La recuperación económica mundial –y la de México– será lenta mientras la respuesta a la pandemia de los gobiernos de los países poderosos siga siendo únicamente la derrama de billones de dólares a empresas y familias, y no se atienda, para modificar, la relación entre oferta y demanda en la economía real.
Se están repitiendo las mismas medidas que se aplicaron en la crisis financiera de 2008, a pesar de que no resultaron en un dinamismo notable el crecimiento productivo, ni la demanda de los consumidores, y en cambio elevaron los índices especulativos de los mercados financieros y los del endeudamiento de los gobiernos.
Sucedió que la mayor parte de la derrama fiscal de entonces no la emplearon las empresas en ampliar sus capacidades productivas y las familias prefirieron pagar deudas y ahorrar, que gastar ese dinero y fortalecer la demanda del mercado. Lo mismo está pasando ahora.
A pesar, por ejemplo, de que el gobierno estadounidense ha derramado 6 billones de dólares desde marzo pasado, abonados a cuentas empresariales y de personas, el FMI calcula que el PIB estadounidense caerá por lo menos 8 por ciento este 2020.
La zona euro, que también ha derramado inmensos recursos, caerá 10.2 por ciento, casi lo mismo que el PIB mexicano (10.5%), que no siguió la vía de la derrama fiscal para apoyo de las empresas.
El problema que la economía global viene padeciendo desde antes de que llegara el Covid-19 y que no se resuelve con la mera inyección de dinero, es que las empresas lo reciben, pero no ven razones para invertirlo en elevar capacidades productivas mientras la demanda de los mercados no crezca.
Y el consumo no crece porque hay subempleo, desempleo y por una concentración descontrolada de la riqueza que es efecto, entre otras cosas, de la pérdida de poder adquisitivo de los salarios en todo el mundo capitalista, desde Alemania y Francia o Inglaterra, hasta México el año pasado.
La austeridad en inversiones públicas en aras del equilibrio fiscal a toda costa, como manda el credo neoliberal, también ha contribuido, en Europa (y México), a la formación del círculo vicioso entre baja demanda y subinversiones.
Por baja demanda, la economía global trabaja, desde hace décadas, por debajo de la capacidad instalada en fábricas, la cual crece rápidamente desde los años ochenta del siglo pasado impulsada por nuevas tecnologías.
En el problema está la solución, que no es económica sino política; empieza por el restablecimiento de capacidades que perdió el Estado durante la era neoliberal y sigue por el establecimiento de objetivos sociales y económicos en el ejercicio de la política fiscal.
Dejadas al “libre mercado”, las economías han generado los problemas que están detrás de la crisis global, que benefician a los muy pocos que concentran descomunal riqueza y mayor poder de decisión que los gobiernos e inclusive, que muchos Estados.
Ese poder de decisión debe volver al Estado, para recuperar el manejo de su principal instrumento, que son los recursos fiscales, a fin de aplicarlos conforme a objetivos de interés y beneficio común.
Desafortunadamente, todavía no se percibe, entre los gobiernos, la inclinación a restaurar funciones del Estado que le permitieran establecer objetivos sociales y políticos como finalidad de la marcha económica. Sin embargo, recordará usted, lector, que antes del confinamiento por la pandemia, había nutridas manifestaciones sociales en Europa, América Latina, Asia y Estados Unidos; al terminarse la pandemia, los jóvenes y las clases medias tendrán muchos más motivos para seguir protestando y exigiendo, y manifestando ideas progresistas por medio de grupos sociales organizados, cada vez más presentes en países como Holanda, España e Inglaterra. Las fuerzas de derecha, como siempre, carecen de ideas, sólo defienden intereses y privilegios.
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