Ocio

Slogan y sueños

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“La ilusión religiosa” se ha terminado, dice Freud, que es más difícil que creamos las promesas de la religión y que con esa angustia tenemos que enfrentarnos a las crueldades de la realidad, en la desolación y sin bendiciones. Creo que Freud se equivoca, ahora estamos viviendo el resurgimiento de esa ilusión religiosa, de un pensamiento mágico que nos aglutina y nos conduce a una falsa realidad que todo lo consigue, otorga y permite. La sobrepolitización de la sociedad, el maniqueísmo simplista y cómplice de las reacciones viscerales, ha convertido a las ideologías en las nuevas religiones que permiten las ilusiones de la masa. Derribar el Muro de Berlín no fue suficiente, los bloques se trasfiguraron en populismos que son igualmente fragmentarios, la gran diferencia es que pensamos que somos libres, así de efectiva ha sido la manipulación.

La gran bandera de esta ilusión es el arte contemporáneo VIP, que tuvo un crecimiento exponencial con la caída del Muro. Las exposiciones, los premios, las becas y la fama están en donde está el slogan, “a mayor compromiso social, mayor reconocimiento artístico”, y la ilusión, el espejismo milagroso opera convirtiendo en obras un montón de uniformes de guerrilleros o pasamontañas, etcétera, la politización es el arte.

Dislikes.
Ilustración: Eko.

“Las crueldades de la realidad” que dice Freud que no podemos soportar sin la magia de una religión, hoy el arte VIP las evade y las niega, ser ambientalista, feminista, activista, es decir, estar afiliado al maniqueísmo ideológico, los protege de su condición de personas sin talento. “Rendirnos a la realidad” es imposible, la realidad de no saber hacer nada se conjura con el performance de fotografiarse diario para ver cómo crece la barba o la barriga. La mediocridad tiene derecho a sus propios mitos y creencias. Las obras por estultas que sean, si van acompañadas de un slogan, son arte y esa es la más grande ilusión que podría haber inventado un sistema. ¿Cómo los artistas VIP se van a someter a un psicoanálisis masivo para enfrentarse a la realidad, si soñar es tan relajante? La fórmula es muy sencilla, alineados a una consigna se consigue hacer arte, es como comprar votos, “si votas por mí eres artista”.

La caída del Muro hizo de la ilusión de libertad el camino para imponer un nuevo absolutismo, el de la irresponsabilidad. La realidad como tal ya no existe, todo es arte, todos son artistas y los que estén en contra son enemigos, de la misma manera en que el populismo divide su realidad en buenos-nosotros y malos-ellos. La creencia subsiste, el fanático obtiene más que en una religión teológica, la religión ideológica les da privilegios aquí y ahora, el arte VIP es el opio de los intelectuales.

La lectura desatenta

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Nuestra mente puede dividir la atención entre diversos estímulos para realizar varias actividades al mismo tiempo. En este modo “multitarea” podemos, por ejemplo, platicar mientras manejamos o cocinar mientras escuchamos música. Sin esta capacidad, no nos alcanzarían 24 horas para terminar todo lo que debemos hacer cada día.

Por otro lado, también existen actividades que requieren de nuestra atención plena. En ellas, el modo multitarea no funciona porque para hacerlas bien debemos concentrarnos y evitar distracciones. Leer era una de esas actividades: el ambiente ideal para hacerlo era el de una biblioteca. Ahora, la presión laboral y la interconexión digital constantes han cambiado las condiciones de lectura, del modo de atención plena al modo multitarea. Es cada vez más común, en los centros de trabajo, ver a personas que leen mientras se comen una pizza, participan en juntas, escriben mensajes o piensan cómo van a responder a lo que apenas están leyendo.

La capacidad de multitarea que nos da la tecnología puede resultar contraproducente en el caso de la lectura. Tal vez podamos asimilar algunos textos de esta manera, los más cortos y sencillos, pero en otros hay una pérdida evidente de profundidad y precisión: no terminamos de entender la información con la que actuamos y decidimos, por tanto, comprometemos la calidad y la efectividad de nuestro desempeño. Es una paradoja triste: la riqueza de información disponible provoca una pobreza de entendimiento. ¿Cómo podemos responder a esta situación?

Trampa.
Imagen: Behance.

La propia tecnología puede ayudar si la usamos para fortalecer nuestra capacidad lectora. Bien utilizadas, funciones como los buscadores, los hipervínculos y la multimedia hacen posible encontrar y entender información de manera mucho más rápida y efectiva. Sin embargo, estas funciones son un arma de doble filo. Mal diseñadas o mal utilizadas, pueden dejarnos perdidos en el hiperespacio o abrumados por el exceso de información irrelevante.  

También favorece que los autores de contenido apliquen técnicas de lenguaje claro para ayudarnos a dirigir nuestra atención a lo importante y a entender mejor. Contenidos mejor organizados, presentados con un lenguaje sencillo y una estructura visible, sin duda pueden reducir los tiempos y mejorar la calidad de la lectura.

Sin embargo, ni el contenido mejor diseñado es inmune a la lectura desatenta. Creo que en la lectura, como en otros terrenos (el de la conversación, por ejemplo), tenemos que recuperar la capacidad de atención plena y contar con el tiempo y el espacio necesarios para asimilar la información, integrarla a nuestro conocimiento y producir la respuesta adecuada. La presión en el medio de trabajo y la evolución tecnológica no son factores que podamos controlar. Nuestra agenda y nuestra capacidad de concentración, en cambio, sí están en nuestras manos. Podemos evitar las actividades en las que no somos indispensables para estar más presentes en aquellas donde aportamos algo sustancial. Sólo así la información que recibimos podrá llevarnos a un mejor entendimiento y, por tanto, a un mejor desempeño.

El VAR y la extinción de dominio del balón

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Como fanático desmesurado del balompié, me he adherido a todos los juegos, a todas las ligas, a todas las repeticiones y a todos los programas con reiteradas discusiones sobre lo vivido. En efecto, me desvelo, pero por una justa causa. Como dice mi esposa, me habita un sentimiento de desconsuelo y pérdida si algún gol importante no fue parte de mi devenir por el fin de semana. Claro, si algo se escapó podemos recurrir al material grabado, y si aún así hay alguna anotación evasiva, se le puede rastrear en YouTube y testimoniarla para siempre. Definitivo, ya no hay gol inalcanzable.

Los mortales no pueden dimensionar lo que significa escuchar a los amigos descifrar el fenómeno Messi a través de sus últimos dos goles de tiro libre, y no ser parte de esa historia. No, no y no. Al menos ese último reducto permanecerá en un escondrijo en nuestros corazones, fuera del alcance de reyes, profetas, novias y esposas.

La bendita tecnología trae hasta nuestros dedos la Premier, la Bundesliga, la Liga, y partidos varios de todos los confines de la tierra. Hace unos días, en una conducta compulsiva que raya en la imprudencia, me vi mirando un partido de la liga china. Fue demasiado, eran malos y peores y, además, todos se parecían. Hice un alto en el camino, pensé, medité, reflexioné… y le cambié al tenis.

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Ilustración: iStock Photo.

Entrado en esos avatares me vi inmerso en la final de la Copa del Mundo Sub 17. Otra vez México, otra vez los chavos, otra vez una final. Contra Brasil y en Brasil. Sólo en esas edades trascendemos, jóvenes y sin miedos, luego, por algún artilugio maligno nos pasamos a descomponer.

Cuando corría el minuto 82 sobrevino la tragedia. El árbitro levantó un brazo para suspender las acciones, y luego, con ese movimiento que pinta un recuadro en el infinito, como desafiando al destino, ¡invocó al VAR! A su movimiento siguió el parsimonioso camino del colegiado hacia la pantalla, para verificar el pasado reciente. Reproducir, cuadro por cuadro, el comportamiento de los protagonistas para juzgarlos desde el palco de la intimidación y el prejuicio.

Cuando la tele nos pasó la jugada cuestionada era claro que ¡NO ERA PENAL! Nuestro defensa se había barrido a la pelota, y por pura inercia con el pie residual había tocado al jugador brasileño. Nada de que preocuparnos, jugada normal de área, no era penal. Pero, ¿y si el árbitro se deja influir por el peso de la camiseta amarela?, ¿y si hay consigna para que pierda México?, ¿y si quieren que gane Brasil por ser local?

Claro, al final, defenestración y muerte. El regreso del nazareno dio pasó a señalar, con gesto dramático, el punto penal. Una final de Copa del Mundo convertida en obra teatral. Otra vez no, ¡por favor! ¡No era penal! ¡No era penal!

El resto de la historia ya la sabemos, la supimos siempre. El golpe siniestro de la injusticia abrió en tiempo de compensación un agujero en nuestra defensa central y Lázaro, revivido después de tres días, anotó el de la victoria para Brasil. La verdad, pinche Var.

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Imagen: mrHouston.

Cuando esa nueva herramienta tecnológica llegó al futbol, muchos celebramos la inauguración del nuevo reino del futbol justiciero. No mas abusos arbitrales, no mas componendas, no mas corrupción, no mas dudas. La objetividad de la repetición a cámara lenta puesta al servicio de la verdad. Por fin, nos libraríamos de los extraños “off sides”, de los goles que no entraron, de los injustificables penales, y de toda suerte de subjetividad y discriminación.

Pero no, claro que no. Ahora, el VAR se ha convertido en la nueva herramienta del poder, el medio idóneo para justificar decisiones parciales y desafortunadas, pero que ahora ingresan a la impunidad por via de la pureza tecnológica. Ahora, el árbitro se equivoca, ya no por la velocidad de la jugada, sino porque quiere.

Así, el otrora mágico juego, que pasaba por la futilidad del “error humano”, ha evolucionado para convertirse en error del sistema. Ahora, la consigna tiene nombre. Si quiero reviso, y si no, pues no. Por eso digo, que no hay peor ejercicio autoritario que el que se basa en un presumible sistema normativo, diseñado para dirigirse selectivamente a los que “deben perder”.

¡De músico, poeta y loco!

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Dice el refrán “todos tenemos un poco” y lo reflexionaba el domingo 17 de noviembre de 2019 en La México cuando Jorge Ramos, juez de plaza, solicitó un minuto de aplausos a su memoria, para uno de los toreros con historia en La México como novillero puntero y luego con la muy conocida anécdota de la tarde de su confirmación de alternativa, la de “El Loco”.  

Me refiero a Amado Ramírez, quien el jueves 14 de noviembre se nos adelantó en el paseíllo de la vida en la musical ciudad de Nashville, en Estados Unidos, donde radicaba desde hace unos años con su esposa y familia.

Recibió la alternativa en la plaza “Revolución” de Irapuato, el 20 de noviembre de 1954, donde Fermín Rivera le cedió los trastos en presencia de Guillermo Carvajal, con toros de Tequisquiapan, propiedad de Fernando de la Mora, la primera concedida en ese coso, que en estos días presenta su tradicional festejo.

El 6 de febrero de 1955 tuvo una tarde aciaga cuando vino a confirmar la alternativa de manos de Rafael Rodríguez y de testigo el torero cordobés José María Martorell.

Por percance del hispano, toreó cuatro astados de La Laguna, en tres escuchó los tres avisos y ya nunca pudo regresar a torear a La México, en la que entre otros toreros como novillero contendió en 1954, con Joselito Huerta.

Ramirez El Loco
Amado Ramírez “El Loco”, matador de toros mexicano (Fotografía: Super channel 21).

Su fuerte nunca lo fue la suerte suprema, pues de 32 novillos, en cuatro escuchó los tres avisos, sin embargo, fue un torero que interesó mucho a la afición capitalina, tanto que el 14 de noviembre de 1954 se despidió de novillero ante una gran entrada, enfrentando 6 novillos de Jesús Cabrera.

Queda para su historia los máximos trofeos que obtuvo de Leñador de Piedras Negras, en esa categoría.

Datos extraídos de documentos y pláticas con aficionados de la época que nos recuerdan el sello de un torero de polémica, que escribió páginas brillantes en el ruedo capitalino.

Una de sus aristas fue convertirse en maestro de toreros, uno de ellos fue el matador Antonio Urrutia, estuvo entrenando con él en el claro de Chapultepec, y también lo acompañaba a las tientas y a las corridas. Tenía un concepto profundo del toreo y su forma de enseñar era versátil.

Mario Leal, uno de sus alumnos, me comunicó con tristeza el deceso y tuvo la deferencia de enviarme una carta de puño y letra de Amado, muy reciente de mayo de este año que le envió su maestro, desde Nashville y se refiere en especial a la lentitud.

Aconsejaba: “Has el paseo caminando lento; siempre para nivelar el estrés y los miedos. Aumenta la perfección y sube la calidad de tu quehacer taurino”.

Recomendaba: “Personalidad al torear de salón y en las plazas de toros, caminando lento, casi nadie lo hace y por esa razón se ven vulgares, sin calidad, sin sello propio, toreando rápido. Hasta para enojarte sé lento, te verás mejor que todos”. “El torero que he visto así, se llamó Silverio Pérez; es al que vi torear más lento y llenó todas las plazas y los corazones de los aficionados, eso es arte, qué belleza ver torear así, por ello en todos los actos de la vida sé lento y no te enfermarás de nada. Come sano, frutas, caldos, verduras, vegetales y llegarás a donde quieras; come sano y llegarás a anciano”.

Silverio Perez.
Silverio Pérez Gutiérrez “El Faraón de Texcoco”, torero mexicano (Fotografía: Cloud10).

Así pensaba Amado y, por cierto, el toreo de Arturo Saldívar de un tiempo a la fecha se ha reposado, así lo hemos visto en varias plazas del país esgrimiendo lentitud a la hora de interpretar con el capote y la muleta el toreo; los astados de La Estancia que le correspondieron: Mezcal Blanco el primero de su lote y el segundo Tequila, fueron magnífica materia prima.

Al primero por sus cualidades de fijeza y recorrido noble, el juez de plaza le otorgó el homenaje del arrastre lento, al segundo (quinto de la tarde) además de lo anterior, tuvo emotividad en su embestida, cualidades muy bien extraídas y aprovechadas por el torero formado en las lides de la tauromagia mexicana.

Desafortunadamente la suerte suprema fue el balde de agua fría que evitó la salida en hombros de Saldívar, quien demuestra tarde a tarde gran quietud en su quehacer taurino y provoca el deseo latente de volverle a ver en la temporada que apenas empieza en La México.

Los demás astados no se prestaron para mayor lucimiento y el experimentado extremeño Miguel Ángel Perera y, el de Aguascalientes, Gerardo Adame, pusieron empeño, que se estrelló con lo poco potable de sus lotes.

Ya les vendrá mejor mano en el sorteo al que me refería en la colaboración pasada y en especial a Gerardo que tiene que luchar contracorriente.

Tarde en que recordamos a un torero que tejió su historia en las entrañas de La México y vimos a otro que, con paso firme, empeñado en trascender a grandes alturas.

París en tres exposiciones

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París es precioso en todas las épocas del año, el otoño no es la excepción. Sus lluvias pertinaces y refrescantes no impiden si se está preparado, pasear bajo su manto húmedo y contemplar sus vistas siempre seductoras que revelan desde el gris que se instala, perspectivas que hacen vibrar la siluetas de los edificios públicos y civiles. El frío que comienza permite jugar con el vestuario, los abrigos se justifican, pero no se abotonan aún.

La economía parece ir mejor, hay menos manifestaciones, menos quiebra de empresas y el nivel educativo aumenta según informa el ministro Blanquer. Pero en el orden político las cosas están revueltas, el antiguo Frente Nacional sigue avanzando ahora como Rassemblement National, una especie de nueva versión del fascista Rassemblement National Populaire de los años 40. La prensa anuncia que, si hoy fueran las elecciones, este partido las ganaría, por poco, pero las ganaría. Macron sigue con su visión de una Europa en revisión y reestructuración frente al Brexit desde luego, pero también frente a las presiones de Albania y Macedonia para entrar en la Unión. Mélenchon y su Francia insumisa, siguen siendo un bastión de inteligencia de izquierda y preparan sus baterías para la elección municipal en 2020.

Pero lo mejor de París en el otoño está en la abundancia de exposiciones significativas, Degas en el Orsay, Greco en el Grand Palais, Da Vinci en Louvre, la colección Alana (Chile) de arte renacentista en Jacquemart-André, la pintura inglesa en el Musée du Luxembourg, y la exposición faro del otoño, Francis Bacon en el centro Pompidou.

San Pedro, El Greco.
“Las lágrimas de San Pedro”, El Greco (1600-1605).

Doménikos Theotokópoulos

El Greco nos hace recorrer sus tiempos florentinos, toledanos y romanos en esta exposición curada por Guillaume Kientz, un joven alsaciano, historiador de arte y autor del libro México en el Louvre, obras maestras del s. VII.  Especialista en pintura cardenalicia italiana, arte español portugués y latinoamericano, fue conservador en el Louvre y ahora curador de arte europeo en el Museo de Arte Kimbell de Fort Worth en Texas, uno de los más grandes expertos mundiales en Velázquez y en El Greco. Nos regala con esta exposición en que el griego, Doménikos Theotokópoulos se presenta como un autor desinhibido extrañamente moderno, que se tutea con los artistas contemporáneos, un hombre que pinta a penas medio siglo más tarde que Leonardo y rompe moldes como nadie se atrevió en su tiempo, para inspirar siglos más tarde a Picasso, a Delacroix (retrato de Chopin), a ModiglianiCézanne, entre muchos otros.

Piedad.
“Piedad”, El Greco (1571-1576).

La exposición cuenta con un trabajo académico en sus retratos, sus estudios de forma como el manto de cristo, la pasión, la crucifixión, la Asunción o la anunciación; al igual que Leonardo, hay en su propuesta artística una perspectiva religiosa en que se da vuelo para encontrar los rostros de Jesús, de María, o de Pedro el apóstol.

Su trabajo delicado y técnico para encontrar la humedad de la lágrima me parece extraordinario igual que su manierismo para dibujar el cuerpo yacente de Jesús en el regazo de María. ¿Defecto de visión o propósito? Sus rostros alargados y únicos, sus pliegues estridentes en mantos de imaginados y probables, hacen del Maestro la referencia en el uso de colores y de juegos de luz que despiden el arte renacentista y saludan al siglo de oro y otras modernidades entonces impredecibles.

La exposición de unas 70 obras permanecerá abierta, resintiendo la ausencia de algunas realizaciones mayores del pintor, que El Prado decidió en el bicentenario de su fundación (noviembre 1819) conservar en su recinto. La exposición estará abierta al público hasta febrero de 2020.

Leonardo

Da Vinci es el cuatrocentista Verrocchio en sus primeros años formativos. Se hace clara su disciplina en el trabajo académico en que dedica años al estudio de la luz y de la forma, trabajando mantos y pliegues, rostros, anatomía, detalles, detalles invisibles que hará aparecer maás tarde en sutiles referencias encarnadas.

Me gusta imaginar por las calles de Florencia, durante días, un Leonardo obsesivo, observador, tratando de encontrar al Ángel de la Anunciación y a la Virgen, justo niña antes del “Momento”. Encontrarlos, el gusto de hacerlo y llevarlos al carbón primero y al pincel luego.

Ángel adolescente que “sabe” ya y que, con respeto, sorpresa devoción, espanto también, profiere espiritual:

—Te saludo María, tan llena de gracia.
El Señor es contigo, bendecida has sido
entre todas las mujeres…

Boceto.
“María al recibir la Anunciación”, Leonardo Da Vinci (s/f).

Asciende la mirada desde su humildad y la eleva hasta el contacto con quien no le mira, tan grande es su sorpresa y su certeza. La mano virginal recorre la escritura sagrada, y la mirada se pierde en un no lugar, por saberse ella, en sitio inenarrable, íntimo y perfecto como aquél que describe Juan de la Cruz:

                                    Entréme donde no supe, y quedéme no sabiendo.
                                    Toda ciencia trascendiendo…

Al otro extremo, la belle ferronière, sabida amante del rey François I, de Francia, obsequia una mirada de escrutinio, a quien la pinta, a quien la verá desde la historia, un dejo de orgullo y otro de repudio, el discreto tocado y la perfección del vestido y el peinado contrastan con la soltura, la libertad, la desafectación serena, la ausencia, de la Anunciación.

La exposición es extraordinariamente didáctica y nos lleva a reflexiones que van desde el estudiante de la academia del Verrocchio, hasta sus años finales en Amboise, el palacio habilitado por el rey de Francia para disfrute del Maestro.

Anunciacion.
“Anunciación”, Leonardo da Vinci y Verrocchio (1472).

Los comisarios Vincent Delieuvin y Louis Frank, son jóvenes y al tiempo que toman sus riesgos que les hacen usar de la tecnología para penetrar en las entrañas de la obra a través de la fluorografía, e invirtiéndose largos años en el trabajo, logran esta exposición referencial para celebrar los 500 años de la muerte del Maestro.

Francis Bacon

Penetrar el mundo de Francis Bacon es asumirse en esta epoca donde lo que priva es una forma de visión del mundo, el espejo, la dislocación, la transparencia y el valor del gesto, la infinitud del análisis del cotidiano.

Bacon.
Segundo plano de “Tríptico”, Francis Bacon (1967).

Bacon es teórico y brutal en su percepción del mundo. Lo es en su condición de artista mayor del linaje irlandés en que se reconoce junto a Hockney o a Joyce. Crea su propio ecosistema de sensibilidades sin distingo de origen; por eso las lecturas de Bataille, Nietzsche, Esquilo o Conrad, entre otros.

Bacon lleva su plástica a todas sensibilidades, su pintura no está hecha para satisfacer los gustos mundanos sino para desajustar a quien mira su obra siempre espejo de una realidad en busca de enfoque.

En el panteón de los espíritus finos, Bacon, Leonardo y Greco se tutean y divierten. Les mueve la misma motivación, la luz. Lo humano… junto con otros pinceles y otras colecciones, París se muestra ufana de sus exposiciones, nos lleva de la mano de una a otra y el tiempo deja de existir. Hace unos meses hablamos aquí de la prehistoria como una ciencia y un arte modernos, hoy en cambio, recorremos entre saltos cinco siglos.

En el arte todos nos volcamos y rendimos a la evidencia de nuestra condición, humana a veces y animal también. Nos mueve los sentidos la belleza, la interpretación de la luz, las sutiles capas para lograr un sfumato perfecto como los de Leonardo, que nos acerca a la realidad de la anti-línea que aparece sólo en la revelación del dibujo primigenio.

Acompañar a Bacon en sus lecturas disertaciones, conjeturas, declaratorias y realizaciones es un poco estar ante el analista. La búsqueda del instante perfeccionado en una anunciación improbable en Leonardo y Greco o en un lavabo baladí que refleja el universo. Un rubor virginal y un pedazo de carne humana ensangrentada a “lo Bacon”, todo luz, todo transparencia y brutalidad. Son caminos del arte, todos inaugurados por el artista verdadero, que asume la misión de hacer transparente el sentimiento y asume la luz como materia.

Tres exposiciones, perfectamente distintas y terriblemente iguales en su provocación. La ciudad de París las recibe como a muchas otras, con sus interminables filas de espera y sus sistemas de reservación eficaces.

Man at washbasin.
“Man at washbasin”, Francis Bacon (1989-1990).

Suelo ir a estas exposiciones proveído de un cuaderno y mi móvil para tomar algunas imágenes de eso que me hace entender mejor. A veces una mirada, una proporción, una forma de dibujar la nariz, esa idea de no asociar la dirección de la mirada con la dirección del torso, tan presente en Leonardo. La mirada y los ojos extraordinariamente en medio de ese semicírculo que es la cara. Las complejidades de un gesto simple. La libertad de una boca, la rebuscada perfección del pliegue en un manto. Los pies siempre individuados, fuertes o improbables, las manos tan significantes y en ocasiones disociadas del cuerpo que las contiene.

Las motivaciones de pintar las capillas de Andahuaylillas, la Sixtina o el templo de Bonampak que con tanta maestría copió Rina Lazo para que podamos admirar en el Museo Nacional de Antropología, son todas motivaciones estéticas. 

Las cuevas como Altamira, Lascaux, Font de Gaume, testimonian que el mayor primitivismo americano es posterior. Y veo tan cerca esos 30 mil años que nos distancian de esas formas perfectas. Sólo 300 siglos para caminar desde Europa por las estepas asiáticas hasta Australia o Bering. Todo esto evidencia la circunstancialidad del ser humano en el planeta, hecho que hizo patente la exposición “Prehistoria” en el mismo Pompidou, hace unos cuantos meses, nos asegura que, si por algo trascenderá nuestra especie, es por el hecho artístico, por un sonido, por un trazo, por una forma única en el universo.

Pienso en nuestra educación estética en México, tan pobre y con tanta abundancia de riqueza en muros, en edificios enteros, en telas. La asociación con Egipto y Mesopotamia en el trabajo de los frescos que no seccionan como las escuelas europeas que usan la geometría del caballete o el cuadro, es natural. Pienso en la capilla de San Miguel en Ixmiquilpan de Hidalgo, con su trazo prehispánico al servicio de la colonia en un encuentro extraordinario bien estudiado por Serge Gruzinski. Pienso en el calmécac mexica o en las escuelas de escribas y sacerdotes. En la belleza de guerreros y danzantes esbeltas en los salones sofisticados de la antigüedad americana, fundidos hoy en danzas, muchas de ellas inhibidas o afectadas por una interpretación angular, por la falta de libertad, pauperizadas a través de cinco siglos de historia. La estética mexicana es un trabajo social, político, comprometido, una tarea por emprender y en que la 4T ha dicho muy poco, muy, muy poco, no se escucha…

Un amigo de Dios

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Comenzamos con un acertijo. ¿Podrá el lector adivinar de quién hablo? Un escritor, nacido alrededor de 1890, es famoso por tres novelas. La primera es corta, elegante, un clásico inmediato. La segunda, su obra maestra, presenta a los mismos personajes, aunque es más larga y compleja, e incorpora en forma creciente elementos míticos y lingüísticos. La tercera es enorme, una locura, ilegible. Una pista: no se trata de Joyce.

Un escritor, nacido alrededor de 1890, denunció la producción masiva, el estruendo del tráfico y la crueldad y fealdad de la vida moderna europea, y amó los árboles y la verdura de la campiña inglesa en donde vivió de niño, así como a las pequeñas y delicadas criaturas con las que se topó en las leyendas nórdicas. Una pista: no se trata de D. H. Lawrence.

Un escritor, nacido alrededor de 1890, mezcló porciones de literatura antigua en su propia obra maestra, incorporándolas magistralmente conforme avanzaba. Una pista: no se trata de Pound.

Un escritor, nacido alrededor de 1890, se declaró monárquico y católico. Una pista: no se trata de Eliot.

Hobbit.
Ilustración presentada en El Hobbit, de J.R.R. Tolkein.

Los más antiguos de mis lectores –antiguos en el sentido clásico– quizá hayan adivinado ya de quién hablo. Y si son de mi edad y fueron como yo, vagamundos, y en su camino a Damasco se toparon en un callejón con el graffiti “¡Frodo vive!”, entonces ya lo saben de cierto. Para los más jóvenes, quizá un cuento les ayude:

“Había una vez un cuarentón, profesor de lingüística y filología, que sabía más que nadie en el mundo sobre las antiguas lenguas nórdicas y el Beowulf. El maestro había quedado huérfano muy joven, y el ejército de su país lo mandó a una guerra terrible en cuyas trincheras estuvo a punto de perder la vida. Anegado en el lodo sanguinolento, y apabullado por el estruendo del cañón y la metralla y los lamentos de amigos y enemigos, quizá haya imaginado el mundo que creó cuando muchos años después interrumpiera por un momento la calificación de un examen para escribir al reverso de la hoja: “En un agujero en el suelo vivía un hobbit”.

El escritor de quien hablo, nacido alrededor de 1890 en África del Sur, es J.R.R. Tolkien (John Ronald Reuel) hoy una referencia doméstica gracias a Hollywood, pero en mi adolescencia, vicario de un rito arcano cuyos miembros nos reconocíamos por señas secretas y conjuras pronunciadas en voz baja como esa de: “¡Frodo vive!” Hoy me asombra que haya sido hasta fines de los ochenta que encontré en mi propio país con quien hablar sobre la tetralogía de Tolkien y sus asonancias y disonancias con, entre otros, Joyce, Lawrence, Pound y Eliot, de la manera juguetona que se consigna al inicio de este texto y que ojalá fuera mía, pero lo es de Jenny Turner, la espléndida periodista autora de Razones para amar a Tolkien.

He aquí un personaje deslumbrante y paradójico. De él se dice que era aburrido en una sociedad y un siglo de tiesuras, y que su devoción por la filología se percibía anticuada incluso entonces. Pero la obra de este flemático inglés nacido en Sudáfrica, quien nunca alzaba la voz, vestía siempre en tweed y chaleco y fumaba pipa, despertó una corriente pasional pocas veces vista en la literatura. Jenny Turner confiesa que le asusta haber pasado “demasiado tiempo” de su adolescencia en compañía del demiurgo de El señor de los anillos, y que ya adulta, si bien encuentra los libros repetitivos y “ruidosos”, estos siguen conectándose a su espíritu de manera inquietante. “Hay una succión, un algo primigenio que se transmite entre ambos, como cuando una nave espacial se enchufa a la nave madre. Es como el seno materno, es un alivio infantil… que también es como un hoyo negro”. Escalofriante memoria, pero humana y generosa si la comparamos con otros juicios, como el de mi admirado Edmund Wilson: “Hipertrofiado… Un libro infantil que de alguna manera se salió de madre… Una pobreza creativa casi patética…”. John Heath-Stubbs estima que la obra es “Una mezcla de Wagner y el osito Winnie Pooh”, mientras Germaine Greer exclama que fue “su pesadilla”.

Dragón
Ilustración presentada en El Hobbit, de J.R.R. Tolkein.

Vaya, pues. Supongo que el viejo profesor, tan enemigo de las pasiones terrenas, nunca imaginó que la obra iniciada con la frase, “En un agujero en el suelo vivía un hobbit”, fuera a despertar tantas y tan opuestas pasiones durante tantas generaciones, pues a estas alturas del siglo –y mal que me pese gracias al cine–, la cofradía tolkiense es ya una muchedumbre. No escapa a la aguda e inteligente mirada de Jenny Turner la paradoja: si los libros son tan criticables, ¿por qué a tantos millones les han apasionado?

No es una pregunta fácil. El Hobbit (1937) me encontró en una librería del extranjero –aún adolescente– y lo compré por no dejar, por tener algo que leer en el vuelo de 13 horas que me esperaba por la noche. En el aeropuerto comencé la lectura y a la mitad del vuelo maldije no haber adquirido los tres tomos de la secuencia, conocida como El Señor de los Anillos (1954).

Una mirada crítica descubre inconsistencias en el texto, en los diálogos, en los personajes y en la narrativa. Yo extirparía a Tom Bombadil, un personaje arbóreo que transcurre cantando tonadillas hueras y que no tiene mayor consecuencia en el resto de la historia, y trabajaría la estructura interna de algunos protagonistas así como la lógica de varios episodios (y ya que de utopías hablamos, también sacaría del mercado la horrenda traducción de Taurus con su majadera “castellanización” de nombres que en vez de un Bilbo Baggins nos sirve un “Bilbo Bolsón” amén de otras aberraciones asestadas a la obra del viejo profesor.)

Pero como dicen los sajones, al final del día lo que me queda es una profunda identificación con la obra, una suerte de simbiosis que, ahora lo pienso, tiene en verdad algo de misterio sobrecogedor. La leo y la releo; sé de memoria pasajes enteros; y cada vez que la visito descubro en ella algo novedoso. Quizá ahí esté la explicación. Tolkien fue capaz de comunicarse con otros espíritus en un nivel anímico primario que escapa a toda explicación y que tiene como hilo conductor las emociones y sensaciones más humanas.

¿Y quién fue este personaje, esa suerte de hobbit mayor? John Ronald Reuel Tolkien nació el domingo 3 de enero de 1892 en Bloemfontein, África del Sur, después de un parto difícil y prolongado. A ese país habían emigrado sus padres en busca de fortuna, y ahí creció, un niño débil y enfermizo. A la muerte del padre en 1896, la madre regresó a Inglaterra, en 1900 se convirtió al catolicismo y en 1904 murió de diabetes, enfermedad incurable en la época.

Araña.
Ilustración presentada en El Hobbit, de J.R.R. Tolkein.

La madre es un personaje fascinante por derecho propio y estoy convencido de que su personalidad impregna a los espíritus etéreos y fuertes de las pocas mujeres en la obra de J.R.R. Antes de casarse con Arthur Tolkien a los 21 años había sido misionera de la Iglesia Unitaria en África y, créalo o no el lector, ¡impartió catecismo en el harén del sultán de Zanzíbar!

Ahora bien, imaginémonos a esta familia de la clase media pobre en la Inglaterra anglicana y victoriana de entonces y las consecuencias que sin duda esto tuvo en la sensible personalidad del niño J.R.R. ¿Recuerda el lector a Shelob, el mefistofélico ser que en forma de tarántula gigante custodia el paso de Cirith Ungol a Mordor por donde deben transitar Bilbo y Samwise, merced a las intrigas de Gólum? Pues en Sudáfrica, el niño Tolkien tuvo experiencias memorables: un encuentro con una peluda tarántula, que lo picó, y con una serpiente. Y un sirviente de la familia “lo tomó prestado” durante varios días para llevarlo a su aldea y presumirlo a su extensa parentela, con las consecuencias que el lector podrá imaginar. Creo que su niñez africana, su adolescencia en la campiña inglesa, su estancia en las trincheras en la Primera Guerra Mundial –donde el gas mostaza dañó su salud para siempre y en donde perdió a la mayoría de sus amigos–, su vida enclaustrada como profesor de filología y sajón antiguo… toda su existencia, pues, está reflejada en la saga de los Baggins, desde la fiesta a la que asisten los enanos sin invitación, hasta la última escena en que Bilbo, Frodo y otros personajes abandonan para siempre la inolvidable Tierra Media.

Pero me estoy saliendo de tono. Si el viejo profesor pudiera leer estas cuartillas y en particular el anterior párrafo, sin duda las haría confeti, ya que detestaba a los críticos y a los exégetas… ¡y a fe mía que tenía razón! Así que en resumen diré que los cuatro libros de la saga (El Hobbit,  El Señor de los Anillos, Las dos torres y El regreso del rey), con El Silmarilion, integran una república abierta a quien desee pedir la ciudadanía del país mayor del gozo, que es la tierra de la imaginación.

Nota bene. Reuel, el tercer nombre de Tolkien (John Ronald), es un apelativo heredado de padres a hijos en esa familia, y quiere decir, literalmente, “Amigo de Dios”. Sin duda el escritor lo fue.

Osiel y el mar

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Ver su destreza para subir por las paredes de piedra es impresionante. Parece que nació para escalar esas rocas enormes y filosas que forman los espectaculares acantilados de la zona de La Quebrada en Acapulco.  Desde los siete años aprendió a bucear a pulmón y a buscar ostiones, cucarachas de mar, pulpos o lo que sea que pueda vender desde su puesto en la populosa playa de Caleta. Es el último de una familia de ocho hermanos de los cuales ya sólo sobreviven dos más. Su sonrisa es franca y desde las piedras donde me enseña a abrir ostiones, veo que su único calzado son unos trapos amarrados a los pies y me asegura que si usa otra cosa se resbalaría en las piedras. Sus instrumentos de trabajo son un cuchillo viejo, un desarmador torcido, una bolsa de plástico y la cámara parchada de una llanta; para abrir los ostiones se auxilia de golpearlos con una piedra contra otra y usa como palanca el cuchillo sin filo.

Osiel

Los vi llegar por la caleta azul, se lanzó al mar bravo y lleno de corrientes desde una modesta lancha amarilla, que luego me contó, rentan entre tres buzos y pescadores a $350 pesos por día, más otros $300 de gasolina. Esos $650 pesos al día es la inversión de tres padres de familia para comer.  Con suerte, dice, puede llegar a ganar $500 pesos fuera de sus gastos y está consciente de que cada vez que va al mar arriesga la vida. Así, hay en ese otro Acapulco, que no necesariamente es el turístico, cientos de pescadores que se la juegan diariamente sin tener protección social o una Cooperativa que realmente los respalde. Atlético, delgado y de no más de cuarenta años, Osiel es uno de ellos.

Nunca había estado el puerto tan jodido como ahora.

Trapos.

Cuidadoso y mesurado, el pescador explica que ahora en sus costos tiene que pagar derecho de piso a “La Maña”, aunque afirma que corren con suerte porque la mayoría de las veces lo liquidan en especie, es decir, invitando los ostiones o los “Vuelve a la Vida”, y pescando más horas tratan de recompensarlo. No sabe de apoyos, créditos, ni vedas, ni tampoco de algún programa social que llegue, pero pese a ello, Osiel sonríe y le brilla la mirada cuando me habla de su hija de dos años. Una niña que lo motiva a entrar y salir todos los días del mar.

Me cuenta que eran ocho hermanos y que ya sólo quedan tres, y que todos se dedican a pescar, que le gusta su trabajo porque no tiene nadie quien lo mande ni que le diga qué hacer. Cuenta que de la zona que va de la Quebrada a Caleta aún se pesca langosta. Que hay que tener cuidado con el ostión porque los buzos como él lo sacan fresco y lo venden a la Cooperativa, pero si éste no se consume el mismo día, la Cooperativa lo deja en la orilla de la playa y el ostión sigue comiendo y se contamina.

Osiel.

Osiel no sabe del calentamiento global, pero sí del mar de fondo que provoca olas de gran tamaño y de la marea roja que contamina el mar con yodo y éste afecta su pesca. Sabe también que, en algunas zonas de mar abierto del puerto, de noche surcan embarcaciones sin luz de navegación que bucean con buen equipo y sacan mercancías prohibidas. Entonces, los pescadores se alejan, apagan sus farolas y se van por seguridad. Las casas que dan al mar no hacen preguntas, apagan las luces y cierran sus puertas. Así les han dicho que actúen, para no meterse en problemas.

 ¿Se hubiera dedicado a otra cosa de haber tenido la oportunidad?

—No –responde–. Aquí empecé y aquí voy a terminar, de igual manera marisco siempre hay –concluye mientras vuelve a subir con una habilidad inaudita por las piedras filosas del acantilado con sus pies amarrados en trapos–.

Vandalismo con causa

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Más excitante que el sexo, tan adictivo como las drogas, visible y contagioso, el vandalismo es la diversión urbana de moda. Patrocinado por los gobiernos de grandes capitales, en sociedad con los especialistas de la industria del entretenimiento, se inauguró el primer parque temático vandálico Destroyer Park. Los visitantes recibirán a la entrada dos latas de pintura en aerosol, un pasamontaña o un pañuelo para cubrirse el rostro, un garrote y si pagan el pase Platino Plus, una bomba molotov y lo más importante: podrán elegir entre distintas consignas para motivar a sus grupos de choque y divertirse destruyendo. Los que deseen darle el international touch, pueden comprar un chaleco amarillo.

En las consignas a elegir están los temas álgidos en las redes: anarquismo, reivindicación de luchas, feminismo, libertad, boletos gratis para el cine, y lo que vaya apareciendo. Sociólogos de masas asesoran a los visitantes de que en este parque todos son víctimas inocentes, y ejerzan sus derechos despedazando lo que esté en su marcha al éxtasis del caos. En la entrada del Destroyer Park hay un gran letrero que anuncia: “No vamos a reprimir a nadie”, es la regla principal de este gran juego que ofrece nuevas experiencias. En el interior está la escenografía completa de una ciudad para quemar y romper con automóviles y patrullas, escaparates, monumentos, esculturas, paradas de autobús, semáforos, una universidad, todo a disposición de los grupos de vándalos que descargarán su furia reivindicando la consigna elegida.

Alentar el vandalismo es un excelente placebo político-social, con un poco de diversión la sociedad se siente “poderosa y visible”, “descargan su enojo”, y el gobierno conserva el poder presumiendo de tolerante y democrático, en este juego todos ganan. Sin ejercer proselitismo, no importa que el visitante no tenga idea qué es el anarquismo o la lucha de clases, o la consigan que grite, la finalidad es pasarla bien en la impunidad de desahogar sus instintos en condiciones de libertad, pasando por encima de la civilidad ahora considerada represora. Los participantes pueden dejar su grupo y unirse a otro con distintas consignas, la solidaridad camaleónica y oportuna es parte de los derechos del vandalismo, eso le da dinamismo al recorrido y les permite hacer amigos.

Los gobiernos que disfrazan la complicidad con buenas intenciones democráticas, usan el Destroyer Park para incentivar la nueva ideología de la irresponsabilidad, la impunidad y empatizar con los votantes, saben que cada vándalo es un voto. En la sociedad de la no-culpa, de la no-responsabilidad, el adversario ejerce un dominio represor que el vándalo repudia y debe ser atacado, está representado por todo lo inmóvil, lo que se interponga entre el vándalo y su marcha, desde la Torre Eiffel hasta el Ángel de la Independencia. En perspectiva del éxito del Destroyer Park los gobiernos darán boletos gratis para grupos, y se otorgarán becas a los guías que organicen visitas masivas. La diversión también es un Derecho Humano.