México tiene en muchos ámbitos, y por muchas razones un enorme potencial que a lo largo de su historia no ha querido, podido y/o sabido desarrollar. Siempre se han encontrado las excusas y argumentos para no ser lo que podemos o inclusive diría lo que debemos ser.
Nuestra postura de víctimas se remonta hasta el pasado de la creación de la propia República Mexicana, que tiene propiamente su origen en la Nueva España. Sí, fueron los conquistadores europeos quienes crearon lo que hoy en México, y ni siquiera eso reconocemos en nuestros libros de historia. Hemos ido lamentándonos de que los españoles conquistaron México y eso es tan falso, como que la tierra es plana.
Para superar una enfermedad física o mental, como lo es superar una adición, hay que empezar aceptando la misma. Y hago esta analogía porque, si queremos superarnos como nación, tenemos que aceptar muchas cosas que hoy evadimos o mentimos al respecto.
Habrá que reescribir una buena parte de nuestra corta historia como país, y también escribir y reescribir capítulos de lo que antecedió a lo que hoy es México. Yo lo simplifico diciendo que ni Benito Juárez fue tan bueno, ni Porfirio Díaz fue tan malo; y bueno, la historia de los Aztecas tiene capítulos negros que habrá que sacar a la luz pública y sin miedo. Explicar de la manera más objetivamente posible qué pasó con los mayas, qué sabemos real y objetivamente de Teotihuacán, exponer sin prejuicios, la magnitud real a lo que aconteció aquel 2 de octubre de 1968, desenmascarar a los presidentes asesinos que hemos tenido a lo largo de nuestra historia, y cientos, sino es que miles de etcéteras.
Esta nueva historia de México nos va a permitir escribir una historia no de vencidos y vencedores, sino de hecho reales, que son lo que realmente han determinado lo que hoy es México, y con ello empezaremos aceptándonos con virtudes y con defectos, y reforzando el espíritu de lo verdaderamente mexicano. Y de ahí, ver para adelante, con altas miras, sabiendo que somos capaces de tener y ser el mejor país para propios y extraños.
Tomando como base un artículo de mi libro, explico –ahora sí– como hacerlo.
En el ser humano se observan con alarmante frecuencia niveles de conducta que distan del ideal. Vamos por la vida en la cómoda línea de la mediocridad. Nos resistimos a dar el salto para alcanzar metas superiores y nos instalamos en niveles de confort, de mediocridad. Sólo al enfrentarnos a una situación inesperada o una emergencia, sacamos fuerzas y vamos más allá de la “normalidad”, como lo hemos demostrado, con creces, en terremotos y en desastres naturales.
En mis talleres pongo el ejemplo de quien sube a la plataforma de la fosa de clavados, pero no está dispuesto a saltar. Ahí en las alturas, a 10 metros, sólo el 1% acepta que se atreviera a echarse al agua. Cuando pregunto a los participantes qué harían si vieran a su hijo o hija ahogándose, entonces todos están dispuestos a brincar, a dejar su zona de confort. Esto claramente me hace pensar que todos tiene el talante para lanzarse del trampolín de 10 metros, pero no lo hacen o no lo han hecho, por “miedo” a descubrir de lo que son capaces.
Eso nos pasa a los mexicanos. Aunque podemos dar más, no nos atrevemos a salir de la rutina. Tememos a la caída, al fracaso. Con algunas excepciones, vivimos en el promedio, y por ello hay tan pocas historias de éxito que contar en un país de prácticamente 130 millones de habitantes.
Al navegar en las cómodas aguas de la línea media no podemos llegar más lejos. Como se dice frecuentemente, nos apegamos al manual, trabajamos por lo que dice el libro, la norma, pero no vamos por el extra. ¿Para qué? ¿Cuál es la necesidad?, nos justificamos. Se nos dificulta subir al nivel ideal, nos da flojera, rehuimos a la exigencia de ser excelentes.
Las conductas normales toleradas en nuestro país, por citar algunos ejemplos, son pasarse las luces rojas en la calle (automovilistas, ciclistas, peatones), arrojar basura en las banquetas, no cruzar en las esquinas, circular en sentido contrario, dejar que nuestras mascotas defequen en la vía pública y no recoger sus gracias… Es nuestra triste realidad.
Este tipo de comportamientos actuales, se repiten porque no le pasa nada a los infractores. Esta actitud cambia cuando sabemos que, si hacemos algo incorrecto, la pagaremos. Es el caso del conductor irresponsable en México que al llegar a Estados Unidos es un ciudadano ejemplar, respetuoso de las normas de tránsito o bien del turista mexicano que al llegar a otro país se convierte en modelo de civilidad en las calles.
Hay algo que nos impide a menudo progresar. El entorno no nos reta a esforzarnos. En nuestro México, siendo mediocres somos el tuerto que es rey en tierra de ciegos. Por eso muchos deportistas, chefs, o cineastas mexicanos exitosos triunfan en Estados Unidos o Europa. En otras partes tienen los incentivos para ser excelentes, no impera el conformismo y hay estímulos para superarse compitiendo con otros. Se premia el esfuerzo.
Tal vez conozcan el chiste de unos paisanos que, viajando por Múnich, van a una fiesta y beben. Al volver al volver al hotel en la madrugada, les urge dormir y exigen al conductor germano que se pase las luces rojas. El teutón está sorprendido: si infringe las normas lo mandarían al psiquiatra. Sonrientes, los visitantes le responden que, en cambio, en México iría al especialista quien se detenga en la luz roja. La broma refleja nuestra mentalidad laxa.
Sin escarbarle mucho, la educación aparece como una de las causas de este pasmo. Estamos condenando a generaciones de niños y jóvenes con este sistema educativo secuestrado y complaciente. No hay un caldo de cultivo para ser los mejores, sino para ser los peores. Es una realidad que al sistema político y quizás a una parte de los poderes fácticos, no le conviene que la gente esté bien preparada, que quiera cambiar las cosas, que sea más competitiva. Falta una verdadera rebelión, un cambio desde la sociedad civil.
Según la OCDE, México se ubica entre los países que más horas se trabajan en el mundo, pero estamos entre las naciones más improductivas. ¿Será que nos hacemos tontos en el trabajo, mientras en otras culturas emplean más efectivamente las horas laborales?
Por otra parte, es un hecho que la familia contribuye también a esta condición de mediocridad. Sabemos de muchos casos de padres que toleran y se benefician de la corrupción. No sorprende que a veces los modelos a emular son de quienes, vía prácticas no legales, se hacen súbitamente de autos, relojes, mansiones, yates, jets… En México, es el caso de políticos de cualquier partido, mientras que la clase gobernante no deja de ser noticia por sus escándalos de enriquecimiento ilícito, amiguismos o nepotismo… etcétera, etcétera.
Nuestro aparato productivo no favorece la competencia ni premia a los eficientes. Está hecho para vender “a los que conozco” o, incluso, para afectar al pequeño. Es el caso de grandes cadenas comerciales que ahorcan a sus pequeños proveedores. Por el contrario, en Singapur existen leyes que obligan a cuidar a los chicos, a darles por ejemplo anticipos por sus ventas y no ahorcarlos financieramente.
Tremendo panorama. Entonces ¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar?
Muy simple: no esperes a que cambien tus hijos o nietos, o los demás, los otros. No vayas lejos ni esperes a la siguiente generación. Un paso brutal, enorme, sería comenzar ya con una persona que conoces muy bien: Tú mismo.
Sólo por hoy, hagamos algo para superarnos: no me paso una luz roja; no corrompo a un policía; trabajo productivamente en la oficina, no hago negocios sucios… Multiplica por un año estas acciones. Imagina la cadena positiva para tu ciudad, tu país, el continente.
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Este es uno de los mejores artículos que leído porque confronta verdades que no queremos aceptar y confirman que “Vamos por la vida en la cómoda línea de la mediocridad”. Felicidades Octavio. Sigue fustigandonos y creando conciencia!!!