La frase “lavado de cerebro” se ha vuelto de uso común porque parece no sólo posible sino habitual que las personas incautas sean persuadidas o incluso obligadas a aceptar una falsa realidad. Así, cuando alguien mantiene una opinión distinta de la propia, se aventuran explicaciones condescendientes del tipo: “ya te lavaron el cerebro en la universidad”. Ahora bien, la expresión tiene una referencia más precisa y grave porque implica una persuasión coercitiva entre un agente manipulador y una víctima de su voluntad. Se trata de una relación perversa de poder protagonizada por quien intenta controlar el pensamiento, la voluntad y la conducta de otro mediante una manipulación de sus creencias y la eventual convicción de este último de una realidad o una creencia que no tenía, lo cual implica cambios en su identidad (Martínez García, 2013).
Las técnicas utilizadas en la persuasión coercitiva incluyen imposiciones sobre la privacidad personal que repercuten en los procesos cognitivo-afectivos y eventualmente sobre la identidad de una víctima que se halla en una situación de impotencia y dependencia. El control de la comunicación, de la conducta y de las rutinas cotidianas va determinando una percepción cada vez más acotada y deformada de la realidad. La severa desigualdad del poder, la restricción de la libertad y la imposición de la voluntad ajena determinan una progresiva adherencia a los mandatos y a la ideología de la parte dominante. El éxito del intento se plasma cuando la víctima realiza una confesión que manifiesta su convencimiento.
Esta relación asimétrica y sus consecuencias cognitivas puede darse en diversas formas que fluctúan desde la sugestión de la propaganda, la persuasión impositiva en parejas o familias autoritarias, hasta llegar a las más graves en el cautiverio y formas de tortura en regímenes totalitarios y situaciones de guerra. La expresión “lavado de cerebro” se popularizó en la Guerra de Corea en referencia al tratamiento que se imponía a los prisioneros norteamericanos para impedir su organización y que en ocasiones resultó en la convicción comunista de las víctimas. Se documentó que varios prisioneros, una vez liberados y de regreso a su país, siguieron persuadidos de la ideología de quienes habían sido sus enemigos y captores. Éste es tema de la película El candidato de Manchuria (John Frankenheimer, 1962) realizada durante la paranoia anticomunista de la Guerra Fría. Otros relatos más creíbles e independientes documentan que el fenómeno de la imposición coercitiva es real y poderoso. La película La Confesión (Costa Gavras, 1970) sobre el juicio de Praga a supuestos disidentes en la década de los años 50, retrata las técnicas para persuadir a los prisioneros de que eran traidores a la ideología socialista, y merecedores de un justo castigo, que podía llegar a la pena de muerte.
El síndrome de Estocolmo y la adhesión a una secta son dos fenómenos vinculados al lavado de cerebro que revisten modalidades diferentes porque no necesariamente ocurre una manipulación mediante técnicas coercitivas, sino una convicción creciente cuando los sujetos se encuentran en condiciones de indefensión o desaliento. El síndrome de Estocolmo es un concepto utilizado desde 1973 para señalar una vinculación afectiva paradójica de parte de ciertos rehenes hacia sus captores. A pesar de que los rehenes suelen estar convencidos de que no tienen posibilidades de escapar y que su vida corre peligro, al convivir con sus captores llegan a conocer sus motivaciones, a entender la lógica que los llevó al secuestro y a justificar su propia condición de cautiverio. Aunque se ha vuelto muy difundido, el fenómeno es infrecuente, pues pocas víctimas de asedio, secuestro o abducción lo desarrollan. Al examinar las condiciones que conducen a esta respuesta paradójica hay que considerar los factores individuales de historia, carácter y personalidad, pero también ciertas operaciones de estímulo-respuesta y un posible rol de conductas sociales de raíces ancestrales. En referencia al comportamiento animal, hay dos fenómenos que parecen relevantes: las respuestas afiliativas de los receptores de conductas agresivas hacia sus agresores observadas en primates y la conducta denominada de “impotencia aprendida” descrita en animales de laboratorio cuando no tienen posibilidades de escapar de un castigo.
Otro de los fenómenos que muestra la capacidad de manipulación y persuasión de los seres humanos es el de las sectas religiosas o grupos terroristas que atraen a ciertas personas y las convierten en adeptos a credos dogmáticos que instalan en ellos una convicción intensa de validez y redención. La conversión es a veces tan radical que los sujetos enganchados abandonan su vida previa, sus posesiones y sus objetivos y adoptan una vida totalmente diferente a la que tenían o buscaban previamente. En estos casos, es patente una proclividad individual y circunstancial que encuentra cauce y objetivo en el entorno grupal o tribal de una figura carismática, como un gurú espiritual o un guía político. El fenómeno de adhesión fanática a sectas indujo en la década de los 80 la práctica de diversos métodos de “desprogramación” con la idea de establecer una intervención eficiente sobre la persona fanatizada, para liberarla de su alianza con la ideología, el líder carismático y la forma de vida sectaria. Curiosamente, muchas de las técnicas empleadas se basaron en una persuasión coercitiva, incluyendo el secuestro, el control de la conducta y formas diversas de violencia. La película Holy Smoke de Jane Campion (1999) trata este tema en una extraña mezcla entre drama y sátira.
En todos estos fenómenos intervienen dogmas en su forma de ideologías acabadas e irrefutables que auspician el dogmatismo: la convicción intransigente, maniquea e intolerante que cumple un papel fundamental para quien la adopta. Es posible que la necesidad de pertenencia del individuo al grupo social se manifieste en la necesidad de compartir una cosmovisión particular y asumir las conductas grupales que se derivan de ella porque proporciona una certeza en una realidad sólida y segura, una sensación de privilegio por ser parte de un grupo de elegidos y una sensación de logro personal en reconocer una realidad accesible a unos cuantos. Establecer ligas e identificaciones con grupos sociales es un hecho característico de la especie humana y se ha explicado por su ventaja adaptativa. El fenómeno sesga las actitudes de empatía y cuidado altruista hacia ciertos individuos y grupos humanos, lo cual suele redundar en conductas de reciprocidad dando al individuo una fuerte identidad y seguridad en términos políticos, raciales, étnicos o nacionales.
En “El mono desnudo”, un trabajo pionero de etología humana, el inglés Desmond Morris (1967) describió la afiliación apasionada y “fanática” con un equipo de futbol como una forma de amor tribal de hondas raíces evolutivas porque consta de dos elementos cognitivo-afectivos: un sentimiento de pertenencia simbólica ¾ (porque el “fan” no juega en el equipo) y un sentimiento de rivalidad con los otros equipos. En estudios de imágenes cerebrales se ha encontrado que, en presencia de escenas de triunfo de su equipo comparadas con escenas de triunfo de equipos rivales, se recluta una intensa actividad de la red de recompensa del cerebro, en especial de la amígdala y zonas de producción de dopamina (Duarte et al., 2017).
Es posible que esta tendencia tribal sea uno de los factores neuropsicológicos que intervienen en el fenómeno de conversión impuesta en el lavado de cerebro, en el síndrome de Estocolmo o en la adherencia a sectas y cultos porque, en situaciones de deprivación o desafiliación, las personas requieren una identificación grupal como salvoconducto para sobrevivir. Dado que hay una renuncia o una reorientación tan profunda y radical, se requiere postular un mecanismo ancestral y elemental para explicar el cambio de identidad y comportamiento que se pone en operación por técnicas coercitivas de corte conductista. Existen diferencias de susceptibilidad en la adopción de estas conversiones y mutaciones. Tradicionalmente se valora el carácter y la convicción de quienes resisten la manipulación o la tortura y demuestran fortaleza de convicción e identidad.
También te puede interesar: La identidad temporal y el ser duradero.