Lo transitivo tiene, al menos, tres acepciones. Una vinculada al ámbito de la lengua, especialmente, al uso de las conjugaciones verbales; otra, al aprendizaje, y, una más, referente a la teoría sobre redes complejas.
La construcción de un nuevo lenguaje, atestigua, a la vez, que impulsa el asentamiento de los fenómenos que transforman la realidad.
Situado dentro de los linderos de la enseñanza-aprendizaje, lo transitivo establece esa capacidad que el sujeto debería ser capaz de desplegar entre los siete y los once años, y que será la herramienta que le permita agrupar y seriar elementos relacionados en un mismo conjunto, cualidad indispensable de cualquier atisbo de pensamiento claro.
La práctica de lo que podríamos llamar “la desterritorialización”, no es nueva. Ni para el pensamiento, ni para ninguna de las disciplinas de las que se ha valido lo humano para tratar de entender y entenderse.
Ya en 1976, que ahora parece de lo más remoto, Gilles Deleuze había traído del mundo vegetal la denominación de “rizoma”, hoy central para los estudios de la Sociedad en Red.
El caso del filósofo francés no es desde luego el único, ni sería el último. La manera cómo prefiguró lo que sería poco después una acelerada práctica común para atraer conceptos y definiciones de un campo a otro, le da un lugar relevante al hecho.
La condición metafórica y literal de muchos de estos conceptos, como memoria, ventanas, carpetas, o algunos más elaborados, como: el propio rizoma.
Palimpsesto, hibridez, mapas de calor, entre otros, marcan la pauta de una época que reclama para su comprensión la propia capacidad para comprender lo complejo desde perspectivas transdisciplinares.
De los tres ámbitos en los que suele desplegarse la noción de transitividad, la intención por ahora es centrarse en aquello que se relaciona con la noción de red y redes complejas, en particular, como piedra de toque de la época que vivimos.
De este modo, la Red que la experiencia de vida representa en este tiempo, se transforma a su vez en una suerte de Red de redes, que se van interconectando y reconfigurando de manera continua.
Estas reconfiguraciones aceleradas ocurren, por cierto, del mismo modo que lo hacen los conjuntos de neuronas y sus tramas; cuya complejidad reside, en parte, en su condición de rápida e incesantemente cambio.
Bien sabemos, en este contexto, que las redes complejas, reciben ese calificativo no tanto por lo complicado del dibujo de las interconexiones que propician, sino fundamentalmente a que las partes de las que están compuestas establecen entre sí formas de relación múltiples.
Así, como características genéricamente admitidas de todo sistema complejo han podido establecerse las siguientes: el conjunto de partes que les constituyen son capaces de actuar por sí solas y, desde luego, de manera totalmente interrelacionado o relacionándose por partes.
Ya sea que actúen de manera “independiente”, por segmentos o como totalidad compacta, lo que se establece es un tipo de interrelación en que lo que suceda con una de esas partes afectará al conjunto.
Es eso, justo, lo que se ha dado en llamar “formas de comportamiento emergente”, mismas que no están determinadas de manera simple por la suma de las partes, sino que entraña elementos de no poca impredecibilidad.
Transitividad, decíamos antes, es un concepto que tiene un pie en los estudios de la lengua, y otro en el análisis del funcionamiento de las redes complejas.
Como se recordará, de acuerdo con nuestras lecciones de secundaria o bachillerato, una clasificación semántica de los tipos de verbos, éstos pueden ser: transitivos, intransitivos y copulativos.
Y quizá lo primero que vuelve interesantes al conjunto de verbos transitivos e intransitivos, es que respecto a los copulativos, no existe una lista definida de una vez y para siempre de ellos, pues dependen del contexto.
No me detendré más en cuestiones sintácticas, aunque a estas alturas, supongo, habrá quedado ya claro que el lenguaje mismo constituye un sistema complejo en red.
El principio de transitividad en cuanto a estas estructuras fluctuantes que son las redes complejas, reside, por su parte, en la capacidad que tienen distintos elementos para relacionarse entre sí de un modo no lineal o progresivo.
Según Robert A. Hanneman, del Departamento de Sociología, de la Universidad de California Riverside, dedicado al análisis de redes sociodigitales, particularmente en esquemas de reciprocidad, señala que, en un dibujo triádico de lo transitivo encontraríamos que “si A está enlazada a B y B está enlazada a C, entonces A tendría que estar enlazada a C”.
Lo destacable de todo esto es constatar cotidianamente cómo, al referirnos a un Mundo en Red, estamos haciendo un trazo extraordinariamente preciso tanto de una figura como de la forma en que en su interior interactúan sus elementos.
La red compleja, como forma que puede adoptar un sistema complejo se torna, en este sentido, el modo predominante en que la época presente se muestra y nos incita a actuar.
Quien no lo entienda, irá viendo disolverse cada una de sus certezas e irá encontrando, cada vez con mayor frecuencia y nitidez, lo desacertado de sus acciones.
Es irremediable.
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