En su ingreso a la Real Academia Española, el neuropsiquiatra gaditano Carlos Castilla del Pino mencionó que la palabra reflexión indica “nueva y detenida consideración sobre algún objeto”. Podemos agregar que el pensamiento reflexivo asume varias formas: (1) es autoconsciente cuando el sujeto controla su propia actividad cognoscitiva para llegar a conclusiones y conocimientos válidos; (2) es fundamentalmente verbal cuando acontece como un discurso privado en forma de palabras, frases, juicios y razonamientos, (3) suele tomar la forma de un diálogo interior que se desenvuelve sin que la persona pronuncie palabras en voz alta. En esta ocasión revisaremos el tema de la reflexión y el diálogo interior como un recurso literalmente dramático o teatral de la autoconciencia.
En su libro Cómo pensamos de 1913, el erudito y pedagogo pragmatista de Nueva Inglaterra, John Dewey, distinguió varios tipos de pensamiento con base en su eficacia. Otorgó la mayor eficiencia al pensamiento reflexivo como una sucesión de ideas donde cada una se deriva de la anterior y da origen a una siguiente para eventualmente llegar a conclusiones o valorar creencias. El pensamiento reflexivo es un proceso consciente que tiene una meta y esa meta impone una tarea congruente con la intención; es una actividad deliberada en la que interviene el yo como agente generador de los conceptos y creencias que se evalúan: el yo se hace cargo de sí mismo.
Hannah Arendt, la incisiva filósofa sobre imperialismo y el totalitarismo en el siglo pasado, señaló que el pensamiento útil y creativo suele acontecer en soledad mediante un diálogo interno donde uno se hace compañía a sí mismo y que caracteriza gráficamente como dos en uno. En la mente un yo dialoga con otro yo en una conversación que, si bien es privada, tiene un formato público. Este dos en uno remite a la definición que ofreció Platón del pensamiento como el diálogo del alma consigo misma, aunque a diferencia del griego y en afinidad con el ruso Lev Vygotsky, la pensadora alemana no postula una esencia inmortal, sino una función cognoscitiva por la cual se interioriza y ejerce la función social del diálogo.
Ahora bien, en su libro The voices within (“Las voces internas”) de 2016, Charles Fernyhough, profesor de Psicología de la Universidad de Durham, observa que el discurso interno no está restringido a las reglas del diálogo social y tampoco ocurre como un monólogo literario. Para empezar, el discurso y el diálogo interno no están coartados por el aparato fonador de la laringe, la lengua y la boca, lo cual permite y establece otra temporalidad y otra estructuración. El autor refiere que el discurso interno se instala con un notable ímpetu de hasta 4 mil palabras por minuto, unas 10 veces más veloz que el lenguaje articulado. Además, no es necesario formular frases completas, porque el pensamiento se desenvuelve a partir de un significado intuido de tal manera que las personas saben lo que quieren decir y luego desmadejan este núcleo de sentido en una cadena de palabras. Por otra parte, el discurso interno suele ocurrir acoplado con la imaginación cuando la persona visualiza un escenario donde personajes, lugares y espacios mutan de acuerdo con las circunstancias y propensiones del agente. El yo imaginado en estas situaciones no tiene una manifestación singular, constante, ni sencilla. Por ejemplo, el yo puede estar representado como una copia de su imagen corporal, o bien puede observar la escena desde un punto de vista subjetivo. Fernyhough, considera que no existe un yo o un self unitario, pues durante el diálogo interno la persona crea momento a momento la ilusión de un yo o un mi. Más adelante revisaremos con algún detalle las teorías de la polaca Malgorzata Puchalska-Wasyl, psicóloga experta en el diálogo interno, quien también argumenta en favor de una variedad de yoes con base en estudios empíricos.
El diálogo interno se ha vuelto un tema frecuente de la literatura de autoayuda porque se supone que su ejercicio es útil para resolver problemas, tomar decisiones razonadas, establecer objetivos, fortalecer la memoria y para guiar la conducta. Aunque estos beneficios son verosímiles, es difícil obtener evidencia directa de su eficacia, pues no hay una forma fehaciente de registrar el diálogo interno ni de evaluar sus efectos. Esto remite a un asunto medular de las ciencias cognitivas y que hemos abordado antes: cuando se trata de funciones subjetivas e internas el método de estudio y análisis se vuelve crucial. La “técnica dialógica de silla temporal” (Dialogical Temporal Chair Technique) es un método usado para activar voces internas de manera secuencial. Se solicita al sujeto que construya un diálogo interno cambiando de una silla a otra y adoptando en cada una un punto de vista ajeno. La técnica permite al sujeto analizar formas diferentes de pensar, sopesar mejor sus propios discursos y al investigador visualizar formas de diálogo interno. Por otro lado, una pregunta formulada al interior de la persona en referencia a sus posibles conductas se asoció a una mejor ejecución, pero sólo cuando el individuo había reportado darse cuenta del impacto del diálogo interno sobre su proceso de pensamiento.
Un grupo de investigadores utilizaron la estrategia de examinar la activación cerebral durante momentos no especificados. Para ello enviaron un pitido a voluntarios sometidos a una resonancia magnética del cerebro y registraron la actividad cerebral en esos momentos. Para que los sujetos detectaran y describieran su experiencia utilizaron un Muestreo Descriptivo de la Experiencia (Descriptive Experience Sampling) y examinaron estos momentos pareando la imagen cerebral con la experiencia reportada. Concluyeron que la estrategia es viable y digna de ser explorada porque hay una correlación entre lo que los sujetos expresaban sobre su experiencia y la pauta de activación de su cerebro. Encontraron además que el pedir a los sujetos que expresaran su diálogo interno se acompaña de una activación cerebral diferente a los momentos en los que expresaron su experiencia de forma espontánea. Dos regiones cerebrales, la circunvolución de Heschl y la circunvolución frontal inferior izquierda, se activaron de manera opuesta en las dos condiciones. Se conocía ya que la circunvolución frontal izquierda del cerebro es un área crucial para la autoconciencia y la toma de decisiones, y que se recluta durante las tareas de diálogo interior.
Podemos concluir que, si bien la reflexión en forma de diálogo interno es una de las actividades más privadas y no tiene indicadores fisiológicos seguros, existen indicaciones de que resulta en una mejor ejecución en comparación con el discurso declarativo. Esta actividad mental cumple funciones propias del conocimiento, tales como fundamentar nociones, evaluar experiencias confusas, redefinir las vivencias pasadas, tomar decisiones o definir las acciones futuras. De esta manera, el diálogo interno participa en la formulación de la identidad personal y la actividad autorreferencial, en especial durante los periodos de reflexión. Aprender a pensar reflexiva y críticamente sería una meta fundamental de la autoconciencia, de la enseñanza y de la propia filosofía: “pensar y enseñar a pensar” recomendaba certeramente el añorado maestro Eduardo Nicol.