Este año marca el 30 aniversario de la Primera Guerra del Golfo. En esos años desapareció el mundo bipolar: Estados Unidos (EU) ya no es el hegemón y rivaliza con China –segunda potencia económica y primera en tecnología de 5G–, y con Rusia, heredera del poder militar y energético de la Unión Soviética que desintegró Mijail Gorbachov. Ya no existe la Europa unida, próspera y humanista; mientras África y Asia emergen como actores de peso estratégico en América Latina, cayeron las dictaduras militares pero la derecha se empodera.
Sin embargo, el caos se pavonea en Medio Oriente, región vital para la geopolítica de EU, pese al relevo de dirigentes non gratos (sea por asesinato o derrocamiento). Desde entonces, la crisis se instaló en la región con mayores reservas energéticas y con los choke points –puntos clave para el transporte de mercancías– más estratégicos del planeta. Sólo rivaliza en gravedad la pandemia por Covid-19 que desde el 11 de marzo pasado confinó a más de 7 mil millones de personas para evitar el daño letal. Así, la paz y la seguridad globales son aún remotas.
Hace tres décadas, el 2 de agosto de 1990, el presidente de Irak, Saddam Hussein, ordenó a sus 200,000 tropas invadir al pequeño –pero rico Estado árabe– de Dawlat al-Kuwayt (Kuwait). Sus objetivos eran: tener salida al Mar Pérsico, no pagar la deuda de 20,000 millones de dólares al pequeño Estado, controlar la tercera reserva mundial de crudo y frenar la producción petrolera kuwaití y saudita para que no bajara más el precio del hidrocarburo.
Occidente articuló la Operación Escudo del Desierto y George Bush ofreció al Congreso el 11 de septiembre de 1990 un Nuevo Orden Mundial que no llegó. En contraste, las corporaciones energéticas relevaron –en poder e influencia– a los Estados; palestinos y kurdos aún carecen de un Estado propio, en 2003 Estados Unidos retornó a Irak para liquidar a Hussein. Legado de ese rompecabezas geoestratégico fue la irrupción al sur del Mediterráneo, en 2011, de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), para cerrar el capítulo Muammar el Khadafi en Libia. Sin embargo, en 2013 Occidente era ya incapaz de vencer al Estado Islámico y su radicalismo.
La Operación Tormenta del Desierto detonó la revolución en las tecnologías de la información. Al primer minuto del 15 de enero de 1991, tras vencer el ultimátum de la Resolución 678 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CS) para que Irak se retirara sus tropas, CNN cubría en vivo los primeros bombardeos de la ofensiva aliada contra Irak. Así, millones atestiguaron los daños causados por misiles Patriot estadounidenses y Scud iraquíes mientras se masificaba el uso de la World Wide Web.
El gran beneficiario del colosal despliegue bélico de Occidente fue el Complejo Industrial Militar, como denominó al sector Dwight ‘Ike’ Eisenhower el 17 de enero de 1961. La aeronáutica Lockheed disparó sus dividendos tras las misiones de su fantástico avión furtivo F-117 Nighthawk –ideado años atrás por el matemático ruso Pyotr Ya Ufimtsev, invisible al radar enemigo con base en su teoría de la distracción–. También General Dynamics ganó multimillones con su avión de ataque e interceptor F-111 Aardvark y sus misiones de bombardeo y guerra electrónica.
Instituciones especializadas y analistas sostienen que la del Golfo ha sido la guerra más cara y le atribuyen un costo de 20,000 millones de dólares. Sin embargo, en septiembre de 1991 la Oficina General de Contabilidad de EU (GAO) indicó que requerirían 47,5 mil millones de dólares para equipos y otras necesidades, así como 48,3 mil millones para operación. En 2011 un análisis del Departamento de Defensa estimó que costó 61 mil millones,
En su estudio, Costos de las Mayores Guerras de EU, para el Servicio de Investigación del Congreso (junio 2010), el especialista en presupuestos de Defensa, Stephen Daggett, estimó que desde la Guerra de Independencia hasta las de Irak y Afganistán, se ha gastado el equivalente a más de un trillón de dólares. Él valuó la guerra de Vietnam en 738 mil millones de dólares, en 102 mil millones la Primera Guerra del Golfo, en 1,147 millones de dólares la segunda guerra en Irak y Afganistán. En síntesis, el Departamento de Defensa aseguró en 2011, que en Irak hizo un gasto directo de 757,800 millones de dólares, aunque un estudio de la Universidad de Brown la cifró en 1,7 mil millones de dólares.
En 43 días, al frente de una coalición de 39 países, EU emprendió una campaña aérea cuya intensidad superó la norma histórica y que la GAO describió como la mayor campaña desde Vietnam. Unos 1,600 aviones realizaron 40 mil vuelos de ataque y 50,000 salidas de apoyo; el tonelaje de bombas detonadas equivale al 85 por ciento del promedio diario lanzado sobre Alemania y Japón en la Segunda Guerra Mundial, refiere la estratega australiana Nicole Brangwing.
El 27 de febrero de 1991, todas las tropas iraquíes se habían retirado y ardían por incendios intencionales unos 650 pozos petroleros en Kuwait. Un día después, se anunciaba el fin de las operaciones contra Irak; la Resolución 687 del 3 de abril estableció el compromiso de destruir todas las armas de destrucción masiva (ADM). No obstante, 12 años después, el Pentágono retornaba al país del Tigris y el Éufrates, ahora al frente de una Guerra contra el Terror, sustentada en la falacia de la amenaza AMD. Y en 2006, Saddam Hussein –el sátrapa favorito de Occidente en los ochenta porque se confrontó por 10 años con Irán–, moría ahorcado tras el fallo del Tribunal Supremo iraquí. En marzo de 2013, una investigación de la británica BBC determinó que las mentiras de dos informantes iraquíes sustentaron la premisa de los dirigentes occidentales, de que Saddam poseía ADM.
Guerras, mentiras y dinero; la constante del siglo XXI.
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