No siempre tenemos todos a la mano herramientas para provocar un cambio, para incidir en nuestro entorno o para mejorar nuestro país –en general se necesita dinero o poder, y bastante…–. Tampoco es fácil para alguien levantar la voz desde su posición, en donde la misma logre tener impacto –menos estando encuarentenados–. Tampoco estoy seguro del impacto que yo tengo como columnista mensual ni de mi alcance. Sin embargo, sí estoy seguro de que es mi responsabilidad alzar la voz y transmitir, de forma clara y sin rodeos, que nuestro gobierno no conduce a México hacia un camino de bienestar. Por el contrario, cada día erosiona nuestra capacidad como mexicanos de construir un Estado sólido, libre y próspero.
Desde hace un par de años –tal y como muchos lo advirtieron–, se ha subido a nuestro país a un tren de malas decisiones. Advertencias ha habido muchas…
Lo hicieron la Sociedad Interamericana de Prensa y Reporteros sin Fronteras, al advertir que la presidencia incitaba a la violencia con sus sistemáticos ataques a los medios de comunicación con un sesgo autoritario y despectivo –¿por qué es incapaz de reconocer que comete errores?–.
Lo hicieron consultores y ONG’s como Wood Mackenzie o GreenPeace, al señalar que México daba pasos hacia atrás con la nueva política energética en la que se plantea desterrar a las energías renovables para proteger el monopolio de la CFE –o la comodidad de su Director General–, haciéndonos fallar ante nuestros compromisos con el mundo y con nuestro propio planeta –ya no se diga elevar el riesgo percibido de México como destino de inversiones–.
Lo hizo la propia UNAM, al advertir que la desaparición de los Fideicomisos por temas presupuestales violaba el compromiso del Estado de garantizar el acceso al desarrollo científico tal y como lo cita el Artículo 3º de nuestra Constitución: “El Estado apoyará la investigación e innovación científica, humanística y tecnológica, y garantizará el acceso abierto a la información que derive de ella” –pero sí hay recursos para trenes, refinerías, aeropuertos y otras decisiones “cuestionables” por decir lo mínimo–.
Ahora lo hacen la Comisión de Competencia Económica y México Evalúa, al mencionar los riesgos que concentrar a los órganos independientes tiene en el mercado, pues es justamente su independencia lo que permite regular al mercado de mejor forma.
Parece además que el tren de malas decisiones no parará, pues el gobierno se encuentra en un círculo vicioso –y con poca aptitud–. Las malas decisiones han llevado a terminar de afectar una economía ya de por sí vulnerada, y con ello, a reducir la recaudación de impuestos por parte del gobierno, lo que a su vez, los hace tomar decisiones justo como la de desaparecer Fideicomisos y concentrar órganos reguladores para ahorrarse lo que puedan, sin darse cuenta, de que al hacerlo terminan por hundir más a la economía y a los que pueden rescatarla. Esto sin duda agravará aún más la paupérrima recaudación –y si la salida del gobierno es el constante ataque a los empresarios, pareciera que no veremos la luz al final del túnel–.
Lo peor de todo es que aun, en medio de tanto predicamento, el presidente se empeña en seguir empeorando nuestra posición económica comenzando con el pie izquierdo la relación con su homólogo norteamericano.
Creo que ya es momento de alzar la voz…
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