¿Se habrán dado cuenta que era el mismo viento? ¿Traería el viento la información a todos? Sería un viento traducido ante cada roce que lo transformaría en otro viento, pero el mismo viento como Las mil y una noches. Cuando Marina sintió el viento que le traía el olor a lluvia desde las afueras de la ciudad, en la oscuridad abierta de su patio de noche, también lo sintió Federico, entrando por la ventana de su living y trayéndole ese olor desde la infancia. Y ese mismo viento que no sabía de exclusividades entró hasta los pies por las hendijas de los respiradores del comedor de Martina y le lengüeteó levemente los pies.
Y cómo no había celos que lo frenara o se lo apropiara, y nadie podía agarrar al viento, el mismo viento les llevó el olor a la lluvia que se aproximaba, ese olor a tierra mojada, a los chicos del campamento en la otra punta de la ciudad. De repente, en ese momento también apareció en la terraza y en la mente de Raúl; él mismo de pequeño olía ese viento en el patio de su abuela, así que éste coló hasta el pasado de Raúl. Incluso Julieta, quien se encontraba volviendo a su casa, se puso a pensar si tal viento más adelante seguiría llevando el olor a tierra mojada de la tormenta como lo recordaba desde su infancia; ése era el mismo viento que llegaba hasta el futuro de Julieta.
Y desde ahí volvía porque que no sabía de propiedades ni nadie lo cercaba alrededor con un corral, era el mismo viento, el que entró por la ventana del colectivo y las narices de los pasajeros y les recorrió el cuerpo; enseguida salió por las palabras, porque en ese momento se pusieron a hablar del olor a tierra mojada y de la tormenta. Y en lo alto de su terraza mirando el foco, tranquilo en la paz de la bajada de actividad del día, el mismo viento que tampoco se alquilaba ni obedecía a instrucciones, le llevó a Rubén las viejas tormentas que venían siempre en esta época y movió el foco sin lámpara levemente.
El mismo viento que jamás fue y será de ninguna internacional, ni tampoco nunca se iba a poder estatizar, que agarró a la abuela y la nieta regando las plantas, se les metió en los oídos, haciendo un leve ruido, luego salió por sus bocas porque se pusieron a hablar de éste, y así sacaron puras palabras de viento. Después volvió a entrar por la nariz y enseguida vino el olor a tierra mojada, de nuevo salió por la nariz porque lo que respiraron, lo sacaron y se los volvió a meter por los ojos; señalando a los lejos vieron la tormenta que ya llovía en las afueras de la ciudad y se acercaba suave.
El viento se les quedó un rato en el tacto, porque estuvo pasándoles por el cuerpo sutilmente como una vestimenta invisible de la naturaleza.
Ninguno se dio cuenta en la ciudad que por un momento compartieron el mismo viento, el mismo aroma, la misma tranquilidad y los mismos recuerdos, porque les llegó a todos simultáneamente como tantas veces. Quizás –eso lo decía un anciano, quien observaba el viento en su carpa en el parque de la ciudad–, eran hermanos del viento.
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