Las dos ruedas del tren de la recuperación tendrán que ser, por el lado derecho, la reanimación de inversiones, y por el izquierdo, políticas de Estado decididas a abatir las desigualdades. Sin una intervención del Estado, los mercados, por sí mismos, no resolverán ni la recuperación económica ni la mayor equidad en la distribución de sus beneficios.
De sobra se conocen las tendencias de las últimas décadas a invertir partes crecientes de las utilidades empresariales en especulación financiera, en vez de innovar y ampliar capacidades productivas, y nada hay que agregar sobre la concentración de riqueza al reconocimiento de que está fuera de control en el mundo.
No obstante, lo que han hecho hasta ahora los gobiernos de casi todos los países, refuerza esos lastres en vez de superarlos. Los Estados de las naciones ricas, empezando por Estados Unidos, han operado para inyectar trillones de dólares a sus respectivas economías, dizque para que no les falte liquidez a las empresas para realizar inversiones y a los consumidores para salir a gastar en bienes de consumo duradero.
Dos problemas presentan hasta ahora esa derrama de emisión monetaria y recursos fiscales, que ya alcanza la marca –sin precedentes– del 10% del PIB mundial: el primero es que no se está generando la reacción esperada en inversiones y consumos, y el segundo, más importante aún, es que no conlleva una visión de futuro que pretenda alterar la vieja “normalidad” de la política económica y de los negocios.
Lo que hay, por lo pronto, son los mayores déficits presupuestales de la historia, una caída sin precedentes del PIB, riesgos de mayor volatilidad de los precios de todo tipo y alzas en cotizaciones bursátiles en plena recesión industrial, producto de la especulación.
Y es que al saberse que la pandemia va a durar mucho más tiempo del que se había previsto, ni las empresas están invirtiendo los apoyos que recibieron, ni las familias están consumiendo más con los cheques fiscales que les llegaron a sus domicilios, sino que buena parte la están ahorrando.
El registro de depósitos bancarios de Estados Unidos lo confirma; entre febrero y abril de 2020 casi se duplicaron, al pasar de 1.5 billones a 2.9 billones de dólares. Ese dinero recibe cero intereses de los bancos y si no se reactiva pronto la demanda de consumo como estímulo principal de las inversiones, montos crecientes se irán a los mercados bursátiles y monetarios a atizar la especulación.
Ya está ocurriendo, lo que explica que, por ejemplo, el Dow Jones Industrial acumule –en pleno desplome de la actividad– una ganancia de 6.91% en un mes, al 23 de junio, periodo en el que el índice Nasdaq va ganando 8.65% y el S&P 500 un muy buen rendimiento de 5.95%.
Por eso, el informe más reciente del departamento de Economía y Asuntos Sociales de la ONU advierte que la descomunal inyección de dinero puede no tener el suficiente impacto en el consumo y las inversiones.
Y es que el problema medular de la recuperación no es la liquidez, sino que la demanda no ofrece estímulo a las inversiones por la extrema concentración de la riqueza y de los ingresos, causa de que el consumo del mercado haya crecido mucho menos durante las décadas del neoliberalismo, que el potencial de la planta productiva.
Por cierto, que el gobierno de México se negó a seguir la estrategia de endeudamiento público para elevar la liquidez a disposición empresarial, y con pocos recursos ofrece créditos escasos a muy pequeñas y medianas empresas, y a varios millones de personas.
Muchas propuestas reconocen la necesidad de “resetear” el capitalismo y todas ellas coinciden en que se debe fortalecer al Estado con sentido democrático y una ética favorable a la mayor equidad en la relación capital/trabajo, a lograr mayor justicia en la distribución del ingreso y a la protección de la vida y de la naturaleza.
Son ideas, pero que no encabezan la tendencia dominante hasta el momento.
También puede interesarte: Más pobres y menos ricos.