Una tragedia que involucra rápidamente a dos países, a sus estrategias de seguridad y a sus esfuerzos por detener a un crimen organizado que los afecta por igual, aunque en distintas circunstancias y magnitud.
En el terrible contexto de la masacre ocurrida el lunes en contra de la familia LeBarón, los gobiernos de México y de Estados Unidos entraron en una inusitada fase de su relación: la de atender crímenes del fuero común, presuntamente cometidos por la delincuencia que aterroriza la zona limítrofe entre la sierra de Chihuahua y Sonora, que se convierten en una asoladora muestra del problema de inseguridad aquí, con repercusiones allá.
Creo que los familiares han explicado mucho mejor lo sucedido y la opinión del resto sale sobrando ante su dolor, pero es importante no perder la indignación que ha causado este cobarde atentado, porque será determinante en los esfuerzos sociales que intentemos para recuperar la paz y la tranquilidad en el país.
Lograr este cometido demanda que analicemos las causas y nos pongamos, como sociedad, a trabajar en remediarlas, una principal es la presencia de armas de alto calibre en manos, no sólo de criminales, sino de la población en general; con ello, dejo claro que no debemos tolerar ni una sola arma en casas, negocios, automóviles o en nosotros mismos, simplemente porque no es ninguna solución.
Armarnos o vivir armados es uno de los factores de la violencia diaria que padecemos, hablemos de un ciudadano que busca protección o de un criminal que usa una ametralladora en contra de las fuerzas del Estado. En ambos casos es imposible anticipar las consecuencias y en la mayoría de las ocasiones todo termina en una catástrofe.
Si queremos reducir el impacto de la delincuencia es indispensable atacar el tráfico de armas y llamar a la población civil a nivel nacional para que entregue las que tenga en su poder, este no es un llamado al criminal que las usa como una herramienta, sino a ese casi cincuenta por ciento de personas que cada año detona una pistola en contra de otro civil por riñas, venganzas personales o motivos pasionales.
Un segundo elemento de esta crisis es la falta de coordinación entre las corporaciones de seguridad. La idea de la Guardia Nacional era precisamente contar con un nuevo cuerpo que arrancara con la confianza y la legitimidad de la que carecen las policías municipales y estatales por años de descuido, corrupción y simulación de las administraciones estatales que perdieron una década en la formación de fuerzas profesionales y que el crimen sí aprovechó para adiestrarse y comprar las armas que necesitaba.
Hoy, esa ausencia de grupos de primera respuesta bien preparados y equipados provoca que el peso completo de la estrategia de seguridad nacional recaiga en un cuerpo que no cuenta ni siquiera con el año de creación, no está desplegado en la mayoría del territorio y se encuentra desconectado de zonas con una alta incidencia delictiva.
Y luego viene el problema de la confianza, mientras tengamos esta división política casi instantánea metiéndose en las políticas de seguridad pública lo único que lograremos es empoderar todavía más a criminales como los que atacaron a una familia indefensa en Chihuahua. Si no existe una condena social tajante a las actividades criminales, y para tal efecto a todas las actividades ilícitas que nos perjudican como nación, seguiremos presenciando hechos desgarradores como éste.
Si la pregunta es, de nuevo, qué puedo hacer yo en esta situación, la respuesta es muy sencilla: no tengas armas en casa, no te prestes a ningún acto ilegal, respeta las reglas que nos hemos dado como sociedad y cumple con denunciar cualquier evento que afecte tu bien y buen vivir.
Pensar que esta violencia no llegará a nuestra puerta, sólo por el hecho de que vivimos una existencia modesta o llevamos buena relación con los delincuentes del barrio, y cuando es necesario solapamos sus actividades criminales, es una fórmula que se está agotando rápidamente. Este lunes fue una familia inocente, cuyos únicos pecados han sido prosperar y defenderse, mañana puede ser cualquiera. Nos estamos tardando mucho en evitarlo.