Además de motivo esencial de las religiones, la conciencia moral ha sido objeto de interés y análisis para la filosofía, la jurisprudencia, la sociología y otras disciplinas humanas y sociales. En esta ocasión haré una referencia somera a ciertas nociones fundamentales sobre la conciencia moral. Acabamos de ver que el sentido moral del término “conciencia” en español se registra desde el siglo XIII y se mantuvo a través del tiempo como referencia a una “luz” o una “voz” interior que proporciona al ser humano el conocimiento de si sus actos son buenos o malos. De esta forma, en el prolongado marco de la religión cristiana, la conciencia moral se ha considerado la facultad espiritual que permite a los seres humanos discernir sus faltas o pecados para arrepentirse y conseguir el perdón y la gracia.
El escolapio y filólogo español Julio Campos ha publicado en 1962 su extensa indagación en textos clásicos y medievales sobre los significados del vocablo conscientia en latín. Encuentra que existen dos sentidos en esta palabra; denomina al primero “convicción” y se refiere a la conciencia psicológica de sentir o darse cuenta de lo que ocurre, en tanto que el segundo sería la conciencia moral como “testigo que obliga o acusa”. Prevalece con mucho este último en los numerosos autores que revisa y que incluyen a clásicos romanos como Cicerón o Séneca, pasajes del Antiguo Testamento, en especial de los Libros Sapienciales, y secciones del Nuevo Testamento, en particular ciertas epístolas de San Pablo. El padre Campos sugiere que se mantenga el significado moral para el término conciencia por su derivación de la conscientia latina de orden moral, y que se utilice consciencia (con sc) para designar al sentir y advertir en general. De esta manera se distinguirían los dos significados, como ocurre en inglés (conscience, sentido moral y consciousness, sentido cognitivo) y en alemán (Gewissen, sentido moral y Bewusste sentido cognitivo).
El sentido moral de la conciencia ha dado lugar a un amplísimo y controvertido análisis filosófico. Varios de los mayores pensadores europeos han considerado que los requerimientos morales son racionales, idea que llevó a Emmanuel Kant a plantear que actuar moralmente está dictado por un principio general, fundamental y racional propio de la mente humana que denominó el imperativo categórico. En su “Metafísica de las costumbres” de 1785 el propio Kant lo formuló sucintamente en una frase muy conocida y analizada en la ética: “actúa sólo de acuerdo con aquella máxima por la cual puedes desear que se convierta en una ley universal”. Este requerimiento puede entenderse como la llamada a conducirse de acuerdo con un propósito que podría aplicarse a todos los seres racionales, porque sería deseable que actuaran de esa manera en circunstancias similares y en cualquier mundo posible. El imperativo exige que nos tratemos a nosotros mismos y a los demás como fines y no como medios, de reconocer que hay en todos un principio de humanidad que tiene máxima jerarquía pues toda persona tiene un valor absoluto.
El imperativo tiene consecuencias en referencia a la autonomía y a la libertad pues, aunque éstas se suelen considerar como atributos de la persona para actuar sin imposición ajena, consisten en actuar dentro de los límites que impone el imperativo categórico. Es decir, la persona moral concede a esta ley universal y natural una autoridad decisiva sobre sí misma, como un deber que no se deriva de mandamientos o leyes externas, sino de actuar como lo dicta y requiere la ley moral que el sujeto asume y acata. La libertad consistiría en conducirse de acuerdo con ese imperativo porque el sujeto puede no hacerlo, pero elige libremente actuar de esa manera, independientemente de sus inclinaciones y deseos. En suma: la libertad debe entenderse como autonomía responsable y no como un albedrío egocéntrico, arbitrario y exento del bienestar ajeno.
Kant produjo una revolución en el terreno moral: los imperativos y preceptos sustentados en la razón no tienen necesidad de apelar a ninguna legitimación más allá de su propia racionalidad intrínseca y la razón humana adquiere el rango de legisladora autónoma. A pesar de su indudable trascendencia, la noción enfrentó interpretaciones y críticas que significaron en buena medida el progreso de la ética moderna. Por ejemplo, hay otras explicaciones de la conciencia moral, como la del filósofo pragmatista John Dewey quien consideraba que los seres humanos aplican su inteligencia para mejorar sus juicios y acciones morales de acuerdo a las consecuencias que tienen sus acciones. El progreso moral depende de la adopción de hábitos que se juzgan satisfactorios no sólo para quien los adopta, sino para los demás. Lo que garantiza el valor de los actos no es un dictado a priori de valores éticos, como lo planteó Kant, sino las consecuencias de la conducta. Más tarde se sugirió que en la conciencia moral intervienen intuiciones, emociones, imágenes y otras facultades no racionales de la mente y que en la formación de la conciencia moral contribuyen tanto inclinaciones innatas como desarrollos derivados de la experiencia.
En los últimos tiempos han entrado a la discusión sobre la conciencia moral y la conducta ética evidencias provenientes de las ciencias. Por un lado, la etología ha mostrado que diversas especies animales muestran comportamientos sociales indicativos de sentido de justicia, cooperación y moralidad, lo cual daría una explicación evolutiva para que se hayan seleccionado preceptos de comportamiento social en la especie humana. En este sentido se podría plantear al imperativo categórico como una facultad congénita y adaptativa de las especies sociales, en particular de la humana. Algunos modelos recientes de la ciencia cognitiva en referencia a la cooperación y la justicia sugieren que la moralidad basada en la proporcionalidad es altamente intuitiva para los seres humanos.
Por otro lado, la etnología ha mostrado que las intuiciones y criterios morales varían entre las culturas humanas, lo cual cuestiona la idea de que existen principios universales. La noción de que los principios morales varían en las diferentes culturas ha dado origen o reforzado el relativismo moral, el cual asienta que hay profundos desacuerdos entre comunidades o pensadores de tal manera que los juicios morales no son absolutos, sino dependen de estándares, prácticas o convicciones. Pero la historia y la etnología también han mostrado acuerdo en diferentes tiempos y lugares sobre ciertos actos universalmente aborrecibles, como el asesinato, la violación o el robo y se pueden interpretar como principios éticos innatos o inherentes al ser humano. El principio estipulado en la célebre Regla de Oro — “trata a los demás como querrías que ellos te trataran a ti”— se encuentra en prácticamente todas las religiones o tradiciones y depende de la reciprocidad y de la empatía, porque implica el ponerse en los zapatos del otro. Ahora bien, la Regla de Oro no es un mandato y tampoco es infalible porque no siempre lo que uno desea para sí coincide con lo que el otro desea y porque, aun cuando el agente puede esforzarse en predecir y comprender lo que el otro quiere para guiar su acción, puede y suele equivocarse en su atribución.
Aunque no siempre es posible encontrar opciones o respuestas correctas a los múltiples dilemas morales que enfrentamos en la vida diaria, la responsabilidad del individuo frente a sí mismo y a los demás constituye la formulación actual de la autonomía y la autenticidad, temas que requieren de una revisión adicional porque atañen a la autoconciencia moral.
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