Ciencia y tecnología para todos

Uso y conservación de los suelos*

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La agricultura está estrechamente ligada a la fertilidad de los suelos y su degradación es considerada como el mayor problema ambiental que amenaza la producción mundial de alimentos (Cotler et al., 2011) y una de las principales amenazas para el desarrollo sostenible de los terrenos agrícolas.  Entre los factores que han llevado a la degradación, están la erosión hídrica de los suelos que ocasiona impactos tanto en la parcela, como fuera de ella y que tiene efectos en la disminución de la productividad de los suelos, la pérdida de suelo y nutrientes, y por las consecuencias ambientales ocasionadas por la pérdida de servicios eco sistémicos brindados por los suelos (Cotler et al., 2011). De acuerdo a un informe realizado por la SEMARNAT y el Colegio de Posgraduados en 2002, 45% del territorio nacional (888,968.75 km²) mostraba  cierto grado de degradación del suelo, principalmente a través de la erosión hídrica y del agotamiento de nutrientes, donde las actividades agrícolas ocasionan 77% de deterioro.

En lo que respecta a los avances tecnológicos aplicados a la agricultura, la revolución verde fue uno de los hechos más relevantes para el sector agroindustrial y alimentario que se tradujo en la introducción de una serie de mejoras tecnológicas entre las que encontramos: la introducción de variedades mejoradas, el riego, el empleo de plaguicidas y fertilizantes minerales en los cultivos básicos, junto con inversiones en infraestructuras institucionales y  nuevos programas de investigación (FAO, 1996). Lo anterior tuvo como resultado un incremento de la productividad muy importante sobre todo para los países en desarrollo, incluido México, pero al mismo tiempo y en el largo plazo esto condujo a una serie de daños al medio ambiente en especial al suelo por el uso indiscriminado de fertilizantes y plaguicidas primordialmente.

Las investigaciones tecnológicas y las aplicaciones de nuevas técnicas productivas involucraron al maíz y el trigo, frijol, papa, hortalizas, sorgo, cebada, forrajes y la ganadería.  Los resultados fueron nuevas variedades resistentes a las plagas, a la sequía y a los insectos, y con un menor ciclo de desarrollo (Fujigaki, 2004). La revolución verde en México implicó cambios sustanciales en los sistemas de irrigación, de investigación; además del desarrollo de paquetes tecnológicos compuestos por: semillas, abono y maquinaria, pero también implicó el abandono de prácticas ancestrales y tradicionales que en gran medida ayudaban a conservar las tierras en buen estado.

Los cambios en los patrones de producción agrícola han tenido grandes repercusiones en el medio ambiente. Hay daños a la flora, fauna, salud humana y animal, así como a los suelos. Lo que ha provocado que en ocasiones las tierras se vuelvan inservibles dado el deterioro que presentan. Esto sin duda se complementa con el cambio climático y las consecuencias que este ha tenido en los ciclos de la producción; en muchos casos ha sido necesario recurrir a viejas prácticas y nuevas tecnologías para recuperar la vida de las tierras. Éste es un proceso interesante ya que conviven aspectos novedosos técnicos con prácticas tradicionales a favor de equilibrar la relación producción-medio ambiente.

La degradación de los suelos es resultado de múltiples factores ambientales y socioeconómicos; donde las actividades humanas constituyen el factor preponderante. En general, todo uso de la tierra, que modifica el tipo y la densidad de las poblaciones vegetales originales y/o que dejan al descubierto la superficie del suelo, propicia su degradación. Por ello la lluvia tiene efectos agresivos cuando la vegetación es removida. Además, de acuerdo con sus  características como la textura, la estructura y el contenido de materia orgánica,  y del relieve, se presentan alteraciones en la capacidad de infiltración del suelo, propiciando el escurrimiento superficial, causante de la erosión hídrica. Los cambios en los patrones de precipitación causados por el cambio climático afectan también la condición del suelo, especialmente en su humedad y escurrimiento (Cotler, 2003). Entre las principales actividades humanas que inducen la degradación de suelos en el campo se encuentran los sistemas de producción agropecuarios. Uno de los principales detonadores de la erosión del suelo, constituye el retiro de la cubierta vegetal natural. A lo largo del tiempo, la expansión de la agricultura en nuestro país se ha basado en la expansión de la frontera agrícola, de manera que la tierra total dedicada a la agricultura (incluyendo campos en barbecho y abandonados) aumentó cerca de 2.57 millones de hectáreas de 1993 a 2001, con un ritmo anual de 1.16% (SEMARNAT, 2002).

En los últimos años y a pesar de los esfuerzos gubernamentales, la  degradación de suelos no sólo continúa sino que se ha acentuado. Una de las causas de esta situación obedece a los modelos que han regido la conservación de los recursos naturales en general, y del suelo, en particular, como resultado de las políticas públicas. En general se guían por el beneficio económico y político que éstas pueden proporcionar. A lo que se agregan los cambios jurídicos, los subsidios a determinados cultivos y prácticas, los créditos rurales, la discontinuidad sexenal en las políticas públicas y, el divorcio casi constante entre los programas y las acciones ejecutados por las distintas instituciones del Estado. Los distintos programas de subsidios otorgados al campo en las últimas décadas como el control de precios a los cultivos, los subsidios a agroquímicos o al diésel, tienen como objetivo el aumento del rendimiento sin considerar el impacto negativo al suelo, pero sin duda, hemos llegado a un momento crucial donde debemos preguntarnos seriamente cuál es el camino que debemos seguir ya que tal y como vamos no llegaremos muy lejos.

* Una versión extensa de esta reflexión fue presentada en el Congreso Internacional de Cambio Climático 2015 con el nombre de “Environmental soil practices and innovations in agricultural producer groups in México” en conjunto con la Dra. Rebeca de Gortari.

Referencias:

FAO (1996) Documentos Técnicos de Referencia. www.fao.org

Fujigaki E. (2004) La Agricultura, siglos XVI al XX coordinador de la colección Enrique Semo. UNAM- Océano.

Cotler, H. Carlos A. López, Sergio Martínez Trinidad (2011). ¿Cuánto nos cuesta la erosión de los suelos? Aproximación a una valoración económica de la pérdida de suelos agrícolas en México. Investigación ambiental, 3, 2, pp.31-43.

Cotler, H. et al. (sf). La conversión de suelos como un asunto de interés público. Instituto de Ecología http:www2.inecc.gob.mx/publicaciones/gacetas/522/conservación.

Entre celebraciones y malas noticias

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En México existen diversos programas de ciencias sociales que se dedican al estudio de la ciencia, la tecnología y la innovación desde muy diversas perspectivas. En algunos casos, se concentran en el tema de la gestión tecnológica, de las políticas públicas y de los procesos sociales y/o económicos. En este año dos de los más longevos programas de posgrado celebran su aniversario: el Seminario de Administración de la Ciencia y la Tecnología del Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM, los cuales cumplen 45 años, y la Maestría en Economía, Gestión y Políticas de Innovación de la UAM-X, que celebran 25 años. Gracias a diversas iniciativas se han organizado una serie de eventos conmemorativos que nos han hecho reunirnos a investigadores y estudiantes para discutir nuestros marcos teóricos, estudios prácticos y retos.

El ejercicio ha sido sumamente interesante y me gustaría destacar algunas de las cosas que allí se han discutido y ponerlas a debate abierto con todos ustedes. La mayoría de los estudios que hemos realizado en el tema se centran en la hipótesis fundamental de que el fomento de la ciencia y la tecnología son fundamentales para desarrollar innovaciones, las cuales, según una serie de ejemplos internacionales nos muestran que es una posible vía de desarrollo. Innovar es un camino que nos puede resolver problemas y además generar mejores condiciones de vida para la sociedad en general. Esto lo hemos dado por sentado y aunque hemos discutido mucho qué tipo de innovación requerimos o cómo llegar a ella, lo cierto es que hasta el día de hoy la experiencia en México ha sido un tanto desalentadora. Pero no sólo en México, en los países latinoamericanos en general compartimos el mal sabor y escasos resultados. Sin duda, nos lleva a replantearnos qué cosas estamos planteando o haciendo mal.

Desde el modelo lineal de impulso a la ciencia, tecnología e innovación se pensaba que debía apoyarse primero a la ciencia, luego con una base suficiente de conocimiento se desarrollaría tecnología y finalmente innovaciones. Sabemos que esto no es así y que más bien son procesos simultáneos y que se retroalimentan entre si, pero si lo sabemos, qué es lo que estamos haciendo en nuestros países.

De acuerdo a los últimos datos presentados por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) en el 2017 el Gasto en Investigación y Desarrollo Experimental como porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB) fue del 0.52%, lo que significa que con respecto a 2014 se redujo en un .02%, así que en términos reales estamos invirtiendo menos en investigación y desarrollo (I+D), lo cual no coincide con el discurso oficial de la presidencia en el que han expresado que el desarrollo científico y tecnológico del país es fundamental. Y qué decir si comparamos con lo que invierten otros países, nuestra meta de llegar al 1% queda bastante lejos y reducida de las expectativas generadas.

Entonces, regresando al punto inicial, si pensamos que formar un cúmulo de recursos humanos y capacidades científicas y tecnológicas son la base para las innovaciones y para el desarrollo económico, estamos muy lejos de cumplir nuestros objetivos. Además, debemos situarnos en un contexto global donde no sólo importa lo que hacemos como país, sino lo que otros países si hacen.

Y digo lo anterior porque precisamente esto me lleva al segundo punto de discusión que hemos tenido en nuestros posgrados. No tenemos forma de abstraernos de la realidad que implica estar en un mundo globalizado, no solamente importa lo que hacemos como esfuerzo interno, sino lo que un contexto internacional sucede con otros países. Pensemos simplemente en lo que significa tener en el mapa internacional a jugadores de la talla de China e India, países que con sus bemoles han sabido tomar las oportunidades de ser economías emergentes y por tanto aprovechar ciertas oportunidades para reducir sus brechas de crecimiento con los países desarrollados. Al parecer México no ha sabido mirar más allá de la estrategia de la estabilidad macroeconómica y por eso ha olvidado plantearse una política que implique cambios estructurales. Porque de nada vale que incrementemos el número de becas a nivel posgrado si esos alumnos no tendrán oportunidades laborales de calidad, ya que tampoco podemos negar que en muchas ocasiones acceder a una beca de posgrado es una salida para el desempleo.

Lo que quiero expresar es mi preocupación por mirar únicamente al tema de la ciencia, tecnología e innovación como una meta en sí misma. No lo es. Al contrario, es sólo una parte del camino que necesitamos transitar para poder tener crecimiento y desarrollo económico. No pensemos que esto está desligado de una transformación más de fondo que implica verdaderos cambios como, por ejemplo, el establecimiento de una política industrial que aspire a integrar a nuestras empresas en los segmentos más importantes de las diversas cadenas de valor.

Sin duda, es necesario invertir en ciencia, tecnología e innovación, pero no es lo único, aunque es muy relevante, pero ¿para qué le sigo si en realidad tendremos que regresar a plantear por qué esto es importante? Y lo digo porque no sé si se enteraron que parte de los recortes presupuestales a quien más afecta es precisamente a este sector. Entonces, ¿nos importa o no el desarrollo científico y tecnológico? Tal vez el primer paso antes de la política industrial, es convencer a nuestros políticos de la relevancia que esto tiene y, por tanto, regresamos al punto de partida… ¡bonita idea!, ¿no?

Hablando de convergencia tecnológica

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La semana pasada se llevó a cabo el Congreso Internacional Hacia la construcción de una agenda mexicana de convergencia tecnológica: nuevos desafíos para la industria, la investigación y las políticas públicas. Dicho evento fue auspiciado por la Red Convergencia de Conocimiento para beneficio de la sociedad, a la cual pertenezco desde su fundación.

Como bien lo expresa el título, el objetivo de la reunión fue plantearnos y discutir entre miembros e invitados externos las posibilidades que existen en el tema de la convergencia tecnológica. Antes de seguir me gustaría explicar qué es la convergencia tecnológica, ya que existen diversas aportaciones teóricas y metodológicas, pero desde el enfoque de nuestra red, seguimos la idea surgida a partir de la “US National Nanotechnology Initiative” (NNI) financiada por el gobierno de Estados Unidos en 2001, el cual fue un programa de investigación y desarrollo (I+D) que coordinó 25 departamentos y agencias independientes como la National Science Foundation, the Department of Defense, the Department of Energy, the National Institutes of Health, the National Institute of Standards and Technology, and the National Aeronautical and Space Administration. Además de la formación de una red interdisciplinaria de cerca de 50,000 participantes y la creación de infraestructura compartida, centros de investigación, empresas, universidades, ONG´s y gobierno. Todo esto, con la finalidad de estructurar una nueva forma de gobernanza para el desarrollo tecnológico y establecer conexión entre distintas áreas tecnológicas como la nanotecnología, biotecnología, tecnologías de la información y ciencias cognitivas. La convergencia es, por tanto, el desarrollo de una investigación inter-disciplinaria, es decir, la integración cognitiva de distintas disciplinas científicas y tecnológicas a partir de la constitución de metas comunes.[1]

Dicha iniciativa en Estados Unidos estuvo a cargo del Dr. Mihail Roco, quien amablemente aceptó participar en nuestra reunión y presentar y discutir sus ideas sobre el tema. Me gustaría destacar que el Dr. Roco al ser participante y promotor del tema de la convergencia tecnológica, desarrolló actividades en los siguientes sentidos: entre 1997 y 1998 participó en diversas discusiones con investigadores, empresarios y expertos del gobierno sobre qué es la nanotecnología y posibles alternativas a futuro (focus group); a partir de ello se creó el programa “Partnership in Nanotechnology: Functional Nanostructures”. Después realizó un Benchmarking Internacional sobre la Nanotecnología (industria, gobierno y academia) propiciando “diálogo de expertos”, lo que concluyó en un reporte sobre las implicaciones sociales de las nanociencias y la nanotecnología y, finalmente, hizo una presentación ante la oficina de política científica y tecnológica de la Casa Blanca para pedir presupuesto y establecer a la nano como prioridad nacional. La iniciativa aquí mencionada fue impulsada durante el gobierno de W. Clinton, G. W. Bush y Obama, lo que habla de la importancia de la continuidad en las políticas públicas de ciencia y tecnología.

Fueron muchas cosas las que se discutieron en nuestra reunión, pero me quedo con algunas que considero de suma importancia para pensar el tema de la convergencia en el contexto mexicano. La primera tiene que ver con establecer prioridades científicas y tecnológicas relacionadas con problemas nacionales. Como lo he expresado en reiteradas ocasiones, la ciencia, la tecnología y la innovación tienen sentido, siempre y cuando, como sociedad internalicemos su importancia y esto se logra efectivamente dándonos cuenta de que resuelve problemas muy diversos que nos involucran a todos. En segundo lugar, es muy relevante establecer políticas públicas que vayan más allá del periodo sexenal, ya que los problemas persisten y no hemos logrado, más que en contados ejemplos locales, continuidad tanto en los instrumentos de financiamiento como en la definición de metas de mediano y largo plazo y esto está muy ligado al último punto; necesitamos establecer una agenda nacional que identifique áreas de oportunidad para el desarrollo científico y tecnológico convergente.

Nuestro objetivo como red es plantear una agenda que pueda ser útil para los tomadores de decisión en torno a las políticas de ciencia, tecnología e innovación. La meta es lograr estructurar propuestas que logren no solamente una vinculación efectiva entre la academia, la industria y el gobierno (la llamada triple hélice), sino que además haya un proceso de involucramiento social en la definición de prioridades, no podemos seguir pensando que la ciencia y la tecnología son dos aspectos separados y mucho menos que la innovación es un tema sólo de los emprendedores. Necesitamos poner atención en las tecnologías emergentes y apostar no sólo a su desarrollo científico, sino a su consolidación como motor de desarrollo económico y social. Pero ello implica pensar en el financiamiento, en un marco regulatorio y en políticas públicas coordinadas que tengan objetivos y metas claras. Para ello deberíamos comenzar por pugnar por un aumento en el gasto público en I+D, pero también en buscar incentivos para que las empresas mexicanas den ese tan añorado salto hacia el uso y desarrollo de las nuevas tecnologías.

Como investigadores estamos comprometidos con seguir aportando desde nuestras trincheras en la construcción de espacios, donde la convergencia tecnológica ayude a solucionar problemas gracias a la interacción acumulativa y transformadora que se lleva a cabo entre distintas disciplinas científicas, desarrollos tecnológicos y las comunidades que los generan; con el propósito de lograr mayor integración, objetivos compartidos, así como mayor sinergia en su aplicación e implementación. Todo ello con la finalidad de crear valor a través de la generación de nuevos productos y mercados, lo que a su vez repercute positivamente en el incremento de la velocidad con que se realizan innovaciones tecnológicas.[2]

[1] Stezano, F. (2016) Prólogo, en Stezano F. (coord.) Perspectivas y enfoques de la convergencia. CONACYT, LANIA, Red Convergencia de Conocimiento para Beneficio de la Sociedad. México, 1ª. Edición.

[2] Reyes, Morales y Amaro (2017).“Convergencia tecnológica: el caso de la bio y nanotecnología. Un análisis mediante patentes”. Ponencia del Congreso Latino-Iberoamericano de Gestión Tecnológica ALTEC México.

Centros Públicos de Investigación en México

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Cuando hablamos de investigación científica y tecnológica solemos pensar únicamente en las Universidades públicas del país. Efectivamente gran parte de la investigación se desarrolla en dichas instituciones, pero en el país contamos con el sistema de Centros Públicos de Investigación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología CONACYT.

Este sistema está compuesto por 27 instituciones de investigación en las áreas científicas, tecnológicas, sociales y humanidades. A su vez, éste se divide en tres subsistemas: Ciencias Exactas y Naturales (10 Centros); Ciencias Sociales y Humanidades (8 Centros); Desarrollo Tecnológico y servicios (8 Centros); y uno más especializado en el financiamiento de estudios de posgrado.

En esta ocasión me centraré en las áreas de ciencias exactas y naturales. Entre los que encontramos a los siguientes: Centro de Investigaciones en Óptica A.C., Centro de Investigación en Alimentos y Desarrollo A.C., Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada, B.C., Centro de Investigación Científica de Yucatán, A.C., Centro de Investigación en Matemáticas, A.C., Centro de Investigación en Materiales Avanzados, S.C., Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica, Instituto de Ecología, A.C., Instituto Potosino de Investigación Científica y el Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste, S. C. Todos los centros se encuentran distribuidos a lo largo del país y algunos de ellos cuentan con diversas sedes.

Los objetivos son muy diversos, ya que dependen de su área de especialización, pero en términos generales todos buscan: A) Generar conocimiento científico y promover su aplicación a la solución de problemas nacionales. B) Formar recursos humanos de alta especialización, sobre todo a nivel de posgrado. C) Fomentar la vinculación entre la academia y los sectores público, privado y social. D) Promover la innovación científica, tecnológica y social para que el país avance en su integración a la economía del conocimiento. E) Promover la difusión y la divulgación de la ciencia y la tecnología en las áreas de competencia de cada uno de los Centros que integran el Sistema y F) Fomentar y promover la cultura científica, humanística y tecnológica de la sociedad mexicana.

No tengo la menor duda en decirle que todos y cada uno de ellos son centros de excelencia reconocidos a nivel nacional e internacional y su contribución va mucho más allá de lo que imaginamos. El año pasado, tuve la fortuna de visitar al Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste, S. C. (CIBNOR) y me llevé una grata sorpresa, no sólo por la hospitalidad con que me trataron, sino porque me di cuenta de las potencialidades con las que contamos en el país.

El CIBNOR realiza investigación y desarrollo tecnológico en las ciencias biológicas y en el uso, manejo y preservación de los recursos naturales. Para ello, se subdividen en los departamentos de: acuicultura, agricultura en zonas áridas, ecología pesquera y planeación ambiental y conservación. Como mencioné previamente, además de hacer investigación cuentan con la formación de recursos humanos a nivel posgrado y ofrecen una serie de servicios especializados, asesoría y consultoría. Pero también tienen una oficina de transferencia tecnológica y por si fuese poco un parque de innovación tecnológica.

Durante mi visita me entrevisté con diversos investigadores para conocer algunos de sus proyectos y fue muy alentador encontrar una serie de experiencias exitosas y muy interesantes de las que ahora le hablaré.

El primero de ellos se denomina “Biorrefinería para la producción de biogas, biodiesel e hidrógeno a partir de microalgas y aguas residuales domésticas. (Proyecto INECOL con un módulo de participación del CIBNOR) en el cual participa la Dra. Lora Vilchis. Dicho proyecto se inserta en la preocupación sobre la crisis de los energéticos y precisamente, este proyecto busca contribuir con alternativas para la producción de energéticos basados en las microalgas. El objetivo general del proyecto es la generación de conocimiento de frontera a nivel laboratorio y de planta piloto, de un Sistema Integral de Biorefinería para la producción de biogas, biodiesel a partir de microalgas y de hidrógeno a partir de residuos algales, utilizando aguas residuales domésticas.[1] Para ello, han comenzado un proceso de selección de cepas, búsqueda de especies con alto potencial energético, aislamiento de especies, cultivo y evaluación de los contenidos de lípidos. Probablemente muchos de nosotros no entendemos las minucias del proyecto, pero lo que sí sabemos es que el desarrollo científico y tecnológico que de aquí se desprenda, contribuirá enormemente con un tema de interés para el país y para el mundo sobre cómo hacer frente a una posible crisis energética de recursos fósiles y las opciones de abastecimiento de energía por otros medios naturales y renovables.

Otro de los proyectos que tuve la fortuna de conocer está a cargo de la Dra. Gómez Anduro, quien ha desarrollado junto con su equipo un proceso de evaluación de metodologías para la detección de elementos transgénicos en campo y así compararlas con una herramienta colorimétrica de detección de ADN para seleccionar y validar una técnica sensible, específica y de bajo costo que pueda ser transferido como tecnología al personal de inspección y monitoreo de organismos genéticamente modificados (OGMs) en México. Puede ser que ahora mismo a usted esto le suene sumamente complicado, pero lo resumiré en lo siguiente.

Cuando hay una modificación genética en algún cultivo, es muy difícil identificar todos los OGMs presentes; usualmente suele hacerse prueba gen por gen, sin embargo, esto suele ser costoso y tardado, por lo que este grupo de investigación se ha planteado el objetivo de desarrollar un kit de bajo costo y que pueda ser usado fácilmente por productores o personal de inspección de las agencias nacionales encargadas de ello, lo cual significaría llevar un registro oportuno, rápido y barato sobre la presencia de OGMs en el campo mexicano. Hace un año, cuando los entrevisté, ya tenían una serie de resultados importantes y se encontraban en proceso de definición sobre la mejor ruta comercial y/o de transferencia para el desarrollo que a nivel mundial es algo innovador y altamente competitivo que solucionará grandes controversias en el tema.

Estos son sólo dos ejemplos de lo que se hace en el CIBNOR. Me gustaría hablarle de algunos más, pero por el espacio lo haré en otra ocasión, ahora me gustaría que nos quedáramos con la idea de que en México se cuenta con centros de investigación de excelencia, con desarrollos de primer nivel y que muchas veces lo que nos hace falta es mayor conocimiento sobre lo que está sucediendo en la ciencia y la tecnología en el país. Para mí ha sido muy motivante conocer estas experiencias y mi intención al compartirlas aquí es difundirlas y emocionarlos con lo que he ido descubriendo durante estos años y, de nuevo, hacerlos reflexionar que la investigación y el desarrollo tecnológico sólo cobra sentido cuando solucionamos problemas tangibles, presentes en nuestro día a día, aunque a veces no nos demos cuenta de ello. Hasta la próxima.

[1] Información recabada del sitio oficial del CIBNOR.

La calidad de la ciencia en México

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Cada año acudo a un par de congresos internacionales, la finalidad es compartir mi trabajo con colegas de todo el mundo, conocer qué se hace en otros países y grupos de investigación y ponerme al día sobre temas, metodologías y nuevas propuestas. Es interesante identificar áreas de oportunidad y problemáticas comunes en diversas latitudes. Hace una semana participé en uno de estos congresos en Lyon (Francia), y observé que los mexicanos tenemos una baja participación en este evento y me pregunté la razón.

Pienso que tenemos la capacidad suficiente para compartir lo que investigamos en México, tenemos científicos de reconocida calidad en todas las áreas, incluidas las ciencias sociales, pero creo que hay otras razones que nos impiden participar. En primer lugar, el manejo del inglés, y lo digo porque veo en mis alumnos de licenciatura y posgrado una falta de formación en el tema. Por lo menos en mi universidad los alumnos se esfuerzan por cumplir el requisito formal de pasar el examen de lectura y comprensión, pero eso no quiere decir que sean capaces de expresarse frente a público especializado. Apremia que los estudiantes tengan la formación bilingüe que les permita hacer redes alrededor del mundo y moverse libremente por donde así lo deseen.

También veo que hay investigaciones conjuntas entre alumnos y profesores y quien acude a presentarla es el profesor. Esto me lleva a pensar que sólo los profesores consiguen financiamiento para el viaje, pero sería necesario encontrar un mecanismo para que los alumnos sean los que vayan a los eventos y discutan sus trabajos. Sé que esto no es fácil, no es que sobren recursos, al contrario, son limitados, pero necesitamos incentivar a nuestros alumnos de alguna manera. Por ejemplo, este año celebramos dos cosas relevantes en los estudios de la ciencia, tecnología e innovación en México. El primero son los 40 años del Seminario de Administración de la Ciencia y la Tecnología del posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM y los 25 años de la maestría en Economía, Gestión y Políticas de Innovación de la UAM-X. Ambos son los espacios más longevos sobre el tema y a propuesta de los segundos, se ha convocado a los estudiantes de posgrado de todas las instituciones relacionadas con el tema como al CINVESTAV, CIECAS-IPN, IBERO y FCA UNAM a participar en un congreso de estudiantes, donde sólo ellos sean los protagonistas. Esto me parece fundamental porque les brindará la oportunidad de salir y conocerse, discutir y tener una importante experiencia con sus pares. Iniciativas como ésta deben fomentarse y hacerse visibles, y por eso la comparto aquí, ya que es fundamental el trabajo cooperativo y en red al que apelamos tanto desde las ciencias sociales.

Finalmente, creo que la última barrera tiene que ver con la idiosincracia, creo que debemos creer en lo que hacemos. Nuestras investigaciones están al nivel del mundo y somos capaces de discutirlas con los grandes gurús y con los que se están formando como yo y muchos más, ya que a veces creemos que nuestros temas sólo nos interesan a nosotros mismos o a nuestra pequeña red cercana y la verdad es que no es así, tenemos mucho que compartir y aprender.

Ahora sólo he hablado sobre lo que pasa en las ciencias sociales, pero no dudo en que las demás ciencias presentan escenarios similares. Necesitamos incentivar la colaboración más allá de nuestras fronteras, necesitamos más gente capaz de salir, aprender y regresar a enseñarnos a los demás. El mundo globalizado implica también fomentar el conocimiento, la tecnología, las formas de organización y por ello tenemos que pugnar por un desarrollo científico incluyente donde no sólo los de siempre sean los que acuden a los congresos. No sé cómo, pero es urgente pensar en alternativas que nos permitan introducirnos en los círculos de discusión a nivel mundial.

Al final, creo que la construcción de la ciencia es un proceso conjunto donde hay una constante retroalimentación, pero también sé que es una cuestión de poder y de mando y que hay que luchar mucho para ser escuchados, pero no es imposible, la ciencia la construimos de muy diversas maneras, pero estoy convencida de que necesitamos ir a los diversos epicentros y hacernos notar.

Esta reflexión me lleva a lugares comunes y algunos obvios, pero creo que es importante que todos aquellos que no están relacionados con el quehacer científico conozcan cómo es este proceso y las dificultades que enfrentamos en el día a día. Recuerdo que alguna vez un profesor del doctorado me dijo: “hemos elegido una profesión absurda, pasamos años investigando algo, dedicamos tiempo, esfuerzo y recursos. Escribimos un artículo o un libro y vamos a presentarlo a nuestros pares y en un sentido masoquista esperamos que nos critiquen y nos destrocen por cualquier cosa, ya sea teórica o metodológica”, y pues sí, la verdad es que nuestro trabajo no termina cuando presentamos nuestros resultados, allí comenzamos una nueva etapa de reajustes y reelaboración; duele sin duda, pero también de la crítica se aprende y mucho.

En síntesis, nuestra calidad es buena, competitiva a nivel mundial, pero necesitamos confianza y recursos para salir de nuestra zona y exponernos a la crítica internacional, debemos motivarnos e incentivar a nuestros alumnos a salir y conectarse con este mundo cada vez más interconectado.

¿Para qué innovar?

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Y si yo le preguntara en este momento: ¿qué imagen le llega a la mente cuando le digo la palabra “innovación”? ¿Qué me respondería? ¿Es una persona, una tecnología, un producto, un producto o todos juntos? Estoy casi segura de que alguno de ustedes pensó en Steve Jobs, en la marca de la manzana, en Uber o algo similar.

Nuestras referencias sobre la innovación están dominadas por imágenes de personas, empresas y marcas extranjeras, pero quiero decirle que en México también se hace innovación de calidad y lo más importante, innovación que resuelve problemas productivos muy diversos.

Hace un par de años entrevisté a una organización de productores de café ubicados en los límites del estado de Veracruz y Puebla que enfrentaban muy diversos problemas. Uno de ellos tenía que ver con la fertilidad de los suelos. Lamentablemente y como resultado negativo de la revolución verde, habían abusado del uso de plaguicidas y pesticidas, además de que tenían un conflicto grave con la erosión del suelo. Esto había llevado a que la producción de la zona decayera y, por tanto, al no haber trabajo se habían visto forzados a migrar y a abandonar su trabajo. Así, después de unos años, el poblado se quedó con una población mayoritariamente dominada por personas de la tercera edad, mujeres, niños y adolescentes.

El panorama no pintaba nada bien para los pobladores y se enfrentaron al dilema de ¿qué hacer? Afortunadamente, en medio de los problemas los pobladores contaban con un ingeniero agrónomo, también productor en la zona y conocedor de las necesidades. Su experiencia como técnico y extensionista lo llevaron a plantearse seriamente la posibilidad de encontrar una respuesta tecnológica para diversos temas, y con mucho interés y dedicación el ingeniero decidió acudir a un par de cursos en una universidad cercana donde planteó la problemática de la región. Se dio cuenta de que la solución no era tan complicada, en primer lugar, lo que se requería era reorganizar a los productores de café que se encontraban desarticulados por las crisis que habían enfrentado por las fluctuaciones del precio a nivel mundial y las mejoras tecnológicas que se han implementado por otros países productores, además de la falta de mano de obra. Y, en segundo lugar, la necesidad de solucionar un problema de plaga de hongos en el suelo.

El reto consistía en generar variedades resistentes de semilla de café. La solución, por lo tanto, radicaba en lograr la producción de híbridos con plántula con mejores características y resistencia. Después de un proceso de prueba y error, y de trabajo conjunto con la universidad a la que acudió, lograron desarrollar este tipo de planta de café, generaron tierra con mejores propiedades que la normal al enriquecerla con cierto tipo de bacterias y lombrices.

Esto a su vez implicó retos para la transferencia de la tecnología desarrollada, ya que era necesario enseñarles a los productores cómo injertar las plantas y cómo producirlas (con el tipo de tierra que se creó). Para ello, implementaron cursos de capacitación a los productores interesados y una vez que estos demostraron resultados se organizaron nuevos grupos de capacitación y así sucesivamente.

Sin embargo, los problemas a los que se enfrentaron fueron muy diversos, algunos tenían que ver con la falta de disposición de los productores para asistir a las capacitaciones, falta de personal que cuidara los injertos en los invernaderos y, sobre todo, continuidad una vez que habían dado la capacitación de manera que los injertos pudieran ser cultivados exitosamente. Poco a poco superaron los obstáculos y lograron establecer un proceso de producción equilibrada ya que al darse cuenta de que los injertos tenían buenos resultados, los productores (en su mayoría mujeres) se convencieron de que podía ser buena opción invertir tiempo en sus tierras, muchas veces olvidadas, y enseñarles a sus hijos como producir. Además, lograron que la producción de café fuese estable debido a que con cofinanciamiento gubernamental lograron introducir nueva maquinaria y desecharon el viejo método, en el cual usaban grandes cantidades de agua que contaminaban y también aprendieron a usar los desechos del café para la generación de energía.

La innovación de la que le he hablado aquí nada tiene que ver con la imagen que asociamos al término usualmente, no es una innovación disruptiva con impacto a nivel mundial, es más, seguramente es una innovación que en otro contexto no sería considerada como tal, pero, ¿qué la hace relevante? Desde mi perspectiva, es una innovación con mucho sentido ya que resuelve un problema muy particular, articula a los productores de nuevo y les ofrece una oportunidad para no migrar y, sobre todo, para convencer a los jóvenes de que puede ser una opción viable. Con mucho gusto le puedo decir que en el momento de la entrevista conocí a un par de jóvenes que habían decidido estudiar agronomía para poder contribuir con más mejoras tecnológicas en la producción de café. El ingeniero estaba pensando en hacer un pequeño laboratorio de investigación y desarrollo y dar soluciones tecnológicas a más cultivos de la zona, al mismo tiempo que se respiraba un ambiente de esperanza entre los pobladores al darse cuenta de que podían encontrar soluciones a sus problemas de manera sencilla y cercana.

Con todo lo anterior, lo único que quiero decirle es que cuando yo pienso en innovación, pienso justamente en este grupo de productores cafetaleros, pienso en que la verdadera innovación es la que tiene un impacto social e inclusivo; innovar significa solucionar y mejorar nuestro contexto. Por eso, ojalá después de leer esto usted también pueda ver que más allá de las grandes innovaciones, existen ejemplos palpables y cercanos, pero en muchas ocasiones totalmente desconocidos y que, sin duda, son igual de importantes que aquellos que aparecen en las cápsulas de tecnología.

Vincular, incentivar e innovar en México

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En el 2014-2015 un grupo de colegas y yo participamos en la evaluación del Fondo de Innovación Tecnológica (FIT) de la Secretaría de Economía (SE) y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), si usted no está familiarizado con ello le comento que es un programa de apoyo al financiamiento a la innovación. La finalidad del Fondo es incrementar las capacidades tecnológicas de las empresas y mediante un mecanismo de inversión compartida, la cual varía de convocatoria y de tipo de modalidad en la que se participe, las empresas y el Estado comparten el riesgo que implica el desarrollo de innovaciones.

La innovación en sí misma es un proceso incierto, bien a bien no se sabe cuáles son los resultados que se obtendrán y muchas veces esto se vuelve un obstáculo para el desarrollo productivo, ya que las empresas suelen buscar escenarios planificados y ciertas proyecciones más o menos estables; es por ello que apostar a la innovación suele ser una decisión compleja y no fácil de llevar a cabo. Es bajo ésta y otras premisas que el Estado ha decidido que, si quiere contar con empresas que desarrollen innovaciones, será necesario tener mecanismos de financiamiento para incentivarlas y de alguna manera acompañarlas.

No es objeto de esta columna presentarle los resultados de la evaluación, lo que me gustaría es rescatar un par de ejemplos de casos exitosos que fueron publicados en el Libro denominado Yo innovo, él innova, todos innovamos: 15 proyectos apoyados por el FIT. Y me parece importante hacerlo, porque si bien lamentablemente en México no contamos con una cultura empresarial proclive a la innovación, vale la pena destacar los esfuerzos de aquellos que desde diversas trincheras apuestan por el riesgo y con una visión emprendedora han logrado superar sus problemas y/o posicionarse en el mercado de forma exitosa.

Existen muy diversas definiciones sobre lo que significa innovar, pero en lo particular me gusta pensar a la innovación como el proceso constante de aprendizaje que resulta de la interacción de diversos actores a nivel interno y externo y que involucra la aplicación y el uso de nuevas ideas y conceptos en la modificación de procesos, productos, servicios y prácticas con impacto en el desempeño de las organizaciones, y que necesariamente implica cambio, cuyo fin es la resolución de un problema en específico de la sociedad. Observe que, en mi definición, innovar tiene como principal objetivo “solucionar problemas”, y quise destacarlo porque le hablaré de un ejemplo que logró esto por distintos caminos.

El caso del que le hablaré es la empresa Investigación Aplicada S.A. (IASA); esta empresa tiene una larga historia que me gustaría exponerle aquí, pero que por razones de espacio no lo haré y vea que es plan con maña para que revise el libro que le mencioné antes y que puede encontrar en la red. En fin, IASA es una empresa mexicana que surgió con una premisa fundamental: resolver los problemas de salud animal que enfrentaba el crecimiento de la granja avícola familiar, la cual había pasado de una producción de mil a cien mil aves en algunos años. El crecimiento en el número de aves generó muy diversas necesidades para su cuidado y reproducción, sobre todo porque se volvió más complicado el manejo sanitario y la aparición de enfermedades era cada vez más recurrente.

Ante este panorama, la empresa familiar decidió desarrollar sus propias soluciones, y aunque esto suene un poco ocioso porque usted podrá preguntarse “si no era más sencillo ir al mercado y comprar las vacunas existentes”, la respuesta es que esta solución no resolvía el problema de fondo. Y no lo hacía debido a que se habían dado cuenta de que, por ejemplo, al comprar los productos existentes en el mercado para solucionar un brote de gripe, había un número muy importante de aves que morían; lograban detener la expansión de la enfermedad, pero no evitaban las muertes de muchas infectadas.

Con un poco de curiosidad se dieron cuenta de que las soluciones que se ofrecían en el mercado no eran específicas para el tipo de enfermedad que se presentaba en sus aves, digamos que, en términos muy sencillos, sucede que los grandes laboratorios internacionales lo que hacen es identificar a nivel mundial la cepa de la enfermedad más recurrente y desarrollar una solución, medicamento o vacuna sólo para dicha cepa.

Esto tiene mucha lógica porque invertir en investigación y desarrollo (I+D) es costoso, riesgoso y lleva años lograr resultados, así que, bajo una lógica de mercado, lo mejor es dedicar tus esfuerzos sólo en la cepa más frecuente a nivel mundial y venderla a todo el mundo a pesar de que existan variaciones de ella. Lo anterior significa que cuando se trataban a las aves enfermas, muchas de ellas no se curaban porque la solución no era cien por ciento efectiva para su padecimiento.

Ante este panorama, la empresa avícola decidió que buscaría sus propias soluciones y decidieron crear un sistema que les ayudara a sanar sus enfermedades, pero también comenzaron la elaboración de diversos tipos de alimentos balanceados para sus aves y para diversas granjas de la región. Al darse cuenta otros productores de la zona de que esta empresa tenía mejores resultados con sus medicamentos propios, comenzaron a demandarles servicios para sus granjas. Con el paso del tiempo, IASA estableció dos laboratorios y fue creando capacidades tecnológicas muy diversas ya que ahora realizaban cierto tipo de monitoreo sobre la salud animal de la región y además conocían bastante bien el comportamiento de las enfermedades recurrentes en México. De manera resumida y después de muchos años, IASA logró establecerse como una empresa proveedora de salud animal para la región, basados en el desarrollo de soluciones a la medida. Esto lo pudieron hacer gracias a la decisión de apostar por la tecnología, pero también al incentivo que significó para ellos participar en el FIT.

En un par de entrevistas que realicé con la empresa, pude observar que, si bien ellos hubiesen podido solos con sus recursos lograr el desarrollo de productos exitosos, su participación en los fondos públicos les permitió hacerlo de manera más ordenada y rápida. Sin duda, contar con una inyección de recursos externos fue una ventaja porque no tuvieron que esperar tanto tiempo para llevar a cabo I+D, pero además de ello, lograron formalizar y estandarizar un proceso de gestión tecnológica que los hizo acreedores al Premio Nacional de Tecnología. Pero lo más relevante, desde mi perspectiva, es que aprendieron a solucionar problemas de forma cooperativa. Esto quiere decir que tuvieron que acudir a las universidades para vincularse en los procesos de I+D, ya que no contaban con los suficientes recursos y conocimientos sobre cómo solucionar problemáticas muy específicas.

Así, de manera atropellada al principio y con diversos problemas burocráticos, lograron establecer relaciones con diversas instituciones educativas, pero en particular con el Centro de Investigación en Biotecnología Aplicada (CIBA-Tlaxcala) del Instituto Politécnico Nacional, con quien llevan más de diez años de relación en muy diversos proyectos y con quienes ha logrado crear productos innovadores para el mercado de la salud animal.

El caso de IASA es un claro ejemplo de cómo la resolución de un problema muy específico, puede llegar a través de procesos de vinculación con las universidades y de la generación de capacidades tecnológicas, impulsadas por el Estado, mediante programas de financiamiento al desarrollo de productos innovadores. Estos productos no sólo significan un beneficio para la empresa, también significan un aumento en la productividad del sector avícola, ya que ahora existe una solución específica para un problema específico.

Esto me lleva a pensar qué tipo de innovaciones pueden nuestras empresas desarrollar, y creo que si bien es muy difícil competir con las grandes transnacionales, se pueden formar capacidades tecnológicas y de innovación que les permitan posicionarse en nichos de mercado de forma competitiva. Pero esto puede ser más sencillo si existen programas adecuados para incentivarlas y acompañarlas en el proceso incierto llamado innovación.

La controversia sin fin: los Organismos Genéticamente Modificados

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A principios de mayo se llevó a cabo la Cumbre Mundial sobre la Innovación Alimentaria en Milán, Italia; en ella se discuten temas referentes a toda la cadena alimentaria, lo que incluye procesos y productos desde la granja hasta la mesa. El objetivo es discutir temas tan relevantes como la relación entre producción y consumo de alimentos con variables como el aumento poblacional a nivel mundial, las condiciones sociodemográficas, la escasez de recursos naturales disponibles, salud, medio ambiente y procesos de comercialización. Todo lo anterior, bajo el reconocimiento de que la producción de alimentos enfrenta retos inmediatos y a largo plazo que deben ser atendidos y discutidos desde muy diversos ámbitos.

En esta ocasión, el invitado de honor fue el ex presidente de los Estados Unidos de Norte América: Barack Obama. Su presencia tiene diversas lecturas, ya que no es casual que sea invitado a presentar su posición sobre el tema ante las recientes declaraciones del presidente Trump en contra de temas científicos y tecnológicos. Basta recordar su posición sobre el cambio climático y la negación ante tal hecho. Es por ello que la presencia de Obama cobra relevancia; pero más allá de su sola asistencia, quisiera destacar parte de la interacción que mantuvo con Sam Kass, ex jefe de la Casa Blanca, sobre el tema de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM). En la conversación pública que mantuvieron hablaron del potencial que los OGM tienen a nivel mundial para mejorar temas como la producción y el consumo, reconociendo que representan una oportunidad que puede ir desde la reducción de uso en el agua, los herbicidas, pesticidas y, además, mejorar ciertas condiciones nutrimentales, como el caso del arroz dorado el cual ha tenido un impacto muy importante en la resolución de problemas de salud y acceso a la alimentación, ya que es un arroz modificado genéticamente que contiene una alta dosis de Vitamina A, y que ha sido destinado a zonas pobres de Asia y África particularmente para niños que sufren deficiencia de dicha vitamina.

Tal y como lo reconoció Obama, el debate sobre los OGM es muy controvertido, hay posiciones encontradas y resultados muy diversos. Pero, no podemos negar que las modificaciones genéticas nos han acompañado siempre. El maíz que usted y yo comemos en resultado de años de modificaciones genéticas del teocintle, el cual no es comestible, pero el maíz sí lo es. O la cerveza que usted disfruta en compañía de sus amigos también incluye una serie de productos resultado de la modificación genética, o los quesos, la leche y una larga lista de productos. La gran diferencia es que antes dichos procesos tardaban siglos para llevarse a cabo y en la actualidad esto se puede lograr con técnicas muy sofisticadas en un laboratorio en un tiempo relativamente corto.

Entiendo la incertidumbre que nos causa el uso de OGM y su consumo; si bien es necesario contar con un esquema precautorio y regulatorio muy claro, no debemos cerrarnos a las posibilidades que la ciencia y la tecnología nos ofrecen en temas más acuciosos. Cabe mencionar, que en el 2016 la Academia Nacional de Ciencias en Estados Unidos, realizó una revisión de más de 900 estudios sobre los OGM y concluyó que no hay evidencia contundente sobre daños a la salud humana.

Si usted como consumidor está preocupado por saber qué consume, lo comprendo bien, ya que la libertad de elegir es muy importante, por ello pienso que países como Estados Unidos y Canadá han hecho lo correcto al legislar el etiquetado obligatorio en los productos alimenticios. Pero esto, es sólo una parte de lo que implica la legislación en OGM.

En mi perspectiva, el tema en México es distinto, ya que los activistas en el país han estado más preocupados por el uso de semillas OGM, particularmente el maíz, que por el consumo directo. Esto sin duda es muy relevante, si tomamos en cuenta que México es considerado centro de origen de diversas variedades de maíz y culturalmente representa para muchas poblaciones un recurso simbólico y un mecanismo de autosuficiencia alimentaria. Y si bien, hay grandes transnacionales interesadas en convertir el uso de semillas OGM en un negocio, también hay centros públicos de investigación nacionales y universidades que realizan investigaciones que pueden representar ventajas para los productores de maíz y que a través de diversos tipos de transferencia tecnológica podrían representar ventajas para dichos productores.

En diversas visitas que he realizado con productores de maíz a lo largo del país, he identificado una serie de problemáticas muy puntuales como la degradación del suelo, la falta de nutrientes, la escasa tecnología, el uso indiscriminado de fertilizantes químicos y pesticidas, la dificultad para comercializar. En pocas palabras, para muchos productores producir maíz no es en ningún sentido productivo, es más, en ocasiones pierden más de lo que ganan y es allí donde mi lógica de economista choca totalmente y me pregunto: ¿y por qué siguen produciendo? Bueno, pues lo hacen por tradición, cultura y simbolismo. Porque se los enseñaron sus padres y porque les permite alimentarse, pero no lo ven como un negocio.

No quiero decir que los OGM sean la panacea y la respuesta a todos nuestros males referentes a la alimentación, pero por lo menos en lo referente a algunas semillas básicas, podrían representar una oportunidad para mejorar las condiciones de cultivo y de comercialización. Ello no quiere decir que necesariamente se recurra a las grandes transnacionales de las semillas modificadas. Estoy sugiriendo que miremos a nuestros centros de investigación, que aprovechemos el potencial que hay allí adentro y que con un marco regulatorio muy bien cuidado motivemos tanto a la investigación como al desarrollo tecnológico en beneficio de la sociedad.

Pero esto no se puede lograr sin que haya cierto consenso y direccionalidad, no sólo de consumidores, productores e investigadores. Es necesaria una verdadera dirección política que esté dispuesta a plantear el tema como un eje fundamental de la política alimentaria, científica y tecnológica del país.