Aproximadamente del siglo V al XIV fue el período de la historia al que se le suele denominar como oscurantismo. En dicho período predominó el dogma sobre cualquier asomo de avance científico, en esa época nadie podía cuestionar el dogma religioso, hablo particularmente del mundo occidental, y consecuentemente de la iglesia católica.
Bajo esos dogmas la Tierra era plana, el Sol giraba en torno a ésta y las epidemias eran capricho o enojo de Dios, pues así lo decían las sagradas escrituras (o bien la interpretación que algunos hacían de esos textos). Esto era o debía ser incuestionable, las cosas eran así por designio divino.
Este período duró cerca de mil años y fue un período de la historia sombrío con una producción científica reprimida y casi nula. La iglesia –católica– en lo que a Occidente se refiere, se empeñó en negar cualquier forma de avance científico, suprimió toda ideología que fuera contraria a sus intereses y obligó a la población a no cuestionar su autoridad y sus afirmaciones.
Fue la época en que la Santa Inquisición juzgó a Galileo Galilei por afirmar precisamente que las cosas eran al revés, que era la Tierra la que giraba en torno al Sol. Galileo es el ejemplo icónico, pero fueron miles o centenares de miles de personas las que, por sus ideas, fueron privadas de la vida por la Santa Inquisición.
De hecho, fueron más los años en los que la sociedad estuvo detenida por los caprichos de quienes dominaban (y en muchos casos siguen dominando) la fe. Efectivamente, la “Santa” Inquisición inició aproximadamente en el año 1184 y se prolongó hasta después de La Conquista.
Así, el Santo Oficio con sus horripilantes herramientas de tortura como “el potro” o “la pera”, se convirtió durante siglos en la institución garante para mantener la fe a toda costa. La intención era negar y evitar cualquier explicación del mundo y el universo que fuera contraria a la biblia. La ciencia era la gran enemiga, la gente no moría por enfermedad sino porque así lo había decidido Dios.
Visto así, es probable que los grandes avances como la llegada del hombre a la Luna, hubieran sucedido 500 o más años antes. Sin duda fue la iglesia la gran culpable del freno científico centenario por el que la humanidad tuvo que pasar. Es a ella y sólo a ella a quien debemos que se hayan perdido cerca de 1000 años de historia, de evolución y de progreso.
Es por ello que sorprende que aún en la actualidad existan personas que nieguen la valía de un Estado laico y democrático. La laicidad, entendida no como la prohibición de ninguna religión, sino como el derecho individual de creer en lo que cada uno quiera hacerlo, ésa es la mejor garantía de que todos aquellos individuos que deseen profesar alguna religión puedan hacerlo.
Lo que no se vale, es darle juego a una religión en particular, ya que todas en lo general, han demostrado que al querer imponer sus dogmas, terminan afectando a la sociedad en su conjunto. La laicidad no es ateísmo, como la religiosidad no necesariamente implica una actitud dogmática similar a la de la época del oscurantismo. Hoy cada vez más, los creyentes (de cualquier dogma religioso) conjugan a su forma la creencia de su fe con el avance de la ciencia. Salvo casos excepcionales, el grueso de los creyentes de cualquier religión, se sirven por ejemplo de la medicina, la que es a su vez, producto del avance científico y la libertad de investigación.
Avance científico y libertad de investigación que no se podrían dar más que en un Estado laico, en el que se separe claramente el mundo del pensamiento mágico de aquel del pensamiento reflexivo y científico. Así pues, es nuestra obligación promover la laicidad y la libertad tanto de investigación como expresión.
También puede interesarte: El Método Científico y el COVID-19.