La agenda global exige que la comunidad internacional organizada plantee soluciones a la problemática común de la humanidad y del planeta. Entre estos problemas está la erradicación de la pobreza y del hambre, la reducción de la creciente desigualdad; que se detenga la destrucción de la naturaleza y de los ecosistemas para preservar la vida humana en el planeta; el combate al cambio climático, entre otros objetivos.
Sin embargo, los dramáticos acontecimientos de la toma del Capitolio en Washington nos recuerdan la importancia de recuperar la democracia, bajo ataque en varios países en el mundo. Es necesario preservar las libertades y enfrentar al neo-fascismo, el populismo demagógico y el despotismo que tienen bajo fuego a numerosos sistemas políticos.
Una de las expresiones para solucionar la problemática global es la Agenda 2030 de Naciones Unidas. La Asamblea General de la ONU en la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible, celebrada del 25 al 27 de septiembre de 2015, aprobó un plan de acción mundial a largo plazo (2016-2030) titulado “Transformar Nuestro Mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible” (Agenda 2030), para erradicar la pobreza y lograr el desarrollo sostenible en tres dimensiones, económica social y ambiental, sin comprometer los recursos de las futuras generaciones.
El surgimiento de la pandemia del COVID-19, a finales de 2019, afectó profunda y radicalmente el cumplimiento de la Agenda. La crisis económica causada o agravada por la pandemia, según diferentes casos, está afectando a todos los segmentos de la población, a todos los sectores de la economía y a todos los países del mundo. Esta crisis dificulta aún más el logro de los 17 objetivos del Desarrollo Sostenible que integran la Agenda 2030.
De acuerdo con la ONU, el paradigma de desarrollo actual en el mundo es insostenible, debido al lento crecimiento económico, acompañado de grandes desigualdades sociales y de una elevada degradación ambiental. Estos retos deben ser atendidos, por lo que es necesario un cambio en los patrones de producción, energía y consumo sostenibles e incluyentes.
Pero los graves crímenes contra la democracia incitados por el propio presidente Trump son una llamada de atención global sobre la necesidad de actuar para defender a las instituciones democráticas de los ataques a los que las han sometido un conjunto de corrientes populistas, con aspiraciones despóticas y autoritarias, que han aprovechado diversas crisis económicas y sociales para construir alternativas demagógicas, basados en verdades a medias y mentiras completas.
Es claro que en el mudo se viven profundas crisis económicas y sociales que han afectado a muchos países. En tanto que en varios países enormes cantidades de personas han salido de la pobreza, como es el caso de algunos Estados en la región el Asia-Pacífico, en otras naciones en varias regiones en el mundo han tenido décadas de estancamiento económico, persistencia de la pobreza y un dramático incremento de la desigualdad. En varios países desarrollados y en economías emergentes se han vivido 40 años de estancamiento y degradación de los ingresos de amplios sectores de las clases medias.
Asimismo, en muchos países las instituciones políticas se han visto profundamente rebasadas y son altamente disfuncionales. Muchos sistemas políticos se ven dañados por la corrupción, la impunidad y la incompetencia, como es el caso de varios países latinoamericanos. Todo esto se ha dado en el contexto de todavía un muy elevado crecimiento demográfico y de un acelerado proceso de destrucción de la naturaleza y degradación del ambiente que pone en entredicho la sobrevivencia y viabilidad de la civilización y aún de la vida humana.
Pero la solución a esta compleja problemática no radica, desde luego, en apelar más a las emociones y los prejuicios que a la razón. Se han formado corrientes populistas dirigidas por demagogos que aprovechando el legítimo descontento ofrecen soluciones falsas, diagnósticos simples que buscan destruir estructuras institucionales, muchas de ellas ciertamente mejorables, para instaurar dictaduras. La construcción de una “verdad alternativa” ha sido un rasgo común.
Lo sucedido en el Congreso de Estados Unidos no puede quedar impune. Fue la culminación de un gobierno construido y desarrollado a través de la mentira, fomentando el racismo, el odio y la polarización, apoyado en grupos sociales rurales con poca educación y de fanáticos religiosos. Recordemos que esta agresión sucedió en una de las democracias más antiguas y aparentemente consolidadas en el mundo, en el país que aún es la primera economía del planeta y la más importante potencia militar.
Al respecto, cabe recordar que el gobierno de Trump no ha sido sólo demagógico sino altamente incompetente desde el punto de vista de los intereses de su propio país. Los únicos beneficiarios directos de su administración fueron los grandes intereses corporativos. Al respecto, cabe anotar el testimonio recogido por Heather Cox Richardson, según el cual, Trump vio por televisión y con entusiasmo la agresión al Capitolio, pero sólo lamentó que la apariencia de los agresores fuera de gente pobre y desarrapada.
Pero lo más grave de todo es que Donald Trump no es sólo causa, sino también efecto de este fenómeno. Cada vez queda más claro que en este atroz atentado contra la democracia han estado vinculados numerosas personas de diversos estratos sociales, incluida la complicidad de algunos legisladores y de miembros de cuerpos policiacos. El racismo, la xenofobia y el odio están profundamente enraizados en buena parte de la sociedad estadounidense.
La realidad es que los Estados Unidos de América, como muchos otros países, están profundamente divididos.
Es necesario diseñar un modelo de crecimiento para la prosperidad y el bienestar de todos, sin que nadie se quede atrás, pero desvinculado de la destrucción de la naturaleza y de la degradación del ambiente.
Debemos encontrar las soluciones a la problemática global con base en el conocimiento científico y en los avances tecnológicos. Pero es fundamental efectuar estos cambios con el más estricto apego al Estado de Derecho, a través de instituciones democráticas, con pleno respeto a las libertades, base del progreso y del respeto a la dignidad de las personas y a sus derechos fundamentales.
La lucha contra el neo-fascismo y el despotismo va a ser larga y difícil, pero la derrota de Trump es un magnifico indicio de la recuperación de la decencia y la racionalidad.
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