El uso no significa integración. No plenamente, al menos. Da una base, desde luego. Pero no es condición suficiente.
Por razones de edad, por constituir el segmento poblacional que nació y ha crecido rodeada de dispositivos, los jóvenes son quienes, por mucho, mayor uso hacen de las tecnologías digitales.
Conocidos como nativos digitales, hoy podemos hablar de toda una generación que ha visto transcurrir toda su vida entre videojuegos, celulares y computadoras.
Se trata de jóvenes habituados a los tutoriales, la valoración positiva de lo aleatorio, la multidentidad, la intuición como recurso y la indistinción entre consumir y producir contenidos, entre algunas de sus señas particulares.
El uso masivo, transformadas en formas de vida y en miradas del mundo, no son condiciones suficientes, sin embargo, para garantizar su plena integración a la sociedad del presente y el futuro.
Estamos frente a la posibilidad, por extraña que pueda parecer la paradoja, de que quienes más utilizan los dispositivos queden excluidos de los beneficios que la economía digital.
La Cuarta Revolución Industrial, caracterizada por la economía digital, ciertamente acarrea oportunidades, particularmente para los jóvenes; pero no menos riesgos.
No se trata del uso de las tecnologías, sino del papel que esa generación jugará en materia de empleo; de la manera en que se integrará a los nuevos procesos marcados por la digitalización.
Mantenerse simplemente como usuarios de las nuevas tecnologías, supondría, en ese caso, condenar a toda una generación a participar de la economía digital desde la precariedad como condición insalvable.
Aun hoy, en mayor o menor medida, no hay nación que no tome parte de la economía digital, hacia la década siguiente esta circunstancia global se ampliará todavía más.
La pregunta no es, entonces, si los jóvenes del presente tomarán parte de la economía digital. Ya lo hacen, de hecho. La cuestión es si tendrán vías de acceso a empleos que no estén atados a la precarización.
El riesgo de seguir engrosando el ancho espectro de la economía informal, forma parte de una posibilidad más que latente en países de ingreso medio y bajo.
La experiencia es tan apabullante como alertadora. La inmensa mayoría de los jóvenes que en economías débiles comienzan su vida laboral en el sector informal, jamás lo abandonan.
En ese sentido, cuatro condiciones se imponen para lograr que la expansión de las tecnologías digitales, como eje de la vida económica, deriven en un proceso inclusivo, en el que prive la generación de empleos estables, dignamente remunerados.
Si lo que se pretende, pues, es que los jóvenes se integren plenamente a la economía digital, es preciso que el esfuerzo público se aboque en cuatro direcciones:
a) Acceso a bienes y servicios digitales de calidad; b) fortalecimiento de la seguridad y confianza de los entornos digitales; c) incorporación amplia del aprendizaje de herramientas y habilidades en un horizonte drásticamente dinámico; y, d) estímulo de una mejor y más digna oferta de empleo digital.
La accesibilidad ha de referirse, así, no solamente al consumo de ciertos gadgets o a una Internet cara e inestable, sino a políticas que desde lo público, dirijan el esfuerzo hacia esta generación y sus necesidades en específico.
Hablamos aquí de un Wifi más barato, por supuesto, pero también del desarrollo de aplicaciones (apps), de la generación de contenido específico, de software y dispositivos especialmente diseñados para los jóvenes.
Tal como señala un informe de cooperación internacional para la inclusión digital de jóvenes en África: “En definitiva, el desarrollo de la innovación digital depende del tiempo; de si la innovación satisface las necesidades del grupo específico; del lugar (la ubicación geográfica y cómo se puede utilizar); y de los requisitos del exosistema, es decir, de las condiciones existentes”.
En segundo lugar, los gobiernos tienen frente así el desafío de hacer de Internet un lugar más seguro y confiable, particularmente para quienes desean emprender iniciativas productivas.
Datos y libertades protegidas son esenciales para conseguir que los jóvenes vean en las plataformas digitales entornos donde se pueden mover, explorar sus talentos y desarrollarse laboral o productivamente.
La formación escolar tradicional, e incluso, aquella que se caracteriza por colocar el énfasis formativo en las habilidades para el trabajo, se enfrentan a un escenario en extremo cambiante.
Más allá de lo que pudiera significar un entrenamiento meramente técnico, queda clara la necesidad de avanzar en la mezcla entre competencias como capacidad para resolver problemas y creatividad, a la par de habilidades digitales para emprender y trabajar en el marco de una economía digital.
A contracorriente de la precarización, los trabajos de bajo impacto tecnológico o de altas cargas de estrés e inestabilidad, asoma como cuarta condición la capacidad para potenciar la creación de mejores trabajos ligados a un ingreso digno.
El impacto de las tecnologías digitales en relación con la creación de empleo y bienestar puede y debe extenderse a todos los ámbitos.
Representa, además, una oportunidad tanto para reclamar el respeto a los derechos de los jóvenes que participan de la economía digital, como para alentarlos a emprender sus proyectos con ánimo y confianza. Por difícil que parezca.
Y lo sea.
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