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Sensibilidad ciega

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Ésta es la historia de ese gran fracaso o de un proyecto que todavía no logro tangibilizar. Tal vez por eso la escribo, porque deseo hacerla realidad.

Hace más de seis años un grupo de amigos decidimos incursionar en el diseño de una experiencia a través de pensar un reto que nos sacará de nuestra zona de confort. Le llamamos al resultado de ese experimento Los ciegos que no vemos. El reto consistía en generar una experiencia para ciegos en museos. Lo hacíamos seis personas con muy diferentes perspectivas: había una diseñadora, un arqueólogo, una antropóloga, un músico-mercadólogo y una comunicóloga experta en cambio de comportamiento. La tarea fue ardua, pues ninguno conocíamos a un débil visual; tampoco teníamos conexión alguna y clara con museos. Tal vez por eso el proyecto derivó en una gran idea jamás implementada: una historia de fracaso por falta de fondos. Sin embargo, el trayecto y el aprendizaje fueron de una riqueza infinita. Conocer a algunas personas de la comunidad débil visual ha sido una de las experiencias más ricas que he tenido en mi vida.

El proceso nos llevó a enfrentar nuestros propios prejuicios: percibimos que en el mundo de “los ciegos” había diferencias claras. No es lo mismo nacer que ser adquirido, y no es lo mismo quedarse ciego a los cinco que a los veinticinco años o tener una debilidad visual con cierto grado de limitación. Nos dimos cuenta que el aislamiento, más que de capacidad, es social. Somos una sociedad “racista” hacia una otredad distinta. No tenemos la más mínima cultura de interacción con personas que tienen diversas capacidades. El portal se abrió hacia las múltiples discapacidades que pueden ser más severas y para las cuales estamos mucho menos preparados: ciegos, sordos, mudos, autistas, personas con síndromes son un mundo segregado por la sociedad entera. Explorar el mundo de los ciegos nos reveló que quienes no veíamos la realidad éramos todos nosotros. Por eso nos decidimos por el nombre Los Ciegos que no vemos, pues nos parecía el mejor juego de palabras para expresar la paradoja.

museos ciegos
Imagen del brochure que hicimos.

A través de amigos llegamos a un colectivo de la UACM llamado Letras Habladas, Juventino Jiménez y José Luis Osorio fueron grandes brújulas para el proyecto, nos dieron luz; otra persona que nos abrió el panorama fue Jorge Lanzagorta un emprendedor poblano, seleccionado nacional del equipo de futbol para ciegos, que además tenía un proyecto empresarial: Cine para imaginar. Pensar en esos titanes de la cotidianidad es reflexionar en personas que traducen libros a palabras habladas y el cine a la palabra hablada para ampliar el acceso del conocimiento a sus comunidades. Su deseo más profundo es el de ser partícipes y no se esperan a que los demás creemos esas condiciones. Ellos las crean.

Abrir el portal de sus mundos fue una explosión de la sensibilidad e imaginación y una lección de vida. Cuando los normovisuales (quienes no tenemos problemas de la vista) pensamos en ese mundo surge la primera visión de que ellos requieren ayuda pues su sensibilidad está mutilada. Una especie de falsa caridad. Si bien esa aseveración es en parte cierta, también existe una profunda revelación: sus capacidades están profundamente desarrolladas. Es muy probable que el mundo necesite más de su ayuda para liberar la pobreza de nuestra sensibilidad que ellos de nosotros para orientarse en su cotidianidad.

El proceso nos llevó a comprender varias cosas. En primer lugar, la mayoría de los museos cometen el mismo error: separan a los ciegos de los no ciegos. Eso genera una experiencia diferente que no puede ser dialogada, la mayoría de las veces muy reducida para el débil visual. Muchos ciegos tienen parejas y amigos normovisuales y buscan vivir algo en conjunto. Un cuarto pequeño con algunas piezas falsas para ser tocadas o algunas piezas con traducción braille dividen el trayecto de los otros y muestran o bien el pensamiento de esa falsa caridad, o una visión estadística que muestra la pobreza de nuestro pensamiento como sociedad. Al entrevistar a algunos directivos de museos, decían: “es que son muy pocos, yo no puedo pensar en hacer experiencias para tres, me debo de centrar en la media de la población que viene”. Así el problema del huevo y la gallina se revelaba: ¿no había débiles visuales en museos porque la oferta era insuficiente o porque simplemente no habían sido tomados en cuenta por curadores y museos pues son una población pequeña?

sensibilidad ciega
Durante una de las sesiones del prototipado.

La lógica de los porcentajes y de las poblaciones medias lo único que hace es crear poblaciones mediocres en pensamiento. Cualquiera que diseña sabe que si no se dirige a la masa sino a las orillas de una campana de Gauss, a los más débiles: logrará conquistar a todos. Si haces un ascenso pensando en que el más limitado puede subir, todos llegarán a la cima. Nuestro experimento derivó en que la experiencia debía de ser una misma para ciegos y no ciegos. La mejor solución fue bloquear la vista a quienes sí veíamos y retirar el bastón a quienes no veían.

La segunda revelación fue que en las pocas memorias gratas que había en la comunidad débil visual se contaba una narrativa. No era una pieza ni un fragmento sino toda una conceptualización que además era multisensorial. Así que haciendo uso de nuestras limitadas capacidades pensamos que lo mejor sería hacer una historia de un mercado prehispánico, de esa manera podríamos contar algo y además hacer uso de todos los sentidos y explotarlos: sabores, sonidos, olores serían los escenarios de un espacio multitudinal.

Conseguimos que un escritor nos armara una narrativa a la altura y un experto en audio, ganador de Arieles, nos hiciera una pista de última generación con un sonido 5.1. La misión era engañar los sentidos para meter a nuestra audiencia en un viaje multisensorial. La idea era fascinante.

Así que la prototipamos. Conseguimos un espacio, en un departamento vacío, pusimos las bocinas, simulamos viento, dimos pruebas de alimento e invitamos a grupos de ciegos y no ciegos a experimentar. Para engañar los sentidos, los guías norteábamos o engañábamos llevando al grupo a la calle y regresándolos al espacio para aparentar un largo trayecto. La sesión duraba poco, veinte minutos.

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Durante una de las sesiones del prototipado.

Los resultados fueron muy claros: los participantes ciegos y normovisuales estaban encantados por la experiencia.

Estaba en un gran zócalo, pasamos mucho tiempo, sentí que entraba en un bosque e imaginé todo. Estuvo increíble, al principio tenía miedo, pero me sentí segura. Ver el mercado azteca y sus voces. Probar, tocar. Está increíble esto.

Es la primera vez que siento que ayudo a alguien que no ve, eso que siempre vivo en el metro, cuando la gente me quiere ayudar hoy lo viví, sentía cómo temblaban sus piernas y manos con temor a caer; para mí todo era muy claro. Salimos a la calle, bajamos escaleras y fuimos hacia la calle más cerca de la avenida y regresamos hacia la que va al metro. Lo del mercado estuvo bien, sólo que las cinco bocinas y el espacio eran insuficientes

Recuentos así nos mostraban la pobreza y la riqueza de la ejecución. La experiencia del ciego no había vivido engaño alguno, pero lo había llevado a sentirse útil y valorado por el otro. La experiencia del no ciego era la que habíamos planeado. Aprendimos que es casi imposible engañar los sentidos de un ciego: podían describir los espacios, el número de personas, todo el montaje. Era como una persona que ve tras bambalinas en el teatro.

Sabíamos que era un comienzo con mucho por cambiar y mejorar. Imaginamos cómo hacerlo comercial, cómo generar empleos para ciegos, cómo hacerlos guías. Imaginamos cómo invitarlos a la creación de la experiencia. Nos visualizamos en un proyecto con giras yendo a diversos museos con muestras temporales. Todos estábamos emocionados. Sin embargo, seis años después todo permanece en un plan, en un boceto que espera a ser realizado.


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