Sin quitarle al COVID-19 su enorme impacto en nuestras vidas y en nuestro futuro inmediato, hemos sufrido de una enfermedad igual, o peor, en la forma de la violencia y el crimen en todas sus manifestaciones.
Particularmente la semana pasada y el inicio de ésta han sido periodos aciagos en materia de inseguridad y los efectos que provoca en una sociedad, tristemente, acostumbrada ya a la impunidad y al delito.
Con las consecuencias de una serie de masacres ocurridas en Sonora y Oaxaca, además del asesinato cobarde de un juez y su esposa, llegamos al viernes pasado para atestiguar un atentado en contra del secretario de Seguridad Ciudadana de la capital del país, Omar García Harfuch, en un operativo criminal no visto antes en la Ciudad de México y menos en contra de un funcionario de tan alto perfil.
El despliegue de células organizadas con armamento de guerra, logística, vehículos y una planeación que no se puede explicar sin colaboración interna, trajo al corazón del país escenas que sólo habíamos visto en puntos de nuestra nación ya convulsionados por la violencia y que demostraban lo lejos que todavía estamos de alcanzar la paz y la tranquilidad que tanto demandamos.
La aparición pública de líderes de cárteles, así como las ineficiencias de autoridades y jueces para fincar responsabilidades a presuntos responsables de delitos, involucrados con los primeros, y hasta la detención de otros criminales a quienes se les atribuyen horrores como la desaparición de 43 jóvenes, nos obliga a reflexionar que, con o sin coronavirus, el problema de la falta de seguridad seguirá siendo un talón de Aquiles para el cambio verdadero de la República.
Coincide con el primer aniversario de la creación de la Guardia Nacional, un cuerpo de seguridad cuyo despliegue a lo largo del territorio nacional aún deja muchos más pendientes que resultados, aunque debemos reconocer avances en ciertas áreas de combate al crimen, como el tráfico de combustibles, el robo en carretera y una marginal contención de algunos crímenes que mantienen baja la cifra negra como el robo a vehículos, en tanto que los homicidios dolosos se estancan o aumentan irremediablemente.
Como si el semáforo de la pandemia no fuera suficiente, el semáforo de la inseguridad pareciera mantener no ya el color rojo intenso, sino violeta, sin importar la aparición de un contagioso virus que detuvo al mundo, pero no a quienes en estos momentos atacan, atracan, y viven de la ilegalidad; una industria que se hizo incontrolable después de décadas de complicidades, tolerancia, corrupción e impunidad.
Entramos en el segundo tercio del sexenio y los números de los delitos que se cometen todos los días se mantienen altos, a la par de que no hay señales claras de que las detenciones, los procesos judiciales y las sentencias crezcan gracias a la coordinación de autoridades y la eficiencia de los cuerpos policíacos estatales o municipales.
Regiones enteras del país están sometidas a los intereses de grupos criminales que no piensan dejar su negocio en poco tiempo, y si para ello es necesario subir el nivel de violencia en contra de quienes les cierran el paso, lo harán sin ningún miramiento; de ese tamaño es el poder económico que está en juego.
Mientras tanto, los ciudadanos nos preparamos lo mejor posible para entrar en una nueva realidad, pero con los viejos problemas de siempre, lo que hará más difícil que salgamos de la crisis económica y de empleo que ha traído la crisis sanitaria.
Advierto, sin embargo, que no creo que haya un engrosamiento de las filas de las organizaciones criminales, no funciona así, pero muchos jóvenes sí podrían ser enganchados con dinero fácil para entrar a los primeros escalafones del delito, mucho más si las bandas les confirman que hay espacio para prosperar por los errores y la complicidad de quienes tienen la tarea de defendernos.
No obstante, el papel de la ciudadanía es más importante que nunca para lograr un descenso considerable del crimen organizado (que es todo) si le damos su lugar a los buenos policías, los buenos guardias nacionales, y denunciamos cualquier incidente que afecte nuestro bien vivir.
Recuperaremos poco a poco cierta movilidad y eso podría dar a los delincuentes la falsa impresión de que pueden volver a las andadas sin que opongamos resistencia. Es el peor mensaje que podemos enviar como una sociedad que debe actuar como una sola y aprovechar las nuevas condiciones de convivencia para prevenir, apoyar y colaborar con las buenas autoridades, que sí las hay.
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