En el contexto de las relaciones interpersonales destaca por su importancia la relación que un individuo establece con la o las personas que le son más próximas, significativas y queridas. El tema es de enorme amplitud y profundidad. Se trata del amor y sus facetas de apego, compromiso, entrega, pasión, sensualidad, celos, revancha y tantas otras manifestaciones del vínculo afectivo primordial. El inabarcable e insaciable tema ha sido de interés y ocupación permanente para todas las actividades creativas que van desde las ciencias relacionadas a la reproducción de la especie y la sexualidad humana, hasta un vasto sector de las artes universales y la música popular como el bolero, sin olvidar, desde luego, las teorías derivadas o afines al psicoanálisis.
Para los objetivos de un proyecto sobre autoconciencia como el presente será importante vislumbrar de qué manera la conciencia de sí interviene en el vínculo afectivo y es agitada por éste. Pero aún esta empresa resulta demasiado imprecisa y extensa, por lo que ahora sólo abordaré algunas facetas académicas de interés interdisciplinario. No pretendo trazar un paisaje general del tema del amor pues va mucho más allá de mi limitada perspectiva, aunque reviste una importancia existencial central en mi vida, como para la mayoría de los seres humanos.
Empiezo por el apego primordial. La “teoría del apego” fue desarrollada por los años 60 por John Bowlby, un psicoanalista inglés interesado en la ciencia de la etología, quien se planteó la necesidad de estudiar algunas nociones freudianas y en kleinianas con técnicas de las ciencias de la conducta. Asumió el audaz reto de abordar algunos planteamientos psicoanalíticos como hipótesis de prueba y consideró que el caso más viable era la relación entre la madre y su bebé que fuera destacada como un evento clave del desarrollo humano por Freud y sus seguidores con base en inferencias derivadas de observaciones clínicas en adultos. Bowlby realizó registros sistemáticos de la relación madre-infante en ambientes relativamente controlados, como los de un pabellón pediátrico. Sus extensos estudios establecieron, entre otros hallazgos, la ansiedad de separación, el patente estrés que muestran los bebés privados por periodos prolongados de la presencia de su figura de seguridad, usualmente de la madre. Estos estudios se relacionaron con una célebre investigación realizada en macacos de laboratorio por Harry Harlow que consistió en separar experimentalmente a crías de sus madres, lo cual llevaba a conductas de estrés, agitación y finalmente a una manifestación de depresión y desesperanza que podían ser parcialmente neutralizadas con muñecos sustitutos de la madre. El tema de las conductas de apego y separación, así como sus consecuencias en el comportamiento, el funcionamiento neuroendócrino y la maduración nerviosa se convirtió en un amplio terreno de investigación psicobiológica.
Bowlby desarrolló la teoría de que los seres humanos nacen con un sistema innato de apego cuya función es promover una proximidad entre el bebé y su guardián(a) que garantice su sobrevida, sobre todo en condiciones de necesidad y estrés. Los infantes se apegan a sus proveedores de cuidados como figuras primarias de adhesión y vínculo, pero estos últimos varían en su comportamiento hacia el infante, principalmente en el caso de los humanos. Si la figura proveedora de cuidado y afecto es segura y confiable, el vínculo establecido da seguridad al infante para enfrentar los retos del desarrollo, y más en el ámbito de las interacciones y relaciones interpersonales. Pero si la figura de apego es inconsistente o está ausente, los infantes desarrollan un apego inestable, lo cual deriva en problemas de vinculación afectiva. Más adelante aparecieron evidencias de que, en efecto, las cualidades de seguridad o inseguridad desarrolladas durante el apego afectan a las auto-representaciones e influyen en las relaciones afectivas de adolescentes y adultos. La manera como los individuos se vinculan con compañeros escolares, amistades, novios, parejas sentimentales o sexuales y eventualmente con sus propios hijos e hijas, está influida por los diferentes estilos de apego.
Los compromisos adquiridos por una persona forman parte de su red de creencias y de sus ligas con el mundo, en especial con el entorno social y cultural. Los compromisos explícitos son declaraciones sobre conductas y sentimientos continuados y dirigidos. La palabra compromiso evoca una intención recia, enfocada y duradera, usualmente acompañada de un propósito y un plan de acción, así como de una declaración verbal y formal sobre el vínculo que se propone establecer y se pacta explícitamente con una persona, ideología o creencia. Este tipo de declaraciones suelen estar cultural y ritualmente formalizadas, sea en forma de votos religiosos, juramentos civiles o promesas verbales directas. Sin embargo, en muchas ocasiones los involucrados rompen su compromiso o lo profieren sin plena convicción, como sucede de manera bastante frecuente en el matrimonio o en los votos religiosos de castidad o de obediencia. Es posible que, si bien el deseo y la intención son genuinos en el momento que los compromisos se profieren, quienes los toman desconocen los requisitos cognitivos y emocionales involucrados en la consecución de los objetivos que prometen.
Una de las necesidades primordiales de la mayoría de las personas es el tener relaciones íntimas que contribuyan a su existencia más plena. Decía Doris Lessing en El cuaderno dorado: “Todo el mundo piensa esto: ‘yo deseo que haya una sola persona con la que pueda hablar y que realmente me comprenda y sea amable conmigo.’ Esto es lo que la gente realmente quiere, si dicen la verdad.” Idealmente una relación satisfactoria implica la interacción de dos seres humanos independientes y maduros deseosos de compartir cariño, goce, cuidado y apoyo. Para que la relación sea viable en este sentido, parece indispensable que cada miembro de la pareja perciba con claridad al otro y renuncie a la expectativa de que éste satisfaga todos los objetivos de su propia vida. Sin embargo, la situación ideal es muy difícil de alcanzar y dista de ser una realidad para la mayoría de las parejas establecidas, cuyos integrantes deben practicar acomodos difíciles que requieren de autocrítica, adaptación del propio yo, negociación y buena voluntad. Esto hace de la relación de pareja y matrimonial un terreno de convivencia espinoso, pero que presenta oportunidades inéditas de crecimiento y maduración personal.
El conocido biólogo evolucionista, primatólogo y neurocientífico social Robin Dunbar ha propuesto el valor evolutivo y adaptativo que tiene la pareja humana precisamente por las demandas que instituyeron las relaciones diádicas para la conciencia y la autoconciencia durante el desarrollo evolutivo del cerebro en los homínidos. En buena parte de su extensa obra, la citada Doris Lessing, Premio Nobel de Literatura, ha explorado el valor de esta ancestral convivencia y confrontación de poder, en la cual el hombre intenta detentar el mando, pero la mujer aventaja en perspicacia.
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