Desde ahora, ya sabemos que este año concluirá con uno de los peores registros de fallecimientos en la historia reciente del país, debido a la pandemia y a la morbilidad de muchas enfermedades crónicas que arrebatan la vida de miles de mexicanos cada año y ante las cuales éramos indiferentes hasta que llegó este virus desconocido y nos cambió la vida por completo.
Habrá muchas interpretaciones sobre la estrategia que siguieron las autoridades federales y estatales para manejar esta emergencia sanitaria, pero el fondo de esta crisis es la falta de un sistema público de salud adecuado, fuerte, bien financiado, que se necesitaba precisamente para una contingencia así, vamos, ni siquiera el sistema privado ha podido enfrentarla.
Con ello no afirmo que se ha resuelto de mejor o peor forma, ni creo que tenga ningún sentido compararnos con algún otro país; para cuando la pandemia inició, México contaba con el mismo sistema obsoleto de antes y apenas le dio tiempo de reconvertirlo para tratar de enfrentar la ola de contagios. A pesar del esfuerzo, insuficiente por el número de vidas que se han perdido, la falta de equipos y la urgencia de contar con más unidades médicas en cada rincón de la República, llegará diciembre y estaremos en una situación similar a la que vivimos en la mitad del año.
Felizmente las temperaturas se han resistido a bajar, aunque entramos a noviembre y no debemos olvidar que el invierno terminará hasta marzo del próximo año, así que el riesgo de una tormenta perfecta entre enfermedades pulmonares, influenza estacional y Covid-19, causarían estragos si no hacemos nuestra parte como sociedad y nos mantenemos a sana distancia, seguimos las recomendaciones de higiene y procuramos no reunirnos.
La tarea se ve difícil ante el cansancio social que experimenta la mayoría y la necesidad, desde la primera semana, de millones de mexicanos de llevar el sustento a sus hogares. Este agotamiento ha relajado paulatinamente las restricciones y ha hecho que nos juntemos de nuevo sin observar las reglas mínimas de salud.
Con argumentos como “somos pocos”, “en mi familia nadie se ha enfermado”, los encuentros con personas queridas se multiplican para tratar de vencer la incertidumbre, el tedio y el cansancio por la pandemia. Hasta quienes se manifestaban indignados por la resistencia de otros al uso de cubrebocas o a que salieran en grupos a las calles, parecen haberse dado por vencidos ante un agotamiento que también los alcanzó.
Precisamente uno de los ejercicios que presentan mayor grado de dificultad es mantener la guardia arriba, es decir, los brazos en una posición que proteja la cara y los ojos. Un movimiento tan simple y que pareciera obvio, conlleva mucho esfuerzo porque se necesita de una condición física óptima que sólo da el entrenamiento y el esfuerzo. Aun así, muchos atletas se rinden y es cuando caen vencidos.
Algo similar nos está ocurriendo, al grado de pensar que llegando el 2021 habrá un nuevo comienzo, lo que es mentira. Seguiremos en esta rutina durante meses, tal vez años, hasta que se descubra un tratamiento eficaz y la vacuna pruebe sus beneficios, no antes.
Sin embargo, el exceso también de desinformación, de uso político de la enfermedad en todos los frentes y una participación social que ha disminuido con el transcurso de las semanas, pintan un panorama sombrío para una temporada final del año en la que no habrá un nuevo aislamiento (la economía no lo resistirá) y tampoco se vislumbra una cohesión ciudadana suficiente para que, desde nosotros, se suspendan las celebraciones.
Regresaremos a ese estire y afloje con las autoridades para evitar dentro de lo posible las aglomeraciones, pero no habrá medidas restrictivas como las que ya se anunciaron en Francia o en Alemania. Algunos estados jugarán con una copia de estas suspensiones de vida nocturna, pero la salida nacional será tratar de convencer, no de imponer.
Creo que ésa es una estrategia correcta, y lo fue desde el principio, salvo por la acumulación de pacientes graves que tendríamos en unas cuantas semanas. Bajo ninguna circunstancia debemos aceptar toques de queda, pero sí tenemos que alcanzar un consenso nacional de que necesitamos estar lo menos posible en las calles.
Entiendo que industrias como los hoteles o los restaurantes recibirían la puntilla en un año perdido, aunque la mayoría han logrado ser espacios libres de contagio (no de SARS-CoV-2 porque eso es imposible), gracias a una enorme inversión de recursos y de diseño de protocolos que les permite dar seguridad a sus huéspedes y clientes. El problema hemos sido nosotros que no queremos obedecer las indicaciones y ponemos en aprietos a sus equipos de trabajo.
Si lográramos convencernos de que podemos estar cierto tiempo en el mismo espacio y respetamos los protocolos al pie de la letra, se alejaría la amenaza de un nuevo cierre y podríamos pasar una temporada navideña sin afectar a una economía nacional que está en graves problemas.
Pero son decisiones comunitarias que implican enmendar errores que se han cometido por todas partes y asumir una nueva etapa en la manera en que podemos contribuir a seguir adelante. El tiempo apremia y el consenso debe obtenerse ya.
Una de las obligaciones de los gobiernos es congregarnos y establecer los parámetros para que nos organicemos con ellos. Sin embargo, nos toca a nosotros fijar nuestras propias reglas de inmediato para que nuestras familias comprendan que estamos todavía en el centro de la pandemia, bajo una vulnerabilidad mayor a consecuencia de las fallas que se cometieron en el camino y que estamos a tiempo de corregir juntos.
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