Con escenas variadas a lo largo de mundo, la mayoría de los países que iniciaron de nuevo el ciclo escolar de manera presencial avanzaron hacia una nueva realidad que preserva el valor de la educación en los salones de clase y la seguridad sanitaria de niñas, niños, jóvenes, profesores, directivos y personal de los planteles.
No ha sido fácil, pero conforme la pandemia también prosigue entre nosotros, las medidas de higiene, protección y sana distancia en áreas comunes, aulas y espacios de convivencia, comenzamos lentamente a ver un progreso para que la educación de millones no se viera comprometida.
Por su parte, México se mantiene en la dirección hacia un cambio de semáforo epidemiológico que concluirá en la decisión de las autoridades federales y locales para retornar a una ansiada vuelta a clases, no sólo por los responsables de crianza (mamás, papás y tutores), sino de maestras y maestros comprometidos que han hecho auténticos milagros para suplir temporalmente el proceso educativo presencial con el virtual.
Durante dos semanas tuve la oportunidad de recibir muchos comentarios acerca de este tema de profesionales de la educación, directivos de planteles y responsables de crianza que me compartieron muchos de los retos que han tenido que vencer para brindar la enseñanza de manera remota y las difíciles condiciones de miles de estudiantes para asistir a clases en esta modalidad.
Desde el problema de espacio en departamentos y casas, hasta la conectividad a internet y el acceso a computadoras personales o tabletas, los cursos a distancia se han sostenido en un dudoso modelo de contenidos y presentaciones por televisión que sigue sin estar a la altura de las necesidades que nos impuso la pandemia para no retrasar el progreso académico de millones de niñas, niños y jóvenes.
Pese a su alcance y número de aparatos por domicilio (94% de los hogares, según cifras oficiales), las clases por televisión abierta son todavía un paliativo frente a la continuidad que se requiere en un ciclo escolar atípico, pero que tendrá que retomar su cauce en cuanto tengamos una estabilidad en los contagios, la ocupación hospitalaria y el arribo de la ansiada vacuna, que no hará milagros, aunque permitirá que esa nueva realidad se parezca a la convivencia social e intelectual que sólo se logra en las escuelas.
Europa, por ejemplo, que sufrirá de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud una nueva oleada de infección por coronavirus entre octubre y noviembre, ha tenido un desempeño sanitario aceptable en esta primera quincena de regreso a clases, gracias a las disposiciones que establecieron y a un aprendizaje en el día a día que favoreció buenas prácticas que se extendieron rápidamente a todos los grados.
Esas lecciones las debemos aprender si queremos recuperar la actividad escolar presencial y salvaguardar, al mismo tiempo, a los estudiantes durante los meses de otoño e invierno, donde tendremos la llegada de la temporada de influenza, que se sumará al coronavirus.
Con todo, debemos impulsar el regreso seguro de nuestras niñas, niños y jóvenes, porque es posible que nos encontremos a medio camino entre salvar el curso o enfrentar una ola de deserción por cuestiones económicas, familiares y hasta de falta de colaboración social para que nadie se quede fuera de su escuela.
Tan sólo por este riesgo es importante que mamás, papás, tutores y responsables de crianza empiecen a organizarse con profesores y directivas para impulsar el modelo de salud en la escuela que se tendrá que seguir y darle la confianza a todos de que habrá una supervisión minuciosa para que los planteles sean un ejemplo de seguridad sanitaria. En ello también jugará un papel muy importante el mantenimiento de las instalaciones, el acceso a agua y la ventilación constante de aulas y espacios comunitarios.
Lo que está en riesgo es la educación, en particular en los segmentos de nuestra sociedad que son el último, o uno de los últimos, bonos demográficos que tendremos y sin ésta no hay país que pueda crecer, mucho menos progresar.
Ahora que los pronósticos económicos son sombríos y que las variables de medición del crecimiento están en duda, los indicadores educativos no están a discusión porque señalan con exactitud la relación directa entre una población educada correctamente, con oportunidades de desarrollo intelectual y de construcción de valores, y la consolidación de un Estado de Derecho auténtico, de instituciones fuertes y de una sociedad activa en todos los sentidos.
No obstante, la reapertura debe ser en el momento adecuado, ni muy pronto como ocurrió en Israel, ni muy tarde como podría ocurrirnos a nosotros. Nuestra población y las limitaciones que ya conocemos, tampoco nos igualan a Suecia (que nunca cerró las escuelas, aunque tuvo brotes de contagios controlados y pocos casos en niñas, niños y jóvenes) o a Japón que aplicó medidas restrictivas severas aún para la famosa disciplina que caracteriza a su sociedad, con pocas incidencias que fueron aumentando con el tiempo y obligaron a modificar el plan de regreso original.
De fondo, bajo el principio de la sana distancia y del uso de cubrebocas, necesitamos a nuestras escuelas de regreso. Si, como informan las autoridades de nuestro país a diario, llevamos varias semanas ya con un descenso en casos positivos por este tipo de coronavirus, nos acercamos a un regreso, urgente, vital, para que millones de niñas, niños y jóvenes recuperen el tiempo presencial, sustituido por el remoto, así como el valor implícito que tiene la educación en el futuro de todas y todos nosotros.
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