La Ciudad de México es la segunda metrópoli con más museos del mundo, siendo sólo superada por Londres. En ella se pueden encontrar instituciones como: el Museo Nacional de Antropología (MNA) –posiblemente el más prominente de la capital del país y administrado por el INAH–, el Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec y el Museo del Templo Mayor. Sin olvidar otros igualmente importantes, el Museo Nacional de Arte (MUNAL) en la Plaza Manuel Tolsá, el Antiguo Colegio de San Ildefonso y el Museo Frida Kahlo –ahí mismo la famosa Casa Azul–. También podemos ver otros de más reciente inauguración, el futurista Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM –inaugurado en 2008, situado en la misma Ciudad Universitaria–, el Museo Soumaya –inaugurado en 2011–, y el Museo del Estanquillo que data de 2006, albergando colecciones y objetos de Carlos Monsiváis. Estos son algunos de los más de 150 museos –que tienen dicha categoría– distribuidos por toda la ciudad.
Desde mi punto de vista, uno de los más singulares es el Museo de las Intervenciones. Tal como dice su nombre, trata sobre las intervenciones extranjeras que ha tenido México a lo largo de su historia. Y es que durante sus poco más de 200 años como país independiente, ha sufrido las ansias expansionistas de su poderoso vecino del norte: los Estados Unidos de América o la Intervención Francesa (1862-1867) que instauró la monarquía de Maximiliano de Habsburgo.
El museo está situado en el ex Convento de Nuestra Señora de los Ángeles de Churubusco en la alcaldía de Coyoacán. Fue construido durante la primera mitad del siglo XVI por la orden de los franciscanos, pasando más tarde a otra rama de su orden, la de los dieguinos.
Unos años después de conseguir el país su independencia, el edificio y sus alrededores fueron escenario de la famosa Batalla de Churubusco durante la Primera Intervención de Estados Unidos (1847-1848). El 20 de agosto de 1847, las tropas del General Winfield Scott en su camino hacia la Ciudad de México se encontraron con 1300 efectivos mexicanos –incluidos miembros del Batallón de San Patricio– que se habían fortificado en el convento. Resistieron heroicamente a más de 8000 efectivos estadounidenses, pero tras quedarse sin municiones el mismo día tuvieron que rendirse. Cuando el general estadounidense David Twiggs pidió a los batallones mexicanos que entregaran sus armas, el general Pedro María Anaya en actitud orgullosa le espetó: Si hubiera parque, no estaría usted aquí. En homenaje a los que defendieron la plaza, justo al lado del museo, se encuentra la estatua en honor al general Anaya y la plaza frontal del convento lleva el nombre del Batallón de San Patricio. En las cercanías, una calle tiene el nombre del general Anaya y otra la de “Mártires Irlandeses”.
El edificio fue declarado Monumento Nacional por Benito Juárez y hasta 1914 fue un hospital militar. Funcionó también como una escuela de pintura y con posterioridad un Museo de la Historia del Transporte. El museo actual se estableció en septiembre de 1981 por orden del presidente José López Portillo.
Durante la visita al museo se pueden admirar las antiguas estancias que han sido minuciosamente conservadas: la cocina, el refectorio, el claustro o el estupendo jardín; asimismo, se pueden observar numerosas obras de arte sacro. Un museo sobre esta temática puede sorprender a mucha gente; pero lo cierto es que las intervenciones extranjeras que ha sufrido la República mexicana desde su independencia, han ido conformando la identidad nacional de México. En la exposición podemos ver cuadros, litografías y diversos documentos, banderas, armas, uniformes, muebles y diversos objetos de cada acontecimiento histórico. Para enriquecer el recorrido, el museo cuenta con el apoyo de textos explicativos respaldados por documentos sonoros y audiovisuales.
No me extenderé en las diez salas del museo establecidas en orden cronológico, pero además de las intervenciones extranjeras, también existe una parte dedicada a la Guerra de Independencia y otra posterior sobre el largo gobierno de Porfirio Díaz, cuando gran parte de los recursos del país estaban en manos de empresas extranjeras. Incluso, hay una sala dedicada a la Revolución en la que se muestra cómo Estados Unidos apoyó la conspiración para derrocar a Francisco I. Madero en 1913 durante La Decena Trágica.Las últimas invasiones que se exhiben son las dos intervenciones de Estados Unidos en territorio mexicano durante la Revolución.
Sin duda, las dos salas más importantes son las dedicadas a la Primera Intervención de Estados Unidos (1846-1848) y a la Intervención Francesa (1862-1867), que instauró el Segundo Imperio Mexicano. En la primera, podemos ver cómo Estados Unidos hizo todo lo posible para adueñarse de territorio nacional tras la Independencia de Texas en 1836, la cual se anexionó nueve años más tarde. México se opuso a la par que aumentaban los enfrentamientos en la frontera entre los dos países, lo que llevó a que se declararan la guerra oficialmente en mayo de 1846.
Con anterioridad, Estados Unidos había intentado comprar los territorios de la Alta California y del actual Nuevo México, sobre todo justificándose en la idea del “Destino Manifiesto”, defendiendo que Estados Unidos tenía el deber divino de gobernar todo el continente americano. Tras casi un año y medio de conflicto, el vecino del norte se anexionó más de la mitad del territorio mexicano, incluyendo los actuales estados de California, Nevada, Utah y Nuevo México, entre otros, y la definitiva incorporación de Texas al país del norte; algo que hizo oficial el Tratado de Guadalupe-Hidalgo.
En la sala dedicada a la Intervención Francesa vemos otro periodo intrincado de la historia mexicana. Habían pasado pocos años desde la pérdida de territorio nacional en manos del vecino del norte y la Guerra de Reforma (1858-1861) en la que los liberales de Benito Juárez ganaron y así pudieron aplicar la Constitución de 1857, que establecía la desamortización de los bienes eclesiásticos y la enseñanza laica. Debido a que el gobierno suspendió el pago de la deuda exterior por dos años con Francia, Reino Unido y España, estos países desembarcaron en Veracruz reclamando el pago. Los españoles y los británicos llegaron a un acuerdo con el gobierno mexicano sobre los pagos, pero Francia tenía ambiciones imperialistas hacia el país, por lo que decidió invadirlo.
A pesar de su avance constante, el 5 de mayo de 1862, el ejército francés sufrió una derrota en Puebla ante las tropas comandadas por el general Ignacio Zaragoza, lo que paralizó durante unos meses el avance invasor hacia la Ciudad de México. En la exposición del museo podemos ver lo que decía la prensa gala de México, menospreciando a los mexicanos o los comentarios del general Charles Latrille de Lorencez que en un mensaje destinado al emperador francés afirmaba que eran superiores a los mexicanos en todo, incluyendo en organización, sensibilidad y raza.
A pesar de esta gran victoria, los franceses tomaron Puebla unos meses después, llegando a la capital del país en junio de 1863. En este tiempo los conservadores mexicanos habían estado buscando, bajo el amparo de Napoleón III, un candidato a monarca, encontrándolo en la figura de Maximiliano de Habsburgo, hermano del emperador Francisco-José de Austria. El Segundo Imperio mexicano duró apenas tres años, ya que los franceses empezaron a abandonar México en 1866 y los conservadores se desilusionaron con Maximiliano debido a que realizó diversas políticas liberales y las tropas juaristas no cesaron en su lucha para reinstaurar la República.
Se puede afirmar que el Museo de las Intervenciones permite conocer el largo camino de México para reafirmarse como un país independiente. Un proceso difícil, ya que tuvo que padecer una invasión que le privó de más de la mitad de su territorio, la instauración de un monarca extranjero, y una larga dictadura –la de Porfirio Díaz– que dejó los recursos del país en manos de empresas foráneas que pagaban salarios muy precarios a los trabajadores mexicanos. La Revolución mexicana (1910-1920) intentó paliar esta situación, sentando las bases de un proceso de construcción nacional que aunque dio impulso al país, se sustentó en un sistema de partido hegemónico.
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