El pasado martes 4 de febrero del 2020, Donald Trump, presidente de Estados Unidos, cumplió el mandato constitucional previsto en el Artículo II, sección 3 en el que se le pide al presidente que “de tiempo en tiempo, informe al congreso el Estado de la Nación”.
El informe presidencial se dio en un Estado de la Nación complicado. La semana iniciaba el lunes 3 de febrero con la inauguración del proceso electoral, con las primeras votaciones en el estado de Iowa, en el cual –sobre todo el partido demócrata– empieza a explorar quien puede ser el posible candidato que enfrente al presidente Trump en las elecciones generales del 3 de noviembre 2020; y el miércoles 5 se dio en el Senado norteamericano la votación para la destitución del presidente.
El resultado fue que Trump salió bien librado en todos esos retos. Primero, los senadores republicanos votaron a favor de la absolución del presidente de los dos cargos de juicio político en su contra: abuso de poder y obstrucción al Congreso.
Segundo, en el tema electoral también ganó en dos sentidos, triunfó en su propia primaria, ya que al haber dos contendientes más en el partido republicano, Bill Weld y Joe Walsh, los afiliados al partido tuvieron que elegir y Trump logró obtener el 97% de los votos. Y resultó vencedor porque el partido demócrata en Iowa demostró su incapacidad para organizar unas elecciones tecnologizadas (como votar a través de una app). Lo que llevó al desastre, ya que no pudieron darse resultados pronto y se abrió un espacio que Trump aprovechó muy bien mediáticamente para burlarse de ellos.
Su llegada al recinto legislativo fue de un triunfador, su discurso resultó invicto, de alguien que se siente ya reelecto. Una oratoria llena de palabras de grandeza, positivas y muy vinculado al mensaje interno más que a la política exterior.
Los ejes de su discurso se enmarcaron en los temas económicos en los que resaltó su triunfo por haber logrado la actualización del tratado comercial con Canadá y México y, principalmente, el nacionalismo económico expresado en el retorno a una independencia energética que hace mucho no se oía en Estados Unidos: la creación de 7 millones de empleos.
Un discurso cargado de conservadurismo ochentero de los new cons del reaganismo que buscaba rescatar los valores de la familia y la agenda antiaborto, abrazando así la agenda de la derecha americana.
El mensaje también buscó fortalecer los lazos con su base, los trabajadores que no se beneficiaron de la globalización, construyendo una imagen a la que denominó el blue color bloom y buscó también acercarse al votante de color, al presentar su programa de educación para madres solteras en las personas de Stephanie y Jadiyah Davis o el otorgamiento del grado de general a Charles McGee o el reconocimiento al protector de la frontera americana, Raúl Ortiz de la patrulla fronterizadel Rio de Texas.
Los triunfos con el exterior se centraron en la construcción del muro, en moldear la relación con China de una manera más favorable para Estados Unidos, en el fortalecimiento del gasto militar, el haber logrado que los aliados en la OTAN aportaran las contribuciones que les corresponde y la muerte de Soleimani como el centro de su visión de seguridad.
Pero todos estos datos no importan mucho, ya que el centro de atención estuvo en la tensión existente entre Trump y Nancy Pelosi, líder de la cámara baja quien inició el proceso de juicio político en su contra.
El State of the Union es el acto simbólico por excelencia del presidencialismo norteamericano, así que Pelosi aprovechó el momento para marcar su distancia: primero al darle la mano al presidente a sabiendas que era muy probable que no se la diera, lo cual sucedió y rompiendo el discurso, en un acto de rebelión absoluta nunca antes visto, que marcó la tendencia informativa. Todos los periódicos, informativos y redes sociales al día siguiente reprodujeron el momento.
¿Será esa acción suficiente para que los demócratas encuentren el camino para evitar que Trump sea reelecto? Es claro que Trump con su discurso y Pelosi con sus acciones, les hablaron a sus bases, pero ¿cómo ganarse a los votantes indecisos? Ése es el dilema electoral que inició en Iowa en esta semana.
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