En febrero fue inaugurada la plaza de toros más importante del continente americano, la más grande y cómoda del mundo como diría su eslogan.
Contra viento y marea, el proyecto de la Ciudad de los Deportes de Neguib Simón y otros inversionistas –además de levantar un recinto taurino– en su plan se incluía el estadio de futbol –hoy en día casa del Atlante–, boliche, cines, restaurantes, arena de box y lucha, alberca, playa con olas, ferias y exposiciones.
Finalmente, la plaza de toros y el estadio quedan como muestra incuestionable del tesón del empresario yucateco de ascendencia libanesa. Con gran ingenio Modesto Rolland fue el ingeniero capaz de interpretar las ideas de Neguib.
La construcción de La México se inició el 1 de diciembre de 1944, en un sitio donde se ubicaba una ladrillera en la colonia Nochebuena, obra colosal monolítica de concreto premezclado.
Las estatuas que la adornan de aquella época son diseño del valenciano Alfredo Just, quien contó entre sus ayudantes al genial yucateco Humberto Peraza.
Por aquellos años recién había fallecido Maximino Ávila Camacho –hermano del Presidente de México, Manuel– y en algún momento así se iba a denominar en su honor la Monumental Plaza México, pero prudentemente el homenaje quedó en una calle lateral del contorno.
En el planeta taurino ningún coso tiene cabida para más de cuarenta mil asistentes.
El primer lleno no fue de personas, sino de costales de arena para verificar la resistencia del coso y de ese hecho ya se cumplieron 75 años, el 27 de enero, y la primera vuelta al ruedo la pegó el arzobispo Luis María Martínez, cuando bendijo con agua bendita el ruedo y, por aquellos días, él comentó: “que conste que yo di la primera vuelta al ruedo”.
La primera corrida se celebró el martes 5 de febrero de 1946 con Luis Castro “El Soldado”, Manuel Rodríguez “Manolete” y Luis Procuna, con toros de San Mateo, propiedad por aquellos años de Antonio Llaguno –hoy en día propiedad de Nacho García Villaseñor–, y contra la costumbre de empezar puntual, por el tumultuoso lleno, ese día la corrida empezó minutos más tarde.
El primer toro fue el número 33, “Jardinero” que le correspondió a Luis Castro “El Soldado”; el primer capotazo lo pegó El Chato Guzmán, peón de la cuadrilla del matador, así como el primer par de banderillas y el primer puyazo corrió a cargo de José Noriega “El Cubano”. El primer trofeo lo conquistó Manolete, con el segundo toro de la tarde llamado “Fresnillo”, y Luis Procuna fue el primer mexicano en llevarse un trofeo, con el tercer ejemplar de nombre “Gavioto”.
El primer rabo lo consiguió días más tarde Silverio Pérez el 16 de febrero de 1946, en la segunda de las cuatro corridas de las que constó el serial inaugural. En esa fecha actuó mano a mano con Manolete, y el texcocano obtuvo la oreja y un rabo de Barba Azul de Torrecilla. Por cierto, el 13 de marzo de 1949 cambió el reglamento taurino capitalino y, desde entonces, los máximos trofeos son dos orejas y rabo.
Los empresarios actuales del coso son el licenciado Alberto Baillères y el arquitecto Javier Sordo –Don Alberto varias veces lo ha sido exitosamente en su historia–; los propietarios son los herederos de Moisés Cosío, quien después de la primera temporada de novilladas la adquirió.
Virtualmente a través de su página, La México celebra su aniversario ante la imposibilidad de hacerlo en vivo como hubiéramos deseado.
En esa temporada Pepe Luis Vázquez, torero potosino, ratificó su sitio ganado a ley en la plaza de toros de El Toreo de la Condesa –hoy El Palacio de Hierro Durango–, pues conquistó los máximos trofeos por primera vez en La México –en esa categoría– el 16 de junio de 1946 con un novillo de Atlanga; y en la misma tarde el peruano Isidoro Morales recibió los segundos.
La primera oreja para un novillero en La México se otorgó el 2 de junio de 1946, a Pablo Tapia, de un novillo de Lucas González Rubio.
Genaro Núñez, director de la banda de música, instituyó desde la época del Toreo de la Condesa, la costumbre de alegrar el paseíllo con el pasodoble “Cielo Andaluz” de Rafael Gascón, acompañado por el ¡Olé! popular, único en el mundo en el desfile de cuadrillas. El maestro Núñez, por cierto, fue quien arregló la versión de “La Macarena” en la que el trompetista solista se pone a prueba y nos llena de euforia su interpretación.
Recuerdos hay muchos y más cuando se han pasado tantos años en su interior desde niño, viviendo a su público que le ha dado vida a sus localidades. Desafortunadamente, por la pandemia no será posible celebrar –como lo hubiera deseado la empresa– por todo lo alto, el aniversario de platino de su inauguración.
Uno de sus iconos recientemente partió a la Gloria, Gonzalo Martínez de la Fuente, querido amigo quien desde el primer festejo asistió y fue testigo del transcurrir de los 75 años del coso monumental, ocho con ocho.
Le deseamos al coso de Insurgentes –como también se le conoce– muchos más y que cuando sea posible las cuerdas de la emoción y la pasión den rienda suelta a tardes de gloria –y, por qué no, de fracaso–, y que siga siendo el lugar donde se exprese, a través de la tauromaquia, el deseo de vivir de un país acostumbrado a celebrar aun en los momentos más difíciles.
Por sentirlo así, en ella, para los que somos taurinos, respira México.
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