masculinidad tóxica

De hombre a hombre

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Sutil, gracioso, casi inocuo, pero ahí está presente, constante, volviéndose imperceptible, filtrándose por cada fisura de nuestra necia visión del mundo. Disfrazado de la complicidad cotidiana que creemos que nos define como hombres. La violencia del lenguaje de nuestra intimidad patriarcal y dominante, que no es capaz siquiera de ver la misoginia que le envuelve. Una dominación espuria que pretendemos perpetuar como si la evolución de la sociedad no existiera. Una dominación siempre excluyente… y siempre violenta.

Hombres que nos definimos como “modernos”; hombres que nos definimos como “decentes”; hombres que nos definimos como “tolerantes”. Sí, pero no en este tema porque lo tenemos inoculado hasta la médula por una tradición que perpetúa la sensación de que somos mejores y de que “nos lo merecemos”. Muchas veces, machismo disfrazado con “una manita” del barniz de la cortesía.

Entrenados desde niños en el modelo de nuestra supremacía esperamos la sumisión condicionada de todas las mujeres que nos rodean, empleando la coerción del insulto y el dinero para reprimir cualquier acto de “rebeldía”. Insurrección por querer ganar lo mismo; insurrección por aspirar a mejores puestos; insurrección por pedir ayuda en casa; insurrección por cuestionar; insurrección por querer valer.

hombres rompan el pacto
Imagen: Erin Lux.

Ejercemos la pornografía como una manera de prolongar el ultraje y el abuso al infinito, pensando que verla no trasciende. Sí lo hace y mucho, al convertir nuestro consumo, multiplicado por millones en precursor de la cosificación y de la esclavitud sexual y la trata para miles de mujeres que sucumben al poder económico y cultural de las redes.

Hay que parar. Es necesario empezar a cambiar, desde lo más simple, desde lo más obvio. Practicando la equidad se convertirá en costumbre, hasta asumir un comportamiento genuino. Empecemos por desechar los estereotipos: de la mujer que maneja mal; de la mujer que es controladora; de la mujer que “se ve mal” si toma un trago o dice groserías. Tirar también por la borda de nuestra arrogancia el etiquetado prejuicioso que descalifica en base al color de piel, o la edad o la talla.

¿Cómo miramos a los grupos feministas empoderados para pedir justicia? Si hacen pintas… mal, si gritan consignas… mal, si cantan… mal, si dejan basura… mal… muy mal. Como si sobrevivir no fuese una prioridad; y al decir sobrevivir lo digo con todas las implicaciones que semejante palabra acarrea, desde las soterradas invitaciones que acosan en lo laboral hasta el miedo y la pesadilla de muchas mujeres caminando en una calle solitaria o abordando un transporte público. ¿Qué no podemos entender la desesperación que surge desde el miedo y la injusticia? El umbral no debería ser “sobrevivir”, la palabra pertinente es “vivir”.

De hombre a hombre hay que decirnos ¡basta ya!


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