Entre los mayas de tradición desde luego, pero también entre los yucatecos, la referencia al Jéets’ Méek’ es recurrida.
La ceremonia ha ido, sin embargo, perdiendo algo de su sentido original, razón por la que no debe sobrar el recordar algunos de los elementos de su ritualidad y contribuir a la animación de una práctica que tiene mucho sentido e interpretaciones simbólicas inagotables.
El Jéets’ Méek’ es conocido como el bautizo maya, aunque existe el Oka’ que es la ceremonia propiamente del bautismo cristiano, pero afirma Fray Diego de Landa en su Historia de las Cosas de Yucatán, que el Oka’ tiene también referentes a un origen maya de iniciación a través de un rito de pasaje donde el agua juega un papel importante.
Poco antes de que el recién nacido cumpla cuatro meses si es varón, o tres meses si es mujer, comienzan a prepararse los elementos del Jéets Méek’.
La ceremonia se realiza a los tres meses de la niña en asociación con las tres piedras del k’óoben, del hogar maya, las tres piedras en que se asienta la comida. A los cuatro meses se hace la ceremonia del varón porque representan los cuatro rumbos de la milpa donde se siembra el alimento, el maíz sagrado que será su protector: el blanco Nojol (el sur) el Lak’in amarillo, (el oriente) el rojo Xaman (norte) y el Boox, negro del xik’in (poniente). Los números sagrados femeninos son el 3 y el 6, los números sagrados masculinos el 4 y el 8.
Se encarga a la madrina el tostado de los granos de maíz, que más tarde se mezclan con un poco de canela y que al molerse constituye el pinole.
El padrino prepara los elementos con que se desea familiarizar al recién nacido. Deben ponerse algunos huevos (je’), un poco de pinole, (k’aj) una coa, y por lo general, un crucifijo –producto del sincretismo–.
Más tarde, el día de la ceremonia se dispondrán estos elementos en una mesa que deberá contornar ritualmente, 9 veces en sentido contrario a las manecillas del reloj el padrino, y 9 veces en el sentido de las manecillas la madrina.
En cada una de las vueltas se toma un objeto de la mesa y se pone en la boca, en las manos y en la cabeza del recién nacido. De esta forma el je’ le permitirá con su forma de cabeza (pool) abrir la mente, el k’aj, el viejo maíz, molido, le permitirá recordar lo que tiene ya su espíritu, ambos contribuyen al tóop u t’aan, a que le brote el lenguaje, la palabra sagrada.
Cada vuelta implica la apertura de un “portal” cuando se hacen en sentido contrario a las manecillas del reloj, hacia la izquierda comenzando por el sur, los nueve portales quedan abiertos al cabo de las vueltas a la mesa (mayakche) dadas por el padrino, nueve son los niveles del cielo protegido por los yuumtsilo’ob, los dioses.
El portal debe ser devuelto a su estado original por la madrina que en nueve vueltas va cerrando cada vez uno de los portales, familiarizando al ahijado o ahijada con los diversos objetos, un lápiz para que sepa escribir, un cuaderno para que materialice su escritura, hoy hasta un celular o una tablet para que sepa manejarse con estos objetos.
Cada uno de los yuumtsilo’ob, en cada portal abierto y cerrado, aportan un aire (ik), un viento bueno.
El ritual puede ser presidido por un Jmen (sacerdote maya) o, en su caso, por la persona de mayor edad en la reunión.
Por lo general, los asistentes invitados obsequian ropa para el recién nacido. El Jéest’ Méek’ es una ceremonia maya, un ritual trascendente, una forma de dar sentido ritual a la existencia humana.
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