Dos poderosas razones por las que Trump debe perder su reelección como presidente de Estados Unidos son, por un lado, el desastre de sus tres años de gobierno y, por otro lado, que es un obstáculo a las posibilidades de recuperar cierta prosperidad con mayor bienestar social y un impostergable equilibrio ambiental.
Afortunadamente el desastre económico y social causado por su gobierno ha afectado poderosos intereses y promovido la formación de grupos que coinciden en que Estados Unidos no aguanta otros cuatro años con Trump en la presidencia.
El mundo también lo ha sufrido. Ya causó enorme daño al comercio internacional al querer reducir el déficit estadounidense, pero fue tan estúpida la manera en que quiso hacerlo que el déficit en la balanza comercial estadounidense no se redujo, sino que aumentó en 2018 y en 2019. También se elevó su déficit con México, a pesar de amenazas a empresas asentadas aquí si no regresaban a territorio estadounidense; nuestro superávit creció casi 18% el año pasado.
La rebaja de impuestos a las grandes corporaciones fue otra de sus sandeces, que ni siquiera alentó inversiones importantes y dejó un desastre fiscal; en cambio, no sólo ignoró las disparidades salariales, sino que atacó todo mecanismo redistributivo, como los servicios de salud, a pesar de que en Estados Unidos es donde se producen más pobres entre los países ricos.
El trato despótico a los migrantes, separando niños de sus padres y aterrorizando la vida de gente que aporta con su trabajo, es otra de las marcas de Trump, como también lo es la irresponsabilidad en el manejo de la pandemia, que puede medirse por las miles de muertes que debían haberse evitado.
Trump debería ser candidato a severas penalizaciones y no a la presidencia de Estados Unidos que es, todavía, el país más poderoso y como tal, tendrá mucho que ver en las transformaciones radicales que habrá que hacer a la economía y la cultura de consumo capitalistas para afrontar la emergencia climática, el mayor desafío que nos espera tras la pandemia.
El descongelamiento del Ártico, los feroces incendios forestales en diversas partes del planeta, la acidificación de los océanos y cambios en las corrientes marinas, son avisos de que estamos ante la emergencia de proteger la supervivencia de la especie humana.
Las alternativas para afrontar la emergencia no son evidentes; lo que es claro, es que los mercados no serán los que encabecen su propia transformación para asignar recursos conforme a criterios ambientales.
Se requieren liderazgos para el señalamiento de prioridades y el diseño de las acciones globales, en concordancia con gobiernos que deberán modificar sus políticas de fomento industrial y de bienestar social.
Se tendrán que aceptar cambios muy drásticos en la gobernanza política, en el uso de fuentes de energía, en la organización del trabajo y hábitos de consumo. La reconfiguración del sector energético en favor de las tecnologías limpias y de fuentes renovables es, sin duda, prioritaria.
Se tendrá que pasar, como dice la economista italiana Mariana Mazzucato, de los subsidios, garantías y protección de gobiernos a empresas, a la conformación de sociedades público-privadas que promuevan inversiones que favorezcan el interés público de largo plazo, y no las ganancias privadas de corto plazo.
Los gobiernos de Francia, Bélgica y Dinamarca han tomado medidas condicionantes de apoyos a empresas, comprometiéndolas a sumir acciones ambientales severas. Sin embargo, el problema es que afecta la competitividad de esas empresas, por lo que claramente ningún esfuerzo nacional puede prosperar sin la concurrencia internacional.
También te puede interesar: Confianza empresarial en el gobierno, o en sí mismas.