente, incluyendo miembros de mi familia extendida, que dieron positivo para COVID con síntomas serios y que afirman haberse curado muy rápido (tres días) tomando CDS, por contraste con quienes no lo toman.

¿Acaso es el CDS la solución? No lo sé. No puedo dar una conclusión definitiva. Pero este clavado en el tema me ha convencido de que el CDS debe ser urgente y masivamente investigado. Por lo menos algo de recursos debiera destinarse a esto, en vez de demonizar la sustancia. Y en lugar de prohibirla, debiera estar regulada para darle al público certeza de lo que consume, mientras que los doctores debieran legalmente poder administrarla a los pacientes que dan su consentimiento, porque en la dosis recomendada por la COMUSAV, no parece ser tóxico. No veo problema con que pacientes afectados por COVID lo ensayen como tratamiento, o que la población general—o por lo menos los familiares de los afectados—lo tomen de forma preventiva (pero claro, bajo supervisión médica).

Esta postura me parece responsable y ética, congruente con la Declaración de Helsinki de la Asociación Médica Mundial:

“En el tratamiento de un paciente, cuando no existan intervenciones probadas o que hayan sido efectivas, el médico, luego de buscar asesoría experta, y con el consentimiento informado del paciente o de un representante legalmente autorizado, podrá utilizar alguna intervención no probada si en el juicio del médico ofrece alguna esperanza de salvar la vida, restablecer la salud, o aliviar el sufrimiento. Donde sea posible, dicha intervención debe ser objeto de una investigación, diseñada para evaluar su eficacia y seguridad. En todos los casos, las nuevas informaciones deben ser registradas y, siempre que sea oportuno, de conocimiento público.”

La COMUSAV ha invocado explícitamente la Declaración de Helsinki. Obtienen consentimiento informado por escrito de todos los pacientes que reciben dióxido de cloro, y están, dicen, investigando y recopilando registros cuidadosos. Estos datos figurarán en los artículos que preparan para publicación en las revistas científicas.

Pero si los esfuerzos de la COMUSAV, apegándose a la Declaración de Helsinki de la Asociación Médica Mundial, son éticos y responsables, queda una pregunta. ¿Por qué hemos visto a las burocracias de salud, por un lado, tan fanáticamente optimistas sobre las vacunas nuevas—hechas, éstas, con una metodología enteramente nueva, desarrolladas en un abrir y cerrar de ojos y costando una fortuna—mientras que, por el otro lado, están muy paranoicos con el dióxido de cloro, que es bastante seguro y además muy barato?

Posdata: ¿Y la ivermectina?

Muchos médicos de la COMUSAV, entre ellos Manuel Aparicio Alonso, recetan también ivermectina, un medicamento muy conocido para combatir parásitos. Arde también una controversia sobre la ivermectina, pero por lo menos sobre esta cuestión sí se han aprobado estudios para evaluar su efectividad contra el COVID, y la evidencia parece indicar que es efectiva.


[1] Lubbers  JR  &  Bianchine  JR. Effects  of  the  acute  rising  dose  administration  of  chlorine dioxide, chlorate and chlorite to normal healthy adult male volunteers. J Environ Pathol Toxicol 5(4-5):215-228, 1984.

Lubbers JR et al. Controlled clinical evaluations of chlorine dioxide, chlorite and chlorate in man. Environmental Health Perspectives. Vol. 46, pp.57-62, 1982.

Lubbers JR et al. Controlled clinical evaluations of chlorine dioxide, chlorite and chlorate in man. Environmental Health Perspectives. Vol. 46, pp.57-62, 1982.

Lubbers JR et al. The  effects  of  chronic  administration  of  chlorine  dioxide,  chlorite  and chlorate  to  normal  healthy  adult  male  volunteers. J  Environ  Pathol  Toxicol  Oncol 54(5):229-238, 1984a.

Lubbers JR et al. The effects of chronic administration of chlorite to glucose-6-phosphate dehydrogenasedeficient healthy adult male volunteers. J Environ Pathol Toxicol Oncol 5-4(5):239-242, 1984b.


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¿Nos ha vuelto racistas la izquierda?

Lectura: 20 minutos

(Para mi sobrina, M.H.H. Aquí empieza el diálogo entre las generaciones.)


Estamos frente a diversos escenarios que terminan
todos en alguna forma de guerra civil.

Bret Weinstein (min. 01:37).

Nuestro mañana es el hijo de nuestro hoy.
…Pensemos en ello… más vale hacer de él algo bueno.
De cualquier hijo.

Octavia Butler.

¿Cómo saber cuándo ha ido demasiado lejos la derecha? Es fácil, dice Jordan Peterson:

“Con los derechistas lo ves claro, hombre. … Afirman alguna superioridad étnica o racial, y ahí está el cuadro [dibuja un cuadro en el aire]: Nazi.

La derecha ha ido demasiado lejos al instante que defiende el racismo. Pero “el problema del mentado siglo XX,” dice Peterson, es éste:

“¿Cuándo ha ido demasiado lejos la izquierda? Y la respuesta es: nadie sabe. … Tenemos un problema estructural, aquí: no sabemos cómo encuadrar la patología del lado izquierdo.”

Pero… sí sabemos: campos de reeducación, gulags para disidentes, espionaje Big Brother, en fin, totalitarismo—ésa es la izquierda yendo demasiado lejos. La Unión Soviética, Corea del Norte.

Lo que ha querido decir Peterson es esto: con la izquierda, los síntomas tempranos de algo descarrilado son casi imperceptibles, porque los izquierdistas anuncian metas—‘diversidad,’ ‘inclusividad,’ ‘igualdad,’ ‘justicia social’—cuya resonancia positiva sacude y desdibuja la frontera que separa a la virtud del vicio; la pisamos, seguimos, y ni cuenta nos damos.

Una raya, al menos, pudiera antojarse nítida: la izquierda—como la derecha—irá demasiado lejos tan pronto se torne racista. Pero no. Tampoco esta raya se ve. Pues el antirracismo, para la izquierda, es fuente de identidad y táctica de movilización; en la izquierda, entonces, el racismo es autotraición, inversión orwelliana. Cuando aparece, por consiguiente, no asoma bien la cabeza. Finge, disimula, viste un máscara.

¿Está ocurriendo? Sí.

La política de identidades—discurso dominante de la izquierda anglosajona contemporánea—es anti blancos. El líder en esto, como en tantas cosas, es Estados Unidos. Nos servirá una reflexión sobre la experiencia estadounidense, pues la estamos importando.

Kindness Yoga: la anécdota arquetípica

El protagonista de mi historia inicial es Patrick Harrington. De ver cómo la vanguardia de agravio—que lidera la política de identidades—lo hizo pedazos, querrás imaginarte a un vampiro sádico devorando morenos tullidos transgénero. Adelanto, entonces, que Harrington, un yogui famoso de Denver, gozaba de una reputación impecable, pues era rigurosamente observante con la corrección política. Su negocio, Kindness Yoga (Dulzura Yoga), operaba con donativos voluntarios (para recibir a todos), tenía baños género-neutrales, y ofrecía talleres yoga LGBTQ e inclusive “noches de yoga para gente de color donde se pedía a los ‘amigos blancos y aliados’ que ‘respetaran y no asistieran.’”

Pero Harrington es blanco—y eso, al parecer, no se perdona—.

Kidness Yoga, Patrick Harrington
Patrick Harrington (Fotografía: YogaDownload).

Luego del encierro impuesto del COVID, Harrington se esforzaba por reabrir sus nueve estudios de yoga cuando “agravios denunciados en redes sociales” alegaron que “las voces de las minorías [étnicas] y de los maestros LGBTQ no eran escuchadas” en Kindness Yoga. Dos empleados, Davidia Turner y Jordan Smiley (respectivamente, una mujer negra y una persona transgénero), expresaron al Colorado Sun que el equipo administrativo (blanco) de Kindness “no quería echarle ganas a hacer cambios,” por lo que lideraron una campaña masiva para injuriar a la empresa en Instagram.

¿Cómo respondieron los directivos? Cuando escucharon de los inconformes que la página web de Kindness era “demasiado blanco-céntrica,” invitaron a “gente de color y otras minorías a una sesión de fotografía de varias horas.” ¿Qué? ¡Cortina de humo! Inaceptable: “varios instructores expresaron su indignación y furia.” ¿Pero qué hacemos entonces?, preguntó la directora ejecutiva (una mujer blanca). “No corresponde a los empleados [étnicamente] minoritarios corregir la cultura,” contestó Davidia Turner. Hecho lo cual, recuerda ella, su jefa echó a llorar.

Ocurrió entonces el asunto George Floyd. En Minneapolis (Minnesota, EEUU), un hombre negro, detenido por usar un billete falso (USD $20), murió en súplica por una bocanada de aire con la rodilla de un policía blanco en el cuello, todo grabado en video. Habrá que evaluar los detalles para establecer causalidad, intención, y responsabilidad en su precisión fina, legal, y establecer también si atracos como éste han sido típicos (ver aquí y aquí). Son preguntas de suma importancia. Pero mi tema es la respuesta popular. Ríos enormes, inéditos, de blancos enfurecidos, organizados en su mayor parte por Black Lives Matter (BLM), se vertieron sobre las calles para denunciar, en todos lados, el racismo sistémico antinegros. Se arriesgaron. Recibieron golpes. Y muchos blancos más—cifras inéditas—hicieron la porra.

En este contexto, Davidia Turner y Jordan Smiley renunciaron a sus plazas en protesta por la postura de Kindness Yoga hacia Black Lives Matter. ¡Pero si Kindness apoyó a BLM! Pues sí, explica Turner, pero eso fue “activismo performativo”—para quedar bien, según ella—: Kindness “no hizo lo suficiente.” ¿Y qué es suficiente? No dice.

Indignada, Turner movilizó a sus 4,520 seguidores en Instagram en contra de Kindness y otros estudios de yoga con propietarios blancos. Publicó el correo electrónico y el teléfono de Patrick Harrington “y pidió a la gente no solo que exigieran de Harrington ‘reparaciones’ para sus maestros minoritarios, sino que cancelaran sus membrecías.”

Llovieron cancelaciones; Kindness quebró.

¿Le satisfizo a Turner? No. Indignada y transportada de ira todavía, posteó un video “despotricando contra las lágrimas de la directora ejecutiva y la ‘tristeza’ expresada por Harrington ante su renuncia.” Pues “‘enfurece que hayan blandido tristeza y lágrimas como armas,’” explicó Turner en su video viral. Aquello, dijo, “‘es una de las astucias más arteras del supremacismo blanco y de la blancura.’”

Pero si bien Turner y Smiley deberán soportar el peso opresivo de la tristeza blanca, las lágrimas blancas, y la … blancura (¡?), han podido rescatar algo, cuando menos: ambos abrieron estudios de yoga para anteriores miembros de Kindness que coinciden con ellos.

Yoga, Patrick Harrington

Que no son todos—ojo—. Otros maestros de Kindness, “y estos incluyen gente de color y uno que se identifica como LGBTQ,” estaban “en shock y con el corazón roto de ver cerrar el negocio.” ¿Racismo? ¿Cuál racismo? “ ‘Siendo que soy una persona negra, me he venido preguntando esto los últimos días: ¿Cómo es que nunca lo sentí?,’ ” dice Sam Abraham. Él y otros lamentan ese “juicio por Instagram.” ¿No hubiera sido mejor dialogar con Harrington? Los agraviados eran tan solo “un puñado de maestros.”

Nunca falta. Un puñado ruidoso, ostentándose vocero de la mayoría, nos convence de que en realidad la representa. Entonces, intimidados, ya no nos oponemos. A esto le llaman ignorancia pluralística. Dicho fenómeno, bien documentado en la psicología, subyace el conocido efecto espectador de la mayoría silenciosa que allana el descenso de una sociedad a la locura. Sucedió en el Tercer Reich. Sucedió en la Unión Soviética. Está sucediendo ahora.

Sobra decir…—no, me corrijo: aquí no sobra ya nada—. Es obligado precisar que el racismo sistémico antinegros por supuesto existe y hemos todos juntos de combatirlo (regresaré a este punto al final). ¿Pero acaso Harrington era el enemigo? ¿Qué beneficio aportó demoler Kindness Yoga? Harrington mismo se lo pregunta—pero con cautela, pues asimila ya su indefensión aprendida: haga lo que haga, tendrá que pedir perdón—.

“‘Estoy aprendiendo a hablar de una forma más incluyente y apreciativa de la diversidad,’ ” dijo [Harrington] al Colorado Sun.(…) ‘¿Acaso ganó algo nuestra comunidad en Denver cuando Kindness Yoga cerró sus puertas? … Estoy luchando por entender cuál es el beneficio de este desenlace para la gente blanca, la gente de color, la gente LGBTQ. No veo el beneficio en tirarnos de esta forma.’ Luego de un silencio, añade: ‘Pudiera ser que mi privilegio [blanco] me ha cegado. Estoy tratando de aprender.’”

Ojo: esta anécdota es instructiva por arquetípica; es ejemplar, no especial. Se repiten escenas como ésta por todo Estados Unidos. Es de interés general, por ende, dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo pudo una movilización social destruir a este hombre, aliado ideológico de quienes lo arruinaron, por el pecado único de ser blanco? ¿Qué demonios está sucediendo en Estados Unidos?

Es menester entender, en su expresión gramática, la política de identidades que ha venido impulsando la izquierda política occidental. Eso mismo explicaré. Me andaré con cuidado, que el terreno está minado. Lo primero: dejarte claro quién te escribe.

woke and racist
Imagen tomada de newswars.com.

Declaraciones y definiciones

Hago tres declaraciones sobre mi relación con la política de identidades en su versión anglosajona.

Primero, soy antropólogo evolutivo y sociocultural, interesado en las sociedades occidentales más avanzadas: educadas, industrializadas, ricas, y democráticas—WEIRD societies, como ahora las llaman, luego de que Joe Henrich, quien compartiera conmigo las aventuras del doctorado, acuñara dicho acrónimo (WEIRD: Western, Educated, Industrialized, Rich, and Democratic). Es inusual pues soy mexicano, escribiendo desde México: la periferia occidental estudiando al centro. Para dicha tarea, me asisten 17 años de experiencia etnográfica participante-observador en EEUU, en la ecología misma que parió y desarrolló a la política de identidades: la universidad.

Segundo, mi trabajo reciente tiene su raíz en el análisis de discurso, una de las vertientes académicas que dieron lugar a la política de identidades (tres ejemplos: 1, 2, y 3).

Tercero, desde las perspectivas evolutiva y cognitiva, he buscado desarrollar mejores herramientas científicas para investigar el racismo. Sobre el racismo antinegros, en específico, he estudiado: 1) los esfuerzos por revivirlo en los medios y el mundo académico; 2) las políticas eugenistas (proto nazis) en torno a los exámenes de IQ; y 3) el racismo de los Padres Fundadores, esclavistas, de EEUU. (Ver aquí y aquí.)

Por favor nadie me malentienda: en absoluto digo lo anterior para compartir mis credenciales de woke, como se dicen ahora los izquierdistas presuntamente ‘despiertos.’ Mi razón es antípoda. Busco asentar lo siguiente: cuestionar la ideología woke no me vuelve racista sino todo lo contrario. Los woke no tienen problema en perseguir a los blancos; yo deploro el racismo contra quien sea.

Ahora bien, en materia de definiciones, requerimos tres: para gramática, prejuicio, y racismo.

Una gramática obvia es la del castellano, que nos obliga a ordenar las palabras, ‘correctamente’, según sus reglas. Pero hay reglas gramaticales más allá del habla. Las seguimos al sentarnos a comer, al ir al baño, en saludos y despedidas, acudiendo a un concierto, comprando algo en el supermercado (y un largo etcétera). En cada comunidad local, ligado a la identidad que la marca, emerge, para cada categoría de comportamiento, un sistema de reglas—a menudo totalmente implícitas—que, funcionalmente articuladas, ordenan la expresión ‘correcta.’

Nuestra propia maestría con estas reglas nos las oculta. Nuestra conducta es fácil, intuitiva, como hace un pez en aguas que no logra ver, pues todo lo envuelven. Por eso, mucho antes de conocer—y por primera vez percibir—la gramática castellana en la escuela, ya la hablábamos. Igual de invisible, mientras no se estudie, es la gramática de un discurso ideológico, aquel que ordena asertos y juicios, y sus combinaciones.

racismo Estados Unidos
Imagen: Healthline.

La crianza es gramatical y eso tiene una consecuencia. Luego de ser alineados desde niños con reprimendas y castigos, en nuestra mirada intuitiva la conducta extranjera nos parece ‘incorrecta.’ El extranjero no tiene la culpa—no ha hecho sino internalizar la gramática de su sociedad—. Pero cuesta trabajo ver eso. A dicha dificultad, en el lenguaje técnico del antropólogo, la llamamos etnocentrismo. Quiere decir prejuicio.

La cosa es vieja. En la antigüedad clásica, Herodoto, primer antropólogo, lo dijo así:

“… si uno pidiera a los hombres escoger, de entre todas las costumbres del mundo, aquellas que consideran mejores, examinarían el conjunto entero y terminarían por preferir las suyas; pues muy convencidos están de que sus usos son superiores a todos los demás.” (Histories 3.38)

Lo propio, es propio.

Pero no es mera preferencia. Mucha investigación, incluyendo la mía (véase aquí y aquí), sugiere que nuestra psicología evolutiva nos sesga la percepción: las culturas nos parecen (incorrectamente) poblaciones biológicas con fronteras claras marcadas por rasgos físicos. La mente intuitiva quiere ‘ver’ razas.

Dichos sesgos nos vuelven presa fácil para emprendedores políticos que nos venden conflicto existencial entre los ‘buenos y/o superiores por naturaleza’ (nosotros) y los ‘malos y/o inferiores por naturaleza’ (otros). Uniendo así el orgullo al prejuicio, se cuece el racismo.

La naturaleza, empero, no es destino; emprendedores políticos de cepa distinta a veces sacan delantera. El indígena oaxaqueño Benito Juárez, el presidente más admirado de la historia mexicana, famosamente dijo: “El respeto al derecho ajeno es la paz.” Aplicando ese principio, Martin Luther King, descendido de esclavos afroamericanos, desacopló el orgullo del prejuicio, heredándonos consciencia—tolerancia—.

Pero … ¿se estará evaporando ya? Pienso que sí.

perspectiva racismo, blanco y negro
Imagen: CNN español.

En 2020, ¿cómo es Estados Unidos? ¿Tolerante o racista?

En este año inolvidable, hemos visto protestas gigantes, inéditas, contra el racismo sistémico antinegros. Pero si el racismo es un problema tan grave, como indicarían las protestas, ¿cómo es que vemos muchedumbres blancas, igualmente inéditas, entre protestantes y porristas? ¿Paradoja?

Puede explicarse. La política de identidades en EEUU opera sobre una gramática que resumo en tres amplias jugadas. Primero, rebajas a los blancos por su piel. Segundo, los fuerzas a emitir, para redimir dicha piel, señales de virtud woke. Tercero, hagan lo que hagan, les niegas la redención. (Véase el caso Harrington.)

Corriendo varias décadas de este juego, tenemos ya muchos blancos bien socializados, urgidos de redimirse. Necesitan—por gramática—que los vean protestando el racismo antinegros. Pero no se contabiliza su presencia en las calles; no cuenta para decir que el racismo antinegros haya sido superado, o que esté en vías, por lo menos, de trascenderse. Primero, porque las protestas son ostensiblemente contra el Estado. Y segundo, porque ni esto ni nada—según esta gramática—podrá jamás redimir la piel blanca.

Pero eso mismo—en sí—es racismo.

Como dice Coleman Hughes, si no hemos de repudiar todo lo enseñado por el Movimiento de Derechos Civiles y por Martin Luther King—a saber, que el color de tu piel no expresa tu valor—habremos entonces de confesar que quien exija al blanco redimir su piel, y luego (¡para colmo!) desaire su esfuerzo por redimirla, será un racista al cuadrado. Y un agricultor del racismo, pues cosecha con ello que algunos blancos se entreguen, derrotados, al auto odio, y que otros, igualmente derrotados, se dejen seducir por la extrema derecha, gravitando hacia el supremacismo blanco.

Peligro. Esto es una emergencia social. Hay mucho que hacer. Y lo primero es entender.

Existe ya buen trabajo (dos ejemplos: 1 y 2) trazando los problemas lógicos y morales de la política de identidades a sus raíces académicas (marxismo, posestructuralismo, deconstruccionismo, posmodernismo, feminismo cuarta ola, teoría crítica de justicia social, teoría crítica de raza, teoría de interseccionalidad, etc.). Pero ¿de qué nos sirve? La gramática de identidades ha escapado ya su jaula académica para empapar toda la cultura, poseyendo a la gente de a pie sin que lo entiendan, ordenando ideas y comportamientos. Entonces, lo que urge es un asidero antropológico: mejor teoría sobre cómo diversas fuerzas selectivas, operando en la cultura en escalas históricas, articulan y editan nuestras gramáticas funcionales, para luego aplicar ese conocimiento al proceso literalmente pedestre y contestar: ¿cómo se juega, con la gente de a pie, esta gramática de identidades?

A continuación, una primera aproximación.

Fotografìa: Buenos dìas Nebraska.

La gramática de identidades—erigida sobre la ‘culpa blanca’—

Érase una vez en EEUU que la Segunda Guerra Mundial se hacía borrosa, ya, en el espejo retrovisor, y la izquierda marxista pudo ver muy nítido, en cambio, el problema estructural que tenía por delante: el progreso económico de las clases trabajadoras, levantadas por la economía de mercado, eliminaba las condiciones objetivas para una sabrosa lucha de clases. Así lo plasmó Tom Wolfe:

“… El término ‘clase trabajadora’ se dejaba de usar en Estados Unidos, y ‘proletariado’ era tan obsoleto ya que solo unos cuantos marxistas amargados con pelo de alambre asomando de las orejas lo conocían. La vida de un electricista, mecánico de acondicionadores, o reparador de alarmas hubiese hecho pestañear al Rey Sol [Luis XIV]. Pasaba sus vacaciones en Puerto Vallarta, Barbados, o St. Kitts. Antes de la cena estaría en la terraza de un hotel con su tercera esposa, abriendo su guayabera para dejar centellear las cadenas de oro en su greña pectoral. Se habrían pedido un agua mineral de Quibel, del Estado de West Virginia, porque las europeas de Perrier y San Pellegrino, antes muy favorecidas, las sentían ahora un tanto corrientes… Consumaban así los sueños de… [los] utopistas socialistas del siglo XIX, del día en que el trabajador común tendría las libertades políticas y personales, el tiempo libre, y los medios para expresase como quisiera, haciendo florecer todo su potencial…”

¿Qué hacer entonces con el marxismo? ¿Enterrarlo? ¿Y de qué come entonces un marxista? No. Había que descubrir una nueva opresión; politizar—vestir de víctima—otras identidades sociales, clamar por justicia, y reanudar el conflicto. Entró en escena, entonces, a finales de los años 1960, la Nueva Izquierda.

En su presentación mediática, la nueva estrategia tomó al principio una forma engañosamente benigna: multiculturalismo. Esto vino a reemplazar el anterior ideal gringo—desconocido ahora, quizá, por las nuevas generaciones—que pedía estrechar lazos allende fronteras nacionales, étnicas, y raciales para confundirse en la fundidora (melting pot) y verter para todos una identidad nueva. No, no, no, eso no, dijeron ahora. ¡Semejante error! Dicha fusión, insistieron, no es esperanzadora sino opresiva, pues aplasta la diversidad, el principio más importante. Había que proliferar y nutrir todas las identidades, todas preciosas, orgullosas, en respeto y tolerancia.

Eso de respeto y tolerancia sonaba bien—buena mercadotecnia—. Pero lo que hacían en la universidad estos emprendedores de Nueva Izquierda era envolver las identidades tribales de sus alumnos en paños de agravio histórico, haciendo hervir resentimientos y denuncias: aquellos conatos de conflicto que precisaban los marxistas.

Cabe aquí la siguiente pregunta: Siendo que los rectores sirven a los trustees, representantes de los grandes intereses capitalistas en la universidad, ¿por qué tanto apoyo para estos emprendedores marxistas? Un misterio. Pero con el poder que adquirieron, dichos marxistas proliferaron ‘estudios de agravio’ (grievance studies) en las ciencias sociales y humanidades, y luego licenciaturas, maestrías, y doctorados, anclados todos en el ‘defensismo vengativo’ (vindictive protectiviness), como lo llaman Lukianoff & Haidt. O quizá quede mejor ‘victimismo agresivo,’ pues sus promotores querían una paradoja: convertir el grito de ‘¡Soy víctima!’ en un arma temible y poderosa.

Pero ¿eso funciona? Sí, porque la revolución de Martin Luther King había operado un cambio profundo en muchos estadounidenses; ansiosos ahora de comunicar su nueva tolerancia y redimirse con reparaciones simbólicas, estaban muy receptivos al reclamo de quien se ostenta víctima. Esta nueva ecología emocional exhibía, en sus superficies, los brotes y valles justos para la adhesión del virus ideológico de Nueva Izquierda. Y fue así—aprovechando las buenas intenciones—como invadió al cuerpo social la nueva gramática.

Opera de la siguiente manera.

Karl Marx
Fotografía: Peter Schalchli (Dialektika).

Primero, sustituimos lucha de clases con conflicto racial. El término ‘gente de color’ (people of color), que alguna vez quiso decir ‘negros,’ se redefine para excluir y aislar a los blancos, agrupando a todos menos a ellos, declarando así dos ‘clases’: oprimido (de color) y opresor (blanco).

No estamos hablando, ojo, del blanco que pone su dedo en el botón nuclear, sino de cualquier blanco de a pie, aunque no tenga un peso, aunque no haya vulnerado jamás a persona alguna, aunque quiera ser amigo y se declare antirracista y apoye las protestas. Aunque se llame Patrick Harrington y ponga baños género-neutrales y promueva dulzura. No importa. Será Señor del Patriarcado pues su piel es ‘privilegio’ y eso lo condena.

Dicha condena, bien asimilada por el blanco tolerante de a pie, es su ‘culpa blanca’ (white guilt), que busca redimir con intención sincera. Pero ¿quién habrá de poner manos sobre su cabeza y pronunciar el fallo? Dan paso adelante los voceros autodesignados: la vanguardia de agravio. Es aquí, en esta relación, donde el penitente blanco otorga al activista woke un poder social de absolución, que se articula el eslabón clave de la gramática funcional de identidades.

Y empieza el abuso.

Inicia un proceso ostensiblemente benigno: reformas al habla para evitar una posible ofensa (corrección política). Pero este nuevo marxismo que nos expropia el habla no descansa, mutando a diario las reglas para tropezar al blanco en pos de redención. Lo acostumbran a estar siempre mal, a siempre pedir perdón, a una perpetua expiación.

Pronto, buscará un refugio.

¿Con qué abrigarse? Con alguna nueva definición de víctima, si puede. Pues en este juego el poder emana, paradójicamente, de tu presunta subyugación y el decibel de tu denuncia. Floreciendo a diestra y siniestra nuevas categorías de víctima, las demandas de reparación simbólica se multiplican, acentúan, combinan, y enfrentan: interseccionalidad.

Otro recurso es el de varias celebridades: responden o se adelantan a la denuncia, acusándose a sí mismos cual histriónicos flagelantes, confesando en público pecados anteriores y actitudes ‘incorrectas’ todavía por expurgar.

Pero el mejor refugio será unirse a la vanguardia de agravio: ser guerrero de justicia social (social justice warrior), profesionalmente ofendido, denunciando racismo a diestra y siniestra. Ante tal ferocidad, ¿quién osará acusarlo?

Se ofende, primero, para brillar; y después, para sobrevivir, pues regresa la sospecha para quien se ofenda un tanto menos. Se produce, en efecto, una ‘carrera armamentista’ en cuya escalación perpetua los activistas, un ojo al gato y otro al garabato, pronto agotan las jugadas obvias y se ven forzados a buscar nuevas fronteras de resentimiento y agravio: micro agresiones. ¿Qué son? Lo que imperiosamente alegue un propenso a ofenderse que esté ofensivamente implícito, por remoto que parezca, en lo dicho.

ignoring racism
Imagen: NBC News.

Y llegamos al absurdo: pues a menudo ya no saben, bien a bien, ni por qué se ofenden. Pero entienden—eso sí—que es imperativo siempre ofenderse de algo.

No apareció de la nada, ni fue inmediato—esto lleva décadas armándose—. Los antropólogos veteranos, todavía científicos, lo vimos crecer y denunciamos asombrados, impotentes, cómo el marxismo expropiaba a la ciencia social para crear conflicto. Nuestros jóvenes no vieron nada. Son jóvenes: nacieron ayer, en un mundo empapado ya de esta gramática que absorbieron como hacen con el lenguaje y que hablan con igual maestría. Pero si bien expertos en su aplicación intuitiva, son ajenos al poder que tiene esta gramática para ordenar sus pensamientos y valores, pues su propia maestría, como dijimos, se los oculta. Así, con total naturalidad, se cultiva el etnocentrismo, que en esta versión es contra sus papás, extranjeros de un país atávico lleno de viejos tercos cuyos pensamientos y valores ‘incorrectos’ entorpecen el amanecer de un nuevo orden moral.

Hay que ponerle atención a esto: los chavos quieren hacer el bien. Quieren emanciparse de sus papás y avanzar el progreso moral. Como hicimos nosotros. Como hicieron nuestros papás. ¡Y nuestros abuelos! Y seguro sí tienen cosas que enseñarnos. Pero una gramática torcida pavimenta, con las buenas intenciones, el camino al infierno. Pues aquí, quien no se cuadre—y totalmente—será ‘enemigo,’ y además malvado (presunto racista). No cabe, en esta lógica, tregua, negociación, o diálogo. Sólo cabe la denuncia.

Y eso tiene su consecuencia. Pues quien supone racismo en todos lados, en todos lados se lo encuentra, y así, los activistas woke terminan por devorarse, inclusive, unos a otros. Ya nadie sabe—ni la vanguardia de agravio—qué es ‘correcto.’ Ya todos temen hablar, pues todo se denuncia.

(Cualquier parecido con el totalitarismo comunista o fascista es mera coincidencia.)

Los más movilizados imaginan que liderar la denuncia los hace fuertes. Pero esto es un timo. Pues deben primero—por gramática—definirse ‘víctimas,’ y eso los debilita. Todos lo sabemos: si el bebé da un simple sentón, déjalo y se levanta sin drama; pero corre histérico a consolarlo y enseguida llora. ¿Quieres cosechar berrinches? Haz siempre lo último.

Así—precisamente así—es como infantilizan los administradores universitarios a sus alumnos. Son ‘mamá helicóptero’ y corren al menor suspiro woke a publicar disculpas y estándares, creando ‘espacios seguros’ para mimar a las víctimas vocacionales, ‘oprimidas’ por la expresión de una simple idea. Y censuran y despiden profesores en la esperanza de emitir una señal virtuosa que baste para ahuyentar la furia de masas. Porque están duros los berrinches… No han faltado, inclusive, brotes de violencia física (ver aquí y aquí) para barrer del campus cualquier expresión que pudiera contrariar el dogma de agravio, siempre en evolución: cancel culture.

Esto es bullying.

Todo ser humano en franco desvío de una gramática establecida es fácilmente avergonzado y presionado. Pero especialmente ahora. Pues las redes sociales, en los últimos quince años, han azotado de un palmazo, hasta el cero, el costo de acosar e intimidar en masa a un semejante. Y así la política de identidades, en este periodo, cual universo que estalla de su punto singular, se ha tragado entero a nuestro vecino del norte.

Locura.

Y digo bien. Pues empujada hasta su límite, la política de identidades termina por explicitar—ya sin vergüenza—el significado meta de su gramática funcional:

“Estoy diciendo que … todos los blancos son racistas.”

¿Que qué? Así, tal cual. La cita es de Robin DiAngelo, de su bestseller White Fragility (Fragilidad Blanca). ¿Y en qué radica dicha “fragilidad blanca”? En la dificultad que tienen los blancos de aceptar que “la blancura” (así se expresa ella) es algo malo, intrínsicamente racista. Hemos visto arriba el efecto de esta teoría, pues Davidia Turner, quien destruyera a Patrick Harrington, ha podido ver, en la tristeza y lágrimas de un blanco, un arma racista de “la blancura” (así se expresa también).

Robin DiAngelo

Y es que DiAngelo es muy influyente. Instituciones varias la contratan para que entrene a sus empleados a ver el mundo así. Y le pagan sumas exorbitantes. Con 7 horas de trabajo supera “el ingreso medio anual de las familias negras” (y una llamada telefónica te la cobra en USD $320 la hora). Semejante lucro no es ajeno al color de su piel: blanca. Vaya privilegio. Entre sus clientes están Amazon, la Fundación Bill & Melinda Gates, el Hollywood Writer’s Guild, la YMCA, las escuelas públicas de Seattle, y la ciudad de Oakland, por nombrar algunos.

Pero no estamos perdidos—no todavía—.

Cierto, en la página de Amazon el 76% de las reseñas otorgan cinco estrellas al libro de DiAngelo. Pero miremos más de cerca. Amazon también permite a los usuarios calificar esas reseñas. La mejor calificada es un ataque contra el libro que lo batea con una estrella. Y los usuarios prefieren dicho ataque—4 contra 1—a cualquier reseña adulatoria de cinco estrellas. Las reseñas mejor calificadas son todas ataques de una sola estrella.

Amazon también permite que los usuarios se comuniquen poniendo comentarios debajo de las reseñas. Las reseñas de cinco estrellas desbordan de comentarios negativos de gente que lo dice bien clarito: este libro vende racismo antiblancos y es una traición al legado de Martin Luther King.

La política de identidades, parece ser, apalanca la ignorancia pluralística: la mayoría de los estadounidenses no están (todavía) de acuerdo con ella, pero no saben que son una mayoría silenciosa.

¡Párense! ¡Levanten la voz! ¡Que los cuenten!

Porque si esta gramática convence a los blancos de que no hay redención, habrá más auto odio, por un lado, y más debilidad por el supremacismo blanco, por el otro. Los dos extremos, izquierda y derecha, se alimentarán mutuamente y engullirán el espació intermedio. Será una elección entre dos totalitarismos, cada cual racista.

¿Viene una guerra civil?

Me tomo esta pregunta en serio porque lo está prediciendo Bret Weinstein, un teórico evolutivo brillante, autor del reserve-capacity hypothesis, que se ha convertido en profeta de nuestro cambio cultural. Sí es muy listo pero también es cierto que lo ve todo muy de cerca, pues él protagonizó el punto de inflexión de 2017. Las cosas venían rápido ya, pero ese año, alrededor de él, se aceleraron que da vértigo.

Bret Weinstein
Bret Weinstein (Fotografía: Epiphany a Week).

El profesor Weinstein, quien años atrás defendió heroicamente, en sus días de universitario, a las estudiantes negras abusadas por bullies blancos de las fraternidades de UPENN, y cuya piel resulta ser blanca, fue acusado por los activistas woke de Evergreen College, donde enseñaba, de ser un nazi (Weinstein es judío), amenazado con violencia, y luego corrido de la escuela (con la cooperación tácita del rector). Todo porque no estuvo de acuerdo con el Día de Ausencia.

El Día de Ausencia: una presunta celebración de la diversidad donde los “alumnos, empleados, y profesores blancos [fueron] invitados a irse del campus y no participar en las actividades del día.” Eso, señaló Weinstein, es racismo antiblancos. Pero no puedes decirle eso a los guerreros de justicia social, porque estamos en plena inversión orwelliana.

La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, los racistas son antirracistas…

Weinstein nos advirtió que su experiencia pronto sería normal, que se venía una ola de esto. Tuvo razón. Ahí está Patrick Harrington. Y muchos otros. Debimos haberle escuchado. Ahora está diciendo que se viene una guerra civil. O quizá no, dice, pero “Desconozco el nombre de la fuerza que la estorbaría.”

En el clima presente, con violencia callejera en varias ciudades estadounidenses y la policía en retirada, no es precisamente impensable que un día, en algún lugar, algún blanco claramente inocente será muerto, sin ambages, por ser blanco. Y entonces, ¿qué? ¿Cómo reaccionarán los verdaderos supremacistas blancos? ¿Y cómo reaccionarán las masas de Black Lives Matter? Me pongo a temblar.

“Nuestro mañana es el hijo de nuestro hoy,” escribió Octavia Butler, otro profeta. Hemos de trabajar hoy—urgentemente—para que los estadounidenses no se maten unos a otros. Ni tampoco nosotros, que importamos todas sus modas. Ésta es, ahora, nuestra más alta responsabilidad moral. Enseñemos Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz.”

Hela ahí: la fuerza que estorbaría a una guerra civil.

Urge canalizar el antirracismo de izquierda en una dirección productiva

El racismo sistémico antinegros sí existe. Como bien dice Bret Weinstein (min. 13:40):

“Sabes, en las comunidades negras hay una percepción [del sistema]: ‘está sesgado específicamente en nuestra contra.’ ¿Y sabes qué? Sí lo está. Pero … no es porque el racismo sea ubicuo, ¿sabes?, dentro de cada cabeza blanca. … [Es] … una propiedad del sistema.”

racismo blancos y negros
Imagen: Cleon Peterson.

Se refiere Weinstein al sistema institucional. Tiene razón. Fue un representante del Estado—y no una turba de linchamiento—quien mató a George Floyd.

¿Y por qué dio lugar una ofensa trivial y no violenta—un billete falso con valor USD $20—a la muerte de este hombre? Porque en EEUU, las relaciones de la policía con los negros están siempre atascadas de tensiones. ¿Y por qué? Porque la guerra contra las drogas ha parido una cultura de violencia en los barrios de las minorías.

¿Y por qué hay guerra contra las drogas? Porque el Estado ha criminalizado la digestión y la respiración.

¿Qué tiene que andar haciendo el Estado diciéndome a mí qué puedo comer o respirar? Es aquí, en este ataque frontal contra la soberanía personal, contra el señorío de mi cuerpo, que el racismo sistémico asoma la cara como política de Estado. Pues dichas políticas afrentan sobre todo contra las minorías.

El régimen de prohibición (ya lo sabemos) en nada reduce la demanda de drogas. Emerge entonces un mercado negro donde los productores y distribuidores ilegales, que no pueden ampararse en el Estado para hacer valer sus contratos, imponen sus términos con violencia desregulada. ¿Dónde? Pues donde los chavos sin mejores opciones, a quienes pueden reclutar, y donde la gente sin recursos privados para autodefensa, a quienes pueden amedrentar, están de oferta: los barrios pobres, abundantemente negros.

Estos barrios, por ende, se infestan de violencia.

¿Cuál es la consecuencia? “La criminalización de la posesión de drogas es, por mucho, el principal motivador de arrestos en Estados Unidos.” Contando nada más los arrestos por posesión para uso, estamos hablando de 1.4 millones de arrestos al año. Y esto le pega sobre todo a los negros, dice la Drug Policy Foundation:

“Es tres veces más probable que un negro sea arrestado por posesión [de drogas] para consumo que un blanco … Y el efecto en cascada para las familias y las comunidades es devastador. … Puede llamarse una forma de opresión sistémica.”

Sí—sí puede—.

En algún momento de su vida, uno de cada tres varones negros irá a prisión (comparado con uno de cada diecisiete varones blancos). Gracias, en parte, a que los negros son excluidos de los jurados, el Estado encarcela adultos negros, per cápita, seis veces más seguido que a los blancos, y los hombres negros reciben condenas bastante más largas por los mismos crímenes. “En algunas ciudades,” escribe Michelle Alexander (p.11) en The New Jim Crow, “más de la mitad de todos los adultos jóvenes negros están bajo control correccional.” Más … de … la … mitad.

Es verdad: la guerra contra las drogas es el nuevo Jim Crow. También es la nueva esclavitud: hay más hombres negros en prisión hoy de los que había esclavizados en 1850.

¿Qué tal eso para indignación y furia? Si vamos a gritar en las calles, gritemos esto, en el Norte y en el Sur: SOMOS CIUDADANOS OCCIDENTALES. NO SOMOS ESCLAVOS. RECHAZAMOS EL RÉGIMEN DE PROHIBICIÓN.

¿Quién habrá de liderarnos?

La libertad de expresión está muriendo; nos urge libertarismo. Es fuerte en el intellectual dark web (‘la red oscura intelectual’), bautizada así por Eric Weinstein, hermano de Bret.

Estos intelectuales Gen X, criados cuando la política de identidades no lo había inundado todo, están abriendo canales de comunicación con los millenials y para abajo. Ahí están con podcasts, conferencias y artículos, y un público enorme: Joe Rogan, Karlyn Borysenko, Sam Harris, Zuby, Douglas Murray, Dave Rubin, Helen Pluckrose, Jordan Peterson, Coleman Hughes, Jonathan Haidt, los dos Weinsteins y muchos otros.

Y estamos tú y yo.

Pues “aquellos a quienes esperábamos,” como dicen los Hopi Elders, “somos nosotros mismos.”

¡Alza tu voz! No importa el color. Regrésate a King.


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Coronavirus: ¿Y la pandemia social?

Lectura: 14 minutos

COVID-19. ¿Pandemia? ¿Histeria? ¿Hay lugar a controversia? Sí…

He respondido al nuevo coronavirus como muchos de ustedes. A ratos con escepticismo. A ratos con miedo. Siempre con frustración. ¿Qué debo pensar? No puedo quedarme callado porque me dedico a investigar controversias, y mis lectores me exigen que abunde sobre ésta. Entonces, despejo mi escritorio y reviso las notas que recibo de amigos y familiares, más volcados sobre las noticias (yo estoy terminando un libro). Y encuentro un hilo digno de jalar. El meollo, he concluido, es decidir cuál de las dos epidemias es la más peligrosa.

Porque hay dos. Una es la epidemia médica: un patógeno brinca por contagio de cuerpo en cuerpo—por ejemplo, al toser—. La otra es la epidemia social, donde una idea brinca por imitación, ‘tosida’ de las bocas, y en conferencias de prensa, y en artículos, y en redes, y se ‘viraliza’, como decimos. En principio, a la epidemia médica la ataja una cuarentena efectiva. Con la epidemia social no hay cuarentena que valga; el único remedio es la razón—la razón vertida sobre el fenómeno mismo del contagio de ideas—.

Razonemos, pues.

El genio decimonónico Gabriel Tarde, pionero de la ciencia social, nos propuso estudiar Las Leyes de la Imitación (1895), título del libro que lo hiciera famoso. Para Tarde—quien fuera, en Francia, director del Instituto de Estadística del Ministerio de Justicia—el comportamiento de una sociedad expresaba la distribución estadística, siempre en evolución, de sus ideas; había, por ende, que investigar las leyes de aquel milagroso contagio—esa “fotografía interespiritual”—que replicaba una idea de mente en mente: el aprendizaje social.

A diferencia de su gran contrincante, Emilio Durkheim, hoy honrado como ‘padre de la sociología’, Gabriel Tarde no hizo escuela. Habría que esperar hasta los 1970 para que surgiera, desde la biología, la idea—esencialmente Tardeana—de tomar la maquinaria matemática de la teoría de juegos evolutiva, creada para estudiar la evolución de genes, y aplicarla al estudio de los ‘memes’, término técnico que nos refiere, en esta literatura, no solamente a las tonterías que compartimos por WhatsApp, sino a todas las ideas, normas, creencias (y un largo etcétera) que a diario transmitimos por ‘contagio social’. Esta nueva ciencia estudia 1) las interacciones selectivas entre genes y memes que fueron formando, en la evolución humana, una psique adaptada para el aprendizaje social; y 2) la forma como dicha psicología tercia la distribución de los ‘memes’ en procesos de escala histórica y política. La llaman ‘teoría de herencia dual’ o ‘coevolución genes-cultura.’.

Ha sido muy influyente en este campo el trabajo de Robert Boyd y Peter Richerson, autores de Culture and the Evolutionary Process (1985). Ellos y sus alumnos han trabajado mucho sobre ‘sesgos de contexto’ que nos predisponen a adquirir memes sin fijarnos tanto en su contenido sino más bien en su fuente (sesgo de prestigio) o en su representación mayoritaria (sesgo conformista). Pero interesan también diversos ‘sesgos de contenido’ que hunden nuestra atención en lo que un meme ‘dice’.

El sesgo de prestigio es adaptativo porque se activa cuando parece que alguien sabe más. Entonces surge un mercado. Queriendo ser como ellos, los aprendices ‘clientes’—la demanda—pagan (lambiscones) con favores, regalos, apoyo, etc., por acceso a los modelos con información experta—la oferta—. Reciben mayores utilidades lambisconas los más expertos, y en ese diferencial surgen las ‘jerarquías de prestigio’.

El sesgo conformista también es adaptativo, porque, suponiendo que se abandona lo que resulta contraproducente, entonces cuanta más gente haga X, mayor la probabilidad de que aporte un beneficio.

Por supuesto que mis lectores ya están multiplicando en sus mentes las excepciones, tan abundantes que comienzan a dudar de su carácter ‘excepcional’. Pero es bueno recordar que nuestra psicología evolucionó en sociedades muy pequeñas de cazadores y recolectores, grupos íntimos donde todo mundo se conoce y se ve a diario. Ahí, sin muchas ambigüedades o asimetrías de información, el éxito relativo de una persona—índice de la calidad de su conocimiento y habilidades—no puede fanfarronearse. Y una mayoría equivocada se deshace rápido con el aprendizaje individual de los brevemente acarreados. Tenemos estos sesgos, pues, no porque acierten siempre y en todo lugar, sino porque aciertan lo suficiente en las sociedades pequeñas que por cientos de miles de años fueron las nuestras.

El sesgo conformista actúa en contra de cualquier idea nueva porque dicha idea, por definición, será minoritaria. Pero si la difunde una persona (o institución) con suficiente prestigio, podrá sin embargo crecer su representación hasta borrar cualquier conflicto con el sesgo conformista, mismo que de ahí en adelante la sostendrá en alta ‘frecuencia,’ como decimos.

Estos fueron los temas de mi doctorado en antropología evolutiva y sociocultural bajo supervisión de Robert Boyd en UCLA. En 2001 (ya llovió…) publiqué mi trabajo de tesis: una investigación del impacto del sesgo conformista sobre los ‘juegos de coordinación’ y sobre la organización étnica, responsable de moldear una psicología que (desgraciadamente) encuentra apetecibles a las ideas racistas. En el mismo año, publiqué con el antropólogo de Harvard, Joe Henrich (en aquel entonces también alumno de Robert Boyd en UCLA), una investigación paralela que hicimos para explicar la evolución del sesgo de prestigio y el mercado que produce.

Joe Henrich investigador social
Joe Henrich.

Lo que vengo de hacer en el último párrafo es establecer mis credenciales. Debe hacerse con cuidado, porque, como explicamos Henrich y yo, la gente se ofende fácil si uno presume demasiado, actitud ‘eriza’ pero adaptativa, porque la arrogancia de un modelo indica lo caro que será acercársele—es decir, que exigirá demasiado en pagos de lambisconería por acceso a su persona, y por ende a su información—. Eso hará más redituable ‘hacerle la barba’ a otro modelo quizá menos experto pero también menos ‘mamila’. Un monopolista local (un genio) sí puede pavonearse a sus anchas (los clientes no tienen alternativa), pero en un mercado competitivo el modelo muy arrogante se quedará sin clientes. Es mejor, por tanto, que los elogios vengan de un tercero, e idealmente de una fuente con autoridad institucional. Por ejemplo, de la Human Behavior and Evolution Society, que premió mi teoría sobre la psicología del racismo, o de Psychology Today, que ha declarado mi teoría del prestigio “un clásico”. (¿Vieron lo que hice?) El efecto de esto, si funciona, es alzar la percepción de mi competencia experta a ojos del lector, causando que se incline favorablemente hacia lo que diga. Así funciona el sesgo de prestigio.

Claro que es menos potente cuando uno explica, en el mismo aliento, la operación del sesgo. Pero mi propósito es justamente ése: no que mis lectores adopten como artículo de fe las afirmaciones que siguen, sino que observen, bien en guardia, sus propios sesgos psicológicos, responsables de las epidemias sociales. Los quiero razonando—libres—. Porque yo, como otros, puedo equivocarme, y serán ustedes (y nadie más) los responsables de alojar cualquier idea en sus cabezas.

Se habla, en la literatura psicológica, de negativity dominance (‘dominancia de la negatividad’). Este sesgo de contenido, bien documentado, privilegia las malas noticias:el ‘sesgo de alarma’.

¿A qué se debe? Imagina a tu tatara, tatara, … abuelo, cazador, en la sabana africana, abriéndose camino en el pasto. Qué advertencia, emitida de un colega de caza, sería la más urgente: ¿que a un lado está una posible presa, o un posible león? Los costos de no hacer caso son más altos con malas noticias que con buenas. En el mundo íntimo de cazadores y recolectores los mentirosos alarmistas pronto quedan expuestos y sufren los costos sociales correspondientes, por lo cual no hacen demasiado daño. Luego entonces, ahí conviene, cuando escuchas una alarma, reenviarla rápido, y proteger a toda tu comunidad. No es un sesgo racional; es adaptativo. (Ojo, que esos dos no siempre son lo mismo). Pero en el mundo actual, aquel sesgo otrora adaptativo a veces nos traiciona. Pues este mundo es anónimo, con división radical de trabajo y de conocimiento; confirmar la veracidad de una información es aquí, para un simple mortal, mucho más difícil (a menudo, imposible). La mentira florece. El alarmismo entonces hace estragos, porque, queriendo protegernos unos a otros, comunicamos cualquier sobresalto.

covid y pandemia social
Imagen: Mallorca Diario.

Lo hemos visto en WhatsApp, donde a diario la gente comparte alarmas. En el grupo de mi familia extendida me di a la tarea, como experimento, de investigar cualquier ‘reenvío’ en esta categoría. La estadística es asombrosa: en dos años que estuve haciendo esto, hubo uno o dos mensajes verdaderos, y quizá dos o tres confirmaciones parciales (mensajes que exageraban, sin ser completamente falsos). El resto—y estamos hablando de cientos de mensajes—eran todos falsos. El efecto fue que mis familiares se convencieron y al final dejaron de enviar mensajes de alarma, con un periodo de transición donde una súplica avergonzada me pedía que los investigara yo antes de ser enviados más ampliamente. Pero este cambio conductual tomó dos años: un testimonio elocuente de la potencia del sesgo (y todavía, de cuando en cuando, mis parientes recaen, porque ‘no vaya a ser…’).

Los mensajes falsos de alarma pueden tener costos altísimos, desde el costo de ansiedad para gente que se imagina peligros peores y más abundantes de los que realmente existen, hasta los costos enormes de las decisiones económicas y políticas con consecuencias de largo plazo que pueden vulnerar a millones de personas.

En los últimos años he venido estudiando el tema de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, ambos consecuencia de una mentira viral que resultó en pandemia social. Esa mentira afirmaba que ‘los judíos’ eran una gran conspiración, que en secreto controlaba ya todas las instituciones mundiales, y que nos iban a destruir. Diversos líderes fascistas en Europa prometieron que sólo un gobierno fuerte y centralizado alrededor de un líder omnipotente podría protegernos de ‘los judíos’. No importó que, llegada la hora de la verdad, ninguna de esas instituciones supuestamente controladas por los judíos los defendiese, ni que dichas instituciones se unieran, por el contrario, en su mayoría, a la gran matanza, directa o indirectamente. No importó: nadie ha aprendido nada, como si no fuera nuestra asunto aprenderlo. Pero sí es nuestro asunto. Porque los antisemitas fueron un gran costo para todos nosotros. Si bien murieron entre 5 y 6 millones de judíos, también murieron más de 54 millones de no judíos, y cientos de millones de no judíos más perdieron todas sus libertades. Los victimarios de todos, judíos y no judíos, fueron los mismos antisemitas.

Pero no aprendemos porque se combinan aquí dos poderosos sesgos de contenido. Uno es genético: el sesgo de alarma. Y el otro es cultural: es el viejo prejuicio de que ‘los judíos’ son poderosa y misteriosamente malos, anclado en el cargo antiguo de haber matado a Dios—primer ‘libelo de sangre’ y centro pesado de la cultura cristiana—. Es nuestra superstición central. Por eso es tan difícil aprender. Por eso, como si no hubiéramos pagado un precio altísimo, en carne propia, la última vez que las ‘viralizamos,’ seguimos ‘reenviando’ las mentiras que causaron la Segunda Guerra Mundial. No es imposible que esto nos vuelva a costar—a todos—otro colapso de Occidente.

Como bien dijo Ludwig von Mises, otro genio de la ciencia social,

“Todo lo que sucede en el mundo social … es consecuencia de las ideas. Lo bueno y lo malo. Es menester luchar contra las malas ideas”.

pandemia social
Imagen: Marketing Directo.

Ahora bien, en este momento estamos, sin duda, en una pandemia social. Pues a través de conferencias de prensa, artículos, conversaciones, y redes, ya se alojaron en las mentes de (casi) todos, en todo el mundo, los siguientes memes:

1) Hay un nuevo coronavirus causando enfermedad tipo ‘influenza’.
2) Es muy contagioso.
3) Su letalidad es mucho más alta de lo normal.
4) Los Estados deben expandir a toda velocidad sus poderes de emergencia.
5) Los ciudadanos debemos obedecer y tolerar restricciones a nuestros derechos y libertades.

¿Tiene sentido? ¿O somos víctimas de una mentira alarmista?

Hay que hacerse la pregunta. Porque en 2009, en México, ya tuvimos una alarma parecida que paralizó al país y costó muchos millones: la ‘influenza porcina’ (H1N1). Se anunció ‘pandemia’ y en otros países, también, se tomaron medidas de emergencia, aunque menos costosas que las nuestras. Mientras duró la ‘emergencia’ circulaban cifras escalofriantes. Pero al asentarse el polvo, quedó claro que “la influenza porcina H1N1 no es peor que la influenza estacional”.  ¿Por qué entonces se tomaron estas medidas? Porque fueron promovidas desde la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Se combinaron los sesgos de alarma y prestigio. Porque ‘pandemia’ da escalofríos. Y nada más pronunciar ‘Organización Mundial de la Salud’ produce pasmo. ¿Quién es uno para retar a la Organización Mundial de la Salud? Entonces, cuando dicha organización, con su autoridad y prestigio institucionales, declara una pandemia, los tomadores de decisiones, aunque quieran ser más cautelosos, quedan en una posición muy incómoda. Porque el experto en salud, se supone, es la OMS.

Pero si no estaba pasando nada, ¿por qué gritó la OMS ‘¡pandemia!’? La Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, a principios de 2010, exigió una investigación, acusando, en la misma resolución, que,

“… para promover sus medicinas y vacunas patentadas contra la influenza, las compañías farmacéuticas influenciaron a los científicos y a los funcionarios responsables de la salud pública para que alarmaran a los gobiernos en todo el mundo y los hicieran destinar recursos preciados de salud a estrategias de vacuna ineficientes, y sin necesidad alguna expusieron a millones de personas sanas a un número desconocido de efectos secundarios de vacunas insuficientemente probadas”.

covid social
Imagen: Infobae.

El reporte del Dr. Ulrich Keil, del Instituto de Epidemiología de la Universidad de Münster, y director del Centro de Colaboración de la propia OMS en la misma ciudad, emitió un reporte devastador (almacenado en el sitio web de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa) sobre cómo la OMS había manejado “la supuesta pandemia de la influenza porcina”.

Esta historia no es la demostración de que la OMS nos esté diciendo mentiras hoy con su alarma sobre el COVID-19, que ya ha paralizado al mundo entero, y que costará una cifra inimaginable. Pero sí es la justificación para encender el escepticismo.

En todo caso, no inspira confianza que, hace unos días, Our World in Data, una publicación basada en la Universidad de Oxford, haya anunciado que en sus proyecciones sobre la pandemia ya no usará los datos de la Organización Mundial de la Salud porque están plagados de errores. Ni tampoco que, John P. Ioannidis, héroe mío y principal auditor de la calidad de los procesos científicos a nivel mundial, acuse que “la actual enfermedad de coronavirus, COVID-19, ha sido llamada la pandemia del siglo, pero quizá también sea el fiasco empírico del siglo”.

Ioannidis nos presenta con la siguiente pregunta:

“Se han adoptado medidas draconianas en muchos países. Si la pandemia se disipa—ya sea por sí sola o gracias a estas medidas—el distanciamiento social extremo de corto plazo y la cuarentena pueden aguantarse. Sin embargo, ¿por cuánto tiempo deben continuarse estas medidas si la pandemia se extiende sin freno por el mundo? ¿Cómo pueden saber los decisores si hacen más daño que bien?”

Según Ioannidis, “Los datos recolectados a la fecha sobre cuánta gente está infectada y cómo está evolucionando la epidemia son completamente desconfiables”.

social Ioannidis
Ioannidis.

Recordaré a mis lectores que nunca fuimos testigos de un esfuerzo oficial por comunicarnos una decisión razonada para responder al COVID-19. Es decir, nunca nos dijeron, en ningún país, “Miren, calculamos los costos de estas 3 distintas estrategias. Y como pueden ver en esta gráfica, cuyos supuestos están disponibles en el website X para la consulta del público, la menos costosa es detener todo—frenar en seco la economía mundial—”. Nadie lo justificó así. Sólo dijeron esto: “Hay gente que va a morir; ‘luego entonces,’ hay que parar todo”.

Me podrán decir: ‘Pero es que el COVID-19 mata a mucha gente’. Vamos a decir que sí. Aun así, y limitándonos nada más a las decesos, como si nada más eso importara, la pregunta que toca es ésta: ¿Y ustedes creen que frenar la economía mundial en seco no está matando, también, a muchísima gente? Con la cuarentena están aumentando el estrés y la ansiedad, y por lo tanto los suicidios (que ya venían subiendo). La pobreza impuesta aumentará la desesperanza, y con ello el reclutamiento a los grupos criminales, y por ende el homicidio. Otros morirán porque, sin empleo, ya no podrán comer bien ni comprar sus medicinas. Muchos caerán en el alcoholismo, que conduce a la muerte por diversas vías. Etc. Suponiendo que detener la economía mundial asesine más gente que el COVID-19, ¿aun así habría que hacerlo?

¡Para nada!, opinaron expertos de varios sectores, reunidos para Evento 201, simulación de pandemia realizada en el Johns Hopkins Center for Health Security en colaboración con el World Economic Forum y la Fundación Bill y Melinda Gates. En este ejercicio, sostenido, en asombrosa coincidencia, en octubre de 2019, a tan solo un mes de que iniciara nuestra presente pandemia, figuró como protagonista un coronavirus imaginario, aparecido primero en Sudamérica, con características de contagio y letalidad muy parecidas a las que se afirma tiene nuestro presente virus.

En la segunda sesión de la simulación, intitulada “Discusión Sobre Comercio y Viajes”, una presentadora abrió resumiendo los estragos de la cuarentena ficticia y concluyó:

“Estas disrupciones comienzan a tener consecuencias económicas profundas para la región sudamericana y pronto tendrán efectos en cascada globales. Estamos anticipando que pronto veremos disrupciones al comercio y al viaje quizá mucho mayores … [y según un economista,] una recesión global severa … mucho desempleo e inflación descontrolada, creando las condiciones para la inestabilidad nacional y cambios en el panorama político global”.

La pregunta para discutir era:

“¿Cómo deben los líderes nacionales, las empresas, y las organizaciones internacionales ponderar el riesgo de un empeoramiento en la enfermedad que traería un movimiento ininterrumpido de gente alrededor del mundo, contra los riesgos de consecuencias económicas profundas de las prohibiciones de viaje y comercio”.

pandemia social

El primero en comentar dijo que había que andarse con cuidado “para asegurar que no estemos causando una crisis humanitaria” con las restricciones, porque “eso puede producir más pánico, y en consecuencia todavía más difusión de la enfermedad”. El segundo observó que, en el caso de SARS, se habían implementado medidas para tener cuidado pero que había continuado el comercio y los viajes con Hong Kong, y eso había funcionado, y había que hacerlo también ahora mientras se pudiera. El moderador le contestó que, en este caso imaginario particular, “podemos estar seguros de que si continúan el comercio y los viajes continuará el contagio, pero la pregunta para nosotros es: ¿Quizá eso valga la pena, de cualquier manera? [O sea que] la gente se va a contagiar, pero hay que mantener los viajes y el comercio en el mundo a pesar de eso. Ésa es la pregunta”. El siguiente, un militar, dijo que el análisis debe hacerse sobre la pregunta: “¿Qué beneficio tienen estas intervenciones? ¿O tienen siquiera un beneficio?” Luego habló uno que dijo: “Creo que debemos evitar pensar sobre esto como una decisión binaria de si debe haber comercio y viajes o no”, porque puede haber medidas para proteger a la gente que viaja (sin impedirles los viajes). También se preguntó cómo podía protegerse a la gente clave que mantiene funcionando la infraestructura del comercio, en vez de parar el comercio. Le siguió una mujer que estuvo de acuerdo y que añadió que si se ponen demasiadas restricciones, la gente buscará cómo darles la vuelta, y ocultará información de sus enfermedades. Después habló un fulano que insistió en identificar todas las áreas cuya producción es crítica de asegurar para que el sistema económico funcione. Fue seguido de una mujer que abundó sobre los peligros para las economías que dependen del turismo. Los siguientes dos afirmaron también la importancia de mantener un nivel básico de producción y comercio para evitar un colapso del sistema. Etc. (Continuaron así un rato más).

Es obvio, por lo que vengo de resumir, que en este grupo de expertos nadie estaba urgido de detener todo. Por el contrario, había mucha preocupación de que esa ‘cura’ pudiera ser peor, y quizá mucho peor, que la enfermedad. Y estaban considerando un coronavirus imaginario, repito, con transmisibilidad y letalidad muy similares al nuestro. Pero no veo ninguna evidencia de que los gobernantes del planeta hayan calculado los costos de hacer una cosa contra la otra. Puedo ver que algunos resisten la idea de las restricciones y cuarentenas, cierto, pero son, en su expresión, tan frívolos como quienes recomiendan detenerlo todo. Nadie presenta un análisis de costos y beneficios. En dicho vacío de razón, lo que queda es el miedo, y el sesgo de alarma no es, aquí, muy buen consejero.

Tampoco el sesgo de prestigio. Si nos pasmamos simplemente ante las autoridades constituidas, y suponemos que, por sus exaltados cargos, saben lo que hacen, en vez de exigir que analicen costos y beneficios antes de torcer entero el sistema, quizá vayamos todos como leminos al precipicio—y muy seguros, gracias al sesgo conformista, de ver que tenemos tanta compañía—.

Nos espera, creo yo, un mundo muy distinto. ¿O qué? ¿Acaso no se han fijado que el mayor beneficiario de esta crisis, en todo el mundo, es el poder del gobierno?


Francisco Gil-White es catedrático del ITAM y autor del libro El Eugenismo: El Movimiento que Parió al Nazismo Alemán (de venta en Amazon).


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¿Cuál es el problema con la literatura del IQ?

Lectura: 8 minutos

Me aterra que la corrección política y la reacción a la misma, de uno y otro lado, nos orillen a pensar siempre con la tripa y se esfume el pensamiento crítico. Entonces, para abrir un espacio a la razón, polemizo desde el centro contra todos. Es divertido. Hoy regreso a los temas de Charles Murray, las pruebas de IQ, y el eugenismo.

Las huestes del outrage culture—corriendo siempre histéricas a censurar cualquier reto a la corrección política—odian al politólogo Charles Murray por su famoso y controvertido libro The Bell Curve, donde defiende la validez de las pruebas de IQ. En Middlebury College, lo atacaron con violencia. Luego de esto, Sam Harris, cuyos podcasts son famosos, invitó a Murray para una entrevista.

Yo felicité a Harris, en otro artículo, por defender la libertad expresiva de Murray; empero, le reproché haber defendido lo expresado. Pues el acoso sufrido por Murray no conlleva, para sus ideas, un sello de acierto, aunque Harris, por ‘hacer equipo’ con otro opositor de la corrección política, así lo quiera. La corrección siempre yerra cuando censura una expresión, cierto, pero ello no le impide, en ocasiones, estar denostando algo realmente infame—ojo—.

Según su propio testimonio, Harris no sabía mucho de IQ; convenía entonces informarse previo a la entrevista, y no correr a afirmar, como hizo, que Murray acierta en todo y sus enemigos en nada. Pues las pruebas de IQ que Harris, con su gran alcance, ahora tanto ha prestigiado, fueron herramienta clave del movimiento eugenista, precursor y padrino del nazismo alemán. De haberlo sabido Harris, ¿habría variado la entrevista? Posiblemente. Harris es judío.

“Quien no conoce su historia, está condenado a repetirla,” dijo Jorge Santayana. Qué razón tenía. El corolario es que honrar aquel ‘¡Nunca Jamás!’ de la educación sobre Shoá (el Holocausto) nos obliga a investigar las causas. Haré aquí, por tanto, el trabajo que Harris abdicó.

No se logra mi objetivo observando que ‘eugenistas y nazis son malos’ y que ‘usaban exámenes de IQ’. Pues también usaban pistolas, y ésas, como tecnología, funcionan. Entonces, al margen del vínculo entre estos nefastos movimientos y la literatura del IQ, se vale preguntar: ¿hay en ella un problema científico?

Vayamos al origen. En la entrevista, Murray afirma:

(min. 31:52) CHARLES MURRAY: Puede defenderse que tenemos una muy buena demostración de este factor de inteligencia general. De hecho, esto empezó con Charles Spearman al principio del siglo XX. Era un psicólogo brillante, que se dio cuenta que no importaba de qué se tratara una prueba—fuera ésta de historia británica o de algebra, o de cómo componer un coche, o de lo que fuera la prueba (siempre y cuando se tratara de algo en el cerebro)—el puntaje de la prueba estaba siempre correlacionado. Ése fue su primer descubrimiento.

La ‘inteligencia’, para Murray, es una cantidad. Y tiene un efecto general: si tienes más, haces todo mejor; menos, todo peor.

Cualquier no psicólogo que no haya pasado la vida de noche tendrá derecho a asombrarse. Pues sabemos que el matemático se pierde en el supermercado, no sabe cambiar una llanta (menos “cómo componer un coche”), y se asfixia con cualquier reto social. Es un lugar común de nuestra cultura contemporánea—y no por coincidencia—que cuando aflora mucho la inteligencia técnica en algún área se atrofia lo demás, y queda uno indefenso fuera de su ecología especializada. Contra esta experiencia, propiedad de todos, Murray afirma que, si eres ‘inteligente’, lo eres en todo.

Los psicólogos han estado siempre obcecados con esto. En el siglo XIX, se pusieron a medir cráneos para ver si a mayor volumen de aquel líquido paninfluyente, la ‘inteligencia’, mejoraba también la puntuación en cualquier prueba de desempeño mental. La craniometría no prosperó como método académico; la psicometría sí. Nos dice Murray que fue Charles Spearman, “psicólogo brillante”, quien encaminara a la psicometría con su presunto descubrimiento: cuando la puntuación es alta en un área de desempeño, lo es en todas, y cuando es baja en una, baja en todas. Las pruebas están ‘correlacionadas’.

Hacer loas a Spearman, entre psicólogos, es tradicional. Por ejemplo, Robert Sternberg, promovido por el New York Times como “profesor de psicología en Yale, …muy reconocido como experto en la medición de la inteligencia”, emite la siguiente opinión:

“hay un hallazgo fundamental en la psicología que ha sido replicado mejor que cualquier otro en el campo: las calificaciones en todos los exámenes de habilidades cognitivas tienden a correlacionarse positivamente unas con otras. Observado primero por Spearman (1904)…”

Tiene tanto prestigio, entre psicólogos, este presunto hallazgo, que la distinción al “trabajo sobresaliente en psicología” de la British Psychological Society se llama Medalla Spearman.

¿Y quién era este Charles Spearman? Su biografía contiene algunas sorpresas.

La primera es que el psicólogo francés Alfredo Binet lo consideraba un peligroso charlatán, y publicó un artículo entero en 1905, intitulado ‘Análisis de C.E. Spearman’, nada más para burlarse de Spearman y su estudio de 1904—ése que presumen Murray, Sternberg, y una gran manada de psicólogos como una “muy buena demostración de este factor de inteligencia general”, el “hallazgo fundamental en la psicología”— .

La tentación natural, con tantas porras a Spearman, sería suponer que Binet debió estar equivocado. El problema es que la metodología base que todo mundo emplea para medir ‘inteligencia’ es la escala desarrollada por Alfredo Binet y Teodoro Simón. El gran genio aquí es Alfredo Binet.

¿De qué van sus objeciones contra Spearman?

Si bien muchos iban tras la pista de aquella ‘inteligencia general’ en la cual fervientemente creían, nadie encontraba las correlaciones de desempeño mental que la exhibirían. Spearman, observa Binet con ironía, atribuye este fracaso a la incompetencia universal de sus pares, cuyos presuntos errores enumera. Pero Spearman, dice Binet, “cree haber evitado estos errores”.

“El autor … presenta estudios consistentes con la búsqueda de una relación entre la inteligencia general, evaluada subjetivamente por los maestros con base a las actividades del niño, y la forma en que el niño reacciona a experiencias meramente sensorias; y encuentra que la correlación es tan grande que es igual a 1. [Spearman] califica su conclusión de profundamente importante. Quizá. Pero a nosotros nos parece profundamente asombrosa dado que los experimentos sensorios del autor son defectivos, y dada la forma como valoró—o ya sea obtuvo valoraciones de—la inteligencia general” [cursivas de Binet].

Esto chorrea de sarcasmo. Veamos por qué.

No existe ni tarea ni habilidad general; todas las tareas y habilidades son específicas. Por eso la existencia de la presunta ‘inteligencia general’—ésa que nos haría listos o tontos para todo—no puede demostrarse midiendo una sola tarea. Si existe, podremos inferirla, como dice Sternberg, cuando encontremos que “las calificaciones en todos los exámenes de habilidades cognitivas tienden a correlacionarse positivamente unas con otras”.

Pero no hay “habilidades cognitivas” en el estudio de Charles Spearman. Robert Sternberg piensa que sí. Y Charles Murray proporciona ejemplos de las presuntas “habilidades cognitivas” que Spearman habría encontrado correlacionadas: “historia británica”, “algebra”, “cómo componer un coche”. ¿Acaso leyeron el estudio de Spearman? No tiene esa estructura.

Lo que tiene Spearman son correlaciones entre, por un lado, reacciones a “experiencias meramente sensorias”, y, por el otro, lo que llama ‘inteligencia general’, cuyos valores obtuvo (esto es increíble) dejando que fuera “evaluada subjetivamente por los maestros”. (Luego intituló su estudio ‘La Inteligencia General, Concebida y Medida con Objetividad’. Tímido no era…).

IQ, coeficientes e inteligencia
Imagen: regarding365.

Aunque una caridad infinita le perdonara esto, el problema lógico, filosófico, no se esfuma. Y ese problema es que la ‘inteligencia general’ aparece en el estudio de Spearman como variable operativa. Es decir que Spearman presupone—en el diseño mismo de su estudio—la existencia de la ‘inteligencia general’, y por lo tanto su estudio no puede, por principio, demostrar su existencia (igual que una palabra no puede, por principio, definirse a sí misma).

Para que se entienda mejor, con el mismo diseño yo puedo ‘demostrar’ la existencia de la telepatía. Pido a los maestros que me den su adivinanza subjetiva—un valor numérico—para la ‘capacidad telepática’ de cada niño, y luego reporto correlaciones de estos números con sus reacciones a las mismas “experiencias meramente sensorias”. Absurdo.

Lo más divertido es el resultado que reporta Spearman. Si bien era imposible para su estudio—fueran cuales fueren las correlaciones encontradas—demostrar la existencia de la ‘inteligencia general’, quiso impresionarnos con “[una] correlación… tan grande que es igual a 1”. Dicha correlación es, sin duda, como dice Binet, “profundamente asombrosa,” pues una correlación “igual a 1” es perfecta—e imposible—. Ni en la más exacta de las ciencias, la física, se obtiene jamás una correlación “igual a 1”.

Este payaso es el “psicólogo brillante” y su payasada el presunto “hallazgo fundamental en la psicología”—la presunta demostración de una ‘inteligencia general’—. Da vergüenza. Que los psicólogos de hoy presuman tanto este estudio de Spearman no puede más que fundamentar una sospecha sobre la psicología de la inteligencia como subdisciplina.

El psicólogo Raymond Fancher, autor de una historia muy completa sobre la psicología de la ‘inteligencia’, comenta (p. 96) que “de haber vivido más años”—moriría en 1911—, “Binet habría encontrado justificación para sus dudas [sobre Spearman]”. (No me parece, empero, que Binet haya expresado dudas.) “Aunque no podemos explicar la razón de los extraños errores en los cálculos originales de Spearman,” continúa Fancher, “parecen sugerir que tenía una tendencia a ver lo que quería ver en sus datos, a veces muy a costa de lo que ahí realmente había”.

inteligencia
Imagen: hipertextual.

Quizá Fancher haya tirado la toalla con demasiada prisa. Yo pienso que sí podemos explicar “la razón de los extraños errores de Spearman”. En la Enciclopedia de la Medición Social, Peter Schönemann (p.194), experto en medición y muy crítico de la psicometría, observa un aspecto de la ideología de Spearman que nos suple con la hipótesis obvia:

“[Charles] Spearman dejó bien claro en qué radicaba, según él, la relevancia de su supuesto descubrimiento: ‘Los ciudadanos, en vez de escoger sus carreras al azar casi ciego, seguirán solo aquellas profesiones que estén adecuadas a sus capacidades. Puede concebirse inclusive el establecimiento de un índice mínimo [de ‘inteligencia general’] para tener derecho al voto parlamentario, y sobre todo para el derecho a reproducirse’”.

¿De dónde le llegaban estas ideas a Spearman? Fancher (p.171) explica que era “un protegido de [William] McDougall”, quien “conocía y admiraba al ya viejo Francis Galton, y apoyaba fuertemente al movimiento eugenista”. Galton es el fundador del eugenismo; McDougall, siguiendo sus pasos, se distinguió como teórico de la supuesta raza ‘aria’ o ‘nórdica’ superior, la misma teoría que, junto con el antisemitismo, después sería la columna vertebral del movimiento nazi. Como explica el sociólogo Nicholas Pastore (p.148), McDougal “alegaba que la raza inglesa, predominantemente nórdica, era la mejor,” es decir, que la mejor sangre alemana era la anglosajona. Además, “parece haber sido antisemita.”

Con este contexto por trasfondo, me aventuro a proponer una hipótesis.

Spearman no se interesaba tanto en la investigación científica de la mente. Le interesaba más convencer al público de que realmente existía una sustancia única y general llamada ‘inteligencia,’ fácilmente medible con una prueba que sólo él sabía diseñar y administrar, para con ello justificar restricciones a la reproducción y participación política de quienes no aprobaba—de los ‘no nórdicos’—. Pues eso precisamente buscaba Francis Galton, el héroe de McDougall, de Spearman, y de otros ‘psicólogos’ de la ‘inteligencia.’

Dicha hipótesis sin problema alguno explica las payasadas pseudocientíficas de Spearman.

En mi siguiente entrega examinaré las metas del movimiento eugenista, que después sería el nazismo, y explicaré cómo dichas metas corrompieron por completo la investigación de la ‘inteligencia’ (hasta nuestros días).

Hasta la próxima.


Francisco Gil-White es catedrático del ITAM y autor del libro El Eugenismo: El Movimiento que Parió al Nazismo Alemán (de venta en Amazon).


Referencias
~ Binet, A. (1905). Analyse de C.E. Spearman, ‘The Proof and Measurement of Association between Two Things’ and ‘General Intelligence Objectively Determined and Measured,’ L’année Psychologique, 11, 623-624.
~ Fancher, R. (1985). The intelligence men: Makers of the IQ controversy. New York: Norton.
~ Pastore, N. (1944). A Social Approach to William McDougall. Social Forces, 23, 148-152.
~ Schönemann, P.H. (2005) Psychometrics of Intelligence.  K. Kemp-Leonard (ed.)  Encyclopedia of Social Measurement, 3, 193-201.
~ Spearman, C. (1904). General intelligence, objectively determined and measured. American Journal of Psychology, 15, 201-293.
~ Sternberg, R. J., & Pardo, J. (1998). Intelligence as a unifying theme for teaching cognitive psychology. Teaching of Psychology, 25(4), 293-296.

El ‘Efecto Greta Thunberg’

Lectura: 20 minutos¿¡Cómo se atreven!?, espeta a los gobernantes del mundo la jovencita Greta Thunberg, la nueva voz de jóvenes indignados por la percibida inacción gubernamental frente al calentamiento global antropogénico.

Greta es un fenómeno.

Inició sola, sentada afuera del parlamento sueco, con un cartón por letrero. Pero los medios la convirtieron en noticia, y pronto se extendieron y multiplicaron las huelgas estudiantiles para exigir más acción contra el cambio climático. Se escucha ahora su voz en todo el mundo.

Greta Thunberg.

Delgada, pequeña, de apenas 16 años, Greta pudiera ser subestimada. Pero nada más comienza a hablar se percibe determinación, elocuencia, y un manejo experto del inglés (es sueca). Tiene aplomo de sobra para reprender a los gobernantes. Afirma sentir pánico—defiende sentir pánico, nos invita al pánico—porque “la casa,” dice, “arde en llamas”; pero esa emoción que visiblemente la posee—que la hace temblar y casi sollozar—no es el miedo. Es la ira. Entre frase y frase se detiene, tuerce la boca, toma aire. Se aprecia una lucha interna—algo que debe ser dominado—antes de cada exclamación.

“¡Hay gente sufriendo! ¡Hay gente muriendo! ¡Ecosistemas enteros se están colapsando! ¡Estamos en el comienzo de una extinción masiva! ¡Y ustedes solo pueden hablar de dinero y cuentos de hadas sobre crecimiento económico eterno! ¿¡Cómo se atreven!?

Aplauso.

¿Quién aplaude? Todo esto lo vocifera Greta en Nueva York desde el podio de la Cumbre sobre la Acción Climática ONU de 2019. Arenga, pues, en persona a los gobernantes mundiales ahí reunidos. Ellos son quienes aplauden.

¿Por qué aplauden?

Pregunto porque Greta no conoce los guantes de seda. Antes de iniciar su discurso, le piden su mensaje para los gobernantes ahí reunidos, y contesta: “Mi mensaje es que los vamos a estar vigilando.” Pausa. Aplauso.

¿Aplauso?

Greta moviliza el llamado ‘Efecto Greta Thunberg,’ que ha conseguido, entre otros poderosos resultados, doblar la publicación de libros infantiles relacionados al cambio climático. Esto promete engordar en todo Occidente, y en poco tiempo, las filas de jóvenes ‘huelguistas’ inspirados por Greta que imitan su ejemplo y se brincan la escuela para protestar. De ahí serán graduados a la Rebelión contra la Extinción, misma que, izando a Greta de estandarte, es ahora financiada por seguidores millonarios de Greta para organizar disturbios callejeros y exigir que se declare un estado de emergencia. El fundador de la Rebelión, según se reporta, quiere más—muchas más—confrontaciones con la policía; quiere a sus seguidores arrestados por miles, y a algunos cientos de ellos, de menos, en prisión (pues sólo así cambiará el sistema, dice).

“Los vamos a estar vigilando,” dice Greta. La implicación es obvia: o se cuadran, o habrá más disturbios en las calles. ¿Y los gobernantes aplauden? Sí. Y luego Greta les grita:

“Por más de 30 años la ciencia ha estado clara como el agua. ¿Cómo se atreven a desviar la mirada y a venir aquí a decir que hacen lo suficiente cuando las políticas y soluciones que necesitamos ni se vislumbran? Dicen que nos oyen y que entienden la urgencia, pero por más triste y enojada que yo esté, no quiero creer eso, porque si ustedes realmente entienden la situación y no actúan entonces son malvados, y eso es algo que me rehúso a creer.”

Aplauso.

¿Aplauso? Greta dice: “me rehúso a creer.” Pero esto es un recurso literario. Su indignación—su ¿¡cómo se atreven?!—no tiene lugar a menos que ella suponga a los gobernantes bien enterados y entendidos. Luego entonces, acusa a los gobernantes del planeta, en persona, en voz alta, en un foro mundial, con las cámaras todas prendidas y grabando, de ser malvados. Y dicho juicio moral—nadie se olvide—lo emite el ‘sucesor de Jesucristo,’ pues eso mismo afirma sobre Greta la Iglesia de Suecia (hasta el año 2000 todavía formalmente unida al Estado sueco). La implicación es clara: Greta, llena de gracia, amenaza excomunión. ¿Y los gobernantes aplauden?

Savonarola no fue recibido así (tampoco Jesús). Luego entonces, tenemos aquí una paradoja. ¿Puede resolverse? Creo que sí. La clave está en la demanda de los alarmados: más poderes para los gobiernos. ¿Asistimos a una manipulación? Es más fácil para un gobierno crecer sus poderes si la ciudadanía, en vez de resistir, lo exige.

Pero no sería Greta nuestro victimario; por el contrario: es otra víctima. La educaron a sentir pánico y sufrió depresión y letargo. Se rehusaba a comer y pronunciar palabra, salvo con sus papás, su hermana, y una maestra. A la sazón, fue diagnosticada con síndrome de Asperger, con trastorno obsesivo compulsivo, y con mutismo selectivo. Para algunos, son excentricidades propias del ‘profeta’ tocado por Dios (así piensa la Iglesia de Suecia). Y aquello parece influenciar a la niña, quien llama al Asperger “mi superpoder” y afirma, avalada por su mamá, que puede ver con sus ojos el dióxido de carbono (un gas invisible que existe en la atmósfera en una concentración ínfima de 400 partes por millón). Es obvio que ni sus papás ni nadie están protegiendo la salud mental de esta niña.

Yo doy por buena la sinceridad de Greta. Y respeto que tenga el coraje de sus convicciones. No apoyo las groserías de algunos contra su persona. Y no me interesa criticarla. Lo que debe evaluarse, al margen de sus excentricidades, es su conocimiento. ¿Qué sabe?

¿Qué sabe Greta?

Greta afirma que “por más de 30 años la ciencia ha estado clara como el agua.” Son los 30 años que tengo yo de ser ambientalista, y tengo memoria. Fue hace 30 años que James Hansen—a quien Greta identifica como influencia principal—iniciara, en comparecencia parlamentaria, la discusión pública sobre el calentamiento global (ver más abajo).

Pero lo dicho por Greta es falso: nadie afirmaba hace 30 años que la ciencia del clima estuviera “clara como el agua.” Todo mundo—excepto por James Hansen—confesaba incertidumbre. Fue a partir del año 2006, hace tan sólo 13 años, que nos empezaron a hablar de un ‘consenso científico’ sobre calentamiento global, con el estreno de Una Verdad Incómoda, de Al Gore.

Esa película afirma que el CO2—el alimento de todas las plantas y la base de toda la vida—es un contaminante.

A través del ‘efecto invernadero,’ sostiene Gore, la producción humana de CO2 ha calentado mucho la atmósfera, y en ello, dice, va una catástrofe para todo el planeta; luego entonces, es imperativo, a velocidad de emergencia, otorgar mayores poderes a los gobiernos para suspender (o por lo menos reducir dramáticamente) la quema de hidrocarburos. Es la llamada ‘hipótesis antropogénica’ del calentamiento global catastrófico (de ‘ántropos’ = hombre y ‘génesis’ = origen).

Ardió una gran controversia sobre Una Verdad Incómoda, pero ganó un Oscar y Al Gore, además, un Premio Nobel de la Paz. También recibió ese Nobel, conjuntamente, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de la ONU, pues la información de Gore venía toda del IPCC. Hecho lo cual, Gore montó una tremenda organización (The Climate Reality Project) para publicitar su película y los asertos del IPCC, y aquello se convirtió en un fenómeno económico, cultural, y pedagógico jamás visto.

Gracias a los subsidios y reglamentaciones gubernamentales, se vertieron, en los últimos 13 años, millones y millones de dólares para crear estructuras y organizaciones donde uno cobra y/o mantiene su posición y prestigio avanzando el mensaje de la catástrofe global por calentamiento antropogénico (nada más el Investor Network on Climate Risk, creado en la ONU, maneja más de USD $23 billones—doce ceros—). Los discípulos bien financiados de Al Gore—quienes reciben la instrucción de jamás debatir en público con escépticos—viajaron a todo el planeta dando conferencias y repartiendo materiales que fueron consumidos y replicados por los medios de información. Los sistemas educativos de todos los países occidentales respondieron con cambios a sus currículums para educar a sus críos sobre los presuntos peligros catastróficos del calentamiento global y la presunta responsabilidad humana en dicho calentamiento.

Greta creció en este régimen. Sus ojos se abrieron, dice, cuando vio en la escuela, a los 8 años, Una Verdad Incómoda de Al Gore. Y lo que escuchó hasta el cansancio, en esa película, de los medios, de sus maestros, y de su gobierno, es que el 97% de los científicos están todos de acuerdo con lo afirmado por Al Gore y el IPCC.

Son raras las mentes que pueden resistir semejante metralla mediática y despliegue de Autoridad. Y es obvio que ha convencido a muchos, incluyendo a Greta. Pero es dudoso aquel presunto ‘consenso científico,’ pues su documentación precisa de metodologías cuestionables (o mudas) para interpretar publicaciones científicas que de hecho no se pronuncian sobre la controversia. Cuando se incluyen en el análisis solo aquellas publicaciones que sí presentan una posición explícita, el ‘consenso’ a favor de lo afirmado por Al Gore y el IPCC baja hasta 33%.

Entonces, se vale preguntar: ¿Y si lo afirmado por Gore en Una Verdad Incómoda fuera falso? ¿Si resultase que nosotros en nada afectamos las temperaturas atmosféricas, y que las consecuencias de un calentamiento (natural) no serán en absoluto catastróficas?

En dicho caso sería criminal estar asustando a una generación entera de niños como Greta Thunberg. Y sería todavía peor, muchísimo peor, usar la falsa ‘emergencia’ para inventar impuestos y regalar subsidios (distorsionar mercados), limitar libertades, y coercer comportamientos. Entonces, para un escéptico—es decir, para una persona que necesita evidencia antes de aceptar una afirmación extrema, y que sospecha de las presuntas ‘emergencias’ que exigen mayores poderes para los gobiernos y menores libertades para los ciudadanos—la pregunta clave es ésta:

¿Cómo saben Al Gore y los suyos que las temperaturas planetarias son tan sensibles a un ligero aumento de CO2?

Pregunto porque, como explica el Dr. Tim Ball, un climatólogo importante, el 95% de todos los gases invernadero es vapor de agua; por contraste, el CO2 es apenas el 4% de los gases invernadero. Y de ese total de CO2, nosotros producimos tan solo el 3.4%.

Gráfica carbono.

Es decir, que la producción humana de CO2 es apenas el 0.1% de los gases invernadero. Pero el planeta absorbe la mitad de lo que producimos, o sea que la contribución efectiva es alrededor del 0.05%. Entonces, ¿por qué está tan seguro Al Gore de que nuestra minúscula contribución importa?

Para justificar que las temperaturas atmosféricas sí responden de forma dramática a pequeñísimos cambios en las concentraciones de CO2, Al Gore presume en su documental las tres evidencias clave que, según él, representan el ‘consenso’ de la comunidad científica:

~ El ‘palo de hockey’ de los climatólogos Michael Mann, Raymond Bradley, y Malcolm Hughes, publicado en 1999 (abreviado MBH99).

~Una gráfica con los resultados de los estudios de los núcleos de hielo de la Antártida.

~Los modelos o simulaciones de computadora del IPCC.

Considero estas presuntas evidencias en orden.

El ‘palo de hockey’

MBH99 afirma ser una reconstrucción de las temperaturas atmosféricas durante los últimos 1000 años. La gráfica muestra una línea casi horizontal durante todo el periodo considerado, salvo en el último siglo, cuando se levanta de súbito con pendiente casi vertical: ‘palo de hockey.

Palo de Hockey.

Aquel ascenso súbito y único en la recta final parece apoyar la hipótesis de calentamiento antropogénico, pues coincide con los años de liberación humana de CO2 por quema industrial de hidrocarburos. Por eso Gore se sirvió del ‘palo de hockey.’ Si la mentada gráfica hubiese mostrado un calentamiento comparable al nuestro durante, por ejemplo, el Medioevo, de nada le habría servido, pues querría decir que el planeta, sin nuestra ayuda (pues nadie quemaba petróleo en el Medioevo), cómodamente alcanza temperaturas como las actuales.

Y ahí estaba el problema. Porque muchísimo trabajo científico había establecido que las temperaturas medievales fueron comparables a las actuales. Esto lo reconoció el IPCC, de hecho, en su reporte de 1990, el primero, cuando incluyó la curva que se aprecia abajo en rojo, tomada de un estudio sobre las temperaturas históricas en Gran Bretaña:

gráfica climática.

La curva dibujada en azul, que termina en verde, es el ‘palo de hockey’ de Michael Mann (MBH99).

Viene entonces la pregunta: ¿Cómo hizo Michael Mann para obtener una curva sin la joroba del calentamiento medieval? ¿Hizo trampa? Eso mismo sugirió el geólogo y geofísico David Deming, experto en flujos de temperatura planetarios, y también estudioso de la historia y filosofía de la ciencia, cuando compareció en el Congreso de Estados Unidos en 2006, año del estreno de Una Verdad Incómoda.

Deming explicó a los congresistas que, para cuando se publicó el primer reporte del IPCC en 1990, “La existencia del periodo de calentamiento medieval había sido reconocida en la literatura científica por décadas.” Los bien instruidos por Al Gore correrán aquí a inferir que debió entonces producirse una gran catástrofe global en el Medioevo. Pero nada semejante sucedió. Por el contrario: Deming explica que el alza de temperaturas medievales trajo consigo un auge de prosperidad. Empero, la documentación del calentamiento medieval sí representaba una catástrofe “para quienes aseguraban que el calentamiento del siglo XX era especialmente anómalo.”

¿A quiénes interesaba decir eso? Por ejemplo, a National Public Radio (NPR).

Deming testificó que, en 1995, luego de que él publicara en la revista Science un artículo sobre las temperaturas del siglo XX, le llamó por teléfono un reportero de NPR. Se ofreció a entrevistarle, pero solo “a condición de que yo afirmara que el calentamiento se debía a la actividad humana,” relató Deming. “Cuando me rehusé, me colgó.”

También afirmó Deming que, por aquellas fechas, recibió “un asombroso correo electrónico de un investigador muy importante en el área de cambio climático” (no lo nombró). “Me dijo, y lo cito: ‘Tenemos que deshacernos del periodo de calentamiento medieval.’ ”

No es probable que el “investigador muy importante” fuera Michael Mann, pues en 1995 Mann estaba todavía terminando su tesis doctoral. Además, en aquel entonces era otro, pues al año siguiente publicaría un estudio con Jeffrey Park donde concluyen que las predicciones de los modelos del IPCC son tan malas que el calentamiento reciente probablemente sea natural.

Pero algo interesante parece haber sucedido entre 1996 y 1999…

“En 1999,” explicó Deming a los congresistas,Michael Mann y sus colegas publicaron una reconstrucción de las temperaturas pasadas en donde el periodo de calentamiento medieval simplemente desapareció. Este estimado único fue conocido como ‘el palo de hockey’ por la forma de la curva.” Hacía referencia, claro está, a MBH99. “Normalmente, en la ciencia, cuando tienes un resultado novedoso que parece contradecir el trabajo anterior, tienes que demostrar por qué el trabajo anterior estaba equivocado.” Pero eso, sentenció Deming, no sucedió aquí.

En 2009 hubo un breve escándalo bautizado Climategate, pronto sofocado con apologías por grandes medios y altos funcionarios de prestigiadas instituciones científicas. Se había destapado, con correos robados de los servidores que usaba el Climate Research Unit (CRU) de la Universidad de East Anglia, que los científicos del CRU—los mismos que dominan los reportes del IPCC—habían cruzado correos con Michael Mann y otros para ponerse de acuerdo cómo hacer la trampa del ‘palo de hockey’—y otras además—.

Y son trampas. Un análisis de Steve McIntyre y Ross McKitrick de Climate Audit—confirmado por una investigación que congresistas estadounidenses solicitaron a Edward Wegman (el antes presidente del Comité sobre Estadística Teórica y Aplicada de la Academia Nacional de Ciencias)—demostró que el programa utilizado por Michael Mann para MBH99 dibuja un ‘palo de hockey’ inclusive cuando lo alimentan de datos aleatorios.

Comentando sobre este fraude, el antes mencionado climatólogo, el Dr. Tim Ball, expresó que Michael Mann debiera estar en prisión. Hecho lo cual, Mann lo demandó en Canadá por difamación. Hace algunas semanas, la corte canadiense falló a favor de Ball y ordenó que Mann pagara todos sus costos legales.

De todo esto, Greta Thunberg no se enteró, porque los grandes medios no lo reportaron. Silencio.

Y fue un doble fraude, pues la gráfica de Mann—el ‘palo de hockey’—no muestra francamente su cara en la película de Al Gore, Una Verdad Incómoda, sino que aparece bajo disfraz.

Al Gore presenta un ‘palo de hockey’ para los últimos 1000 años, pero lo bautiza ‘termómetro’ y atribuye la gráfica a un climatólogo, ocupado en extraer núcleos profundos de hielo de los glaciares de montaña, a quien Gore repetidamente llama “mi amigo Lonnie Thompson.”

Gráfica de temperatura.

Los núcleos de hielo son útiles para reconstruir el clima porque en los glaciares, durante siglos, cada nevada atrapa burbujas de aire, creando un registro vertical de burbujas. Si fechamos cada segmento, y liberamos y analizamos las burbujas, podemos establecer, directamente, la historia de cambios en concentraciones de CO2, e, indirectamente, la historia de cambios en las temperaturas (las últimas se infieren de isótopos de nitrógeno, argón, etc., presentes en las burbujas).

En su película y en su libro (pp.60-65), Gore afirma que “el ‘termómetro’ del Dr. Thompson” ha refutado a los escépticos, pues ahí se aprecia que “el presumido Calentamiento Medieval … fue muy pequeño comparado con los aumentos enormes de temperatura en el último medio siglo.”

En el mismo pasaje, Gore menciona también “el ‘palo de hockey’ … del climatólogo Michael Mann y sus colegas,” contra el cual montaran un “ataque feroz” los mismos escépticos. A estos últimos, al parecer, Gore no los considera “científicos,” pues sentencia que “los científicos han confirmado las mismas conclusiones básicas [de Michael Mann] de muchas maneras, y el trabajo de Thompson”—la gráfica que Gore llama ‘termómetro’—“es el más definitivo”: el cierre con broche de oro a favor de MBH99. Sobre el presunto rigor científico de todo esto, Wikipedia comenta, en calidad de aval, que “Lonnie Thompson … se pronunció satisfecho” con la presentación de su amigo Al Gore y dijo: “ ‘A mi juicio, es un resumen excelente para una clase introductoria de universidad.’ ”

Empero, Steve McIntyre de Climate Audit documentó que el presunto “ ‘termómetro’ del Dr. Thompson” ¡no aparece en publicación alguna de Thompson! Por el contrario, se trata de una reconstrucción de temperaturas del CRU de East Anglia (protagonista del escándalo de Climategate), fusionada con el palo de hockey fraudulento de Michael Mann: MBH99. “Es decir,” escribe McIntyre, “la confirmación de MBH99 es … MBH99.”

Entiéndase bien: el “resumen excelente” para la pedagogía “introductoria de universidad” es la segunda presentación del mismo fraude (MBH99), disfrazado en su segunda entrega para que funja como ‘confirmación independiente.’

¿Quién montaría semejante engaño si realmente fuera cierto que “las mismas conclusiones básicas” de MBH99 se “han confirmado … de muchas maneras”? ¿No era menos riesgoso citar una de esas múltiples confirmaciones que tomarnos el pelo dos veces?

Los grandes medios, claro está, jamás explicaron este doble engaño. Tampoco las escuelas. Greta no está enterada.

Pasemos a la segunda evidencia clave.

Los núcleos de hielo de la Antártida

La evidencia antártica fue presentada por Al Gore como la más importante y constituye el clímax científico de su película, pues dijo: “Mil años de CO2 en los glaciares de las montañas es una cosa. Pero en la Antártida se pueden remontar a hace 650,000 años.” ¿Por qué? Porque ahí la cosa se mantuvo congelada todo ese tiempo, entregándonos una muestra temporal muy amplia—tan amplia, de hecho, que permite establecer de manera definitiva la relación entre el CO2 y los grandes movimientos de temperatura—.

Verdad inconveniente.

Al Gore camina todo lo largo de su enormísima gráfica, señalando, uno por uno, el total de glaciaciones y deshielos que se aprecian en el subir y bajar de los niveles de temperatura y CO2: siete. Y llama la atención al vaivén de ambas curvas, CO2 y temperatura, que suben y bajan al mismo ritmo, en tándem, durante las siete glaciaciones. Entonces, pronuncia su ‘nocaut’ contra los escépticos: “… hay una relación más poderosa que todas las demás, y es ésta: cuando hay más dióxido de carbono, la temperatura se calienta.”

Excepto que Al Gore leyó la gráfica al revés.

Invariablemente—es decir, en todas y cada una de las 7 terminaciones glaciales que presenta la gráfica—sube primero la temperatura y luego (en promedio 800 años después) comienzan a subir las concentraciones de CO2. He confirmado esto personalmente (y usted puede hacerlo también) consultando los estudios científicos que son la base de las curvas presentadas por Gore:

Fischer, H., Wahlen, M., Smith, J., Mastroianni, D., & Deck, B. (1999). Ice Core Records of Atmospheric CO2 Around the Last Three Glacial Terminations. Science, 283, 1712 – 1714.

Mudelsee, M. (2001). The phase relations among atmospheric CO2 content, temperature and global ice volume over the past 420 ka. Quaternary Science Reviews, 20, 583-589.

Caillon, N., Severinghaus, J., Jouzel, P., Barnola, J.-M., Kang, J., & Lipenkov, V. Y. (2003). Timing of atmospheric C02 and Antarctic temperature changes across Termination III. Science, 299, 1728-1731.

Lo que Al Gore debió explicar es que, si el CO2 sube después, es imposible que sea la causa de los movimientos de temperatura. Pudiera ser la consecuencia—eso sí—. Pero si los cambios de CO2 no causan los cambios de temperatura, entonces—ojo—nuestra producción de CO2 no puede ser responsable de las temperaturas recientes.

Fueron muchísimos científicos los que señalaron esto. Un grupo muy prominente de ellos fueron entrevistados en un documental estrenado al año siguiente de Una Verdad Incómoda. Dicho documental lleva por título, La Gran Estafa del Calentamiento Global. En su clímax explican que Al Gore leyó la gráfica al revés. Luego de eso viene el comentario del Dr. Tim Ball, quien ganara en las cortes contra Michael Mann la controversia sobre el ‘palo de hockey’:

“El registro de los núcleos de hielo va hasta al corazón mismo del problema que tenemos aquí. Dijeron: ‘Si el CO2, gas invernadero, se incrementa en la atmósfera, entonces la temperatura va a subir’; pero el registro de los núcleos de hielo muestra precisamente lo contrario. Así que el supuesto fundamental—el más fundamental—de toda la teoría del cambio climático causado por los humanos ha sido expuesto como equivocado.”

Dado que Gore claramente nos tomó el pelo con el ‘termómetro de Lonnie Thompson,’ es difícil aceptar que presentó los datos antárticos al revés por error. Pero, aunque así fuera, nunca se corrigió, por lo cual, a la larga, bajo cualquier interpretación, nos tomó el pelo. (Otra vez.)

La Gran Estafa del Calentamiento Global debió causar un revuelo en los medios todavía mayor al de Una Verdad Incómoda. ¡Qué historia tan sabrosa! Al Gore había leído su gráfica más importante al revés. O sea, su ‘mejor’ evidencia en realidad era evidencia en contra. ¿Qué periodista podría resistir burlarse del casi presidente de Estados Unidos? Al parecer, casi todos. Fueron solo diarios muy pequeños los que comunicaron la verdad; los grandes medios se distinguieron por su silencio de ultratumba.

Luego entonces, Greta no se enteró.

Veamos ahora la tercera pieza.

Los modelos o simulaciones de computadora del IPCC

En Una Verdad Incómoda, Al Gore presume mucho las simulaciones de computadora del IPCC. Estos modelos muestran que el CO2 es muy importante para las temperaturas atmosféricas, y eso rutinariamente se presenta como ‘evidencia’ a favor de la hipótesis antropogénica. Pero poca gente entiende, y Gore jamás explica, que un modelo de computadora no es evidencia de nada.

Supongamos que yo afirmo la siguiente hipótesis: “Todo lo que sube debe de caer.” Tú me pides que presente evidencia a favor y yo contesto: “Ahí está ya la evidencia: es mi afirmación de que ‘Todo lo que sube debe de caer.’ ” ¿Te convencí? ¿Verdad que no? Entonces, tampoco deben convencerte las simulaciones del IPCC. Porque una simulación es una re expresión de la hipótesis (y repetir una hipótesis no puede confirmarla). Si en la simulación del IPCC resulta que, cuando añades más CO2, se calienta mucho la temperatura atmosférica, eso es porque así la programaron.

Nada tiene de malo hacer simulaciones de computadora. Son útiles para explorar la estructura lógica de tu hipótesis. Pero, para saber si tu hipótesis corresponde al mundo, tienes que investigar el mundo. Por ejemplo, ve a la Antártida y extrae profundos núcleos de hielo. Pero esos dicen que el CO2 nada le hace a la temperatura.

Ahora bien, si las simulaciones del IPCC pudieran por lo menos predecir las temperaturas futuras, tendríamos una buena razón para prestarles atención. Empero, Bob Tisdale ha publicado un libro entero donde compara las predicciones de los modelos del IPCC—todas las predicciones—con lo sucedido, y muestra el desempeño vergonzoso de estos modelos: no atinan a nada.

FAIL.

Empero, los grandes medios, y los materiales educativos en las escuelas, siempre hablan de los modelos del IPCC, con asombro casi místico, como si fueran ‘la mejor ciencia’ que tenemos, y no el fracaso colosal que en realidad representan.

Luego entonces, Greta no está enterada.

La hipótesis alternativa

Tampoco está enterada Greta de una hipótesis alternativa a la del IPCC, defendida por un grupo importante de científicos, entre ellos el danés Henrik Svensmark, que, a diferencia de la hipótesis antropogénica, corresponde muy bien con la evidencia. Esta hipótesis afirma que el calentamiento es natural. Costó mucho trabajo publicarla, como si los editores académicos se sintieran obligados—cual mea culpa—de responsabilizar a los humanos por calentar al planeta, y por ende, también, obligados de rechazar cualquier exculpatoria.

La dimensión moral: ¿quiénes son los ‘buenos’?

Greta está bien protegida de todo lo documentado y argüido aquí porque no se le ha invitado jamás a la evaluación racional de lógica y evidencia. Por el contrario, el mundo ha sido pintado para ella como el escenario de una lucha escatológica entre la Luz y la Oscuridad, la Virtud y el Pecado, Dios y el Demonio, la Redención y la Condena. Los escépticos—los ‘negacionistas,’ los herejes—somos los malos; las huestes de Al Gore, pugnando por la redención, los buenos.

Así hablan ellos.

Por ejemplo, ahí está Tim Wirth, subsecretario de Estado en el gobierno del presidente Bill Clinton, quien “trabajó con el vicepresidente Al Gore en asuntos globales en materia de medio ambiente y población, apoyando la postura de ese gobierno sobre calentamiento global.” Según Tim Wirth, los escépticos (ahora, ‘negacionistas’) hemos sido asalariados por los titanes de la industria petrolera. Y lo que hacemos, dice, es repetir “ ‘la estrategia de la industria tabacalera,’ ” que buscó socavar la conexión, establecida por sendas investigaciones, entre el consumo de tabaco y varias enfermedades, incluyendo el cáncer. O sea, matamos gente con tal de proteger una industria. (Greta, naturalmente, nada quiere escuchar de nosotros.)

No es obvio, empero, desde una perspectiva histórica, que las grandes industrias petroleras querrían oponerse a la pugna de Gore. Estas compañías son la ‘elite de poder’ que también incluye a Gore (vicepresidente, y luego casi presidente de Estados Unidos), y han intervenido mucho en los gobiernos occidentales; luego entonces, un estado de emergencia para fortalecer a estos gobiernos—justo lo que ahora exige la Rebelión Contra la Extinción—haría más poderosas a estas mismas compañías. Y ellas pueden perfectamente invertir su dinero en ‘energías renovables’ y lucrar con los subsidios (provenientes de nuestros impuestos) que la falsa crisis del cambio climático ha estado regalando.

Se vale entonces preguntar: ¿Habla con la verdad Tim Wirth? ¿De qué lado están realmente las grandes industrias petroleras?

La revista The Economist explicó en 2006, año del estreno de Una Verdad Incómoda, que “BP”—es decir, British Petroleum—es “el principal campeón corporativo exigiendo acción sobre cambio climático” (y es, además, un gran inversionista en materia de ‘renovables.’) El World Wildlife Fund (WWF) una de las principales organizaciones ambientalistas que corean a Al Gore, fue financiada desde el principio por compañías petroleras como Royal Dutch Shell, British Petroleum, y otras. John Loudon fue durante 15 años presidente de Shell y luego 4 años presidente de WWF. Y el propio Al Gore tiene una posición accionaria importante en Occidental Petroleum.

Pero Tim Wirth no descalifica a Al Gore. ¿Asistimos a una manipulación?

No sería la primera. Resulta que fue este mismo Tim Wirth, en la prehistoria de esta ‘crisis,’ durante el añejo gobierno del presidente Ronald Reagan, quien colocara al ‘calentamiento global’ sobre el escenario mediático estadounidense—y mundial—. Para esto se alió con James Hansen, en aquel entonces casi completamente desconocido, pero pronto convertido, gracias a Wirth, en el mundialmente famoso ‘científico de la NASA’ y promotor de la hipótesis del Calentamiento Global Catastrófico. ¿Cómo logró Wirth dicha transformación? Con un sabroso toque de teatro político.

Viendo su oportunidad durante la sequía de 1988, Wirth, entonces senador, agendó la comparecencia de Hansen en el Congreso de Estados Unidos en el día con mayor probabilidad de ser el más caliente del año. Según testimonio del propio Wirth, fue él mismo, personalmente, quien saboteó el aire acondicionado del recinto. Los congresistas se derretían en sus trajes mientras que Hansen declaraba: “Caballeros, estoy noventa y nueve por ciento seguro de que los humanos estamos contribuyendo al cambio climático.” ¡Noventa y nueve por ciento!

Muy satisfecho con sus dotes de escenógrafo y productor, Wirth recuerda orgulloso:

“Así, fue una combinación perfecta de eventos de aquel día, con el fenomenal Jim Hansen, quien, sentado en la mesa del testigo, se limpiaba el sudor de la frente y entregaba este impresionante testimonio. … Recibió muchísima atención de la prensa—estaba en todos los canales, Hansen fue reportado en todos lados.”

El efecto mediático fue en verdad poderoso: al año siguiente se creó el IPCC, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU, que entregara su primer reporte en 1990.

Más tarde, en 1997, James Hansen participaría en otra manipulación. En ese año, se convirtió en la autoridad citada por otros para usar 14 grados centígrados como la nueva temperatura global promedio: la referencia para medir si el planeta se está calentando. Digo “nueva” porque antes de 1997, Hansen, el IPCC, Michael Mann (etc.)—todos—utilizaban 15 grados centígrados como la temperatura promedio de referencia. El cambio de 15 a 14—enteramente arbitrario—les ha permitido decir que la atmósfera se ha calentado más.

Este manipulador, James Hansen, es consejero de Al Gore y una de las principales influencias sobre Greta Thunberg.

No es la primera ‘crisis’…

Para cerrar, quiero reconocer el problema obvio: mis lectores, un poco aturdidos, querrán resistir toda esta evidencia. ¿Cómo es posible—me replicarán—que las autoridades hayan montado semejante fraude? ¿Será realmente posible? ¿Acaso hay precedente para esto?

Precedente sí hay.

El bestseller Silent Spring (Primavera Silenciosa) de Rachel Carson (publicado en 1962), afirmó que el uso del pesticida DDT conllevaría la extinción de muchas especies de aves (porque supuestamente adelgazaba los cascarones de los huevos). Además, afirmó que el DDT nos causaría cáncer. Todo eso fue falso. El DDT es una de las sustancias más inofensivas creadas por la química industrial humana.

Eso ya se sabía cuando el DDT fue prohibido. El alboroto de Carson provocó una investigación masiva de la EPA (Environmental Protection Agency de Estados Unidos) sobre los efectos del DDT que concluyó, después de muchísimo trabajo, que era inofensivo. Pero a pesar de eso, William Ruckelshaus, director de la EPA, simplemente lo prohibió. Se montó una gran campaña mediática para demonizar esta sustancia, y luego USAID amenazó a los países del tercer mundo con la retirada de cualquier asistencia de Estados Unidos si no lo prohibían también.

A la fecha, continúan las mentiras sobre el DDT.

Un artículo reciente en el Daily Mail repite las falsedades sobre los presuntos peligros de este pesticida, y presenta evidencia de cómo en la primera mitad del siglo XX todo se fumigaba con DDT: “los jardines, los nadadores en las piscinas, y la gente comiendo alrededor de una mesa.” Calles enteras, y personas de pies a cabeza, fueron fumigadas—por décadas—. Según el Daily Mail, “estaban totalmente inconscientes del peligro en el que estaban.” ¿Cuál peligro? Se le olvida mencionar al Daily Mail que no les pasó absolutamente nada.

Daily Mail.

Lo que sucedió en Estados Unidos y también en Europa con la fumigación de DDT es que se eliminó la malaria, porque el DDT irrita al mosco que transmite la malaria y así no entra a las casas fumigadas a picar humanos. Siendo que el plasmodio que produce la malaria necesita incubarse en el humano para luego ser retransmitido por piquete, el DDT interrumpió su ciclo y lo exterminó en Estados Unidos y en Europa.

Pero luego de eso, la histeria alimentada por Carson sirvió para prohibir el uso del DDT en todo el mundo, y esa prohibición ha sido responsable de millones de muertes por malaria en las ‘economías emergentes’ del Tercer Mundo, incluyendo en México. Así lo explican Donald Roberts y sus colegas en The Excellent Powder: DDT’s Political and Scientific History. Si fuera poco, los pesticidas que se usaron para sustituir al DDT, esos sí, resultaron dañinos para el medio ambiente y la salud humana.

Quizá no deba sorprendernos: Al Gore celebra mucho a Rachel Carson y a Silent Spring por haber lanzado el movimiento ambientalista moderno. Pero Greta Thunberg no está enterada sobre este pecado original del movimiento ambientalista, y no sabe interpretar los elogios de Al Gore para Carson como algo que debiera preocuparnos. Por lo mismo, no sabe, tampoco, recibir la información que Al Gore le ha dado sobre cambio climático con el debido escepticismo.

Así las cosas, Greta, como tú, puede ser manipulada.

Últimas noticias

Greta Thunberg y otros activistas jóvenes acaban de anunciar una demanda legal en contra de la ONU. Serán entonces los niños, en esta foto mediática, quienes habrán ‘torcido el brazo’ de los gobernantes. ¿Y quién invitó a Greta a declamar a la ONU? Fue António Guterres, secretario general de la ONU. ¿Asistimos a una manipulación?

¿Y qué precio pagaremos esta vez por exigir que suspendan nuestras libertades y empobrezcan nuestra existencia? Un precio que ya estamos pagando es: ¡en el cuidado de nuestro medio ambiente! En México, el 70% de nuestros cuerpos de agua están envenenados. La Ciudad de México y Toluca están ambas en alto riesgo de colapso hídrico. Pero por atender una crisis falsa, nosotros los ambientalistas mexicanos estamos descuidando la verdadera crisis: la del agua dulce.

Hasta la próxima.


Francisco Gil-White es el investigador más citado del ITAM (Instituto Tecnológico Autónomo de México) y es codiseñador de la Universidad del Medio Ambiente, en Valle de Bravo.


 

La honestidad intelectual y el IQ: Sam Harris y Charles Murray

Lectura: 7 minutos

En mi anterior artículo, critiqué a la corrección política y los incentivos que ha generado para la producción en masa de ruidosas ‘víctimas,’ ofendidas siempre, y listas a extinguir cualquier libertad de expresión. Los defensores de la libertad expresiva, enemigos declarados de estos histéricos, querrán imaginarse que el outrage culture jamás atina. Pero cuidado: a veces sí atina, porque, en su origen, la corrección política emana de preocupaciones ligadas a la tolerancia, la compasión, y la justicia. Dichas preocupaciones han sido torcidas y a menudo convertidas en su opuesto—cierto—. Y los métodos de estas ‘víctimas’ vocacionales son con frecuencia indistinguibles del buleo de extrema derecha—de acuerdo—. Pero eso no cambia que, en algunos casos, la corrección atine todavía a reprobar algo justamente reprobable. No podemos, por ende, abandonar el pensamiento crítico.

Veamos un ejemplo.

El 2 de marzo de 2017, el politólogo Charles Murray, invitado a dar una conferencia en Middlebury College, Vermont, fue objeto de una protesta estudiantil y comunitaria. Hubo violencia. Por la responsabilidad de ella, manifestantes y autoridades universitarias cruzaron acusaciones. Pero la intención de los primeros no es cuerpo de controversia: buscaban, como ellos mismos anunciaron, censurar la expresión de Murray.

Charles Murray.
Charles Murray, politólogo, sociólogo y escritor estadounidense (Fotografía: Standford politics).

¿Por qué? Porque, dicen, es racista y eugenista. En respaldo, invocan la defensa que hace Murray de los exámenes de IQ, donde la calificación promedio de los negros se aprecia relativamente baja—brecha que, según él, no podrá cerrarse con intervención alguna—. Es un argumento que ya le había granjeado harta violencia, en especial por la publicación de su controvertido libro, The Bell Curve; pero ésa fue violencia verbal que jamás supuso negarle a Murray su expresión (su libro fue bestseller). En Middlebury, se rebasó una línea.

No debe rebasarse. Plagiaré las palabras de Evelyn Beatrice Hall, quien describiera así la postura de Voltaire respecto de la libertad expresiva: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.” A lo cual añado: “Y cuando hayas podido decirlo, escribiré de mi pluma cuanto guste en tu contra.” Luego entonces, la violencia contra Murray y sus anfitriones, y la cancelación de su conferencia, son un escándalo; pero este peritaje no defiende lo afirmado por Murray.

Se confundió sobre esto, quizá, Sam Harris. Pues, allende la defensa del derecho a expresar, aboga también, en el caso Murray, por lo expresado. Para entender por qué, hay que apreciar el contexto. Y es éste: Harris, como Murray, ha sido hostigado también por esas marejadas de ‘víctimas’ alarmadas que el outrage culture moviliza a toda brecha en el lindero sagrado de la corrección política.

Murray y Harris.
Imagen: Ytimg.

Han llamado a Harris ‘racista.’ ¿Y por qué? Por denunciar el yihadismo de tantos musulmanes. Y por no dedicar el mismo tiempo aire a denunciar el supremacismo de blancos occidentales (nazis y aledaños). Esa combinación es hipocresía, acusan los indignados, y equivale a soplar en un ‘silbato de perro’ que dichos supremacistas oyen como aprobación tácita de su movimiento.

Absurdo. Harris defiende la imperativa de liberar a los musulmanes de a pie, oprimidos por la ideología islámica; si eso es ‘racismo anti musulmán,’ entonces las críticas ilustradas y liberales contra los abusos de la Iglesia fueron ‘racismo antioccidental.’ Y si Harris dedica más tiempo al yihadismo que al supremacismo blanco, eso es porque, en este momento, le parece el peligro mayor. ¿Cómo puede alguien afirmar que simpatice con nazis, pregunta él, siendo que los nazis, en la Segunda Guerra Mundial, exterminaron a la judería europea? (Harris es judío.)

Pero todas estas respuestas salen sobrando: nadie está obligado a criticar todo, cotejando con balanza el peso idéntico de cada cargo. Si una persona trabaja para combatir la trata de mujeres, ¿ya por eso indulta crímenes contra los hombres? Por favor. Si a Harris le interesa el islam, pues le interesa el islam. Tantán.


Sam Harris responde a la acusación de que cuando critica al islam está hablando sobre todos los musulmanes.

El asedio que ha sufrido Harris afecta cómo percibe a Murray. Pues Harris explica que, antes, sin saber mucho del tema, suponía que algo maloliente se cocía en la literatura del IQ. En una ocasión, de hecho, declinó participar en un libro porque supondría ser publicado al lado de Murray. Pero luego de ser injustamente atacado, Harris cree ahora ver lesa inocencia también en el caso Murray: otro mártir del combate a la corrección política. Cambia entonces su hipótesis: ¿No sería que tiene mérito lo dicho por Murray? ¿Y no le merece aquello una invitación al podcast mundialmente famoso de Harris?

Esto adquiere un sabor de victoria moral. A golpe de pecho, Harris expía de mea culpa su anterior prejuicio contra Murray. Y entre los dos se cobran, contra las huestes del outrage culture, una ‘justa venganza,’ tanto más dulce por plantarse a dos pies sobre un principio.

Pero cuidado: izar bandera y tomar partido con base en la identidad—aquí: la de ‘opositor a la corrección política’—hace a uno suponer, por prejuicio ‘patriota,’ que la corrección siempre se equivoca. Y eso traiciona el principio que Harris llama “eje rector” para toda su gestión pública: “la honestidad intelectual.” Yo apostaré a ese compromiso público con la honestidad, esperando que Harris sepa escuchar con apertura.

Veamos, entonces, cómo abre Harris su entrevista de Murray (trad. del autor):

Harris: “Muy bien, ajusten sus cinturones. Charles Murray es politólogo y autor, famoso sobre todo por coescribir The Bell Curve junto con Richard Herrnstein. Ahora bien, decir tan sólo que este libro es controvertido sería rebajarlo a rape; lo justo sería afirmar que, con toda seguridad, este libro sea el más controvertido de los últimos 50 años. El libro echa ojo al papel cada vez más importante que juega la inteligencia en las sociedades modernas, y los autores advierten que esto amenaza con partir nuestra sociedad en distintas clases cognitivas.
(…)
Pero, desgraciadamente para Murray, tenemos aquí varios tabúes concéntricos. La inteligencia humana es en sí un tema tabú. La gente no quiere escuchar que la inteligencia humana es algo real, y que algunos tienen más que otros. No quieren escuchar que los exámenes de IQ realmente la miden. No quieren escuchar que las diferencias de IQ importan, porque son altamente predictivas del éxito diferenciado en la vida. (…) La gente no quiere oír que la inteligencia de uno es debida en gran medida a sus genes, y que parece haber muy poco que podamos hacer con intervenciones ambientales para aumentar la inteligencia de una persona, inclusive en la niñez. No es que el medio ambiente no sea importante, pero los genes parecen explicar del 50% al 80% del fenómeno. La gente no quiere oír esto. Y especialmente, no quieren oír que el IQ promedio varía entre razas y etnias.
Veamos: para bien o para mal, todos estos son hechos. Y, de hecho, no hay nada en la ciencia de la psicología para lo cual haya más evidencia que estas afirmaciones: sobre el IQ, sobre la validez de su medición, sobre la importancia que tiene en el mundo real, sobre su carga genética, y sobre la variabilidad de su expresión en distintas poblaciones. Insisto: esto es lo que una revisión objetiva de décadas de investigación nos sugiere.
Desgraciadamente, la controversia sobre The Bell Curve no fue consecuencia de críticas legítimas de buena fe sobre sus principales asertos; más bien, fue producto de un pánico moral de corrección política que envolvió por completo la carrera de Murray—y todavía no lo suelta—”.

Bell curve.
Imagen: Etimg.

En este largo sermón introductorio, Harris hace cuatro cosas. 1) Afirma que el trabajo de Murray constituye la controversia más aguda “de los últimos 50 años.” 2) Nos entrega un fallo: en dicha controversia, la mayor de todas, Murray tiene toda la razón (toda, todita). 3) Esa victoria total se explica fácil: no hay nada mejor en la literatura psicológica que lo reportado por Murray. 4) Por lo tanto, si tantos se oponen es porque “la gente,” sobre este tema, está absoluta y enteramente prejuiciada por los “tabúes concéntricos” de la corrección política. 5) Concluye que, empapada de esta cultura, y presa de un “pánico moral,” la crítica—actuando “de mala fe”—ha hostigado injustamente a Murray.

No hay una contradicción obligada entre adoptar esta postura—tajante y perentoria—y aquella “honestidad intelectual” que, “aunque parezca que me estoy pavoneando,” Harris presume como “eje rector” de su trabajo. Pero evitar dicha contradicción requiere haberse ensuciado las manos con una investigación, pues como confiesa Harris, él no sabía mucho sobre este tema. Sin embargo, no encuentro evidencia de que haya curado su ignorancia investigando cosa alguna. Simplemente intercambió una autoridad por otra: ahora la fuente presuntamente impoluta y decisiva para cualquier afirmación es siempre el propio Charles Murray.

IQ.
Imagen: theconversation.com.

Eso no me parece responsable. Porque el mentado “pánico moral” contra Murray tiene un contexto: la historia de la psicometría de la ‘inteligencia’ y la forma como fue empleada, con trampas, para vejar los derechos y libertades de los occidentales. Es posible, en principio, que la psicometría de hoy sea muy distinta, pero eso mismo nos toca investigar; omitir el paso—lo que ha hecho Harris—no corresponde a la “honestidad intelectual.” No basta con leer The Bell Curve y constatar, como afirma Harris, que la prosa de Murray no es la de un nazi de hocico espumeante. Ningún análisis—y ningún aval de Murray—pudo ser más superficial, pues jamás acusaron a este politólogo de tener un mal estilo. El problema aquí es el fondo.

En mi próxima entrega, haré el trabajo que se ahorró Harris. Repasaré brevemente los orígenes de los exámenes de IQ y el fraude que implicó la aplicación de dichos exámenes a manos de los eugenistas, líderes del movimiento que incubó y produjo al nazismo alemán. Y examinaré si el trabajo de Charles Murray representa una revolución en contra de aquel legado, o si más bien es una continuación. Podremos entonces evaluar si es razonable aceptar el testimonio de Harris—basado enteramente en las afirmaciones de Murray—“sobre el IQ, sobre la validez de su medición, sobre la importancia que tiene en el mundo real, sobre su carga genética, y sobre la variabilidad de su expresión en distintas poblaciones.”

Hasta la próxima.


Francisco Gil-White es autor de El Eugenismo: Movimiento que Parió al Nazismo Alemán.

El derecho de ofender: resistiendo a la corrección política

Lectura: 8 minutosEl que es libre, ofende.

No pregono la grosería (no dije: “El que ofende, es libre”). Afirmo que, si digo lo que pienso —cortésmente, pero sin censura— en algo te ofenderé. Porque algunas opiniones, y sus espejos, son normativas; queremos que otros las adopten (por parecernos ‘correctas’). Y queremos que otros cooperen, de paso, con nuestros mitos y fantasías. Por eso a todos nos hiere que otros opinen, aunque lo hagan como damas, con permiso y caravanas. Nos hiere la opinión, su contenido, sea cual fuere su expresión.

Pero si mis valoraciones y creencias serán (siempre, para alguien) ofensivas, ¿esto qué significa? Que el derecho a hablar no es otra cosa que el derecho a ofender. Ahí —en el derecho a ofender— está la libertad democrática.

No es un argumento nuevo. Es tan viejo como las primeras luchas por la libertad occidental. En el Medioevo, la dignidad ofendida de un poder totalitario que imponía creencias y normas exigía quemar a quien osare disputar su autoridad; la libertad religiosa, una vez conseguida, no fue otra cosa que el derecho a ofenderlo. A blasfemar. Pues la ‘blasfemia’ no es objetiva —la define el ofendido—; entonces, si la definición arbitraria y subjetiva de la ‘blasfemia’ puede limitar el habla, hablará el más fuerte y nadie más.

¿Qué sigue? Que mientras no pueda blasfemar, ningún musulmán tendrá libertad. Y el occidental, si ya no puede ofender a un musulmán, ha perdido la suya. Aquí la imagen de 2016 que vale mil palabras: el gobierno italiano cubriendo las estatuas desnudas de la antigüedad clásica para no ofender a Hassan Rouhani, presidente de Irán, de visita oficial en Roma.

esculturas desnudas tapadas en el capitolio
Fotografía: Cajas cubriendo las esculturas de desnudos en el Museo Capitolino de Roma durante la visita del presidente iraní Rouhani (Crédito Giuseppe Lami / ANSA, Associated Press).

Este miramiento extremo, no dejemos de observar, fue para el representante de un régimen totalitario que nos llama ‘infieles’ —llana grosería—, que promueve el terrorismo, que aplasta a las mujeres, y que no tolera de su población subyugada la menor ofensa, el menor reto a su autoridad. Este ordenamiento político es en sí ofensivo para los ideales normativos de la cultura moderna occidental. En vez de opinar —aunque fuera en la expresión muda pero orgullosa de su herencia artística— el gobierno italiano, hablando por su nación (que pronto se indignaría), censuró avergonzado los símbolos de su identidad. ‘Para no ofender’ (no fuera a ser…).

¡Válgame! ¿Cómo llegamos aquí? Se llama ‘corrección política.’ ¿Y eso qué es? Una paradoja: la más profunda inversión orwelliana.

George Orwell explicó cómo el totalitarismo se sostiene invadiendo la mente a través del habla. El individuo es forzado a repetir eslóganes que revuelcan de cabeza los significados; de tanto repetirlos, comienzas a creerlos. Entonces, tu mente te desampara: ya no puedes razonar para defenderte: ‘La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es fortaleza…’

El verdugo es la víctima.

Según esta última paradoja —centro mismo de la corrección política— quien más campanudamente se ostente ‘la víctima’ más poder tendrá: podrá bulear a quien sea. Asentado este principio, vivo en terror de la siguiente ‘víctima,’ no sea que me identifique como ‘opresor’ y llame a las huestes del outrage culture.

¿Cómo ponerme a salvo? Me ofendo primero. Señalo a otro. Me sumo al buleo. Es un juego de sillas; el menos vivo se queda parado y será el ‘opresor.’ El más vivo se inventa una silla nueva. Proliferan así los géneros ‘no binarios,’ todos afirmando ser oprimidos. ¿Pero quién estaba oprimiendo al dodecasexual abstemio perpendicular invertido? Ni siquiera sabíamos que existía.

Etiquetas.
Ilustración: In These Times.

Y si no me puedo inventar una silla, doblo rodilla y me postro ante las ‘víctimas.’ Mira, estoy de tu lado: soy ‘progre’ (no me pegues).

En sus inicios, en los años 90, se antojaba un tanto exagerada la corrección política, pero otro tanto inocente. No le digas ‘gordo’ al gordo. El niño con retraso es ‘especial.’ Un lisiado es ‘discapacitado.’ Etc. Pero en algún momento esto mutó. Dejó de ser recomendación. Se inventó el ‘derecho a no ser ofendido.’ Y entonces, armada de este derecho, la corrección política extendió cual régimen imperial la esfera de su gobierno. Pues cualquier afirmación es ‘ofensiva’ para alguien; entonces, si no se vale ofender, ya no se vale hablar.

Resulta un Estado Policial de hostigamiento, censura y autocensura, patrullado por los SJWs (social justice warriors: ‘guerreros de justicia social’), que asfixia cualquier debate y comprime la conversación pública en singularidad cuántica.

Muere la libertad.

No exagero. A partir de 2014, según explica Jonathan Haidt, se inventó en algunas universidades gringas la ‘micro agresión.’ Y está prohibida. ¿Qué es? Nadie sabe. Es ‘micro’ porque nadie está seguro de haberla visto. Pero puede ser invocada, en cualquier momento, para imponer un ‘espacio seguro’ donde ningún histérico pueda ser ofendido; donde dicho histérico pueda callar todo tema. Porque ya llegamos a esto: se ha declarado que ciertos temas —en sí— son ‘ofensivos’ para diversas categorías de ‘víctima.’

Tolerancia.
Ilustración: @Ramireztoons.

Por eso la gestión de algunos comediantes, destacando entre ellos Bill Maher, ha sido tan importante. En su programa Politically Incorrect de Comedy Central, arrancando en los años 90, escogió temas tabú para que sus invitados, legos y expertos, se vieran forzados a opinar —aunque alguien se ofendiera—. Dicha marca desapareció en 2002 pero Maher continuó su gestión, con un formato idéntico, en HBO: Real Time with Bill Maher.

No fue suficiente. Las universidades inventaron grievance studies (‘estudios de reclamo’) para doctorar ejércitos enteros de SJWs, y los medios de masa cooperaron adoptando cada sandez que inventaban. (Todo esto, por los mismos canales académicos ‘izquierdistas,’ terminó por inundar el mundo de habla hispana, y pronto nos estaban diciendo cómo reformar el castellano para apaciguar a las ‘víctimas.’)

Era mucho pedir que Maher pudiera con esto. Llegada la ‘micro agresión,’ Maher comentó en entrevista, en 2015, que había perdido la batalla: nos había doblegado ya la corrección política y nada podía detener el ridículo orgulloso en que Occidente ahora se sumía. Fue al año siguiente que, como queriendo darle la razón, el gobierno italiano cubrió sus estatuas para no ofender a un mandatario yihadista.

Y luego, en 2017, para rematar, las ‘víctimas’ crearon en Evergreen State College, Olympia, estado de Washington (EE. UU.), el ‘Día de Ausencia,’ un festejo oficial que prohíbe a cualquier varón de tez blanca y orientación heterosexual —aquel pobre diablo que no pudo inventarse una silla— asistir a la universidad (para que reflexione en casa su papel de ‘opresor’).

Bill Maher y Trump
Fotografía: “Real Time with Bill Maher” en HBO.

Aquí la corrección política, que se ufana enemiga del prejuicio racista, se redujo a su absurdo, pues identifica al ‘opresor’ por su género y color de piel. Eso, acusó Bret Weinstein, profesor de biología en Evergreen, es la definición misma del racismo.

Ah no. No habría de permitirse la expresión de semejante opinión. Usted es un ‘supremacista blanco’ y un ‘nazi,’ espetaron las ‘víctimas’ a Weinstein (que es judío). Y luego, con su habitual timidez y fragilidad, las mismas ‘víctimas’ armaron un disturbio en Evergreen para exigir su despido. Secuestraron al presidente de la universidad y amenazaron inclusive su integridad física (ni al baño podía ir sin escolta de ‘víctimas’). Este presidente, que claudicó ante casi todas las exigencias de los revoltosos, consideró en entrevista posterior —ya bien emasculado— que quizá él sí sea un ‘supremacista blanco,’ como acusan las ‘víctimas,’ porque, pues es blanco, y además presidente de la universidad. Hay que verlo para creerlo.

Pero se equivocaba Bill Maher en 2015. La batalla por el alma de Occidente no estaba perdida todavía. No lo está. En el momento mismo en que —sin retirarse de la pelea— el comediante se declaraba vencido, esto llegaba a su punto de inflexión y nacía la resistencia. Pues en el mismo 2015 el podcast iniciado por otro comediante ‘incorrecto,’ Joe Rogan, lograba masa crítica y se alzaba de súbito como una gran ola, alcanzando, para el mes de octubre, 16 millones de visitas al mes. La misión de Rogan: publicar conversaciones inteligentes, no ideológicas, sobre temas que la corrección política había declarado tabú.

Rogan no está solo: el espacio del podcast, audio y video, se llenó de pronto de otras luminarias, bautizadas en conjunto ‘la red oscura intelectual’ (intellectual dark web) por el matemático Eric Weinstein, hermano de Bret. Y así, de la noche a la mañana, la conversación inteligente se volvió el producto más caliente de internet. ¿Quién lo hubiera sospechado? La gente quiere pensar.

Joe Rogan y Eric Weinstein
Fotografía: Rogan y Eric Weinstein (Joe Rogan Experience #1320; YouTube).

Bueno, algunos. Porque además de la resistencia vino la reacción: aquella gente que, fastidiada por la corrección política, no exige el derecho a pensar y opinar con libertad sino el derecho vulgar y grosero de ofender por ofender. Éstos aplaudieron a Donald Trump en 2016 cuando rompió con la corrección política y también con la decencia. Y luego lo hicieron presidente.

El futuro democrático de Occidente depende de que triunfe la resistencia y no la reacción. Esta columna pone su granito de arena.

Un peligro importante, en esta coyuntura histórica, es que la corrección política izquierdista y la reacción grosera derechista se retroalimenten, haciéndose uno y otro, por rebote mutuo, más y más extremos, y que caiga en su fuego cruzado la resistencia moderada que busca el diálogo y la razón en el centro.

Ya lo estamos viendo. Las autonombradas ‘víctimas’ buscan pintar a los resistentes centristas y moderados de ‘derechistas extremos’ (presuntos partidarios de Trump, o militantes del ‘alt right’) simplemente porque retan las tonterías totalitarias de la corrección política. Fue el caso de Bret Weinstein, quien difícilmente podría ser más ‘progre,’ pero que fue tildado de presunto ‘racista’ por denunciar el racismo genuino de las ‘víctimas.’

Para los resistentes moderados, por necesidad convertidos en defensores dedicados y explícitos de la libertad de expresión, existe el siguiente riesgo: resultará fácil, a veces, confundir la defensa de la libre expresión con la defensa de lo expresado. Se nos antojará, a veces, que si algún personaje ha sido hostigado por las huestes del outrage culture, algo de valor habrá en lo que dice.

Trump sowing seed
Ilustración: The Cagle Post.

Muchas veces, sí. Pero no siempre. ¡Cuidado! Es importante no abandonar el pensamiento crítico, pues la corrección política —me duele decirlo— a veces tiene razón. Jamás estará justificado recurrir a la violencia para callar a nadie —eso nunca—. Pero un reloj descompuesto marca la hora correcta dos veces al día, y un histérico que tilda a todo mundo de ‘¡racista!’ y ‘¡nazi!’ en ocasiones se lo estará gritando a los verdaderos racistas y nazis.

En mi siguiente artículo analizaré el caso de Sam Harris.

Respeto mucho el trabajo de Harris creando conversaciones sobre temas difíciles y defendiendo la libertad de expresión. En especial, Harris ha sido valiente examinando públicamente los problemas del islam, cosa que ha hecho de forma erudita, racional, y mesurada, advirtiendo siempre que no es un ataque contra los musulmanes, a quienes de hecho busca proteger de los excesos de la ideología islámica (como anteriormente en Occidente los liberales defendieron a los católicos de los excesos de la Iglesia). Empero, inevitablemente, las huestes del outrage culture lo han acosado y acusado de ‘racismo.’

Aturdido por estos ataques, Harris cree ver un alma gemela en el politólogo Charles Murray, exponente y defensor de los exámenes de IQ. Sin duda Murray ha sido hostigado con literal violencia por las mismas ‘víctimas.’ Y esa violencia es indefendible. Tú, yo, Murray, y su primo segundo tenemos todos derecho a expresarnos libremente. Pero defender la libertad expresiva de Murray no es lo mismo que defender el contenido de su expresión, y Harris hace ahora también lo segundo. Echaremos ojo a eso y veremos si Murray —que no merece el maltrato de los SJWs— merece los guantes de seda de Harris.

Hasta la próxima.