Hace algunos meses, y con motivo de la crisis social provocada por el virus Covid-19, han circulado en redes sociales al menos un par de noticias sobre grupos de la criminalidad organizada entregando apoyos a personas de bajos recursos y en situación vulnerable (adultos mayores, gente en situación de calle, etcétera). No es espontáneo que las crisis sirvan a los intereses de un grupo de personas, ni tampoco que elijan llevar a cabo ciertas acciones (como este supuesto altruismo) para subirlas a redes digitales.
Desde la criminología mediática vale la pena analizar el discurso de fondo que se oculta detrás de estas aparentes acciones benévolas. De antemano habrá que advertir que no es novedad lo que estos grupos hacen y que este escrito no está descubriendo nada nuevo, porque en realidad no hay nada oculto, es sólo que el verdadero fin está yuxtapuesto a lo que se aprecia en el contenido difundido; así que como fin último de este breve análisis es menester señalar y darle la connotación que la criminología mediática persigue.
Para efectos pragmáticos y breves, este microanálisis sólo tomará como fuente de su estudio dos noticias: una referente a la entrega de despensas (conjunto de alimentos básicos y no perecederos) por parte de la hija de Joaquín Guzmán Loera “El Chapo”, y otra, que apunta a la misma obra, pero por parte del “Cartel del Golfo”. Ambas noticias son verdaderas y pueden ser verificadas en medios informativos verosímiles.
Hace unos días, me encontraba dando una clase sobre el manejo de la información por parte de los medios en tiempos de crisis, acentuando su aportación en redes digitales y concatenándola con la criminología mediática. Pues bien, los dos ejes principales que manejé, viraban sobre la búsqueda de un desequilibrio social a través del miedo que condujera al o los individuos a reaccionar de manera agresiva y violenta; el segundo eje, más concreto, señalaba a aquellas personas que por medio de las redes digitales incitaban a saquear o robar en multitud los supermercados y tiendas de conveniencia. Se debe entender que, cuando se habla de criminología mediática, se habla de materia (contenido) que todo el tiempo está avanzando, que su aceleración no es constante, sino que incrementa y lo que hoy es tendencia, mañana no lo será; muy seguramente cuando publique este microanálisis el objeto de reflexión ya ni siquiera sea noticia.
Cuando se dio por concluida la explicación de los dos ejes que se mencionaron anteriormente, inmediatamente comenzó a difundirse la noticia de que el “Cartel del Golfo” estaba repartiendo despensas en Tamaulipas, días más tarde la hija de “El Chapo” copió la estrategia (Nota: hace unos meses, después de la aprehensión y extradición de su padre, la hija de Joaquín Guzmán Loera, sacó a la venta una marca de diversos productos llamada “El Chapo Guzmán”, incluso están dentro del comercio virtual con su propia página web).
El término de “narcomarketing” no es nuevo, hace ya algunos años que académicos del campo de la comunicación empezaron a utilizarlo para referirse a dos cuestiones: la primera por parte del Estado y su política criminal en el combate a la criminalidad organizada; la segunda por parte de compañías productoras para promocionar las narcoseries que producían. En ninguno de los dos casos anteriores utilizan el término como me he referido, ya que en el caso del primero se busca reforzar la política criminal de un Estado con base en la aparente victoria de ésta a través de la captura de un líder criminal, y la segunda es únicamente con fines propagandísticos.
En este microanálisis el término “narcomarketing” es utilizado de la siguiente manera: “la estrategia de grupos de la delincuencia organizada para reafirmar una imagen pública positiva de su organización en la sociedad, aprovechándose de la crisis y de la ineficiencia del Estado”. Teniendo en cuenta lo anterior, se sabe por cuál línea avanza este asunto.
El “narcomarketing” utilizado por la criminalidad organizada es sencillo pero eficiente, su objetivo no es el bondadoso narcoaltruismo de repartir víveres entre la población más afectada y más vulnerable en esta crisis, puesto que si ésa fuera su intención, no habría por qué ver sus acciones en las redes digitales y en los medios tradicionales. Ahora bien, se puede apuntar a que las fotografías y videos fueron tomados por la población, por testigos presenciales del hecho, si la criminalidad organizada no quisiera que este contenido se difundiera, hubieran intimidado a los testigos para que no fotografiaran ni tomaran video, pero al contrario, hasta posaron para el contenido. Incluso, los dos grupos delincuenciales mandaron a imprimir cajas de cartón con el nombre del grupo, en el caso de las cajas de “El Chapo”, la hija incluyó en la caja la dirección web de su tienda en línea. Lo que nos otorga el primer punto de su estrategia: el objetivo era la difusión propagandística de su campaña pseudohumanitaria y no un genuino interés de ayudar a la comunidad.
El segundo punto apela a una herramienta que es, por excelencia, utilizada por las “noticias falsas”: el sentimentalismo. Este tipo de noticias (las emotivas) no buscan dirigirse al criterio de las personas, no persiguen la duda ni la reflexión de los espectadores, van directo al pecho, buscan el impacto en la esfera emotiva de los individuos para que el contexto de las mismas noticias no sea de interés y que la viralidad o difusión sea extendida sin barrera crítica alguna. Las personas de la tercera edad fueron, en este caso, el sujeto propagandístico perfecto para esta estrategia, ya que con la crisis también son también parte de la población vulnerable o con mayor riesgo de complicaciones en caso de contraer Covid-19. Por lo que este grupo de personas actúa como vehículo de impacto emocional, porque al final, “¿Quién ayudará a nuestros pobres viejitos, si este gobierno desconsiderado no hace nada? Gracias a Dios por estos hombres de buen corazón (…).”
Más o menos así podemos ilustrar el esquema de pensamiento que tienen aquellos que se ven seducidos completamente por la narcopropaganda, sin pensar en los cientos de miles de muertos que han dejado sus enfrentamientos o en los miles de desaparecidos que aún perduran hoy en día en fosas clandestinas.
Llegados a este punto, la criminología mediática interviene con las siguientes hipótesis de trabajo: ¿No es esta práctica (“narcomarketing”) un factor normalizante de la violencia? Tal vez no de manera directa, porque la realidad es que las imágenes y los videos no muestran ni una gota de sangre, pero el discurso de fondo es algo como “Nosotros somos los buenos, nosotros no dañamos al pueblo, somos parte de él”, y con ello buscan legitimar su trabajo y crear un statu quo en la sociedad, un censo común que los ampare de la crítica negativa, aunque maten, torturen o desaparezcan a personas.
¿Es la normalización de la violencia contraria a la prevención de la misma? Claro que sí, una de las fuentes de las que emana la creación de leyes es la costumbre, cuando una sociedad en un tiempo y espacio determinado ha creado una costumbre en torno a cierta acción, ésta se vuelve parte de la normalidad y algo que es normal no se puede prevenir dado que no tendría por qué prevenirse.
La criminología mediática entonces advierte una conclusión bastante simple: esta estrategia de “romantizar” (término que se usa para señalar la aceptación de prácticas nocivas) la entrega de ayuda, por parte de la criminalidad organizada, “puede” favorecer la normalización de la violencia y ser contraria a uno de los objetivos primarios de la criminología, la prevención. Como puede leerse y haciendo ahínco en esto, se habla de que “podría”, mas no de que sea una certeza, ya que este microanálisis no pretende ser un estudio científico que ofrezca un resultado absoluto; la criminología como ciencia social y humana no puede ofrecer resultados determinantes, debido a que los sistemas de acción que ésta puede contemplar para la elaboración de sus teorías son dinámicos y, hablando de contenido mediático (la velocidad con el que éste es difundido, compartido y olvidado), mucho más.
Las acciones repelentes o preventivas a esta narcopropaganda son iguales de simples que la conclusión que se ofrece: evitar compartir. Es cierto que uno lo puede hacer con la mejor de las intenciones, sin el mal llamado afán de “romantizar”, pero no sabemos qué tipo de persona será la espectadora de este contenido, ni cómo lo aprehenda o cómo lo procese, tampoco qué interpretación subjetiva le dará. Debería verse de la siguiente manera: cada vez que este tipo de noticias sean compartidas en los medios tradicionales o en los perfiles personales de las redes digitales, representan una pequeña victoria propagandística para los grupos de la criminalidad organizada.
Como criminólogos debemos ampliar nuestros horizontes preventivos y vislumbrar que las redes digitales también son el campo de batalla donde podemos ayudar a la prevención de la manera como lo planteé al principio.
También te puede interesar: México militarizado. ¿A qué juega la Guardia Nacional?