En torno al Día Internacional de la Mujer es que ahora escribo la siguiente reflexión. En medio de la pandemia, las mujeres salen a las calles a manifestarse: la percepción sobre el riesgo de perder la vida a causa de la violencia de género sobrepasa el riesgo por contagiarse con el virus: “El machismo y el patriarcado son una pandemia en sí misma y para ello no hay vacuna”. Por eso se manifiestan ellas, por eso nos manifestamos todas las que deploramos la violencia contra las mujeres, la desigualdad, la injusticia. Las miles de mujeres que decidieron no salir de sus casas, saben que hay otras miles que salieron por ellas para extender el reclamo: “el cuerpo social se manifiesta por todas”.
Las manifestantes, como otros años, llevan tapabocas morados y pañuelos verdes, cantan consignas y muestran pancartas. Como hace un año, ahora las mujeres también se cubren el rostro. El año pasado muchas de las manifestantes también llevaban pañuelos en la cara, ahora, además se cubren como parte de las medidas sanitarias por la pandemia de Covid-19. El año pasado sólo se cubrían para protegerse de ser identificadas o para evitar que algún gas antimotines entrara en sus vías respiratorias; ahora, además, lo hacen para evitar un posible contagio del coronavirus.
Las calles de las ciudades mexicanas y de varios países fueron tomadas por las mujeres en una lucha con la que quiere hacer visible la otra pandemia: la de la violencia contra las mujeres, la de los feminicidios, la de la desigualdad. Las mujeres gritan, no se cansan: “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente”. Madres, hijas, amigas, vecinas, alumnas, maestras, todas se dan cita en el espacio público para exigirle a la sociedad, al gobierno, a los medios de comunicación, a los varones y también a las otras mujeres.
La muralla de contención que se colocó en torno al Palacio Nacional de la Ciudad de México fue cubierta con nombres de mujeres desaparecidas; el metal se forró con el dolor de las madres, de los padres y de las familias de quienes han sido arrancadas de sus vidas. El gris metálico se llenó de color morado y de flores blancas para recordar a esas mujeres y para hacer un llamado público, para exigir que esto se detenga: ni una más, ni una menos. Esta muralla que puede representar la indiferencia, insensibilidad e incapacidad del gobierno se convirtió en un acto social para exigir, para evidenciar el problema, para manifestar la injusticia.
Las feministas, las manifestantes, las mujeres también están presentes en las redes sociodigitales. Graban y difunden videos para cantar, para expresar, para exigir a varias voces: “Que tiemble el Estado, los cielos, las calles / Que teman los jueces y los judiciales / Hoy a las mujeres nos quitan la calma / Nos sembraron miedo, nos crecieron alas”.
Todas ellas hacen ruido, todas tratamos de expresarnos, de gritar, de exigir desde nuestras trincheras a fin de ser escuchadas… y es que la violencia -física y simbólica- contra ellas, contra nosotras, contra nuestras hijas, contra nuestras hermanas, contra nuestras madres no cesa; la desigualdad no disminuye; el patriarcado sigue reproduciéndose en las interacciones familiares, en el trabajo, en la política, en la vida social. Debemos parar, debemos hacer ruido, debemos seguir exigiendo para que las cosas cambien, porque ya no pueden ser como siempre han sido, porque, además, a las mujeres nos crecieron alas.