La sombra del revolucionario, entrega pasada de Juego de ojos, provocó un tsunami de comentarios sobre la personalidad de Martín Luis Guzmán.
“Alguien que se supo muy bien acomodar entre la clase dominante”, expresó una lectora del norte de México.
“El mejor prosista, junto con Reyes y Novo. Impecable. De su amor por el periodismo y las letras, yo agregaría una anécdota final: murió sobre el escritorio con las galera de Tiempo en las manos”, consideró el columnista que a mi juicio es uno de los maestros del estilo en la prensa escrita contemporánea.
Que a 44 años de su muerte, su vida y obra sigan frescas en la memoria, habla de la fuerza con la que vivió entre nosotros. Hombre poliédrico, en una faceta ofrece el poder de su prosa y en la otra desvela una “leyenda negra”. A propósito de esto, cité a Emmanuel Carballo en la entrega anterior: “La leyenda negra de don Martín, en el México de ayer y hoy, de tan común y corriente deja de ser negra; cuando mucho es gris. Como hombre cometió deslealtades, errores y desviaciones ideológicas que empequeñecen su figura; de escasos escritores mexicanos se puede afirmar lo contrario. Como Reyes, supo ser medroso por conveniencia, y como Vasconcelos (hombre también con el orgullo herido) no pudo conservar en la edad adulta y la vejez las ideas generosas y progresistas de los años mozos”.
A continuación cedo el espacio a mi amigo Humberto Musacchio, grande en el periodismo, cuya valoración del escritor es precisa y contundente:
“ La lectura de Martín Luis Guzmán, especialmente La sombra del caudillo y El águila y la serpiente son parte inseparable de nuestra generación. Ésas y otras obras del inmenso escritor nos permitieron entender que las revoluciones son procesos dialécticos signados por la grandeza y la mezquindad, características que con frecuencia hallamos en las mismas personas.
Martín Luis es parte de nuestra educación sentimental, histórica y política. Nos puso ante los símbolos que la escuela y la sociedad nos enseñaron a amar y respetar, pero lo hizo de forma que percibiéramos las contradicciones del mismo proceso histórico y de sus personajes. Sólo por eso ese escritor merece nuestro agradecimiento.
Pero digamos que una cosa es el escritor, ciertamente grande, y muy otra el tipejo miserable que una y otra vez se traicionó a sí mismo. Destacas que tu predilección en la escritura de Martín Luis sea la mexicanidad, pero omites que si bien fue actor y testigo de la revolución, en su obra –y eso es un acierto literario– se sitúa a distancia, como queriendo ocultar que él fue parte de lo mismo que narra.
Fue villista, sí, pero fue mucho más severo con Villa que con Carranza a la hora de escribir. Cuando huyó del país renunció a la nacionalidad mexicana para adoptar la española, cuando no existía la doble nacionalidad. Renunció a esa mexicanidad que le atribuyes, pues le ofrecieron ser secretario de Manuel Azaña y para eso necesitaba ser gachupín. Y no dudó en cambiar de camiseta.
Cuando volvió a México, con Cárdenas presidente, lo hizo porque Calles, que no lo quería, había caído de su pedestal. Por supuesto, a su regreso trató de pagar indulgencias, renunció a la nacionalidad española, se convirtió en fervoroso cardenista, apoyó al exilio español que le sirvió para hacer buenos negocios, como la fundación de EDIAPSA y las Librerías de Cristal, asociado con Giménez Siles. La revista Tiempo, fundada, creo, en 1940, en efecto, fue ejemplo de buen periodismo y mejor escritura, pues el tipo –cuentan quienes lo conocieron en la redacción– era extremadamente riguroso con los textos.
En 1952, cuando el gobierno de Alemán perpetró la matanza de henriquistas, Tiempo había cerrado la edición con estupendas y muy oportunas fotos de la masacre acompañadas de textos escritos por el notable equipo de redacción. Repentinamente, Guzmán dio la orden de hacer a un lado todo ese trabajo y elaborar nuevamente el número con textos y fotos enviados por la Presidencia de la República, lo que motivó la renuncia de Luis Suárez, Mario Gill, Fernando de Rosenzweig, Ernesto Álvarez Nolasco, Arturo Sotomayor, Germán List Arzubide y José Rogelio Álvarez, quien poco después dobló las manitas, abandonó a sus compañeros y regresó a la revista. En carta a El Popular, los renunciantes citaron palabras de Martín Luis, quien les había dicho: ‘Tengo atribuciones para mutilar y deformar la verdad si eso conviene a los objetivos políticos que Tiempo persigue’. Para más datos, te sugiero busques en Prensa vendida de Rafael Rodríguez Castañeda (pp. 27 y 28).
El día de la libertad de prensa de 1969, Martín Luis dio otra muestra de bajeza en el banquete respectivo ante el chacal Díaz Ordaz: ‘la conducta general de la prensa de México –dijo– ha venido respondiendo positivamente a las normas y deberes periodísticos codificados por el señor Presidente de la República’. Guzmán hablaba después de que toda la gran prensa había escamoteado y falseado la información sobre el movimiento estudiantil de 68 y la matanza de Tlatelolco, y en el colmo de su actitud rastrera, agregó: ‘Si en algo fallamos a esa hora, lo lamentamos sin la menor reserva’. Como premio por su vergonzosa sumisión el Chacal lo hizo senador.
En 1971 dirigí la sección cultural de El Universal y publiqué dos artículos de diferentes autores en los que se denunciaban algunas canalladas de Martín Luis. Los encargados de vigilar la edición dejaron pasar aquellos textos y su publicación motivó que me congelaran y que dejara de aparecer la sección. Semanas después busqué al subdirector Ariel Ramos en la cantina ‘La Mundial’ y le pregunté por qué me habían suspendido. Su respuesta, sus respuestas, fueron una de las mejores lecciones de periodismo que he recibido. Primero me preguntó: ‘¿Qué no sabes quién es Martín Luis Guzmán?’ Sí, es un gran escritor, respondí, pero es un canalla como periodista. Ante mi respuesta, Ariel sólo movía la cabeza como diciendo: ‘Este pendejo no entiende nada’.
Luego, me dijo: ‘¿No sabes que es el director de la revista Tiempo? ¿Y no sabes que es presidente de la Asociación Nacional de Editores de Periódicos? ¿Y no sabes que un influyente senador de la República? ¿No sabes que es asesor del Presidente de la República en lo referente a medios de comunicación y que gracias a él el gobierno nos da publicidad? ¿Y no sabes que es presidente del Consejo de Premiación de los Premios Nacionales de Periodismo, que cada año nos otorga varios para nuestro personal? ¿Y no sabes que es presidente del Consejo de Administración de PIPSA que nos garantiza el suministro de papel periódico a precios estables, que nos da crédito y que frecuentemente nos condona las deudas? ¿Y no sabes que es director general de la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos, que nos da trabajo para que nuestras máquinas estén ocupadas todo el día? ¿Y no sabes que…?
No, pues no sabía. Pero lo que siempre he sabido es que los grandes escritores también pueden ser unos miserables. Martín Luis Guzmán lo era. ”
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