La Colonia

Mejor reconciliación que disculpas

Lectura: 3 minutos

El presidente López Obrador insiste en que España ofrezca disculpas a los pueblos originarios de México por el robo, pillaje y muerte de la etapa militar de la Conquista, y dado que esa etapa fue solamente el requisito material para la conquista religiosa de esos pueblos, que también el Vaticano les ofrezca sus disculpas.

La insistencia presidencial pasa por encima de la evidencia de que ni el Estado ni la organización religiosa que hicieron la conquista material y espiritual existen ya; desaparecieron la monarquía absoluta y el concordato con la Iglesia por el que los misioneros estaban a su servicio.

Pero más grave que esa omisión, es la pérdida de perspectiva del legado colonial, del que en vez de disculpas de los desaparecidos reyes católicos, Isabel y Fernando, tendríamos que asumir el paquete completo para superar lo que Octavio Paz, Samuel Ramos y otros han analizado como complejos del mexicano.

conquista cortes y malinche
“Cortés y la Malinche”, José Clemente Orozco, 1926 (Colegio de San Idelfonso).

Un componente esencial de esos complejos es nuestro antihispanismo; en vez de atizarlo con enjundia, el presidente debería llamar a abrazar lo español del mestizaje para una mejor integración de nuestro carácter nacional.

No toda Hispanoamérica rechaza el componente español de su identidad cultural. En nuestro caso, Washington tendría que disculparse con todos nosotros, porque fue su primer enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, Joel Roberts Poinsett, quien desde 1822 fomentó el antihispanismo como parte de la campaña estadounidense de esos años contra la influencia europea en América.

“América para los americanos”, decía la doctrina Monroe, lanzada en 1823; Poinsett, además de fundar la Logia Yorkina que impuso a Vicente Guerrero en la presidencia de la República, mediante asalto dirigido por Santa Anna, en 1829, se llevó las nochebuenas mexicanas y registró su nombre como “poinsettas”.

Paradójicamente, el antihispanismo se ha vuelto lema de gobiernos de centro izquierda en algunos países de América Latina; en otros, como Perú, las élites no se pelearon con la hispanidad y su población mestiza no tiene los mismos problemas de identidad que nosotros los mexicanos; hasta le levantaron un gran monumento ecuestre al conquistador Francisco Pizarro en pleno corazón de Lima, la capital.

logia yorkina, antihispanismo
Imagen: Ritualy Propaganda.

Las estatuas que se le han llegado a erigir a Hernán Cortés en México son vandalizadas, y ahora el oportunista Partido Verde quiere desaparecer hasta la de Cristóbal Colón.

Casi todo estudio sobre cómo somos los mexicanos encuentra que los mestizos, población mayoritaria desde la época colonial, se adaptaron entre los mundos que les dieron origen, pero no llegaron a pertenecer al indígena ni al español; no adoptaron una identidad indígena que los dotara de una concepción clara de sí mismos como la tienen las comunidades, ni pudieron ser españoles, como era su anhelo verdadero al asociarlos al poder de la autoridad.

Hoy por hoy, los mestizos también tendrían que ofrecer disculpas a los pueblos indígenas, porque si hay un elemento que unifica a sus muy diversos grupos, es su énfasis en la diferencia que sienten respecto a los indígenas, y eso está detrás de su discriminación racista.

Pedir perdón saldría sobrando si desde el gobierno, en vez de campañas internacionales de reivindicación del pasado, se hicieran campañas para la comprensión propia de la diversidad cultural entre indios y mestizos, un requisito preliminar, básico, elemental para el mutuo conocimiento y reconciliación.

Un problema es la politización que han hecho varios gobiernos de sus posturas de aceptación o rechazo de la hispanidad como legado colonial, la cual está adquiriendo fuerza en América Latina y en España como un elemento más de confusión en esta complicada época, en la que sería más pertinente que alentaran la solidaridad.


También te puede interesar: Trump y sus seguidores, tal para cual.

Los nuevos conquistadores

Lectura: 3 minutos

Siempre hay que comenzar por el principio: el escribidor debe contar que su primer apellido es vasco; el segundo (Torres) es de origen castellano, y su nombre es germánico y significa “lancero valiente o “fuerte guerrero”.

Y no, pos ´no. No es vasco ni castellano (español, se diría ahora) y tampoco lancero ni guerrero y mucho menos valiente y fuerte. Alguna herencia autóctona debe tener, pese a que no ha conservado ningún apellido con reminiscencias indígenas.

Es un simple mexicano, mestizo, no criollo, de Apaseo el Grande, y por lo tanto orgulloso paisano de Antonio Plaza, José Alfredo Jiménez y Jorge Ibargüengoitia, entre muchos (la lista llena más de un libro) otros guanajuatenses.

Sabe que su ADN proviene como el de todos los humanos, según se cree hoy, de hace unos 300 mil años, meses más, meses menos.

La inmensa mayoría de los amigos de este escribidor son mexicanos, aunque entre ellos haya quienes tienen hasta tres nacionalidades. Casi todos tienen apellidos provenientes de los que hoy es España; otros tienen apelativos de otros países (de “Extranjia”, según decían los viejos del pueblo). Hablan español-mexicano y algunos son bilingües, trilingües y uno que otro políglota. Nadie de ellos que se sepa, habla alguna lengua nativa precolombina, aunque algunos conozcamos expresiones, tal vez “hechizas”.

la Conquista, Hernan Cortes, España, pedir perdon
Imagen: FD Blogger.

Hoy que el gobierno de México (Estado y país que no existían en 1521) exige que España (que no existía durante la Conquista) pida perdón por la Conquista, y el Estado Vaticano (la Santa Sede, según el reconocimiento de la diplomacia mexicana) haga lo propio por la conquista espiritual, tiene una grave duda existencial:

¿El escribidor es de los sujetos que deben pedir perdón por la Conquista de hace 500 años, o debe perdonar al reino de Castilla y Aragón (que ya no existe) y al Estado Vaticano (creado apenas en 1929) por su “conquista”?

Y, pos’ no, nomás no. Ni lo uno ni lo otro. Como diría el clásico mexicano: ¿Y yo por qué? A lo que escribidor añade: ¿Y ellos, los actuales, por qué? Los de entonces, se sabe, no resucitarán; tampoco sus agraviados.

La violencia para imponer, subyugar, dominar, conquistar, está presente en el reino animal, desde antes de lo que ahora es el hombre y se llamase hombre.

La historia de la humanidad es el relato de guerras, invasiones, conquistas, descubrimientos, dominaciones… los griegos, los troyanos, los persas, los hunos, los romanos, los vikingos, los celtas, los godos y los visigodos, los germanos, los galos, los iberos, los árabes, los cruzados, los españoles, los portugueses, los ingleses, los franceses, los aztecas, los mayas, los incas, los gringos, en una apretada y reducida lista de conquistadores de sólo una parte del mundo, la  occidental.

Esos conquistadores hicieron –dirían ellos si pudieran– lo que tenían que hacer. No conocían conceptos modernos como derechos humanos, genocidio, derechos de la mujer y de las minorías. Hoy opinamos que, en nuestros parámetros, no estuvo bien lo que hicieron, pero era lo que tenían que hacer según su cultura. Imagine el diálogo entre un pretoriano, un guerrero vikingo, un soldado de Hernán Cortés o de Francisco Pizarro –conquistador de los incas en un territorio que se llamaba Tahuantinsuyo y no precisamente Perú–, con un actual defensor de los derechos humanos o compareciendo en la Corte de La Haya. Y al pobre de Cristóbal Colón que por andar buscando especies se encontró un continente entero al que ni siquiera pudo poner su nombre.

pedir perdon a Mexico
Imagen: Indymedia.

Y las “conquistas” no han terminado. El problema no es de ayer. Es de hoy. Y lo será de mañana.

Ahora la imposición, el dominio, el yugo de la conquista se hacen a través del desconocimiento de los derechos de las minorías, bajo la sombra del ganamos la mayoría de los electores; los perdedores deben sujetarse sin reserva alguna, su crítica incluida, a la mayoría. De no hacerlo, como antes, son calificados de insumisos o de paganos, merecedores de todo castigo.

Miles de años de cultura y civilización de poco han servido a los hombres, herederos de ellas, todos deseosos de poder: los nuevos conquistadores.

El escribidor no tiene que pedirle perdón a nadie, aunque tenga apellidos hoy reconocidos como españoles, y mucho menos a los muertos de ninguno de los dos bandos.