Hace varios años que no escribía mi columna –o al menos no libremente–. Mucho ha cambiado desde entonces: me casé con la mujer que amo –ignorando todas las advertencias de hombres sabios–, pasé al tercer piso –ayer me encontré algunas canas en el pecho… ¡OMG!–, me cambié de casa y de trabajo.
Curiosamente, aunque hice un giro laboral pasando del sector inmobiliario hacia el sector Fintech –sufriendo un estiramiento como de chicle en el proceso–, me vuelvo a encontrar con poca claridad en la ley, algo que afecta al desarrollo de cualquier negocio pues abre la puerta a la incertidumbre.
En temas inmobiliarios era la discrecionalidad por parte de la autoridad, a la hora de dar licencias y permisos, lo que volvía al sector en ineficiente, riesgoso y propenso a las malas prácticas –por decirlo de forma elegante–.
Ahora me topo en el sector Fintech con una relativamente nueva legislación –la regulación bancaria en general está poco actualizada–, que aun presenta vacíos y crea (inventa) nuevas reglas del juego sobre la marcha. En consecuencia, existe una chamba descomunal para el regulador (la CNBV), cargándole la mano a funcionarios que enfrentan enormes cantidades de trabajo y una ley que deja más preguntas que respuestas –ya no hablemos de sueldos y presupuestos recortados–.
Bajo este contexto es que un sector representado por más de 400 empresas y que provee más de 60 mil empleos se enfrenta con poco apoyo gubernamental. Según el Panorama Anual de Inclusión Financiera publicado por la CNBV, sólo el 8% de las localidades tienen un punto de acceso a menos de 2 kilómetros de distancia –estados como Tlaxcala o el Estado de México tienen 5 veces menos puntos de acceso que España y la mitad que Estados Unidos–.
No sorprenden entonces las largas filas para llegar a ventanilla. Tampoco sorprende que ir –o tratar en sí– al banco sea un dolor de cabeza. Menos sorprende que sólo 2 de cada 10 mexicanos cuenten con una cuenta de ahorro –sin duda el colchón pide menos trámites y está más a la mano que un banco–.
En cambio, sí sorprende que aún con estos indicadores, nos tardemos en perfeccionar la regulación. Si sorprende que el sector Fintech –que justamente tiene la misión de democratizar el acceso a la banca– no constituya una prioridad en la agenda regulatoria en donde el impulso a las nuevas tecnologías sean el eje para bancarizar al país, reducir el uso del efectivo y permitir a los mexicanos ahorrar su patrimonio en un lugar seguro –al menos más seguro que su alcancía o el colchón–. También sorprende que sea tan difícil entablar un diálogo con la autoridad regulatoria para discutir de todo esto y de cómo solucionarlo.
Invito al regulador –conozco a varios funcionarios con la mejor de las intenciones y capacidades– y al resto de jugadores del sector a impulsar juntos el desarrollo financiero de México, a no dejar pasar la oportunidad que tenemos de llevar a nuestro país a estándares mundiales y evitar que el sector financiero envejezca –bastante tengo con mis recién halladas canas–.