Historias para recordar

¡Ay, Chatito! La historia de Félix Díaz Mori

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Por lo regular nuestros presidentes suelen tener un hermano incómodo, fichitas lisas que, al sentirse amparados a la sombra del poderoso, hacen de las suyas a diestra y siniestra. Si se quedaran incomodando a los suyos no habría problema, pero la mayoría de las veces quienes terminan padeciendo los desplantes de prepotencia, abusos de poder y descalzada megalomanía de estos malandros es el pueblo, que se encorva bajo el viejo adagio: ¡dígale no al ampáyer! Sin embargo, en ocasiones el destino hace justicia y el hermano incómodo, después de su chubasco de fechorías, recibe su gran merecido.

Esto le sucedió a Félix Díaz Mori (hermano de Porfirio Díaz), hombre intolerante, comecuras despiadado, explosivo, altanero, cruel e injusto con sus mismos paisanos oaxaqueños, a quienes hizo ver su suerte mientras gobernó el Estado por cuatro años.

El padre de Díaz, José de la Cruz Díaz Orozco, negociante y dueño de un mesón, murió víctima del cólera, en 1833, dejando viuda joven y cinco pequeños, siendo el más chico Felipe Santiago (después cambió su nombre a Félix), de apenas cinco meses. En tan sólo un par de semanas la epidemia mató a más de dos mil, de los veinte mil habitantes en la ciudad de Oaxaca.

presidente
María Petrona Mori, madre de Porfirio y Félix, en una fotografía realizada hacia 1854 en Oaxaca.

Al igual que su hermano Porfirio, tres años más grande y a quien seguía a todos lados, Felipe también pasó por el Seminario Conciliar y después por el Instituto de Ciencias y Artes, el cual se distinguía por sus ideas liberales alejadas de la religión. Pero Felipe pasaba más tiempo con las orejas de burro puestas que en el pupitre. Su carácter intempestivo y arrojado lo hacían preferir la vida silvestre entre ríos y cerros. Más fuerte que Porfirio, El Chato, cómo lo apodaban por sus toscas facciones (inclusive la emperatriz Carlota en sus cartas lo llamaba el “Chato Díaz”), era un atleta nato que además llegó a ser un espléndido jinete. Años después portaría con orgullo una cicatriz en la cara causada por un flechazo, regalo de los indios apaches que bajaban de Texas a los estados del norte y que Felipe combatió en San Luis Potosí. Por lo menos ésta le daba originalidad a su fealdad.

En aquél tiempo en la ciudad de Oaxaca sólo se podía estudiar para cura, abogado o médico, por lo que la carrera de las armas fue la mejor opción para el Chato Díaz, quien en caliente quiso meterse como voluntario a un batallón de artillería, pero su hermano Porfirio lo convenció de que lo mejor era estudiar cabalmente en el Colegio Militar de Chapultepec, al que ingresó en 1854.

En la hoja de servicio sus jefes lo calificaron de la siguiente manera:

“Ojos: negros. Nariz: chata. Color: blanco. Frente: regular. Valor: se le supone. Capacidad: poca. Aplicación: ninguna. Instrucción en tácticas y ordenanza: ninguna. Conducta militar: mala. Salud: buena.”

presidente de México
Porfirio Díaz, Luis Pérez Figueroa, Félix Díaz y Manuel González.

Aún así, además de buena salud, el Chato tenía cualidades especiales que en las posteriores guerras que sostuvo lo convirtieron en un soldado de respeto, tanto para sus oficiales como para los de la tropa, con quienes encajaba perfectamente, quizás por lo primitivo.

Sería también en el Colegio Militar que el Chato hizo amistades importantes para toda la vida, entre ellas, la de Miguel Miramón, héroe de pasado brillante en las reyertas contra los norteamericanos y que a los veintiocho años se convirtió en el presidente más joven de la historia en nuestro país. El Chato lo siguió al estallar la guerra de Reforma contra Benito Juárez, que él conocía y que su hermano apoyaba. Para el Chato lo único válido era la lealtad, lealtad a la gente, a las instituciones, al país, lo demás eran meras politiquerías. Por lo mismo en esa época se enemistó de su hermano.

Alcanzado el grado de teniente coronel, el Chato y su caballería fueron de los primeros mexicanos en confrontar a los franceses, antes de la batalla del 5 de mayo, en 1862. Al lado de su hermano fueron derrotando poco a poco a los galos hasta alcanzar a ocupar la Ciudad de México el 21 de junio de 1867, dos días después de que fusilaran a Maximiliano en Querétaro.

A partir de entonces, los Díaz se metieron a la política, y mientras el hermano mayor perdía la candidatura a la presidencia frente a su paisano Juárez, el Chato ganaba en 1867 la gubernatura de su estado. Entonces, como dicen, ardió Roma, pues Félix Díaz gobernó como si estuviera en guerra todo el tiempo.

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Repografía de Félix Díaz Mori (Imagen: INAH).

A tres años en el gobierno Félix Díaz era autoritario e intolerante, pero sobre todo un antirreligioso violento. Además, no era antirreligioso de panfleto, sino que se encargó de limitar el poder del clero y en cuanto tenía ocasión se presentaba personalmente con su séquito a burlarse de curas, monjas y monaguillos por igual. En una acción sin precedente permitió que se destruyeran pinturas, muebles, retablos y esculturas del templo de Santo Domingo, lo que llevó a la turba a saquear iglesias y conventos. ¡¿Qué hubiera dicho su señor padre?! Un ferviente católico que rezaba a cada rato y hasta llegó a usar el hábito de los terciarios de la orden de San Francisco.

Durante su periodo hubo una sublevación por parte de los juchitecos en el istmo de Tehuantepec: “Tengo la firme certeza de exterminar a los sublevados en veinte días y cortarlos de raíz”, escribió el Chato al presidente Juárez. A mediados de 1870 un grupo de juchitecos, gente creyente y aguerrida, atacó un retén del ejército como protesta por los injusticias del gobierno.

La cosa se fue agrandando hasta que el Chato armó batallón y marchó a Juchitán personalmente. Después de fuertes luchas, Díaz venció a los sublevados y mandó a quemar el pueblo entero, para después pasar a cuchillo a los que alcanzaran. Además, capturó y fusiló a varios héroes que habían combatido valientemente a los soldados franceses.

Fue entonces que ya ensatanado, Chatito Díaz decidió entrar con todo y caballo a la parroquia principal, donde con una cuerda lazó como ternero al santo patrono del pueblo, el dominico San Vicente Ferrer, y ante la gente horrorizada arrastró al santo por todas las calles.

juchitecos
Foto histórica de Juchitán, Oaxaca (Tomada de: México en Fotos).

De regreso a la capital del estado, el Chato se sentía el mismísimo Napoleón de las tlayudas, un gran conquistador, hasta que recibió la llamada del Juárez regañándolo y ordenándole que de inmediato regresara el santo a su gente. Obedeciendo, el Chato mandó a empaquetar la reliquia, pero como no cabía en la caja le cercenó los brazos, los pies y la cabeza, misma que se quedó como trofeo.

Los juchitecos jamás perdonaron la profanación y majadería. Y como nadie es dueño de su destino, el momento de venganza llegó cuando dos años después, mientras el Chato secundaba a su hermano Porfirio en su rebelión contra la reelección de Juárez (Plan de Noria), los juchitecos lo apresaron cerca de Pochutla en enero de 1872.

Así, “el Gobernador fue atado a un caballo y arrastrado por el campamento, tal como él hiciera con el Santo Patrón de Juchitán. Con la ropa desgarrada y la piel sangrante, los soldados descalzaron a El Chato, y con un filoso machete le cortaron las plantas de los pies, dejándolo sin piel. Acto seguido, lo obligaron a caminar en la arena caliente (otros refieren que sobre carbón al rojo vivo). Las palabras que Félix Díaz escuchaba de los juchitecos eran una repetición constante de acuérdate de San Vicente. Finalmente, al Gobernador de Oaxaca le cortaron los genitales y se los introdujeron en la boca, para después cortarle los brazos y la cabeza, de modo que la humillación que él propinó estaba saldada. Los zapotecas istmeños cobraban caro la mutilación y desaparición de su santo.”

Años más tarde, cuando Porfirio Díaz ya era presidente, le presentaron a uno de los asesinos de su hermano. Díaz lo miró y ordenó que lo soltaran. Su frase dejó helados a los presentes y pasó a la posteridad: “En política no tengo amores ni odios”.

La novia Fidelita

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El 10 de junio de 1944 el maestro mecánico José Cardoso se levantó temprano, se vistió con su mejor traje y se apresuró a llegar a su taller donde más tarde le estrellarían una botella de champaña a su novia.

Los grandes talleres de Acámbaro, Guanajuato, estaban de fiesta: se inauguraba la segunda locomotora de vapor hecha por obreros mexicanos, bajo la dirección del maestro Cardoso y, por fin, sin ninguna asesoría estadounidense.

La importancia del evento no tenía precedente, pues demostraba que la capacidad y creatividad mexicana, pese al eterno problema de los recursos, era de primera, y más entre los obreros de Acámbaro, cuyos puestos se veían constantemente amenazados por proyectos de reorganización empresarial y rezago mecánico.

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Puente sobre el río Lerma, Acámbaro, Guanajuato, hacia 1945 (Foto: México en Fotos/Pinterest).

Al evento asistió un representante del presidente Manuel Ávila Camacho, quien estaba acompañado por un nutrido séquito, entre ellos una mujer que no paró de llorar en toda la ceremonia. Se trataba de la esposa del ingeniero Andrés Ortiz, por entonces gerente general de Ferrocarriles Nacionales de México. La máquina había sido bautizada con el nombre de la hija (única) que recién habían perdido: Fidelita.

A las once de la mañana, la señora de Ortiz tomó la botella de champaña y la quebró en una de las ruedas de la Locomotora número 296 que, a partir de ese momento, pasó a llamarse Fidelita, la novia de Acámbaro.

Y así, entre música, vítores y silbatinas, el maquinista encendió motores. Ya en ese entonces el ferrocarril era parte del paisaje mexicano, un objeto natural, pero hecho por la mano del hombre, en esa ocasión de manos mexicanas. El poeta chileno Jorge Teillier canta:

El silbato del conductor

es un guijarro

cayendo al pozo gris de la tarde.

El tren parte con resoplidos

de boxeador fatigado.

El tren parte en dos al pueblo

como cuchillo que rebana pan caliente.

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Locomotora Fidelita (Foto: Pinterest).

El primer recorrido de Fidelita fue de Acámbaro, Mich. a Tacubaya, Ciudad de México: “Fidelita iba llena de flores, con sus dos banderas mexicanas y en el centro una pintura del cura Hidalgo que dibujó un muchacho del taller. Las locomotoras mexicanas tenían mayor capacidad de arrastre, y en las pendientes Fidelita tenía ventaja sobre las locomotoras americanas”, comentó Salomón Vega, de oficio garrotero que vivió el primer viaje.

La historia del caballo de hierro en México comenzó cuando se construyó el primer tramo en 1850, que con tan sólo once kilómetros comunicaba el puerto de Veracruz con el Molino, cerca del río San Juan. El plan era comunicar el puerto con la capital. Pero, como siempre, comenzaron los consabidos sombrerazos entre unos y otros y sólo veintitrés años después se pudo terminar la vía, un recorrido de 678.8 km que pasaba por Orizaba, Ver. y Apizaco, Pue.

Desde que subió al poder, a don Porfirio le urgía industrializar el país (léase enriquecerse él y su pandilla). Pero el país era un desgarriate, por lo que para apurar su cometido comenzó a dar concesiones en todos los sectores, incluido el ferroviario, al mejor postor (léase norteamericanos, ingleses, Escandones, Braniffs, etc.).

Lo cierto es que para cuando terminó Díaz su primer periodo, en 1880, ya había 1,073 km de vías férreas, y para 1900, el sistema ferroviario mexicano contaba con 13, 615 km de vías a lo largo y ancho del país (léase: sí fue negocio).

Sólo hasta 1937 el Gral. Lázaro Cárdenas expropió el ferrocarril, aunque en cuestiones técnicas y de manufactura se siguió dependiendo de mano extranjera, hasta la llegada de Fidelita, una aguilota de hierro sobre un nopal devorando… mucho carbón.

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Lázaro Cárdenas (1895 – 1970) (Foto: https://polemon.mx).

La construcción de Fidelita fue una verdadera hazaña. Con escasez de maquinaria pesada, como tornos y martinetes, los talleres de Acámbaro estaban olvidados desde la Revolución y sólo se dedicaban a hacer trabajos de reconstrucción para la rama de la División Pacífico.

A principios de los cuarenta construir una locomotora en México costaba alrededor de 80 mil pesos, contra los 385 mil pesos que costaba el mismo tipo de máquina. Por eso la simple existencia de Fidelita puso en el ojo del huracán las negociaciones entre ambos países, si bien quedó en claro que México, si de trenes se trataba, ya no dependía tecnológicamente de Estados Unidos.

Regresando a su primer recorrido: Fidelita arrancó con paso digno y entre el fierro que truena y el vapor que canta fue agarrando vuelo. Cuando llegó sin problemas a Maravatío inmediatamente telegrafiaron a Acámbaro para comunicar el éxito Allá la pachanga continuaba y la señora de Ortiz “seguía tímidamente llorando”. Al día siguiente Fidelita entró a la estación de Tacubaya. Ahí estaba un ansioso grupo de técnicos, miembros de la Misión Americana, que la revisaron de arriba a abajo: “Se quejaban del olor a pulque, pero tuvieron que aceptar que estaba perfecta. Tuvieron que felicitar a Fidelita, ¡ja, ja!”, río don Salomón Vega.

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Tranvía de la ruta Zócalo-Tacubaya (Foto: http://www.mexicomaxico.org).

Al mes de la inauguración, el maestro Cardoso envió una carta al presidente Ávila Camacho: “De manera respetuosa y atenta me permito suplicar a usted, señor presidente, nos dé su ayuda moral para construir otras dos locomotoras y posteriormente que nos brinde la oportunidad de manufacturar también máquinas de vía ancha, que tanta falta hacen para descongestionar las vías de nuestro país.”

Desgraciadamente así como el tranvía fue el apocalipsis de los burros, las máquinas de diesel lo fue de Fidelita y las de su alcurnia. ¡Cuál Hamlet, cuál Otelo!, tragedia la de Fidelita, que a los tres años de dar sus primeros pasos fue desterrada a un camposanto de chatarra, para darle paso a una dama más fría, pero efectiva.

La hija del maestro Cardoso recuerda a su padre acariciando la caldera: “Hacía pucheros y apretaba la quijada para que no se le salieran las lágrimas, ni la dentadura postiza. Recuerdo cómo acarició ese día la caldera; yo nunca había recibido una caricia tan larga como la que le dio a Fidelita antes de partir.”

Los dos amores de Carrillo Puerto

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¿Qué sentirá una mujer cuando mueve la inspiración de un hombre y en su honor se compone una canción que trasciende en el tiempo, arrancando nostalgias y aromas de belleza perpetua?

Comenzaba la década de los veinte del siglo pasado, cuando en una sucesión de rápidos eventos se dio, primero, el asesinato de Venustiano Carranza, y a dos meses de las elecciones presidenciales que favorecieron a Álvaro Obregón, que la verdad se ha dicho que fue un dirigente competente dedicado a restaurar la paz y a tratar de materializar las metas de la Revolución, aunque también terminó asesinado de trece balazos, siete por parte del asesino, el pésimo caricaturista De León Toral, los otros seis hasta ahora de misteriosa procedencia, tal vez disparados para quitarle el ánimo al muerto por si se quería parar.

Álvaro Obregón
Venustiano Carranza en Palacio Nacional (Foto: www.cultura.gob.mx).

En ese tiempo un ejemplo donde se comenzaban a lograr con claridad y a comprobar que los ideales posrevolucionarios sí funcionaban, fue Yucatán. Estos esfuerzos eran orquestados por el entonces gobernador Felipe Carrillo Puerto, quien sólo gobernó veinte meses, suficientes para por fin poner en jaque a la intocable “casta divina” yucateca, abrir cuatrocientas diecisiete escuelas, fundar la Universidad Nacional del Sureste, promover la presencia indígena y de mujeres en cargos públicos, comenzar el reparto de tierras e impulsar el urgente rescate de las zonas arqueológicas en la región. ¡Con razón lo mataron!: hacía demasiados cosas en el pro de la gente.

Felipe Carrillo Puerto nació en Motul, Yucatán, en 1874. Fue el segundo de catorce hijos. Su padre, un abarrotero, le regaló una pequeña parcela como premio por terminar la primaria. Desde entonces, Felipe se enamoró de lo que significaba trabajar la tierra con mano propia. Felipe hablaba con ligereza el maya y el español y desde joven sus lecturas socialistas lo llevaron de inmediato a la lucha social: a los dieciocho años alborotó a un grupo de campesinos para que derribaran una cerca que un hacendado había puesto por sus pistolas, impidiéndoles el acceso a sus tierras. Terminó en la cárcel, pero logró su cometido.

gobernador de Yucatán
Felipe Carrillo Puerto (1864 – 1924) (Foto: Archivo General de la Nación).

Carrillo Puerto trabajó desde leñador hasta conductor de ferrocarriles. Sin embargo, el periodismo le dio el vehículo idóneo para la denuncia social. En 1907 fundó su periódico El Heraldo de Motul. Por supuesto esto lo mete en el caldo político, y pronto Felipe se vio o apoyando candidaturas o enfrentando caciques o acusando a corruptos. Precisamente una de estas broncas lo llevó a matar en defensa propia a un político de apellido Arjona (lástima que no fue el cantante), en 1911. Felipe pasó dos años en la cárcel, donde aprovechó para traducir al maya la Constitución de 1857 completa.

A su salida se une a Zapata y comienza así su carrera ascendente como político, hasta llegar a gobernar su estado en 1922. Hombre de gran sensibilidad, Carrillo Puerto, apodado “el apóstol de la raza de bronce”, dirigió su primer discurso oficial como gobernador en lengua maya. La gente de su tierra lo llamaba Suku’un, que en maya significa hermano.

caudillo
Emiliano Zapata (Foto: https://desinformemonos.org).

En ese tiempo Yucatán tenía más afinidad con Europa que con el centro de la República. A la península sólo se podía llegar por barco o por avión, hasta la construcción tardía del ferrocarril en 1937. El renacimiento de ese México indígena atraía mucho al extranjero y por otro lado también crecía una ferviente inquietud por participar en la exploración y explotación arqueológica de centros mayas, lo que vivificó el flujo de visitantes a la península.

Entre esos visitantes a Yucatán se encontraba la entusiasta periodista norteamericana Alma M. Reed, enviada por el New York Times para comentar sobre las excavaciones en Chichén Itzá llevadas a cabo por el Instituto Carnegie. Fue ahí cuando conoció a Felipe Carrillo Puerto: amor a primera vista.

Alma M. Reed era una periodista de San Francisco. Tenía una columna llamada Mrs. Goodfellow, dedicada a contestar preguntas de gente que buscaba consejo legal o no tenía recursos para procurarse un abogado, la mayoría de ellos, obviamente, mexicanos. Recibía miles de cartas y su reputación como defensora del marginado era grande, sobre todo cuando salvó por medio de su columna a un adolescente mexicano sentenciado a muerte en San Quentin. A raíz del suceso y su periodicazo, las leyes de California cambiaron.

Carillo Puerto
Alma Reed (1889 – 1966) (Foto: http://lectormx.com)

Ya en Yucatán ‒enamorada como la más‒, Miss Reed viajó del brazo de Carillo Puerto fascinada por la cultura maya. Al final de su visita, el gobernador decidió acompañarla a San Francisco para conocer a su familia y comunicarles sus planes de boda.

Sin embargo, de regreso a México, Carrillo Puerto se encontró con una crisis política de fuertes dimensiones: ante la imposición de Plutarco Elías Calles como candidato presidencial, había estallado la rebelión delahuertista. Miss Reed debía reunirse con él semanas después, pero esto nunca sucedió.

Jamás se volvieron a ver.

Doce días antes de la boda, la intocable casta divina yucateca se desquitó del gobernador fusilándolo junto con diez de sus colaboradores en la pared de un cementerio yucateco en 1924.

Quizás regalarle una canción a alguien puede ser pretencioso, pero no cuando se está enamorado en la tierra del Mayab, donde su bohemia produce obras de un romanticismo y sentimiento inigualable. Carrillo Puerto le obsequió a su amada la canción Peregrina.

Carrillo Puerto
Alma y Felipe, 1923 (Foto: Archivo personal de Michael Schuessler).

Pero dejemos que la misma Alma Reed nos cuente:

“En febrero de 1923 acompañé a Felipe y su gran amigo, el poeta Luis Rosado Vega, al modesto hogar del compositor Ricardo Palmerín. El objeto de la visita era la coordinación de la letra Peregrina, escrita por Rosado Vega, con acompañamiento musical que Palmerín estaba trabajando.

Felipe mismo había dado nombre a la canción y, de hecho, había inspirado las ideas y hasta sugerido algunas de las palabras que el gran poeta yucateco iba diestramente entretejiendo en sus versos (…) Y mientras estábamos reunidos en el jardín, Palmerín anunció que creía haber encontrado finalmente el tema musical apropiado y con una sonrisa radiante se sentó al piano para interpretar la estructura esencial de la conmovedora canción que estoy orgullosa de haber inspirado. Felipe, quien era un apasionado de la música, que tocaba muy bien la flauta y que en su juventud había sido miembro de una orquesta profesional, quedó tan extasiado que corrió a abrazar a Palmerín.

(…) Desde las primeras notas llenaron la noche tropical con el latir de un sentimiento profundo y una delicada sensación de dolor inminente y sin nombre (…) En la dulce cadencia melancólica palpitaba el encanto misterioso de la tierra yucateca, y el orgullo congénito de Palmerín por la majestad y belleza de la antigua civilización de sus antepasados. En cierto modo, aquellos compases expresaban el anhelo de una raza; sugerían el dolor de que tanta grandeza hubiera desaparecido (…) Tengo conciencia de que en esta tierra conocí el Paraíso, en aquel encantado momento en que nació la canción Peregrina.

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Alma Reed siguió escribiendo y viajando. Entre sus grandes obras están The Mexican Muralist, una biografía de Orozco, y The Ancient Past of Mexicans. En 1950 regresó a la península y permaneció en México hasta su muerte, en 1966.

libro
Portada de “El remoto pasado de México” (Foto: www.todocoleccion.net).

Peregrina

(Ricardo Palmerín y Luis Rosado Vega)

Peregrina de ojos claros y divinos

y mejillas encendidas de arrebol,

mujercita de los labios purpurinos

y radiante cabellera como el sol.

Peregrina que dejaste tus lugares,

los abetos y la nieve, y la nieve virginal

y viniste a refugiarte en mis palmares

bajo el cielo de mi tierra,

de mi tierra tropical.

Las canoras avecillas

de mis prados,

por cantarte dan sus trinos

si te ven

y las flores de nectarios perfumados,

te acarician en los labios, en los labios y en la sien.

Cuando dejes mis palmeras

y mi tierra,

Peregrina del semblante

encantador:

No te olvides, no te olvides

de mi tierra,

no te olvides, no te olvides

de mi amor.

Las canoras avecillas

de mis prados

por cantarte dan sus trinos si

te ven

y las flores de nectarios

perfumados,

te acarician en los labios, en los

labios y en la sien.

Cuando dejes mis palmares

y mi tierra,

Peregrina de semblante

encantador:

No te olvides, no te olvides de

mi tierra,

no te olvides, no te olvides

de mi amor.

De mitos y chiquillos héroes

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Ayer se volvió a conmemorar el asalto al Castillo de Chapultepec por los norteamericanos, en 1847, y con ello la muerte de los famosos Niños Héroes, que ni eran tan niños y ni tan héroes.

En alguna ocasión Germán Dehesa dijo en su programa de radio: “El insostenible mito de los Niños Héroes de Chapultepec es una pura invención fabricada para explotar el patrioterismo y las manipulaciones de los políticos que padecemos.” El gobierno lo censuró y multó, como multaba al viejo Loco Valdés cuando en su programa Ensalada de Locos llamaba Bomberito Juárez al sacrosanto Benemérito oaxaqueño.

niños héroes
Imagen: http://eldecidor.com.mx

Pero Dehesa tenía razón: la historia de nuestro país se manejaba a antojo de cada sexenio. Hoy en día es más difícil por el gran acceso a la información que tenemos, pero las entonces versiones históricas oficiales, como ésta de los Niños Héroes en búsqueda de romantizar y sublimar el espíritu patrio, llegaron a ser verdaderamente ridículas. Por ejemplo: ¿seis cadetes “niños” enfrentaron a mil doscientos hombres armados y entrenados profesionalmente? Esto significa que cada uno de los nenes patrios, que además tenían un promedio de veinte años, se encargaron de nalguear a doscientos güeros cada uno. ¿Acaso eran ninjas?

Hoy en día los historiadores ‒no afiliados al gobierno‒ nos dicen que el famoso guiso de los Niños Héroes contra los norteamericanos no fue como nos lo enseñaron. Primero: “Aquel 13 de septiembre había poco más de ochocientos soldados mexicanos, que fueron apoyados por el batallón activo de San Blas con cuatrocientos hombres más y medio centenar de cadetes del Colegio Militar, no sólo seis”, comenta el divulgador de historia Alejandro Rosas.

Chapultepec
Imagen: www.taringa.net

Sin embargo, el hecho de que sí, en efecto, murieron muchos chamacos entregados de corazón a la causa patria, fue usado por los políticos en turno para ensalzar fervores patrios, lágrima incluida. Hasta el poeta del momento, Amado Nervo, se la creyó y se arrancó con su famoso poema titulado Los niños mártires de Chapultepec (1903) en donde canta:

Morían cuando apenas el enhiesto

botón daba sus pétalos precoces,

privilegiados por la suerte en esto:

que los que aman los dioses mueren presto

¡y ellos eran amados de los dioses!

¡Salchichas!, yo quiero morir así. Pero la verdadera historia nos dice que al final de la batalla de Chapultepec más de cuatrocientos soldados mexicanos salieron por patas desertando y alrededor de seiscientos murieron, chiquillos patrios incluidos. Entonces ¿por qué nada más tenemos que festejar la muerte de seis?, ¿y los otros?

La historia “oficial” nos cuenta que el cadete Juan Escutia prefirió envolverse en la bandera mexicana y aventarse del cerro antes de que el gringo la profanara. Pues nada, en primera no era cadete del Colegio Militar, sino un soldado del batallón de San Blas que se llamaba Juan Bautista Pascacio Escutia Martínez, quien además era un tirador apostado en la ladera y que al ser baleado cayó desde lo alto: “Escutia no murió por un salto ni envuelto en una bandera, cayó abatido a tiros junto con Francisco Márquez y Fernando Montes de Oca cuando intentaban huir desde arriba hacia el jardín Botánico”, vuelve a comentar Alejandro Rosas. Al final de la trifulca, la bandera mexicana sí la capturaron los norteamericanos y fue devuelta a México hasta el sexenio del presidente José López Portillo (1976-1982).

niños héroes
Imagen: www.mexicoescultura.com

Sería durante el periodo del presidente Miguel Alemán (1946-1952) que el gobierno se apresuró a sacar algo de su “closet de conveniencia histórica” para engrandecer el orgullo patrio, esto a raíz de que por primera vez en la historia un presidente norteamericano, Harry Truman, pisaba nuestro país en 1947. Además se conmemoraban cien años de la paliza que nos pusieron en Chapultepec, así que fue buen momento para sacar el conejo del sombrero de copa, y qué mejor que el cuento de la chiquillería caída en manos güeras. Así se mandó a construir el hoy conocido monumento a los niños héroes, en donde el presidente norteamericano, para tratar de caernos bien, colocó flores y dijo: “Un siglo de rencores se borra con un minuto de silencio”.

Vuelve Alejandro Rosas a decir: “El homenaje tocó las fibras más sensibles del nacionalismo mexicano y desató el repudio hacia el vecino del norte, a tal grado que, al caer la noche, cadetes del Colegio Militar retiraron la ofrenda del monumento y la arrojaron a la embajada estadounidense.”

niños héroes
Castillo de Chapultepec (Foto: www.capital21.cdmx.gob.mx).

Lo peor vino después, cuando el gobierno de Alemán, dando patadas de ahogado, mandó a decir que de pronto a pie del peñón de Chapultepec se encontraron seis calaveras, pertenecientes estas a los seis chiquillos héroes: “La supuesta autenticidad fue apoyada por varios historiadores y por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Nadie se atrevió a contradecir la verdad histórica, avalada por el presidente, con un decreto donde declaró que aquellos restos pertenecían indudablemente a los niños héroes.” O sea: entre los cientos de muertos regados por todos lados, seis de ellos amanecen sepultados en el mismo lugar “para gloria de México”. Ahora díganle NO al Presidente.

Desde entonces la leyenda de los Niños Héroes sigue vigente y aunque sabemos a ciencia cierta que la historia oficial y sus calaveras son un “fraude óseo”, la creencia en la historia bonita del héroe tierno caído ante el perverso enemigo nos sigue mitificando las tremendas ganas de justificar nuestras pérdidas y, como dijo el poeta Carlos Pellicer, nuestras dos obsesiones como pueblo: el gusto por la muerte y el amor por las flores.

La marcha de la muerte: Rosa King

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Uno de los testimonios más impactantes de la Revolución Mexicana es el de la inglesa Rosa E. King, quien en 1935 publicó Tempestad sobre México, sus experiencias como dueña del entonces mejor hotel de Cuernavaca, La Bella Vista, donde atendió a huéspedes como Porfirio Díaz, Francisco Madero, Victoriano Huerta y la alta sociedad mexicana que además asistía a su bello salón de té, entre días de ocio afrancesados y menique estirado.

Rosa E. King
Portada de “Tempestad sobre México” (Foto: https://chrissyhamlin.blogspot.com).

Pero también la inglesa narra sus vivencias en el ojo del huracán zapatista, cuando en 1914 el caudillo del sur cercó Cuernavaca durante setenta y cuatro días y la gente padeció asesinatos crueles, hambre y enfermedades, hasta el desalojo de la ciudad que culminó con la trágica Marcha de la muerte: una fila de ocho mil personas, en parte organizada por la señora King, que salieron huyendo a pie, acosados en el trayecto por los zapatistas ‒de fácil gatillo y machete‒, hasta ser rescatados días después por los carrancistas. De esta marcha sólo dos mil sobrevivieron.

Rosa Eleonor Cummins nació en Bombay, India, en 1865. Su familia llevaba tres generaciones teniendo plantaciones de té, así que la niñez de Rosa se dio entre sirvientes con turbante, elefantes y tigres como mascotas, y viajes a África, Europa y Asia, hasta que la familia se mudó a Estados Unidos. Ahí conoció a Norman King (encargado de los negocios petroleros de su tío), con quien se casó y tuvo dos hijos.

Rosa Eleonor Cummins
Rosa E. King.

En 1905 los King visitaron México. Convertida en una mujer refinada, inteligente y de gran sensibilidad, Rosa no tardó en enamorarse de la belleza del país y su cultura. Convenció a su marido de quedarse. Vivieron una vida feliz y un tanto holgada, hasta que el esposo murió repentinamente en 1907.

Viuda con 42 años, dos chiquillos y sin nunca haber trabajado en su vida, Rosa mandó a sus hijos a Estados Unidos con los parientes y con el poco dinero que le quedó sacó su vena empresarial (le corría en la sangre) y rentó una casita de un piso en Cuernavaca. Ahí puso el primer salón de té de la localidad y una tienda de curiosidades típicas de la región.

Al poco tiempo tenía su casa llena de turistas extranjeros y la socialité mexicana que se daban cita para pasar un rato agradable, tomar té y sandwichitos de pepino, todos vestidos elegantes, educados, comportándose con aire cosmopolita y dejando escapar frases en francés o inglés con el consabido dedo menique de pie.

Con el éxito de su negocio y la ayuda de su amigo Pablo Escandón, que se convirtió en gobernador de Morelos, la señora King compró el viejo hostal Bella Vista, en el lado norte del Jardín de Juárez. Así, sin cambiarle el nombre, inauguró su lujoso hotel en junio de 1910: El hotel tenía tres patios donde se agrupaban treinta comodísimas habitaciones con baño privado, un patio central con una vieja fuente, un servicio excelente, cantina, comedor, mesas de lectura, escritorios, candiles, pisos de mosaico, cuadros y jarrones.

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Foto: https://chrissyhamlin.blogspot.com.

Mientras tanto, la dueña organizaba karaoke (ella tocaba el piano y un huésped cantaba), conciertos, pequeños bailes, partidas de bridge, días de campo, cabalgatas y por supuesto tardes de té.

Ahí se hospedó Victoriano Huerta, a quien ella describe como un hombre en extremo imponente e impenetrable como esfinge. Aunque Huerta no hablaba inglés le gustaba platicar y comer ciruelas con ella. Todas las tardes el general, un bebedor empedernido (no en balde murió de cirrosis hepática), bebía hasta que lo llevaban cargado a su cuarto. Pero a la mañana siguiente, como si nada, montaba su caballo y arreaba a su ejército a la sierra en busca de Zapata. Cuando Huerta tuvo rodeado al caudillo, el presidente Madero, sin más, le ordenó dejarlo ir: Se cree que esa humillación fue la semilla del odio que lo llevaría a traicionar y ordenar el asesinato del presidente Madero, dice la doctora en historia Andrea Martínez Baracs.

revolución mexicana
Victoriano Huerta.

Al romper relaciones Madero con Zapata, los federales se dieron a la tarea de perseguirlo. ¿Dónde se hospedó mientras el alto mando?… claro, en el Bella Vista, donde llamaban a la dueña “mamacita”, mas “siempre fueron respetuosos”. Uno de ellos, el capitán Federico Chacón, tuvo gran amistad con la señora King (Chacón le salvaría la vida más tarde). También conoció al general Felipe Ángeles, al terrible Juvencio Robles, quien después de colgar a decenas de hombres y mujeres para que parecieran “aretes de árboles”, le llevó Las mañanitas a su ventana, y al general chihuahuense Manuel Asúnsolo, tío de Dolores del Río, un hombre educado, de familia acaudalada, lleno de vida y gusto por el “ragtime”, quien moriría de un balazo poco tiempo después.

Desde su balcón la señora King presenció la entrada de los zapatistas a la ciudad: tropas de facha indómita, indisciplinadas, semidesnudas y montadas en caballos flacos. Sin embargo, cabalgaban como héroes y conquistadores…

La dama inglesa también tuvo oportunidad de ver a Zapata de cerca: Un hombre moreno, de figura masculina elegante y gallarda, con un bigote espeso y negro que hacía relucir sus espléndidos dientes, vestido de pulcro traje de charro y montado sobre un hermoso caballo.

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Emiliano Zapata (Foto: https://chrissyhamlin.blogspot.com).

El 9 de febrero de 1913 un grupo de militares se levantó contra Madero en la capital. ¿Dónde se refugió Madero?, correcto: en Cuernavaca, en el Bella Vista. La dueña mandó rápidamente a izar la bandera británica para proteger a su huésped de honor. Tres días después Madero regresó a la capital con un contingente de nueve mil hombres que Felipe Ángeles proporcionó. ¿Dónde pactó Felipe Ángeles con Zapata para que no atacara el convoy de Madero, ni a la ciudad de Cuernavaca (resguardada por pobres 250 soldados)?… ¡Bien pensado!, en el Bella Vista.

Pero pronto Cuernavaca fue presa de la terrible violencia revolucionaria. El porrazo final llegó cuando Zapata dinamitó las vías del tren, dejando totalmente aislada la ciudad.

Según Rosa King, este terrible ataque se hizo gracias a la labor de espionaje de una muy bella joven rumana de buena familia, tremendamente chic, Helène Pontipirani, corresponsal de periódicos franceses. Meses atrás Rosa King se la había presentado a Victoriano Huerta. La señora King asegura que la Pontipirani era espía de Pancho Villa y que al irse con ella a pasar una temporada en su hotel estuvo pasando información.

Totalmente incomunicados, la gente de Cuernavaca dejó de recibir provisiones. Rosa King y sus hijos fueron protegidos de milagro por un soldado fortachón, bruto y un tanto borracho pero noble, que desde tiempo atrás estaba enamorado de la inglesa (y al parecer ella de él), el capitán Federico Chacón: Chacón fue su protector desde los inicios del sitio, la hizo sobrevivir con pollos sorpresa y otros milagros, y la acompañó personalmente hasta su liberación dos meses después. Más tarde, en Orizaba, ella le devolvió la lealtad ocultándolo en el depósito de carbón de su casa por un mes, cuando fue perseguido por la policía carrancista, comenta Martínez Baracs.

El asedio de Cuernavaca se hizo insoportable. Los perros se comían los cadáveres que nadie levantaba mientras la gente sólo comía quelites, guayabas y azúcar con agua: Nos acostumbramos a tener hambre. Ya no sentíamos el agudo y apremiante dolor de siempre, sino una debilidad que, misericordiosa, embotaba cualquier sensación. Ni pánico ni histeria. El fatalismo indígena, el humor latino y el orgullo nórdico nos sostuvieron.

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Foto: https://chrissyhamlin.blogspot.com

Entonces organizaron un escape la noche del 13 de agosto de 1914. Ocho mil personas salieron por el sur, primero caminando cinco horas sobre terreno plano, una huida bajo las balas zapatistas, arrastrando a los animales por el lodo y los hoyos dejados por las lluvias y la artillería pesada, dice la señora King.

No tardaron los zapatistas en trucarles los principales caminos, por lo que los perseguidos se metieron por veredas angostas de difícil paso. Al término del terreno plano tocó la subida a la empinada montaña, encontrando desfiladeros en donde muchas mujeres cayeron y eran dejadas “entre gritos de angustia”. En varios pueblos, todos quemados, fueron emboscados y muchos pasados a cuchillo.

Ya rumbo a Malinalco, en plena sierra, la señora King sufrió un accidente: intentando protegerse de la lluvia de balas, sujetada a matorrales en una empinada cuesta, una mula la aplastó con todo su peso al desbarrancarse herida de muerte. Quedó lastimada por el resto de su vida, dice Martínez Baracs.

Los que sobrevivieron llegaron a Malinalco. De ahí unos mil quinientos no quisieron esperar y salieron en la madrugada, pero pronto fueron ultimados por los zapatistas. De los restantes sólo los que pudieron pagar una suma de dinero salieron protegidos, hasta alcanzar Tenango, donde por fin estuvieron a salvo.

Después de vivir en varios lugares de México, Rosa Eleonor King regresó en 1923 a Cuernavaca: …yo soy de allá, les decía a sus hijos.

Murió en la ciudad de la eterna primavera a los 90 años.

Fuente:

Martínez Baracs, Andrea, “Una inglesa en Cuernavaca” en revista Letras Libres, 31 de diciembre, 2010.

Viva la Tostada

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Delia Magaña fue una de las cómicas más populares de los años veinte en teatro y cine mudo, aunque también dejó una huella imborrable de buen humor en sus más de 240 películas, interpretando con brillantez y genialidad personajes inspirados en la cultura popular mexicana (teporochos, indias, marihuanos, peladitos, sableadores, etcétera).

actriz mexicana
Delia Magaña (1903 – 1996).

Uno de estos personajes fue el de La Tostada, que junto con La Guayaba ‒interpretada por Amelia Wilhelmy‒ hicieron la pareja de borrachitas más cómica y memorable del cine de oro, en la clásica película Nosotros los pobres (1948), estelarizada por Pedro Infante.

La Guayaba
Amelia Wilhelmy Flores (1900 – 1964) (Foto: https://opinaelabogadodeldiablo.blogspot.com).

El domingo 4 de marzo de 1923 se reinauguró el cine Salón Rojo. Para la celebración el cine, junto con el periódico El Demócrata, organizó un concurso de foxtrot, danzón, vals y tango por las siguientes cinco semanas. La final la disputaron tres parejas, quedando en segundo lugar la pareja formada por Hugo Cervantes y una joven de 17 años, de pseudónimo Celia Hoyo, chaparrita, escandalosa, pura dinamita que cantó, bailó y se ganó la simpatía del público con su chispa y desenvoltura.

Se trataba de Gudelia Flores Magaña, nacida en 1906: “Mira ‒dice la actriz‒, yo nací en el Distrito Federal, por la calle de Justo Sierra. En mi familia había muchos profesores de idiomas, un doctor, un médico militar, todo, menos artistas. No sé de dónde me vino la locura… Tuve una hermana, pero se dedicó a su casa. Provengo de una familia de clase media un poco acomodada, pero a través de los años tuve que sostener a mi madre.”

centro histórico
Calle Justo Sierra, Ciudad de México, 1941.

Recién nacida Gudelia su padre murió repentinamente de una pulmonía mal atendida. Tenía 32 años. De pronto la madre tuvo que sacar a la familia adelante. Por eso no fue de asombrarse cuando el entonces famoso empresario teatral Ricardo Beltri, después de ver a Gudelia en el concurso de baile, llegó a pedirle permiso para que su hija fuera artista y la madre lo quiso sacar a patadas. Sin embargo, la abuela, doña Ramona Azpurga de Magaña, ¡óle!, convenció a la madre del gran talento que tenía la niña para cantar, bailar y actuar: “A ella le debo todo lo que soy ‒comenta la actriz de su abuela‒, aunque payasita, payasita, siempre fui desde chica, quería lucirme con todos.”

Beltri le cambió el nombre al de Delia Magaña a la hora de debutar en 1923, en el teatro Ideal, en la obra de revista La empleada más apta. Desde entonces el empresario acostumbraba llevar a sus artistas a colonias populares y de mala fama, como la Candelaria de los Patos, para que “estudiaran” a la fauna lugareña: albañiles, borrachitos, vagabundos, padrotes, marchantas, vendedores, etcétera. El gran talento de Delia hizo que rápidamente y con naturalidad sorprendente se transformara en aquellos personajes.

historia
Teatro Ideal, Ciudad de México, 1920 (Foto: Compañía Industrial Fotográfica).

A partir de la década de los veinte, el público capitalino podía disfrutar desde el teatro banal de la carpa, hasta zarzuela, ópera, teatro costumbrista de buenos dramaturgos nacionales, piezas de boulevard picaronas y dramas de calidad internacional en manos de compañías internacionales. Por supuesto, el teatro frívolo era el más concurrido, no sólo por su ligereza y buen precio de entrada, también porque la mayoría de ellos era itinerante: hoy estaban en Peralvillo, mañana en Santa María la Ribera y pasado en Cuautitlán atendiendo hasta tres funciones por día.

Del teatro frívolo y de carpa, Monsiváis comenta: “Allí se da en abundancia el humor que es, y notablemente, sentido de observación, improvisaciones delirantes, creaciones únicas de los cómicos. Se trata de un estilo desenfadado y algo obsceno por parte de las cómicas (…). Pero la energía de este teatro permite la vitalización del habla popular, la introducción de términos, la flexibilización del lenguaje mediante el albur y el duelo con el público y por fin la eliminación del acento español impostado en el teatro mexicano.”

Lo más importante de este tipo de teatro es que gracias a su soltura y desempacho, aún con el uso de “obscenidades” y “malas palabras”, el espectador se identificó con los personajes, pues éstos eran ellos mismos: lo grotesco era realidad y en ella habitaban el indio ladino, el ranchero, la sirvienta, el policía corrupto, el marihuano, el pasado de lanza y todos aquellos tipos que enriquecían el día a día de ese perenne surrealismo. Por eso fue un teatro riquísimo en temas y tramas en él que se lanzaban sátiras y ataques contra políticos o militares, junto a la eterna queja del “nunca alcanza para nada”, todo entre un humor ácido e improvisado donde nadie escapaba a la burla.

Uno de estos teatros-carpa estaba por el rumbo de Tacuba y era administrado por una recia señora, Anita Zuvareva, cuya hija se casó en 1934 con un “peladito”, a quien llamaban Cantinflas.

cómico mexicano
Mario Moreno “Cantinflas” (1911 – 1993) (Foto: www.senalcolombia.tv).

A los seis meses de su debut, Delia Magaña ya era sensación. Y así como salía cantando con poca ropa en un picante cuplé para sonrojo de los bigotudos, bailaba folclor como china poblana o albureaba al respetable como peladita.

A finales de los treinta llegó a México el productor Robert J. Flaherty (productor y director del primer documental en la historia del cine), quien a instancias de la Fox buscaba una nueva estrella. Después de ver a Delia, de inmediato la invitó a hacer casting, pero la chiquita y picosa resultó también tímida, dejándolo plantado varias veces: “Me encontré en el salón con tantas muchachas bonitas y elegantes, casi todas de la mejor sociedad de México que temí un desaire.” Cuando finalmente fue a la audición, Flaherty la invitó a un cabaret, y tras pedir una botella de champán le dijo: “Magañita, dentro de un año espero que usted me invite a su hogar de Hollywood a tomar una copa de champán.” Dos semanas después recibió el contrato por correo y se fue a Estados Unidos. Era la época en que Dolores del Río triunfaba en Hollywood y la sensual Lupe Vélez, ex compañera de Magaña, comenzaba a despuntar. Allá Magaña hizo una docena de películas, pero nunca se adaptó al american way.

De regreso a México, Delia retomó el teatro frívolo, donde rápidamente se convirtió otra vez en la favorita del público, sobre todo por sus imitaciones de otras artistas de moda, como Carmen Miranda o la misma Lupe Vélez, entonces ya famosa en Estados Unidos (la llamaban la Hot Tamale), quien se ponía furiosa cuando su vieja amiga la imitaba.

actriz mexicana
Lupe Vélez (1908 – 1944) (Foto: http://planoinformativo.com).

Llegó el arranque del cine nacional y Delia Magaña comenzó a trabajar en películas. Sin embargo, fue hasta los años cuarenta que entró de lleno a la cinematografía.

En 1940 Ahí está el detalle fue la primera película en la historia del cine donde un cómico, Cantinflas, era protagonista. Desde entonces el género se consolidó como uno de los favoritos del público y Delia trabajó con los mejores comediantes de su tiempo, como Joaquín Pardavé en El Gran Makakikus (1944), con Cantinflas en El siete machos (1951), en la primera película de Tin Tan, El hijo desobediente (1945), con Resortes en Voces de primavera (1947) y un largo etcétera.

Pues nada, la famosa Tostada no paró y siguió haciendo teatro, cine y televisión hasta entrada la década de los ochenta. Murió a los 93 años de neumonía en esta misma capital.

Para sorpresa de uno, si van a Hollywood al paseo de la fama, en la banqueta del Teatro Chino verán la estrella, nombre y huella de Delia Magaña.

¡Qué rico el Mambo!

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La verdad sea dicha: “nunca hemos tenido presidentes que sean buenos bailarines”. Que nos hayan bailado sobran, pero que sean prestos para el danzón, la cumbia, el mambo o ya de perdida para el Boogie Woogie, nunca. Desgraciadamente no es requisito para el puesto.

Sin embargo, hemos tenido sexenios que han sido zangoloteados por la fiebre del baile. Uno de ellos fue el Alemanismo (1946-52), donde el baile formó parte importante de esa tan proyectada prosperidad nacional que se vivió.

Desde joven, Miguel Alemán Valdés, nacido en Veracruz en 1900, fue simpático, amiguero, hiperactivo y supo rodearse de gente con ambición. Recordando las palabras que su padre, el general revolucionario Miguel Alemán González le dijo antes de suicidarse (“Elige una profesión más estable que las armas”), decidió estudiar abogacía y junto con un grupo de amigos fundó un despacho que le dio el respaldo económico necesario para comenzar lo que fue el negocio de su vida: la urbanización.

El grupo adquirió extensos terrenos colindantes a la capital, viejas haciendas derruidas compradas a precio de oportunidad que se convirtieron en magníficos desarrollos inmobiliarios. Fue así que, por ejemplo, el viejo rancho de Polanco (nombre de un río que cruzaba la zona) se convirtió en una lujosa zona residencial. De ahí fraccionaron grandes extensiones de tierra que iban desde los llanos de Anzures, hasta la Hacienda de Los Morales, todo aquello antaño propiedad de la princesa Tecuichpo, hija mayor de Moctezuma. Esto le dio a Alemán, en sus palabras, “la seguridad necesaria para proseguir libre de presiones mi carrera política”, ambición que culminó con su llegada a la presidencia en 1946.

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Isabel Moctezuma, Tecuichpo (1510 – 1551) (Imagen: http://mexicolindoyquerido.com.mx).

Con Alemán la Revolución se bajó del caballo para andar en Cadillac. De sonrisa contagiosa, siempre optimista y rodeado de amigos (fue el mejor caudillo del cuatismo), supo conciliar obreros y caciques, sindicatos y líderes charros. Comenzó la época donde el presidente no era mandatario, sino rey, y si él preguntaba la hora se contestaba: “¡Las que usted guste, señor presidente!”.

El club de amigotes alemanistas se apoderaron del país, pero también lo hicieron crecer en todos los sectores, desde el industrial hasta el hotelero. De esa manera se creó una fuerte clase media. En ningún periodo de nuestra historia hubo tanto crecimiento demográfico como en éste. Por eso, en 1949 se estrenó en México la primera vivienda vertical multifamiliar (en lo que hoy es Eje Félix Cuevas) llamada, ¡faltaba más!, “Miguel Alemán”, diseño del arquitecto Mario Pani: “para qué hacer una si se pueden hacer mil… pa’arriba”.

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Multifamiliar Miguel Alemán, 1949 (Foto: www.arqred.mx).

De igual manera sucede el triunfo de la llamada Época de Oro del cine mexicano. Pero el gusto del público deja de ser el drama lacrimógeno del ranchero de buen corazón, para pasar a temas más picantes, como el de las rumberas o exóticas: mujeres que no se avergüenzan de sacudirse la modestia a ritmo de bongó, bellezas que evocan lugares exóticos que elevan la temperatura pasional los espectadores. Las tortas de piernón loco se ponen de moda.

La máxima exótica del alemanismo fue Yolanda Montes, Tongolele. Esta estadounidense, originaria de un pueblo rural del estado de Washington (Estados Unidos), llegó a México gracias al cantante cubano Miguelito Valdés, Babalu, quien vio en la bailarina de ascendencia sueca, española y tahitiana, a la verdadera diosa pantera. Valdés la trajo a México con un sueldo de $70 pesos al mes, de los cuales $30 eran para los dos tañedores de bongó que la acompañaban sin hacer mucho esfuerzo.

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Yolanda Montes “Tongolele” y Germán Valdés “Tin Tan”.

Y mientras tanto, la sociedad, pese a ser una época de registros mochos, se divertía bailando el nuevo ritmo del alemanismo: el Mambo.

Mambo, en lengua kikongo (África central) significa conversación con los dioses. Se trata de un delicioso coctel de raíces musicales africanas y españolas. El mambo “comercial” se dio en Cuba en la década de los treinta del siglo XX. De ahí pasó a Nueva York donde causó furor.

Sin embargo, quien verdaderamente lo llevó a su máxima expresión fue el cubano Dámaso Pérez Prado, alias cara’e foca, quien al género le sumó percusiones, batería e instrumentos de metal con un tratamiento jazzístico a la Glenn Miller. Hijo de una maestra de escuela y un periodista, Dámaso se mudó a la Habana en 1942 para vivir como pianista. Ahí comenzó a jugar con la idea de mezclar ritmos afrocubanos con el swing americano.

Pérez Prado llegó a México en 1948 y formó su banda en el prestigiado Club 1-2-3. Al año siguiente obtuvo un contrato disquero con la RCA, donde grabó sus famosos éxitos Mambo No.5 y Qué rico el mambo. Pero el acertado golpe mercadotécnico lo dio cuando mexicanizó sus piezas musicales, personalizándolos: mambos para bomberos, periodiqueros, taxistas, politécnicos y hasta para las chicas ricas que bailaban al compás de La niña popoff.

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Dámaso Pérez Prado (1917 – 1989) (Foto: www.eitmedia.mx).

El mambo era un baile explosivo y jovial que requería condición física. Además los participantes no se conformaban con sacudir el esqueleto, también montaban verdaderas pantomimas coordinadas de acuerdo al motivo del mambo; por ejemplo, el Mambo de los taxistas era aderezado con imitaciones de recios volantazos de izquierda a derecha.

Los mambos de Pérez Prado traspasaron fronteras y también causaron escándalo, como en Perú, donde el entonces cardenal de Lima, Juan Gualberto Guevara, llegó a negar la absolución a todo aquél que “bailara ese ritmo lascivo”. En su novela Ciudad de Perros (1962), el escritor Vargas Llosas no falta de alabar el mambo. La popularidad del ritmo hizo que la firma Sony, en Japón, desarrollara el primer radio portátil de amplitud modulada operado por baterías, usando un mambo de Pérez Prado como plataforma de venta.

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“Mambo no. 5”, disco de vinilo de Pérez Prado y su Orquesta, 1955 (Foto: www.45cat.com).

La vida nocturna en tiempos de Miguel Alemán era cosa seria. A la clase media le alcanzaba para salir por lo menos una o dos veces al mes. Entonces brillaban los centros nocturnos como El Ciros, Los Cocoteros, El Patio o el Tap Room, del hotel Versalles, donde sólo entraba la gente bonita o apretados, como se les decía. Ahí, en 1942, se podía ver a Pedro Infante dirigiendo la orquesta. También estaba el Leda y el Waikikí, que se anunciaba como “centro cosmopolita” y donde la prostituta más famosa se hacía llamar Obsidiana, cortesanas apadrinadas por quebrantahuesos o cinturitas famosos, como Antonio “Tony” Espino o José Cora, el Colo-Colo, tipo de más de dos metros de altura y una musculatura a lo Tarzán, hermano de la actriz Susana Cora que compartió cartel con Luis Aguilar y la guapa Miroslava en Una Aventurera en la noche (1948) de Rolando Aguilar, director popular por haber hecho Rancho Grande (1941).

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Centro nocturno El Patio, Ciudad de México (Foto: Carlos Longares/Pinterest).

Todo iba de perlas para el mambo y su creador; su fama era universal y hasta el director Federico Fellini utilizó la composición Patricia en su película La dolce vita. De repente, en la cumbre de su carrera, lo deportan de México, en 1953. Unos dicen que por tratar de poner el Himno Nacional a ritmo de mambo, otros que por vendettas de los caciques sindicales de la música. Sin embargo, la razón mejor documentada es la que indica que el inquieto Rey del Mambo se metió en lío de faldas, nada menos que con el mismísimo Miguel Alemán, quien sostenía un tórrido romance con la hermosa y escultural joven “actriz” Leonora Amar, llamada la Venus Brasileña. El también enamorado Dámaso venía ofreciéndole a la guapa de 25 años un contrato de exclusividad con la promesa de convertirla en estrella internacional, comenzando con una gran gira por Japón. La damita era ambiciosa y dijo que sí, por lo que Alemán decidió cortar por lo sano, no sin antes ordenar la deportación del buen Cara’e Foca (total que Leonor Amar se retiró del espectáculo dos años después).

El Rey del Mambo sólo pudo regresar a México hasta fines de los sesenta y en la década de los años ochenta se nacionalizó mexicano, muriendo en la capital a los 73 años de edad.

venus brasileña
Leonora Amar, 1945 (Foto: Hemeroteca digital de “A Cigarra Magazine”, Río de Janeiro).

 

De ambulancias y potosinos

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El primero en utilizar en México (y en América) una ambulancia, tipo Larrey, para transportar heridos o enfermos desde el campo de batalla, fue el doctor mexicano Ignacio Gama Salcedo, quien participó en las batallas de la Angostura y Padierna, sostenidas contra el ejército yanqui en 1847 (la ambulancia para atender civiles se dio hasta 1865 en Estados Unidos).

La batalla de la Angostura fue de la más encarnizadas de ese entonces: dos días de feroz combate entre 14,000 mexicanos con buena caballería, pero con viejos cañones de poco alcance, y 7,000 invasores mejor posicionados, con más experiencia militar y que contaban con moderna artillería del doble de alcance. Las bajas entre muertos o heridos fueron de 3,500 mexicanos y 650 yanquis, por lo que es fácil deducir quién sí anduvo ocupado: el Dr. Gama.

historia de la medicina
Descendientes del doctor Carlos Gama en una comida realizada en “La Postemilla”, propiedad de Gama (Foto: http://rioverdeenlahistoria.blogspot.com).

En otro aspecto de relevancia médica, cabe mencionar que durante esta invasión yanqui, se utilizó por primera vez la anestesia, poniendo a México en el cuarto país del mundo en usarla (por lo menos la serruchada de brazo o pierna ya no la veía uno).

Unos dicen que la palabra ambulancia es de origen francés (ambulant-móvil y ance-caminar, caminar al hospital), otros que fue acuñada por los Reyes Católicos de España en el siglo XV. Lo cierto es que fueron los españoles de esa época los primeros en introducir al trajín militar los hospitales de campaña y las ambulancias. La misión de éstas era trasladar enfermos o heridos amarrados en mulas o caballos. Pero tenían que esperar a que terminara el zafarrancho, lo cual era terrible, pues los heridos llegaban hechos un desastre, desangrados, infectados o demasiado testereados.

Sería hasta finales del siglo XVIII que el célebre cirujano de las tropas napoleónicas, Barón Jean Dominique Larrey, cambió el concepto de las ambulancias al convertirlas en vehículos que trasladaban a los médicos con su instrumental al mismo campo de batalla. A diferencia de ser un mero trámite de transporte, las ambulancias de Larrey podían recoger heridos durante la batalla, para de ahí ser llevados a las unidades de retaguardia a darles las primeras curaciones, y después distribuirlos en los hospitales militares convenientes. Con esto la mortalidad en los ejércitos franceses se redujo considerablemente a diferencia de sus enemigos. El Dr. Larrey también fue creador del concepto de Unidades de Cuidados Intensivos.

medicina de guerra
Larrey en batalla (Imagen: http://www.zonates.com).

Nacido en 1820, en Guadalajara, José Ignacio Matilde Gama Salcedo es una de las figuras más ilustres e innovadoras de la medicina mexicana. Persona forjada en el fuego de su propio esfuerzo (quedó huérfano a los doce años), Gama se tituló como médico en la Universidad de Guadalajara, en 1843. Dos años después lo encontramos en el cuerpo médico militar como Jefe de Sanidad, donde sin duda tuvo muchísimo “material” para practicar su carrera: simplemente en el transcurso de veintidós años (1845-867) México sufrió dos intervenciones (norteamericana y francesa), una sangrienta Guerra de Castas (Yucatán) y la espeluznante Guerra de Reforma, sin contar las eternas explosiones de guerrillas y sublevaciones a los largo y ancho del país.

Después de su quehacer militar el buen doctor pasó a radicar por el resto de su vida en San Luis Potosí, donde la práctica médica tenía una “efervescencia peculiar”. Ahí se casó con la señorita María Concepción Cruz y tuvo, por qué no, dieciocho hijos.

En San Luis, junto con otros, el Doctor Gama Salcedo fundó la Casa de Salud para Niños (1893), además de ser director del Instituto Científico y Literario. También abrió la Escuela de Medicina, en 1877, y fundó la colonia militar de San Ciro. Fue magistrado, diputado y al final por fin pudo dedicarse a su gran pasión: dar clases.

municipio
San Ciro de Acosta, San Luis Potosí, 1853 (Foto: http://metropolisanluis.com).

Dije efervescencia peculiar porque curiosamente la ciudad de San Luis Potosí tiene en su historia muchas aportaciones médicas de primer nivel. Por ejemplo, el mismo doctor Gama Salcedo no sólo fue el primer introductor de las ambulancias de Larrey, también tiene la primicia mundial, en San Luis Potosí, de la invención y empleo de tubos de hule para la canalización quirúrgica. Desgraciadamente, como suele pasar entre nuestras lumbreras nacionales, no documentó ni patentó su idea, por lo que la autoría pasó dos años después al doctor francés Chassaignac, en 1859.

En 1863, en la mencionada entidad, tuvo lugar la primera ligadura de carótida (las dos arterias principales que llevan sangre rica en oxígeno del corazón al cerebro) en el continente. Fue hecha por el doctor Alberto Alcocer Andalón, quien se anunciaba como “experto en sacar ojos, arreglar bocas, formar párpados nuevos y sacar piedras de vejiga”.

Hacia 1872 en San Luis Potosí se utilizó por primera vez en el mundo de la cirugía militar la antisepsia (práctica destinada a prevenir y combatir las infecciones).

En 1876, también en San Luis, el doctor Esteban Olmedo puso en marcha el primer quirófano del país, “una sala especial para llevar a cabo operaciones quirúrgicas, aislada y separada de los pabellones y operar en un sitio limpio y fuera de la contemplación de los demás enfermos.”

Otro ejemplo fue la del reconocido oftalmólogo, doctor José Ramos, presidente de la Academia Nacional de Medicina, quien fue el primero en el mundo en extirpar con éxito un cisticerco intraocular a finales del siglo XIX.

Y bueno, no olvidemos los chicles Canel’s, otra gran aportación de San Luis Potosí que a tantos dentistas ha ayudado.