Las emociones morales y sus fundamentos cerebrales

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Una de las mayores desgracias y oprobios de nuestro país es tener una de las más altas y ascendentes tasas de feminicidios del planeta. Se trata de una forma brutal de violación y asesinato que atropella y destruye a una persona por ser mujer. Al conocer casos particulares de este crimen es posible sentir vivamente muchas formas de emoción moral: compasión por la víctima, empatía con sus familiares, indignación y cólera hacia el perpetrador, desprecio a la mentalidad que lo fomenta, clamor de justicia a las autoridades supuestamente abocadas a prevenirlo y solucionarlo, condena a quienes solapan o atenúan los hechos, admiración y respeto por quienes investigan y denuncian, vergüenza y culpa por no hacer algo para remediarlos. Las emociones morales conforman fundamentos del conflicto social y político que se deriva no sólo de estos actos abominables, sino también de todo quebrantamiento de normas, valores y leyes morales que se consideran válidos.

feminicidio
El feminicidio constituye un quebrantamiento de normas morales de tal magnitud que suele evocar la mayoría de las emociones morales en quienes toman conciencia de las víctimas y las circunstancias en las que ocurre.

La empatía es un sentimiento fundamental para el desarrollo de comportamientos morales y éticos. Deriva de la alteridad, la noción que los demás seres humanos son otros yo y tienen estados mentales como los propios. Al motivar el cuidado por los otros, inhibiendo la agresión y facilitando la cooperación y la ayuda, la empatía condiciona aspectos importantes de la vida social y se considera una fuente crucial y ancestral del comportamiento moral y de la justicia. Además de la empatía, la compasión implica el deseo de ayudar a quien sufre y, cuando se identifica al causante del daño se suceden la indignación, el desprecio y la aspiración de remedio y justicia. Pueden también ocurrir otros tipos de emociones morales como son los sentimientos de admiración, gratitud o devoción a quienes muestran cualidades y conductas, así como la culpa, el pudor o la vergüenza en referencia a uno mismo cuando se siente que ha quebrantado o evadido una norma. Ahora bien, las emociones morales por sí mismas no son suficientes para integrar la conciencia moral, pues ésta requiere la incorporación de principios y valores que pueden ser aplicados en las acciones de protección y cuidado.

La edad de la empatia
Portada de “La edad de la empatía” de Frans de Waal, un estudio sobre los orígenes evolutivos de la empatía y otras emociones morales.

Gracias a múltiples estudios de imágenes cerebrales se han logrado visualizar ciertas áreas y procesos que subyacen a las percepciones, emociones, juicios y comportamientos morales. De estos estudios experimentales se desprende que la moralidad requiere de la participación de zonas y redes cerebrales de orden perceptivo, cognitivo y afectivo pues, como ocurre con prácticamente todos los sistemas de autoconsciencia, no hay un soporte neuronal único de las capacidades éticas y morales. Las investigaciones recientes reafirman la existencia de una red cerebral que responde a los dilemas morales y que este sistema está vinculado con los de identificación del sujeto con sus congéneres. También se ha encontrado que las cortezas orbital y ventromedial situadas en las zonas prefrontales del cerebro están implicadas en decisiones mortales con un fuerte contenido emocional. En algunos estudios sobre razonamientos o decisiones morales se ha detectado la participación de la parte anterior del cíngulo o la ínsula que se involucran durante estados de empatía.

Los estudios de las funciones cerebrales que ocurren durante las emociones morales tienen relevancia para precisarlas, pues revelan cuáles redes cerebrales se enganchan o se activan para cada una de ellas. Además, estos estudios no sólo ponen en evidencia los sustratos cerebrales de la cohesión social humana sino también los de sus contrapartes, las actitudes y comportamiento antisociales. En efecto, se ha encontrado que las redes neuronales implicadas en la empatía y la valoración moral presentan deficiencias en individuos con personalidades psicopáticas, quienes se caracterizan por tener poca o nula conciencia moral. Tanto la investigación como la teoría en la neurociencia social y la neuroética apoyan que la autoconciencia, en reciprocidad complementaria con la conciencia de otros, es un requisito indispensable de la moralidad y la ética.

libros sobre moralidad
Portada (izquierda) del libro sobre el cerebro moral acerca de los fundamentos neurobiológicos de la moralidad (2014), y (derecha) de otro volumen sobre el mito del cerebro moral (2016) que afirma lo que la moralidad implica pero no se limita a las funciones cerebrales ni se explica totalmente de esa manera. Trata este último sobre las propuestas de fomentar la moralidad mediante estimulación cerebral.

En un escrito de 2016 sobre el cerebro y la moralidad, el filósofo Jesse Prinz analizó y comentó los estudios de neuroimagen que muestran estructuras cerebrales que se activan y utilizan cuando las personas hacen juicios morales. A pesar de que Prinz aboga por un “sentimentalismo moral” en el sentido de que ciertas emociones se constituyen como juicios morales, propone que ambas, razones y emociones, intervienen en las decisiones morales humanas. El psicólogo social Jonathan Haidt, que ya hemos citado, ha recopilado experimentos propios y de colegas afines para proponer que gran parte del pensamiento político es un tipo de instinto moral envuelto o adornado por racionalización ideológica. Según esta tesis, cuando alguien dice que “el estado del bienestar es justo” o que “el aborto atenta contra la persona humana” está usando un lenguaje prestado para expresar sus actitudes viscerales orientadas a una o varias de las seis esferas morales: mal, justicia, lealtad, autoridad, libertad o santidad.

Si hemos de dar crédito a estas tesis, la identidad política no empieza con opciones ideológicas razonadas, sino con mutaciones genéticas y alambrados cerebrales de tal forma que la contienda política puede no ser tanto una batalla de ideas como una contienda darwinista. Pero ya hemos repetido que los intentos de reducir las capacidades sociales o mentales de los seres humanos a factores neuronales y estos a elementos genéticos es una forma sumaria de excluir las propiedades que emergen en cada nivel de organización de los organismos y sistemas naturales. No se puede dudar de la influencia que tienen los elementos genéticos y evolutivos en todas las manifestaciones de la vida humana, incluyendo la conducta ética y la ideología política, pero sabemos que estos fundamentos y tendencias que operan de abajo hacia arriba (desde las bases moleculares y celulares hasta la mentalidad y la conducta) se complementan con influencias inversas de arriba hacia abajo como los múltiples cambios cerebrales que condiciona la experiencia, el aprendizaje y el comportamiento.

adagio etico
Cartel sobre el adagio ético de la medicina “primero no dañar” (primum non nocere) (tomado de: EMS Solutions International).

Termino esta vista a las emociones morales recordando el principio de la ética médica primum non nocere, (lo primero es no dañar) atribuido a Hipócrates, pero mejor documentado como recomendación del médico inglés del siglo XVII, Thomas Sydenham. Si se toma literalmente, el principio sería en muchas ocasiones incompatible con la práctica médica que suele entrañar daño o sufrimiento, por lo que se ha reformulado como la necesidad de la medicina de evitar o paliar los efectos y secuelas indeseables derivadas de la práctica médica. Esto hace de la prudencia la virtud ética más necesaria del médico.

No habría conciencia moral o conducta ética si la persona humana no fuera capaz de entender que sus prójimos sufren y gozan, desean y se frustran, son libres o están sometidos. No sería posible sentir cuidado o responsabilidad por los demás sin un sentido de conexión y preocupación por otros seres sintientes y por los recursos necesarios para su vida y bienestar. Tampoco habría conciencia ética ni sentimientos morales sin la capacidad de observar, evaluar y modificar los propios estados mentales, pues la ética implica una conexión empática de la conciencia de sí con la conciencia del otro.


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