Nosotros y nuestros adversarios

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Se dice (…) que “existen dos tipos de personas en el mundo: las que

dividen al mundo en dos tipos de personas y las que no”. Hay más

de las primeras. Y existen consecuencias graves cuando la gente se

separa en Nosotros y los Otros…

Robert Sapolsky.

En la comunicación de nuestro gobierno con los ciudadanos abundan las palabras y frases que nos dividen en Nosotros y Otros. Fifí / chairo, pueblo / mafia, nosotros / nuestros adversarios, la gente / los neofascistas. Mucha gente parece dispuesta a ubicarse en uno u otro extremo de estas dicotomías. La conversación sobre asuntos públicos en las redes sociales está inundada de insultos, descalificaciones y afirmaciones poco o nada sustentadas. Tanto desde un extremo como desde el otro.

Tal vez un lenguaje así de polarizado puede explicarse durante los procesos electorales, cuando los contendientes se construyen ante sus simpatizantes a través de la negación y la descalificación de sus contrincantes: lo “bueno” definido como lo “no malo”.  Sin embargo, parece inadecuado en boca de quienes ya nos gobiernan a todos.

Se habla de transformación y de democracia participativa. Así dicho, es muy difícil estar en contra. Pero, ¿no será que para lograrlo se necesita promover una buena conversación entre todas las partes involucradas? Una conversación que haga emerger la sabiduría que reside en esas partes y entre ellas. Una conversación que construya respuestas incluyentes a las muchas preguntas que habrá que contestar en el camino.

diálogo
Escultura ‘La conversación’, La Habana, Cuba.

Un diálogo con estas características será poco probable mientras nuestro lenguaje insista en dividirnos en el juego de Nosotros y Los Otros. Debemos cambiar la manera en que conversamos para convertirla en una forma de colaborar, sin miedo de involucrarnos con lo diferente.

Fomentar prácticas comunicativas excluyentes no nos ayuda ni a resolver problemas sociales ni a construir una armonía política. Sin embargo, esta conciencia no sólo debe existir entre los servidores públicos sino también entre los ciudadanos. En las pláticas de sobremesa, en las juntas vecinales, en las reuniones personales. Las conversaciones que unen pueden darse en entornos mucho más cercanos de lo que pensamos.

Un lenguaje colaborativo parte del reconocimiento de que existe un propósito común; evita la descalificación y la exclusión; intercambia información pertinente y cierta; es concreto y transparente; y, mantiene siempre un tono incluyente y respetuoso. Ojalá que podamos conversar de la manera que requieren la gravedad y la complejidad de los problemas que debemos resolver. Para algunos de ellos, tal vez no nos queden muchas oportunidades más.

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