comida mexicana

Para Foodex 2021, se promueve la incursión de productos mexicanos en Japón

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La embajadora de México en Japón, Melba Pría Olavarrieta, resaltó que en la Expo Foodex participan más de tres mil 500 expositores, en 72 mil metros de exhibición, de los cuales dos mil son de unos 90 países y un potencial de 85 mil compradores, principalmente de Japón, China y Corea.

Precisó que la demanda de alimentos del país asiático es muy grande, ya que, por ejemplo, en carne de cerdo, el cual es el producto mexicano más exportado con más de 500 millones de dólares anuales, su demanda es 10 veces mayor.

El vicepresidente de Comercio Exterior del CNA, Juan Cortina Gallardo, aseguró que México necesita diversificar sus mercados y la región Asia-Pacífico representa la mejor área de oportunidad para los productores mexicanos. Recordó que a 15 años de la entrada en vigor del Tratado comercial entre México y Japón las exportaciones agroalimentarias a ese país se han incrementado 186 por ciento, al pasar de 380 millones de dólares a cerca de mil 200 millones de dólares.

El ministro Agropecuario de México para Japón y Asia, Alberto Cuéllar Álvarez, adelantó que las autoridades de Japón decidirán en enero, con base en el estatus de la pandemia por COVID-19, si la Expo Foodex 2021 será presencial o virtual e invitó a los productores mexicanos a prepararse para el encuentro, a quienes sugirió elaboren sus materiales de promoción en japonés e inglés y ofreció el apoyo de su oficina para temas logísticos y de traducción.

Relaciones México-Japón

Al participar en el webinar Pabellón de México en la Feria Internacional de Alimentos y Bebidas de Japón (Foodex 2021), el secretario de Agricultura y Desarrollo Rural, Víctor Villalobos Arámbula, apuntó que es preciso capacitar a productores de pequeña y mediana escala en temas de inteligencia de mercados, logística internacional y protocolos de negocios usados por los consorcios, empresas e importadores japoneses.

La calidad y excelencia de los productos agrícolas, pecuarios, pesqueros y acuícolas del país, sumada a las acciones de inclusión, acompañamiento y capacitación de los productores del sector agroalimentario, nos permite ser cada vez más productivos, eficientes y competitivos en la incursión comercial en Japón y la región de Asia, mercados exigentes con alta demanda de alimentos.

“Los productos mexicanos cumplen con altos estándares de calidad, por lo que somos el doceavo productor mundial de alimentos y el décimo exportador del mundo, y el paso siguiente es acortar las brechas en el sector, a través de la inclusión de pequeños y medianos productores en los mercados internacionales”, destacó el secretario Víctor Villalobos Arámbula.

Para lograr este objetivo es preciso capacitar a productores de pequeña y mediana escala en temas de inteligencia de mercados, logística internacional y protocolos de negocios usados por los consorcios, empresas e importadores japoneses, abundó al participar en el encuentro virtual organizado por el Consejo Nacional Agropecuario (CNA) y la Asociación Mexicana de Secretarios de Desarrollo Agropecuario (AMSDA).

Subrayó la importancia de la relación comercial entre México y Japón en el sector agropecuario y pesquero —sobre todo desde el Acuerdo de Asociación Económica establecido en el 2004 y actualizado recientemente—, cuya balanza comercial 2019 registró un superávit a favor de nuestro país por mil 115 millones de dólares, al sumar exportaciones por mil 137 millones de dólares.

Datos a junio de este año indican el registro de un superávit cinco por ciento mayor al del año anterior, por lo que se puede adelantar que incremente al finalizar el 2020, lo que ubica a Japón como tercer destino de exportación de productos agroalimentarios mexicanos.

“Está claro que ambos países podemos alcanzar grandes beneficios de una mayor relación comercial en el sector primario, situación que mejoraría la competitividad de nuestro país, respecto a la oferta exportable de otros competidores”, refirió.

Precisó que Japón importa del mundo alrededor de 68 mil millones de dólares en alimentos y es una de las naciones que compra más productos agrícolas y pesqueros a nivel global, por lo que la relación comercial entre ambos países tiene un gran potencial de desarrollo futuro.

Por su parte, el director en jefe del Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica), Francisco Javier Trujillo Arriaga, subrayó que en la actualidad los productos mexicanos más exitosos son el aguacate y las carnes de cerdo y res, que en conjunto agrupan cerca del 70 por ciento del total de alimentos que México envía a Japón cada año.

Tlayuda, la reina de la comida callejera en Latinoamérica

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Tlayuda gana Campeonato Street Food Latinoamérica

La tlayuda de México se impuso al choripán de Argentina y al ceviche de Perú y gana el Campeonato Street Food Latinoamérica.

El concurso organizado por la plataforma de streaming, Netflix, recibió miles de votos de usuarios en Twitter en donde la emblemática pieza gastronómica nacional se impuso a rivales clásicos sudamericanos.

El concurso por el Campeonato Street Food Latinoamérica fue lanzado por Netflix en su cuenta de Twitter el pasado 21 de julio con la finalidad de responder la siguiente interrogante: ¿Cuál es la comida callejera más deliciosa del subcontinente?

La tlayuda, también conocida como clayuda (ya preparada), es una tortilla de maíz típica del estado de Oaxaca, en México. Suele tener un diámetro de 30 centímetros o más; se dora sobre un comal, lo que le brinda mayor dureza que a una tortilla convencional, con una consistencia quebradiza y correosa. Debido a su espesor y cocimiento, garantizan su conservación en buen estado durante largos períodos de tiempo.

La cocina mexicana en el mundo

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Cuando una persona viaja a un país nuevo como turista o para vivir, una de las maneras más fáciles de adentrarse o conocer su cultura es a través de su cocina. Esto se puede conseguir con la gastronomía, una disciplina –considerada un arte y una ciencia–  que estudia las relaciones de las personas con su modo de alimentación y con su entorno cultural y ambiental. Hay muchos países en el mundo, que al pensar en alguna de sus características más importantes nos viene a la cabeza la gran calidad y variedad de su comida: Perú, Francia, Italia, España o Japón son claros ejemplos, pero también hay otro país con el que pasa lo mismo: México.

Su arte culinario es conocido en todo el mundo, prácticamente en cualquier ciudad del planeta podemos encontrar restaurantes o cantinas mexicanas. A lo largo de su historia, el país ha tenido un gran mestizaje cultural, reflejándose en su gastronomía. La cocina prehispánica se ha ido mezclando con otras de diferentes orígenes; primero con los españoles que trajeron nuevos alimentos, entre ellos: arroz, aceite de oliva, numerosas especias y nuevos animales de ganado: el cerdo, el caballo, vacas y aves de corral. La cocina española ya había tenido una mezcla importante después de siglos de convivencia con la cultura árabe. Posteriormente, el mestizaje siguió, gracias a la inmigración libanesa, china y la influencia francesa durante el largo gobierno de Porfirio Díaz. En 2010, la cocina mexicana fue considerada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, aunque la declaración de dicho organismo hace referencia concretamente a la cocina tradicional.

mole, comida mexicana
Fotografía: México Desconocido.

La cocina mexicana ha tenido una variante: la cocina Tex-Mex, muy popular en Estados Unidos y en diversas partes del mundo. En España, hemos podido ver la llegada desde hace algunos años de cadenas de estos locales, parecidos a los de “fast food”.

Este tipo de comida, cuyo origen está en Texas, despierta mucho enojo en México cuando se compara con su gastronomía. Pero si dejamos de lado los numerosos locales de comida rápida, la cocina Tex-Mex tiene su historia. Cuando Texas formaba parte del Virreinato de la Nueva España, ingresaron en su territorio colonizadores canarios que llegaron con esclavos o sirvientes de origen bereber que traían sus propias recetas y preferencias por determinadas especias: el comino, el cilantro, la pimienta o la canela. Con el paso de los años, incluyendo los primeros años de México como estado independiente, llegaron a Texas numerosos colonos de origen europeo: alemanes e ingleses, que también trajeron sus ideas sobre cocina. En cierta manera, la gente que llegaba a Texas se adaptaba a lo que había en la zona, por ejemplo: el tomatillo o determinados chiles –como el chile verde, que eran difíciles de encontrar en el norte de las tierras mexicanas–. Cuando Texas se independizó y posteriormente fue anexionada a Estados Unidos, su cocina siguió desarrollándose, basándose sobre todo en las grandes barbacoas de carne de res debido a que es un lugar de grandes ranchos y del famoso “chile con carne”, muy popular en el estado de la estrella solitaria.

leyenda del Tren Texas-México, Tex-Mex
La Leyenda del Tren Texas-México, mejor conocido como Tex-Mex (Fotografía: Blog “La Leyenda Vigo”).

Cuando en la década de 1870 se inauguró una línea de tren entre México y Texas,  muchos mexicanos emigraron hacia el norte; el tren era de la compañía Texas-Mexican Railway, y se referían a él como: Tex-Mex. Allí, las dos cocinas comenzaron a fusionarse; por un lado, se introdujeron las tortillas en la comida o el taco, pero por otro lado, se utilizaban productos estadounidenses como el queso amarillo o también el cheddar.

Una diferencia significativa entre las dos cocinas es la manera en que se comen los tacos; en la cocina Tex-Mex suelen ser fritos o si no es una tortilla crujiente. En México, los tacos no se fríen, exceptuando las tradicionales “flautas” y los tacos dorados; estos últimos son unas tortillas que envuelven distintos ingredientes: carne, patatas o frijoles; cubiertas con crema agria de leche, lechuga, queso fresco, salsa casera al gusto, o pico de gallo.

tacos al pastor, comida mexicana
Fotografía: México Desconocido.

Los burritos son tradicionalmente de los estados norteños del país, surgieron en la época de la Revolución como una manera fácil y barata de alimentar a las tropas: una tortilla de trigo que envuelve la carne con algún aderezo o de lo que se tuviera a mano. En la cocina Tex Mex ha sido un plato muy popular, sólo que rellenado con ingredientes distintos: arroz, frijoles o lechuga. En el vecino del norte, el burrito frito en aceite es: la chimichanga. Igual que este último, las fajitas son también un plato originario de Texas: una tortilla rellena con carne o pollo y verduras salteadas y que se suelen servir con arroz y frijoles.

chiles de mexico
Fotografía: Universidad del Claustro de Sor Juana.

Volviendo a la cocina mexicana, en muchas ciudades, como es el caso de Barcelona, se pueden encontrar muy buenos locales: taquerías, cantinas y restaurantes donde ofrecen gran calidad y una variedad de platillos que hacen que te puedas sentir como si estuvieras en el propio México; aunque a un precio más alto. El problema es que, en muchos casos, la cocina mexicana ha sido víctima de algunos tópicos: siempre es picante, ponen demasiados condimentos y que todo lo que lleva una tortilla es un taco. Es cierto que el picante está presente en la gastronomía, pero no todos los platillos lo llevan o son muy condimentados. Esto hace que muchos locales prefieren ir a lo seguro y ofrecer solamente los guisados más típicos: tacos, tortillas, enchiladas o los típicos totopos con guacamole. También se pueden hallar buenas tiendas de abarrotes en las que existen una gran variedad de productos mexicanos importados.

Para los amantes de la cocina mexicana es fácil diferenciar si un plato es mexicano o Tex Mex; sin menospreciar a esta última. El problema radica en haberla convertido, en algunos casos, en una comida de un estilo de “comida rápida” o “comida chatarra”. Un burrito Tex Mex puede ser muy bueno y de gran calidad, sólo que será de finalización distinta a los mexicanos; el problema es cuando éste se encuentra congelado o se prepara en un local fast food, ya que se utilizan productos industriales para su elaboración que afectan su sabor. Desde mi punto de vista, la cocina mexicana ha tenido y tiene aspectos muy atrayentes: como la variedad, versatilidad, las fusiones entre lo dulce y lo salado que se pueden encontrar en los 31 estados del país y en la Ciudad de México.

el mole, cocina mexicana
Fotografía: Blog UNITEC.

Otro manjar culinario de la cocina mexicana es “el mole”, una salsa que tiene más de 50 variedades como el mole verde, negro, rojo y pipián, la palabra proviene del vocablo náhuatl molli,que significa salsa o manjar. Es un platillo que tradicionalmente se sirve acompañado de carne de guajolote o pollo –dependiendo del territorio– y arroz, además de las indispensables tortillas de maíz. Es una salsa de compleja elaboración por la cantidad y variedad de ingredientes, en promedio veinte o más, como: chiles de diferentes clases, chocolate de metate, y diversas especias, entre muchos otros.

Incluso la artista surrealista Leonora Carrington, que vivió buena parte de su vida en México, sentía pasión por el mole; dedicándole una obra teatral: “La invención del Mole” (1960). A la pintora y escritora de origen británico le fascinaba la variedad y cantidad de ingredientes que contenía dicho platillo y también cómo la fusión de todos ellos conseguían un sabor tan especial e impresionante. Otro libro muy recomendable es “De la Olla al Mole” del periodista barcelonés Xavier Domingo, un ensayo que trata sobre la comida antes y después de la llegada de los españoles a América y los cambios que supuso tanto para los europeos y los habitantes originarios.

Leonora Carrington y el mole
“La cocina aromática de la abuela Moorhead”, 1975, Leonora Carrington.

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Dime qué comes y te diré quién eres

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Durante el siglo XVIII no hubo viajero o cronista extranjero que no quedara impresionado de la riqueza natural de nuestras tierras, de la abundancia de los frutos que la gente recibía de la naturaleza sin importar su condición social. El ejemplo más famoso de estos divulgadores fue el geógrafo, naturalista, explorador, astrónomo y verdadero renaissance man, Alexander von Humboldt, quien no se cansó de dar a conocer estos lares como el cuerno de la abundancia, creando así el mito de México como el paraíso terrenal. A él hay que echarle la culpa de los miles de europeos que hasta bien entrado el siglo XIX, se aventaron como cachucha beisbolera a la gran aventura mexicana con la seducción de hacerse ricos de la noche a la mañana y terminaron rogándole a los dioses que los sacara de aquella detestable pesadilla.

Pero ése es otro tema. La verdad se tenía razón en describir a la Nueva España como una tierra de fertilidad apabullante, pues se daban los más variados y extraños frutos y gracias a los variados climas toda semilla “pegaba” produciendo rebosadas cosechas prácticamente todo el año. Simplemente el maíz se cultivaba en cualquier tipo de suelo y a cualquier hora en todo el virreinato. Para mitades del siglo XVIII, el conjunto de haciendas que había en Cholula, Celaya, Atlixco y el Bajío, producían cinco veces más trigo que toda Francia.

Pintura: Lifeder.

Nada más había que visitar un mercado para darse cuenta de la riquísima abundancia de frutos y vegetales que influían directamente en los hábitos alimenticios de la gente. Cierto, para comprender una sociedad y su tiempo también ayuda el estudio de algo tan básico, como es la comida. Si se pone atención, digamos, al presupuesto que una familia destinaba a la comida o al modo de comer, revelará el estado social y cultural de las personas. Por ejemplo, en ese tiempo el tipo de comida y abasto de cada familia dependía de su poder adquisitivo y no, como se creía, del color de la piel o de las costumbres.

A diferencia de Europa, la cocina novohispana nunca estuvo regida por las estaciones del año. Esto hizo que la preparación de los platillos se fuera más al lado del ingenio culinario, que al atenerse a un abasto riguroso. Además, la cocina novohispana nunca le hizo el fúchi a su herencia prehispánica, que supo incorporar hábilmente a sus nuevos platillos. Fue así que durante el siglo XVIII en cuestión de fogones alcanzamos una considerable sofisticación, como se ve en los recetarios de cocina, que cada vez más se publicaban. Y mientras en invierno un noble español sólo comía ensaladas de escarola y pescado seco, acá el recetario de la criolla Dominga mostraba cómo la generosa naturaleza invitaba a convertir en un lujo lo que estaba al alcance de la mano, ya sea preparando mermeladas y dulces de frutas que en Europa ni se imaginaban, como el zapote, el tejocote o el coco. Y mientras el europeo le rascaba a una hogaza de pan duro, acá el Recetario novohispano del siglo XVIII detallaba más de veinte maneras de preparar pan de sal, buñuelos, masas para pasteles finos, pastelillos y bizcochos, o se enseñaba la manera de preservar el perfume de las frutas por medio de azúcar o piloncillo molido y derretido, con el que se envolvía la fruta cristalizándola.

Por supuesto, las distinciones sociales de un siglo de marcado mestizaje, como el XVIII, se mostraron en los alimentos y hábitos a la hora de comer. El pan salado, básico en cualquier nivel, es un ejemplo de esto: en la Ciudad de México había las hogazas de 600 gr., llamado “pan común”, para los pirrurris, y las de más bajo gramaje, “pan floreado”, para la banda: en Jalapa las calidades de pan se agrupaban en tres grandes categorías, como eran el pan blanco, el francés y el semita, con un consumo diario por persona de 500 a 700 gramos. En Guadalajara, los panes se clasificaban en pan blanco y de segunda clase, que era el pan de los pobres. En Querétaro, al igual que la capital, había aún mayor diversidad de panes salados, los que se diferenciaban por el refinamiento y cernido de la harina; los panaderos por reglamento estaban obligados a vender pan loreado y pan común en piezas de aprox. 500 y 600 gramos respectivamente, pero además vendían pan francés, de manteca, panbazo y pan sobado (sin albur).[1]

Por su fácil manejo y rápida preparación, el nixtamal era la masa favorita de todo mundo. Ésta se usaba desde del desayuno hasta la cena en atoles, tamales y tortillas. Por su parte, los españoles nos trajeron la manteca, que los criollos y mestizos adoptaron alegremente, no así los indios, hasta que la usaron no como medio de cocción, sino como ingrediente para dar sabor e intensidad a distintos platillos, como a los frijoles, los tamales y el pozole.

Carl Nebel, Las tortilleras, siglo XIX, Litografía.

En ese tiempo comer carne ya era un hábito regular. La res, el cerdo y el carnero abundaron en Nueva España, aunque los pobres estaban más acostumbrados a consumir toro nalgón que res: En el siglo XVIII a Ciudad de México entraban anualmente entre 15 mil y 30 mil reses, unas 250 mil a 300 mil cabezas de carneros, además de 50 mil cerdos anualmente, para surtir una ciudad de casi 120 mil habitantes.[2]

Se tiene noticia que los guisados de carne eran sustanciosos y bastante nutritivos. No se tenía la costumbre de echarle trozos grandes de carne, sino que ésta era picada finamente, junto con sesos, morcilla, chorizo, jamón, bofe, lengua y si por ahí andaba la suegra, pues a filetearla también. Antes de los hervores se les adhería chile ancho, cebollas y jitomate. Los más fifís podían echarles aceitunas, alcaparras o ajo (artículo de lujo).

Fue así como la gente con recursos comenzó a experimentar en sus platillos nuevos fenómenos gustativos, como el original sabor agridulce, cuando a sus guisados añadieron ingredientes poco usados en la cocina del diario, como pimienta (que se exportaba a España en grandes cantidades), canela, azafrán (carísimo también entonces), clavo, acitrón, chiles achos y chiles verdes. Bueno, basta simplemente con mencionar la aparición en escena de ese prodigio de platillo de elaboración barroca: el mole.

Pintura: Caiana Revista académica de investigación en Arte y cultura visual.

Y mientras en Europa no salían de lo dulce o lo salado, el criollo novohispano podía darse el lujo de entrarle a lo salado, dulce, agrio o picante, o todos a la vez. Y no sólo eso, también podía incluir a sus comidas ingredientes peculiares que “perfumaran” el platillo, como el uso del limón, naranja, jazmín, anís o yerbabuena. Así fue que el novohispano del siglo XVIII tuvo la oportunidad de entrar a otro tipo de sensualidad que el europeo común y corriente no conoció.

Fue en esta época que se popularizó una de las aportaciones mexicanas más importantes a la humanidad: el cacao, en su presentación chocolatera. Por su exotismo y complejidad, el chocolate siempre levantó revuelo. Complejidad porque destanteaba a la gente, pues podía venir sólido, líquido, frío, caliente y era bueno o malo para la salud, divino o maldito para el alma. Lo cierto es que como todo acontecimiento nuevo que alborota, el chocolate fue concienzudamente analizado a fondo por la siempre nerviosita Iglesia y los sabios del virreino. Entonces se publicaron sesudos tratados, como el de don Antonio de León Pinelo, Cuestión moral: Si el chocolate quebranta el ayuno eclesiástico (1636).

Imagen: Exposición Virtual. Biblioteca Nacional de España.

Sin embargo, después de muchos jaloneos de sotana y guerra de globos de agua bendita, la iglesia española se rindió a las maravillosas bondades del vigoroso “negrazo”. No en balde los españoles fueron los mayores importadores y consumidores de chocolate en el mundo, hasta finales del siglo XIX.

El chocolate rompía toda barrera social por ser un producto barato. En la casa novohispana se podía beber en la mañana, antes de comer (entre las 9:00 a.m. y 10:00 a.m.), dos horas después de comer y otra entre las cuatro y cinco de la tarde. La gente pobre solía prepararlo con maíz, para hacer más volumen, y también era costumbre ponerle anís, chile o achiote.

Otro de los grandes problemas en el ámbito comestible de esa época fue la conservación de los alimentos, sobre todo en regiones donde el clima era extremo. En ellas se tenía que dominar el arte de cocinar lo justo para que no sobrara comida y se echara a perder. En las zonas aledañas a las montañas la gente trepaba para conseguir nieve, que se convirtió en un producto para las clases altas y que pasó a formar parte del estanco real, esto es, que sólo podía ser vendido por la Corona y quien la bajara del cerro tenía que pagar impuesto. Aún así la nieve hacía preservar los alimentos un par de días nada más. Otro método era usar vasijas de barro, donde se metía la comida, y que eran envueltas con paja y heno o colchonetas de plumas para después enterrarlas bajo tierra.

“Mujer preparando chocolate”, cuadro de Félix Lorente, s. XVIII (Latinamericanart.com).

En la ciudad virreinal también hubo calles dedicadas a la comida. En los días de mercado el flujo de la gente que entraba y salía era impresionante y, según su presupuesto, se podía comer desde una garnacha malandrina, un higuiéncico caldote de gallina con doña Chole, hasta ir a mover bigote al mesón de moda con viandas de postín y caldos importados: En Ciudad de México, se podía comer en la calle con medio real y cenar en la Plaza Mayor “tamales y otros comistrajos” con un tlaco o cuartilla de real a fines del siglo XVIII. Y en el Baratillo (otro mercado de la ciudad) comprar por el mismo dinero, otras tantas cosas tales como atole, fruta, conituras o agua “loja” con granos de cacao.[3]

El famoso aforismo “Dime qué comes y te diré quién eres” se le atribuye a Jean Anthelme Brillat-Savarin, soldado, juez, violinista, gastrónomo, maestro de lengua, filósofo y sibarita de gran alcance. Fundador de la literatura gastronómica, sería Savarin el primero en tratar (ya con la panza llena) la gastronomía desde el punto de vista filosófico y meditativo en su Fisiología del Gusto (1825) y donde dice:

 La vida entera está gobernada por la gastronomía: pues el llanto del recién nacido llama al pecho que lo amamanta y el moribundo todavía recibe con cierto placer la pócima suprema que por desgracia ya no puede digerir.

Imagen: Bon Viveur.

[1] . – Enriqueta Quiróz, “Comer en Nueva España. Privilegios y pesares de la sociedad en el siglo XVIII”, Revista Historia y Memoria,No: 08, (enero-junio, 2014), pp. 19-58.

[2] . – Ibid.

[3] . – Ibid.


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