La crisis también es una oportunidad. Y cuando una crisis se presenta a escala nacional es una oportunidad para el país. Una oportunidad para el aprendizaje; para valorar lo que tenemos y reconocer lo que nos falta. En síntesis: una oportunidad para aprender y ser mejores.
Actualmente, en la coyuntura de la crisis sanitaria ocasionada por el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS, por sus siglas en inglés) COVID-19, se ha hecho patente la debilidad del Estado mexicano para enfrentar una crisis de esta magnitud.
Si bien es cierto, como lo señalan los especialistas, que ante una crisis de esta envergadura, no hay ningún país con un sistema de salud suficiente para atenderla. También es cierto el notable contraste de la cultura cívica y las capacidades institucionales desplegadas por los diferentes países ante un mismo evento. Asunto que merece una breve reflexión.
En México, históricamente, y con el tiempo, se ha demostrado que no importa el partido que se encuentre en el poder, el gobierno es el villano favorito, el enemigo interno más popular. Lo que hace que sea impopular defender las acciones por parte del gobierno, prácticamente en cualquier contexto. Es más, en tiempo del caos social, es probable que ante la pregunta: ¿A quién prefiere usted que se linche en la plaza pública, a un político o a un narcotraficante? Estoy cierto que el porcentaje de respuestas que preferiría linchar a un político sería, al menos, significativo. Preocupante, ¿no lo cree?
Incluso, no puedo olvidar el airado comentario de una persona cercana a mí que sostuvo que “el mejor gobierno es el que no existe”. Escuché escandalizado el comentario, por el aprecio intelectual que tengo de esa persona, y le respondí: Anarquía se llama lo que propones. Es un concepto utópico, concebido por Joseph Proudhon. Menciona una sola nación, en cualquier tiempo o lugar, que haya florecido sin un gobierno. A lo que siguieron a manera de respuesta, una serie de justificaciones sobre la corrupción y las distorsiones del mal gobierno, de las que tenemos muchos ejemplos en México. No me enganché en esa discusión, sólo le comenté lo siguiente: Un amigo recién regresa de Haití, a donde fue como voluntario para atender la crisis ocasionada por el huracán Matthew que ha barrido con aquel país con más de un millón de desaparecidos, presuntamente muertos. ¿Sabes qué fue lo que más le impactó? La ausencia de gobierno.
EN PERSPECTIVA, en México, con todos sus defectos, tenemos gobierno, son 4.2 millones de servidores públicos que trabajaban en 2016 en las diferentes instituciones de las administraciones públicas de México, según el Instituto Nacional de Geografía y Estadística. En 2017 más de 60% de la población manifestó confiar en las instituciones públicas de educación, salud, el Ejército y la Marina; alrededor de 2 de cada 10 personas expresó tener confianza en los partidos políticos o en los diputados y senadores.
No obstante, esta crisis ha hecho evidente que necesitamos más gobierno, más Estado, encarnado en médicos, enfermeras, policías y personal del sistema de justicia. En otras palabras, necesitamos crecer la nómina de servidores públicos, más gasto público corriente, pero con personal profesional con capacidades técnicas certificadas. La honestidad no es suficiente a la hora que una sociedad enfrenta una crisis. La incompetencia es frecuentemente más costosa que la deshonestidad. Lo que no significa que debamos aceptar esta última, tipificada como delito y debe ser castigada fuertemente sin distinción. Sin embargo, miente quien sostiene que la honestidad es la única virtud (que no competencia) necesaria para ser servidor público. No debemos dejar la conducción del país en manos de personal improvisado e insuficiente.
O usted ¿qué opina, estimado lector? ¿Le asignaría usted la responsabilidad de piloto al más honesto entre las personas que viajan en el avión, o preferiría usted al más competente, aunque su honestidad sea cuestionada por algunos?
También te puede interesar: ¿Estás presente o ausente en esta crisis?