progreso

Hacia adelante, pero juntos

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Entramos a una quincena más en la que tenemos más dudas que certezas sobre lo que viene en el futuro inmediato. Los contagios siguen subiendo y, aunque se ha recuperado movilidad parcial, la pandemia sigue su avance cobrando vidas, empleos y negocios completos. A pesar de las evidencias, aún hay muchas personas que no creen en la prevención y se arriesgan a retornar a una vida que, tristemente, ya no existe.

Como individuos, siempre confiamos en que vendrá algo mejor para nosotros y para los nuestros, que avanzaremos en contra de los obstáculos y terminaremos en condiciones más favorables que antes, sin embargo, la historia demuestra que también podemos retroceder, porque el comportamiento humano no necesariamente va hacia adelante en todas las ocasiones.

Incluso algunos aspectos pueden mejorar mientras otros se rezagan a un mismo tiempo, ya que no todos los avances sociales son uniformes, ni su comportamiento homogéneo. Nuestra aspiración puede ser distinta, pero la realidad es que, si no nos comportamos como una sola sociedad, puede haber retrocesos, estancamientos, a la par de adelantos menores.

Y es, precisamente, porque la vida no es lineal y tampoco avanza hacia el progreso de manera irreversible. Muchos episodios nos han confirmado que, así como podemos tener épocas de grandes descubrimientos, también pueden cometerse las peores atrocidades a partir de los errores en la toma de decisiones.

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Ilustración: Li Min.

Viajar a la Luna, por ejemplo, representa el crecimiento científico de nuestra especie y cristaliza nuestro deseo de explorar y descubrir qué hay más allá de nuestro planeta, pero contrasta gravemente con la forma en que hemos deteriorado a la Tierra y palidece cuando un virus microscópico puede frenarnos en seco, porque no contamos con medicamentos o vacuna para combatirlo. No sólo eso, es irónico que mientras podemos expandir los horizontes hacia el espacio, fracasemos para que la mayoría de la población pueda estar sana, bien alimentada y segura.

Tal vez habíamos olvidado que somos invitados y no dueños del planeta, que existen otros organismos que, sin importar su tamaño, pueden hacerse un lugar en la manera en que se desarrolla la vida en este mundo. En resumen, es probable que en la cotidianeidad a la que nos acostumbramos no cabía nadie más allá de nosotros, hasta que tuvimos que encerrarnos para comprender que sólo juntos, unidos, podemos superar amenazas que están ahí constantemente, pero que no veíamos.

Así que el reto ahora es mantener lo poco que hemos logrado y tratar de evitar dar marcha atrás, porque es posible un retroceso si no nos hacemos conscientes de que el tejido social se construye con base en hábitos, comportamientos y costumbres, que permiten el buen y bien vivir de la mayoría, con condiciones dignas que dan paso al desarrollo y a oportunidades para quien se esfuerza más. De la misma forma, implica un sentido de la solidaridad basado en ayudar a quien lo necesita, por la simple razón de que eso me ayuda a mí y a los míos. Los ejemplos más destacados de sociedades equilibradas son aquellas que encuentran el balance entre obligaciones, derechos, y comportamientos comunitarios que benefician cada aspecto de su vida diaria.

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Ilustración: NPR.

No quiero ser aguafiestas, pero conforme pasa el tiempo de la pandemia, observo que la incertidumbre, la confusión y los intereses ajenos a la mayoría, vengan de donde vengan, se apoderan de nuestras preocupaciones y expectativas. Tanto ruido ha generado una pérdida paulatina de la confianza, otra vez, en instituciones públicas y privadas, líderes, opciones políticas y gobiernos de todos los niveles.

Esto sucede en el peor momento posible, cuando debemos regresar a movernos con sana distancia y a cuidarnos en las calles de la enfermedad, al tiempo que seguimos con los problemas de siempre en materia de seguridad, salud, educación y, peor, economía.

Es una condición física que, si una fuerza más grande empuja a un objeto en una dirección, puede moverlo o cambiar su curso; en ese sentido debemos preguntarnos si lo que hacemos hoy, y hemos hecho desde hace tres meses, ha sido empujar hacia adelante o hacia atrás. Ahí reside el rumbo que tomaremos el resto de este año y los próximos, un cambio que será tan fácil o tan difícil como nosotros queramos.


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Somos presa de la aspiración de confort y progreso

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¿Qué es la mente humana si no un intento
consciente y constante de búsqueda del confort?
Sri Chinmoy.

Desde el inicio de nuestra existencia circulamos en el deseo de comodidad y placer; simplemente queremos tener mecanismos que nos permitan no sólo vivir lo mejor posible sino muy bien. No me refiero únicamente a lo material, también a lo emocional.

Queremos gozar de buena salud, contar con bienes, ser felices. Pero, precisamente esa intención que puede ser sana, nos lleva a ser presa del deseo de confort y progreso, en primera instancia por instinto y luego de manera racional.

No conozco a nadie que no quiera vivir cómodo; querer estar o vivir confortables es una situación et omnis populus (de todas las personas); incluso hay quienes buscan vivir a placer tendido sin importar nada más.

Cabe aclarar que, los conceptos –aun sinónimos– no significan lo mismo; ejemplo: comodidad, abundancia, bienestar. Comodidad y abundancia no es igual a riqueza material. Tampoco contar con éstos implica tener salud y ser felices. Y, aunque los tres conceptos sí pueden permitir ambas cosas –salud y felicidad– no necesariamente es de esa manera. En muchos casos la comodidad física sólo queda en una reducción humana que es el tener.

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Ilustración: Dribbble.

En términos socio-económicos-políticos es una razón por la que hay tantos desencuentros, porque la mayoría se prende del tener bienes cuando hay factores sustanciales para trascender más que el tener por tener. Así, sin desearlo, somos rehenes del progreso.

Recuerdo que hace muchos años atrás en mi pueblo no había agua potable, tomábamos agua de un pozo; no había electricidad, nos alumbrábamos con un quinqué; no había teléfonos residenciales, había uno para el pueblo y telegramas; no había calles, había caminos de terracería; no había gas, mi abuela y madre cocinaban con leña.

Pero vivíamos felices; estábamos sanos, de hecho, teníamos más que mucha gente porque teníamos casa, una mesa para comer, teníamos cama… De alguna manera teníamos comodidad.

Después, poco a poco empezó a llegar el progreso. Tuvimos calles, agua potable, la electricidad, con ella la luz. Y llegó la estufa de combustible, la televisión en blanco y negro, la refrigeradora.  

Luego emigramos a la ciudad. Todo era diferente. Nos asombramos, teníamos más cosas, juegos de sala, televisión a color, teléfono.

Cuando empecé a relacionarme con mis nuevos compañeros de escuela, e iba a sus casas ya fuera por tareas o sólo por ir a jugar con ellos, me di cuenta que vivián más cómodos que nosotros.

ciudad y progreso
Ilustración: Giordiano Poloni.

Eran casas de varias recámaras, nosotros teníamos sólo una que se dividía con una sábana colgada. De un lado mis padres, y del otro los cinco hermanos dormíamos en un mismo colchón. Cuando crecimos mi hermano y yo nos mandaron a dormir a la sala en un catre. Nos sentimos más cómodos que estando con las tres hermanas más apretados.

La sala era también comedor y cocina. En las noches subíamos las sillas sobre el comedor para tener espacio y poder tender el catre. La sala era al mismo tiempo comedor y cocina, todo en el mismo espacio.

Pero éramos felices, y si bien queríamos, necesitábamos, también de otras cosas, teníamos más que otros. Nos merecíamos más aunque nuestros padres con regularidad nos recordaban que vivíamos mejor que muchos en el campo.

Pronto tuvimos menos espacio porque llegó la televisión que empezó a invadirnos la intimidad y a vulnerar la comunicación. Se metió en lo más recóndito de nosotros. Nos penetró casi hasta violarnos, aunque sentíamos que era un gran logro del esfuerzo de mis padres.

Y así también llegó el teléfono. ¡Qué maravilla! Empezamos a ver todo lo que había afuera. Subió el marco de referencia; las películas, las telenovelas, las noticias, que nos decían qué había más allá de donde vivíamos.

La televisión y el teléfono nos permitieron acortar las distancias. Asimismo, proliferaron los chismes. La información llegaba más rápido y en todos los medios empezaron a decirnos qué hacer. Nos gustara o no así era, no nos perdían permiso para influirnos.

confort y progreso
Ilustración: García.

Es como hoy, ya de plano no había intimidad, no hay secretos, tampoco hay respeto ni valores. Somos víctimas voluntarias de los dispositivos de comunicación e información; lo patenta la tecnología que nos ha servido para informarnos, aprender, investigar, conocer, acercarnos a los demás al grado de sentirnos en otra parte o sentir que los demás están muy cerca de nosotros.

La tecnología de la comunicación e información, así como es positiva también es negativa. Mi experiencia con el celular fue un trauma que aún no supero de todo. Primero porque cuando salieron yo decía que no los necesitaba. Luego porque lo sentía complicado. Hasta que no hubo de otra.

El celular nos ha permitido estar presentes en vivo y directo en lugares donde nunca hemos estado, y compartir con gente que nunca hemos conocido personalmente. No podemos escondernos de nada ni de nadie.

Todo indica que “antes que el gallo cante tres veces” estaremos a un tris de que nos implanten un microchip. Si no a nosotros, sí a nuestros hijos o nietos.

Ya no podemos ocultarnos. Se va a saber, sin que nos pregunten ni lo digamos, cuando vayamos al trabajo, al banco, de recreación, de compras, de viaje, a comer, a la cama, al baño. Ahora todo se sabe en este mundo de dominio y control.

Pero queríamos vivir cada vez más cómodos, y esa comodidad nos ha hecho presas (esclavos) de la aspiración del confort y el progreso. ¿Les suena?


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