Innovación, Tecnología y Sociedad

Ante la pandemia: la sociedad, la gran protagonista

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La pandemia, ésta, al menos acabará algún día. Será entonces momento de verdaderamente evaluar. A nivel de crisis global y en el horizonte de las respuestas globales. Quién reaccionó adecuadamente y quién lo hizo con desdén o franca irresponsabilidad.

Una mirada de conjunto, y microscópica, a la vez, que nos dé una idea más precisa de las fases que la crisis fue tomando, de sus causas, de los factores que pudieron preverse y de los que no.

Luego de la movilización mundial cada gobernante, lo quiera o no, deberá ser evaluado en su actuación. Ésa es parte de la naturaleza de su encargo. Estar sometido al escrutinio, a la rendición de cuentas y el análisis público de sus acciones y los resultados.

Aunque hay países que ante la ausencia de estrategias digitales nacionales –al menos ha descubierto la televisión a estas alturas del siglo XXI–, la respuesta de la sociedad ante la necesidad de contar con herramientas de educación no presencial, ha sido más efectiva y rápida.

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Imagen: El País.

Se avizoraba ya desde antes que el siglo XXI sería el siglo de la Sociedad. Ha quedado de manifiesto de manera más que contundente. Es la sociedad la gran protagonista de esta fase de la historia.

Si el siglo XIX fue el siglo de la formación de las naciones y la exaltación de los nacionalismos; si el XX lo fue de las instituciones y la expansión del Estado; el XXI tiene en la sociedad a su actor fundamental.

La irrupción a principios del XXI de las herramientas digitales había dado ya paso a que quienes antes eran consumidores de contenidos, pasaran a ser también productores de los mismos.

El filósofo y tecnólogo social argentino, Alejandro Piscitelli, acuñó, entre la primera y segunda década de esta centuria, el concepto de “prosumidor”.

Hablar de “prosumidores” se volvió entonces una forma de caracterizar esa nueva práctica social en la que la generación, intervención y multiplicación de contenidos puede hacerse en segundos.

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Imagen: Fundación Telefónica.

La primera pandemia de la globalización, por paradójico que parezca, la afirma. Un mundo abierto e interconectado, cruzado por un sistema de redes complejas, es y será el nuevo escenario de cualquier acción a cualquier nivel.

Es claro que cuando la emergencia haya pasado tendremos frente a nosotros la semilla de un nuevo orden internacional, pero no, eso no, el retorno al siglo XIX y sus nacionalismos, ni al XX y sus loas al Estado todopoderoso.

Una vez superada la emergencia, retornaremos a una normalidad restaurada, pero nunca, jamás, al punto en que la normalidad de antes se quebró de modo irreversible.

La experiencia pasará factura. Particularmente en dos ámbitos, el de la evaluación que se haga de la forma como quienes tenían deberes de liderazgo y reaccionaron, por un lado.

Y por el otro, en cuanto a la forma como a partir del restablecimiento de cierta normalidad restaurada, se habrá de forjar el nuevo tipo de interacciones humanas.

Para cuando la crisis haya pasado, por ejemplo, será extraño para algunos volver a decir: nos vemos para afinar el proyecto, cuando durante las cuatro o cinco semanas anteriores trabajaron a distancia.

Tan raro como será para ciertos estudiantes, aquellas, aquellos que muestren mayor capacidad de adaptación y capacidad de reinvención ante la dificultad, volver a sentarse salón como si nada hubiera pasado.

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Imagen: Research Gate.

Quedarse ahí sentado, escuchando pasivamente, tal y como se pretende que suceda, a estas alturas de la historia, en los países en los que a las niñas y niños se les ofrece ver por la tele, sentados y callados, la escuela que no tienen.

La transformación radical en las interacciones, particularmente en las que tienen que ver con la educación y la formación, provendrá, nuevamente de la sociedad.

Será ella, la sociedad, la que en conjunto e individualmente reclame y afirme el nuevo tipo de interacciones sociales ya avizorada con el surgimiento de los prosumidores y asentada en esta crisis.

Así, por ejemplo, por centrarnos sólo en el campo de la educación por ahora, frente a quien insista en no comprender la dimensión del cambio en el ámbito de las mentalidades, los estudiantes harán saber que en las semanas precedentes han aprendido a aprender de otra manera.

Ingenuidad mayúscula suponer que una vez pasada el cataclismo todo volverá al orden anterior. Si lo que los cataclismos hacen, justamente, es arrasar con el orden anterior. Afirmar uno nuevo.

Un aprendizaje autónomo, a ritmo propio, contrastar la información “oficial” de la figura de autoridad, lo cambiará todo.

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Imagen: Mobi Health News.

Y en el centro de esta transformación radical de las formas del pensamiento, la acción y la interacción entre los sujetos, aparecerá como si fuera el pivote de una granada, el acto de evaluar.

Si en algún punto la educación digital se erige como una forma distinta, es precisamente, sobre el terreno de las formas de evaluación.

Evaluar, evaluarse, lo aprendido, el desempeño; la evaluación, está llamada a ser el gran aprendizaje de la experiencia digital de este tiempo.

A lo que se hizo bien; a las irresponsabilidades, a los engaños, aguarda una sociedad ya diferente.

Su evaluación.


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En medio del COVID-19, la primavera de la educación a distancia

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La primera pandemia de la globalización. Un mundo abierto e interconectado observa en tiempo real los estragos. La velocidad de respuesta ha de competir con la rapidez con la que el flagelo se expande.

No se trata, desde luego, de la primera epidemia que toma dimensiones mundiales. Cincuenta millones de muertos trajo la gripe española en 1918.

Antes, mucho antes, en lo que se considera el flagelo más grande en la historia de la humanidad, entre 1347 y 1353, la llamada peste negra arrasó con al menos la tercera parte de la población, sólo en Europa.

Compuesta por el verbo krinein, que quiere decir “separar”, “decidir”; y, por otra parte, del sufijo: sis, que indica “acción”, el significado que la Grecia clásica dio a la palabra Krisis, ha pervivido hasta nuestros días como un momento definitorio entre lo aciago y la oportunidad.

La idea que trasmina de la acepción clásica de Krisis se refiere, pues, a algo que se resquebraja, sí, pero en que tal situación llama a la toma de decisiones.

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Ilustración: Thrive Global.

Las crisis, se sabe bien, ponen de manifiesto debilidades y puntos de agotamiento, exhiben flaquezas y riesgos; más, al mismo tiempo, se constituyen como un llamado, decisivo, a la acción de cara a una oportunidad crucial.

La configuración de un mundo en el que la movilidad, de personas y productos, conforma una de sus características esenciales, ha mostrado, con el COVID-19, también el grado en que esta sociedad global se haya expuesta a la súbita propagación de enfermedades de rápida transmisión.

El mundo abierto a las oportunidades de interconexión, de diálogo entre las inteligencias en Red, es también, ni hablar, el mundo abierto al riesgo de la propagación de los flagelos.

Ante la emergencia sanitaria, dos han sido las respuestas más sensatas y con mayor base científica: el retraimiento de la movilidad física y la ampliación como nunca antes de la movilidad virtual.

Una situación inédita que pone de manifiesto una paradoja también inédita: las puertas de las casas, las fronteras se cierran, a la misma vez, que las redes de solidaridad, diálogo, y trabajo colaborativo se abren y ensanchan.

El mundo en Red, lo hemos venido diciendo una y otra vez en este mismo espacio, no es una metáfora, sino la manera en que el siglo XXI ha decidido hacerse presente a todos los niveles de la existencia y la realidad.

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Ilustración: Freepik.

El retraimiento social, asilamiento, como se le ha denominado a la necesidad de permanecer sin salir durante el periodo en el que se busca detener los contagios del virus, será simultáneamente el periodo en que más se ensanchen las formas de contacto virtual; de eso no tengamos duda.

En tanto espacio de oportunidad, esta crisis hace emerger una idea de futuro que aceleradamente se ha vuelto presente: un modelo mixto, que se irá extendiendo cada vez más, entre la educación estrictamente presencial y la formación a distancia.

Organizaciones, centros, instituciones educativas que habían avanzado ya sobre la inversión, física y humana que supone contar con plataformas digitales formativas a distancia, hoy ven premiado su esfuerzo.

En la continuidad de sus labores, en la posibilidad de responderles a aquellos sobre los que tienen la principal responsabilidad, sus estudiantes, reside la recompensa que en esta coyuntura puede reclamar quien previó y trabajó con horizonte de miras.

Porque si algo deja claro la presente contingencia es que no habrá punto de retorno. La educación, así vuelva, como volverá, a las aulas, habrá sido tocada de manera definitiva por las formas y perspectivas que demanda la formación en línea.

Y no es sólo contar con una plataforma denominada LMS (Learning Management System), indispensable ciertamente en la administración de contenidos vinculados al proceso de enseñanza aprendizaje.

Sin una ella, desde luego, el tránsito hacia un modelo mixto, que es el que privará por completo en los años venideros, es inviable.

educacion a distancia
Ilustración: Ticbeat.

Mas, lo verdaderamente de fondo es que estamos frente a un proceso de transformación de las mentalidades sin precedentes.

La labor primordial por eso no es tanto qué plataforma contratar, frente a lo que ha de significar trabajar con la propia concepción que los educadores tienen de lo que es enseñar y aprender.

Cierto que existen infinidad de herramientas, no pocas incluso gratuitas, a través de las cuales un educador o institución puede alentar la formación en línea, pero suponer que será la herramienta y no el pensamiento el puente hacia una manera de transmitir el conocimiento es, por decir lo menos, ingenuo.

Entre 1351 y 1353, en plena peste negra, entre los muros de una sombría y desolada Florencia, Giovanni Bocaccio dio vida a una de las obras centrales de la historia de la literatura: El Decameron.

Como entonces, ahora, habrá de ser la imaginación, audacia, capacidad para crear, para transformar lo que se imponga a ésta y todas las calamidades por venir.

Ésa, la primavera que en toda circunstancia, por aciaga que sea, no cesa de llegar. Porque la primavera es, también, una decisión de quien asume la crisis como renovación, como oportunidad.

También.


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Nuevos lenguajes, nuevas legitimidades: la sociedad digital en movimiento

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Internet como herramienta articuladora. Lenguajes transversales, identidades fluctuantes, redes flexibles, son algunos de los elementos que, en todo el mundo, forman parte del entretejido de las formas que han tomado los movimientos sociales.

 Se trata de agentes sociales que, en determinado momento y bajo demandas muy puntuales, conforman una malla, si se permite el término, sobre la cual se articula un colectividad que responde, a la vez, a sentimientos y acciones.

Queda claro, en los últimos días, que hay un desfase cada vez mayor entre la manera en que muchos sectores, ya no sólo jóvenes, visualizan la dimensión simbólica de la vida en comunidad, respecto a las respuestas que encuentran a nivel de lo materia, y, aun más, de las respuestas que encuentran de la autoridad.

Marcado este tiempo como está por los sistemas complejos, cualquier diagnóstico que no asuma esa condición estará condenado de antemano al fracaso.

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Imagen: Freepik.

En las demandas y consignas, tanto como los modos de organización y acción, que los movimientos sociales recientes adquieren, particularmente el que representa a las mujeres, lo que se observa de manera nítida es el crujir de las viejas estructuras y lógicas de poder, que encarnan naturalmente las figuras de autoridad.

En ese terreno es que el lenguaje juega un papel protagónico. En él se transparenta, por un lado, el desfase ya no digamos de vocabularios y referencias, sino con aún mayor contundencia, el de usos prácticos y representaciones simbólicas.

Mientras en el uso y asunción de los lenguajes antiguos se reproducen asimetrías, abismos, invisibilidades, omisiones, brechas, las comunidades emergentes que se movilizan hacen del lenguaje un fluido de expresiones y acciones lingüísticas, justo a contracorriente de aquellas expresiones, representaciones y lógicas del decir y hacer con las que se topan.

En el lenguaje, se sabe bien, se aprenden y reproducen, se transmiten valores, percepciones, costumbres y un sistema de ideas que en conjunto llamamos ideología. El uso de la lengua es, ni más ni menos, lo ha sido siempre, el reflejo de la sociedad que lo asume, lo usa, lo acepta como válido en sus principios, reglas y exigencias.

Así, en lo que constituye la presentación del magnífico Manual para una comunicación no sexista de Claudia Guichard Bello, se lee: En las sociedades patriarcales, el lenguaje está plagado de androcentrismo que se manifiesta en el uso del masculino como genérico, lo que produce un conocimiento sesgado de la realidad, coadyuvando a la invisibilidad y la exclusión de las mujeres en todos los ámbitos.

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Claudia Guichard Bello, editora, docente y feminista.

 El punto de partida, pues, no es lingüístico en el sentido estricto, sino político, en el sentido amplio. El principio básico de constitución y reconocimiento, el primer derecho de una persona para asumir que lo es plenamente, es el derecho a ser nombrada.

¿Es entonces una cuestión de que la comunicación se ha roto? Sí, pero aún más. La noción de una comunicación rota entre una autoridad que encarna el uso antiguo de las categorías y las representaciones y las comunidades emergentes, significa el resquebrajamiento de la legitimidad de las estructuras sociales sobre las que ya no digamos está cimentada la autoridad de la autoridad, sino la cohesión social misma.

La lengua, el uso de las palabras, la construcción de las imágenes que van a asociadas a ellas, se mueven entre el mundo material del uso mismo, de la posibilidad de emitir un mensaje y que el receptor lo reciba y entienda.

Pero no menos importante es la dimensión simbólica en la que las palabras adquieren sentido y trascendencia. El carácter histórico de la lengua como vehículo, pretenderían unas para cambiar la realidad; o, asumen otros, para perpetuarla.

Dice Rosa Cobo en la “Introducción al trabajo” de Gichard: Las sociedades están formadas por estructuras materiales y simbólicas. Ninguna comunidad humana puede existir sin entramados institucionales e imaginarios colectivos. Ambas realidades son la condición de posibilidad de la existencia de cualquier sociedad.

Luego, la propia Cobo subraya cómo son las definiciones sociales, ésas que están expresadas en hechos, por supuesto, pero antes en palabras, las que deben ser aceptadas, no cuestionadas, puestas en duda o francamente sustituidas por la colectividad.     

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Ilustración: Luis Maram.

Dice Cobo: Entre esas dos realidades sociales, la simbólica y la material, tiene que existir congruencia, pues si no hay coherencia entre las estructuras sociales y los imaginarios colectivos sobrevendrá una crisis de legitimidad. Y con ello, los conflictos sociales. En efecto, cada realidad social tiene como correlato ideas que sirven para justificar su existencia. Si no existiese esa dimensión simbólica, las estructuras aparecerían desnudas y los individuos las interpelarían críticamente.

Tal cual lo que hoy sucede de modo intensivo y expansivo, en particular, con los movimientos que encabezan y conforman, en su inmensa mayoría, mujeres cuyo horizonte de simbolización tiene en el lenguaje, por una parte, y las herramientas digitales con el que lo propagan, asumen y enriquecen una fuente de legitimidad abrumadora.

Aquello que se identificó bajo el concepto de “La voz del padre”, idea, enunciación y representación de un mundo que ya no es, se mira, así, sin nostalgia alguna y, aún peor, sin interlocución posible.

Sola.


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Ciudadanías universales, agendas globales. La Era digital se expande

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Ciudadanías universales, horizontalidad cooperante, inclusión y creatividades digitales, migraciones y agendas transnacionales, horizonte global, prosumidores transmediáticos, redes identitarias fluctuantes, son algunos de las nociones que pueblan el presente.

Toda época, todo cambio de Era, asienta sus reales sobre los conceptos que es capaz de proponer e instalar. Ése es el horizonte sobre el que florecen las nuevas percepciones de lo real y lo importante.

Se trata, fundamentalmente, de la instauración de nuevos puntos de mira desde los cuales se erigen una renovada forma de entender la realidad.

Por ello, nadie que no sea capaz de comprender el mundo que habita, será capaz de actuar certeramente en él. Mucho menos de transformarlo.

La transformación genuina de la realidad implica, en primer término, ser capaz de desplazar las nociones del mundo anterior e instaurar los conceptos que atañen a lo que emerge.

La emergencia de los movimientos sociales de nueva época, da cuenta de la necesidad no sólo de comprender su magnitud, sino de asimilar su constitución, modos de proceder, agendas, lógicas discursivas como parte de un horizonte de amplia y radical transformación respecto a las nociones que poblaron el mundo anterior.

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Ilustración: BBVA.

Múltiples estudios académicos señalan, sin reparo, el uso del Internet como un elemento pivote clave en la construcción de uno de los conceptos centrales de las nuevas realidades: la ciudadanía universal.

Signada por lo digital, el reclamo de derechos y la capacidad para conformar bloques sociales heterogéneos y de muy rápida acción y expansión, ha tenido en el Internet algo más que un medio de comunicación como lo fueron los que marcaron el pasado.

En la organización, pero también en el reconocimiento intergeneracional, transestratificado y multiespacial, Internet ha servido como medio de comunicación y de organización, sí, pero también como eje articulador de identidades que más allá de los parámetros de reconocimiento tradicional e inmediato.

 Todo migra, se mueve, fluctúa con enorme rapidez y en oleadas que suelen tomar desprevenidos a quienes proviniendo del mundo anterior, presenta severas dificultades de adaptación a estas nuevas condiciones en las que el cambio y la inestabilidad es el signo dominante.

“Los flujos más frecuentes y multidireccionales de personas, ideas, imágenes y símbolos culturales, inherentes del desenvolvimiento de las tecnologías de la comunicación”, han tenido, en este contexto, una influencia determinante en la reconfiguración real y simbólica de nuevas comunidades transnacionales, señalan Denise Cogo y Lara Nasi, investigadoras de la sociedad global.

Comunidades que desde cada realidad local o nacional encuentran un reclamo común: la inclusión, el reconocimiento, su reconocimiento, y el de su agenda, como parte actuante de las sociedades complejas del presente.

 La noción de una ciudadanía universal-digital, que va más allá de países, lenguas, credos personales y referentes de discursos pasados, se abre paso en un mundo abierto e interconectado.

ciudadanias universales
Imagen: Reporte Digital.

Lo que une a estos grandes contingentes sociales, heterogéneos y abiertos, del presente, no es, sin embargo, el uso en común de los canales de comunicación a los que tienen acceso.

Unidos por causas, que son capaces de poner en la agenda de lo urgente, estos grandes contingentes transforman los escenarios políticos tradicionales, exhibiendo la falta capacidad para encarar sus demandas, pero sobre todo, para entender su conformación y modo de proceder.

Frente a este horizonte, no es de extrañar, pues, que las respuestas políticas tradicionales, encarnadas en actores políticos igualmente tradicionales, es decir, anclados en los conceptos del mundo anterior, no logran articular respuestas satisfactorias.

Para decirlo en otras palabras, los movimientos sociales, heterogéneos, fluctuantes, horizontales, transculturales y transgeneracionales, implican un reordenamiento radical en el orden de las percepciones.

¿Qué es más importante –sólo por poner un ejemplo–, un monumento histórico y su preservación impoluta, o la rabia vaciada de un grupo social especialmente violentado como las mujeres, y que en una manifestación deciden pintarlo?

Dos mundos, el anterior y el presente, entran en colisión de modo inevitable al tratar de resolver el dilema. Se trata de un reordenamiento de las percepciones; y con ello, de una verdadera reconstrucción de noción de realidad.

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Ilustración: Medium.

Las respuesta políticas tradicionales, en este contexto, resultan insuficientes, dada su incapacidad para considerar la manera en que el presente ha disparado inéditos procesos subjetivación e identificación.

Mal y de malas se mueven los representantes del mundo anterior en esta trama en la que aluden a conspiraciones, internas o desde el extranjero, apelando a conceptos por completo desplazados como el de la homogeneidad.

Lo que hoy presenciamos es, más bien, una muy compleja trama en la que las formas de pensamiento, es decir, de identificación de partes de la ciudadanía, rebasan los viejos marcos conceptuales y discursivos.

El mundo y las generaciones que son hoy protagonistas en él, no esperaron, como se ve, a que el pasado comprendiera la nueva realidad para cambiar. Lo diferente se nombra diferente porque lo es.

Se percibe, piensa, asume y actúa de modo diferente. Nombrarlo de modo diferente no es un capricho. Es un reconocimiento. Hay movilizaciones que se tornan emblemáticas de ello. Este 8 y 9 de marzo, estamos frente a una de ella. Enhorabuena.

El mundo cambió.


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Teléfonos móviles, la guerra digital por cables y cargadores

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A principios de enero de 2007, la historia de la telefonía móvil, y muchas otras cosas más, cambiaron para siempre con la aparición del primer iPhone.

A 13 años de distancia, hoy, Apple trata de resistir lo que parece irremediable. La imposición de un cargador y un tipo de cable estándar para todos los celulares, sin importar la marca y funciones.

La transformación que ocurrió después de aquel 9 de enero, fue tan determinante que incluso cuesta trabajo pensar que han pasado menos de tres lustros desde entonces.

Ciertamente, como bien reza la locución latina ex nihilo nihil fit; esto es, “nada surge de la nada”. El revolucionario teléfono de Jobs, tampoco.

Entre las muchas cosas que antecedieron al exitoso iPhone, incluyendo desde luego, la propia expansión de la telefonía celular misma, debe contarse, sin duda, el modo en que Blackberry abrió la mente de los consumidores en relación con un teléfono “inteligente”.

La historia cultural, lo hemos ya señalado en esta misma serie de colaboraciones, se construye en el punto donde convergen tres vectores: objetos, prácticas o usos, e ideas. No necesariamente en ese orden, pero sí interrelacionados de modo indisoluble los tres.

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Ilustración: Science Photo.

Cuando Jobs presentó el primer iPhone en el Moscone Center, de San Francisco, vestido de manera cuidadosamente sencilla, no dudó en poner el acento sobre el aparato mismo. Dijo entonces: “Hoy presentamos un producto revolucionario”.

Jobs atinó en su frase, pero se quedó cortó. No era un producto lo que estaba presentando, sino la representación física, o sea, un objeto, que cambiaría la práctica social, el modo de usar los celulares, y, con ello, la idea de lo que estos eran y/o representaban.

Sin saberlo, ni imaginar el impacto, el 9 de enero de 2007, en San Francisco, aquel ejecutivo cool, vestido de jeans y playera simple negra, abría la puerta a un nuevo paradigma, una revolución cultural.

El primer iPhone era, en efecto, un objeto distinto. En su diseño, concepción y funciones. Ofrecía, por decirlo de algún modo, una síntesis entre la experiencia táctil que Blackberry abrió, pero ahora sobre la pantalla, con la evolución de los ya por entonces muy popular iPod.

El parentesco con un aparato (el iPod) cuyo cometido era distinto (y distante) de la comunicación telefónica, tal y como se concebía hasta ese momento, fue, sin duda, el elemento que disparó una práctica, un horizonte de uso diferente.

Finalmente, las maneras que planteaba su uso, se entrelazaron con el mundo de las ideas, o lo que es lo mismo, con el valor inmaterial que las personas estuvieron dispuestas a darle a ese objeto; tanto por el precio que han aceptado pagar por él, como por lo que imaginan que representa socialmente.

Sólo así se entiende que buena parte del éxito del modelo de negocio de Apple haya sido, durante estos casi 15 años, el alto precio de sus aparatos, aunado a la no compatibilidad de sus accesorios con ninguna otra marca.

La exclusividad de su sistema operativo, probado ya antes en su línea de computadoras y laptops, termina por remarcar esta oferta simbólica de exclusividad, por una parte, y de inclusión, por la otra, a una suerte de modo de vida Mac.

En un mundo de identidades fragmentarias, contradictorias y volátiles, o líquidas, para usar el término acuñado por Bauman, un objeto material, estable, táctil, en su sentido más amplio, en la bolsa, como repositorio de una identidad estable, no parece poca cosa.

Hace poco, en mi clase en la Universidad, al tratar el tema de los cables y cargadores exclusivos a precios exorbitantes, espetó: “Cuando compras Mac, sabes en lo que te estás metiendo”, dijo una estudiante con la seguridad de quien acepta un trato que algo importante le da, aunque en el fondo sepa que el acuerdo es abusivo.

conexion de cables
Ilustración: New York Times.

Mi estudiante olvidó, sin embargo, un elemento: el papel del Estado. Quizá porque el país donde ella vive, la debilidad creciente de las instituciones del Estado es tal, que efectivamente la ciudadanía se siente a la deriva.

La Unión Europea, cuyo trabajo por limitar el campo de acción de las grandes corporaciones y enmarcar sus prácticas comerciales sobre el carril de sociedades donde hay leyes y derechos vigentes, ha entrado de lleno en el tema de los cables y cargadores de Mac.

Se trata de facilitar la vida a los usuarios, en efecto, pero a la vez, de evitar prácticas abusivas y monopólicas.

La compañía, cuyo nada desdeñable 41% de facturación son los cables y cargadores, se opone, asida al argumento de la innovación.

Adicionalmente, la medida busca paliar las más de 51 mil toneladas de basura cibernética que produce, solamente en Europa, y que en buena parte son cables y cargadores desechados por roturas o porque han quedado obsoletos.

El interés empresarial no puede estar por encima ni del interés de los usuarios, ni mucho menos de los derechos que como ciudadanos tienen.

Tal es la lección de un espacio del mundo, Europa, en el que el Estado comprende que su capacidad de regulación es su fortaleza.

Y viceversa.


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Llegar sin saber dónde se está, la era de los mapas digitales

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Google Maps cumple 15 años. Tan distante y tan cercano a la vez aquel 2005 en que apareció, la aplicación celebra sus tres lustros cambiando su logotipo e incorporando nuevas funciones.

Ciertamente, estos 15 años han visto multiplicarse las opciones para quien se mueve entre un punto y otro de una ciudad, que para quien lo hace entre un país y otro, o incluso para quien recorre un centro comercial.

¿Lo común de todas estas herramientas? Una promesa: la rapidez, llevar al usuario tan pronto como sea posible al punto al que quiere ir.

Los mapas, la utilidad que suponen, pero también la pasión que pueden despertar, son creaciones humanas, radical y exclusivamente humanas, se diría, que han acompañado la historia de todas las civilizaciones.

Hace unos años, el inglés Simon Garfield publicó En el mapa, de cómo el mundo adquirió su aspecto. Un libro cuyo título da cuenta ya de lo fascinante que el tema que desarrolla es en sí mismo.

mapas de Simon Garfield
Simon Garfield, periodista británico.

Antes, mucho antes de que los satélites nos permitieran ver completa la Tierra, y mucho antes, desde luego, que Google nos obsequiara una imagen real de la calle donde vivimos, “los mapas comenzaron como un desafío de la imaginación –dice Garfield apenas comenzando su libro–, y hoy siguen desempeñando ese papel”.

Representar lo que nos circunda, imaginar lo desconocido, trazar las líneas para que otros puedan llevar adelante el viaje que se ha hecho, forman parte de la historia y propósitos de lo que fue durante siglos el arte de hacer mapas.

Camino para dibujar caminos, representación de las representaciones, “el poder de los mapas –señala Garfield–, para fascinar, excitar, provocar, para influir en el curso de la historia, para ser un silencioso vehículo de historias apasionantes sobre dónde hemos estado y a dónde vamos”.

De ahí, justamente, esa capacidad para desplegarse como una suerte de espejo real e imaginario del mundo, de su aspecto constatable, pero también de todo aquello que podemos ensoñar en torno a lo desconocido.

Joseph Conrad lo dice mejor en El corazón de las tinieblas: Cuando era un muchacho, me apasionaban los mapas. Podía pasar horas mirando Sudamérica, África o Australia, inmerso en los placeres de la exploración. En aquella época quedaban muchos lugares desconocidos en la tierra, y cuando veía en un mapa alguno que pareciera particularmente atractivo (aunque todos lo parecen), ponía el dedo sobre él y decía: “Cuando sea mayor iré allí”.

mapas perdidos
Ilustración: INBMKT.

Borges, por su parte, nos ha legado en el cuento “Del rigor en la ciencia”, una visión insuperable del sitio cultural que en la construcción de los afanes humanos ocupa el hacer, seguir, disfrutar, coleccionar, trazar mapas.

Cuenta en su relato, el argentino genial, cómo hubo una época en la que la cartografía alcanzó tal perfección que los dibujantes lograron levantar un mapa del Imperio “que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él”.

Capaz de trazar un relato en el que el mapa es la realidad sobrepuesta a la realidad, Borges pareciera anticipar de algún modo a las herramientas que en nuestro tiempo ofrecen imágenes “reales” sobre una realidad a la que se deja de prestar atención.

El trayecto ha dejado de ser la motivación del mapa. Como si imaginariamente se nos hubiese cortado aquel dedo que recorría el papel, y al modo de Conrad, iba ensoñando los sitios por los que se habría de pasar.

Llegar, lo más rápido posible. Llegar, llegar, llegar. Para de ahí ir a otro sitio y luego a otro, sin que el trayecto importe, sin que la ruta y lo que en ella se vaya a encontrar sea de interés.

Si alguna vez lo humano supuso que el sentido de un viaje no era el destino sino el recorrido y lo que en él se pudiera ir registrando, la época de las aplicaciones y sus instrucciones parece haberlo dejado a atrás.

perdidos con mapa
Imagen: Freepick.

La capacidad para descubrir ha sido entregada, sin prenda a cambio, a una herramienta robótica que nos dirá hacia dónde dar vuelta o, ahora incluso, dónde está una tintorería o dónde un monumento que hay que ver porque ella dice que debemos ver.

La paradoja mayor, sin embargo, pudiera estribar no en confiar-obedecer las instrucciones de “toma la segunda salida en la rotonda”, sino un fenómeno propio de esta pulsión por anteponer el llegar lo más pronto posible: el haber llegado sin saber dónde se está.

Llegar sin saber dónde se está significa que alguien ha arribado a un sitio, pero que en realidad no tiene en su cabeza los elementos ni las referencias para lograr descifrar exactamente dónde se encuentra.

Estar sin entender claramente dónde se está, se constituye como una metáfora extendida de una forma de vida, de amar, de andar la existencia.

 Pudiera incluso, por qué no, constituir una suerte de explicación, una más, sobre la propagación de esas formas de gobierno que habiendo encontrado la mejor ruta para llegar a ese sitio que es gobernar, no alcanzan a entender ni qué les rodea ni tampoco en qué punto están parados.

Tampoco.


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Amor y desamor digital, los laberintos del cupido electrónico

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El uso masivo de Internet ha modificado de forma sustancial tanto la idea del amor como las prácticas sociales vinculadas a él. 

Quizá nunca un instrumento tecnológico tuvo una repercusión tan amplia y rápida en su efecto como lo ha tenido el advenimiento de la Era digital sobre nuestras ideas y prácticas en lo que suponemos es el amor.

Las fronteras entre lo público y lo privado, y aun lo íntimo, se han visto disueltas, o al menos seriamente adelgazadas a partir del uso de las redes sociales.

A la vez, la noción de ese espacio en el que el amor es posible (y visible), ha visto mutar con rapidez inusitada las nociones más férreamente conservadas durante siglos en torno al cuerpo, ese continente y contenido donde el amor tiene lugar, ni más ni menos.

Amor y corporeidad es un binomio tan insoluble como el de amor e historia. Entre ambos binomios, el papel de las tecnologías se ha colocado en el centro de estas dos construcciones.

En lo que constituye una extensa indagación sobre comunicación, amor, conflicto y nuevas tecnologías, Tania Rodríguez Salazar y Zeyda Rodríguez Morales hacían ver cómo los mundos de lo amoroso y lo sexual se están transformando drásticamente a partir del uso generalizado de Internet, la creciente disociación del sexo y los sentimientos, y el cuestionamiento a los fundamentos tradicionales del amor romántico.

amor y desamor en redes sociales
Imagen: Scty Lecaster.

Para las investigadoras de la Universidad de Guadalajara, estas transformaciones no solamente afectan el contacto en línea, sino también los encuentros cara a cara, teniendo como personajes protagónicos a los jóvenes que han crecido con las tecnologías y las usan con experticia en la vida cotidiana, estableciendo continuidad entre la socialización que ocurre en los mundos online y offline en sus vidas.

A sólo un par de años de distancia del reporte que como avance de investigación presentaron Rodríguez Salazar y Rodríguez Morales, destaca en primer ámbito la rapidez con la que la idea de una vida off line y otra vida on line, ha dado paso a una vida de conexión permanente.

De tal suerte que, si ya se adelantaba en la investigación citada el modo en que el uso de las plataformas digitales ha modificado las interacciones amorosas, diríamos no sólo entre los jóvenes, este fenómeno se ha ampliado y profundizado en los años que corren.

La conclusión salta a la vista y es constatable en el día a día, la instalación definitiva de una nueva era se constata en la modificación de los relatos tradicionales que forjaron la idea de relación de pareja “y todos sus correlatos: el cortejo, el ligue casual, la comunicación afectiva, la búsqueda de reconocimiento público, la socialidad romántica o sexual, entre muchas otras cosas”, tal y como aseguran las investigadoras mexicanas.

Destaca entre esas otras muchas cosas alteradas sin vuelta a atrás, la manera en que lo amoroso y sus manifestaciones en y a través de las redes sociales, ha asumido en torno a las rupturas amorosas, los amores fallidos, el abandono, la soledad, la nostalgia del otro, y un largo etcétera que puede se compendiando como las “formas del desamor” en la Era digital.

 En esta dirección, si nos valemos de la afirmación del sociólogo Zygmunt Bauman respecto a que una época, la nuestra, marcada por la noción de raudas obsolescencias, tendremos el elemento que cierra la pinza en relación con las formas del desamor y sus expresiones públicas a través de las redes sociodigitales.

del amor y los match
Imagen: El tiempo.

La experiencia del rápido desecho, asumida como la valoración social positiva del rápido cambio contra el principio de la duración y la prolongación, abre a quien experimenta el amor a un impulso semejante al de cambiar de licuadora (ya no digamos, de celular).

El asunto no pasa por el callejón sin salida de condenar moralmente las relaciones “fast track” de hoy, sino por comprender un entorno más amplio de ideas y prácticas en las que esto se hace presente.

El ligue raudo y el desligue doloroso, son expresiones del mapa de una época en la que los actores continúan tratando de comprender sus principales meridianos.

Bajo este arco de ideas, el que las redes se hayan vuelto una suerte de “vertedero a cielo abierto” de sentimientos de despecho y abandono, en el marco de una forma de representación del mundo en la que considerar obsoleta toda forma de permanencia, se ha vuelto la norma.

Dicho de otra manera, si se cambia de dispositivos, autos, trabajo, lugar de residencia, sin dar espacio para que la experiencia se haya agotado, que es ésa la tesis fundamental de Bauman, la pregunta que sobreviene es tan lógica como dura: ¿por qué no habría de cambiarse de pareja con la misma rapidez y afán con el que se aplaude toda “actualización”?

Con la diferencia, claro, de que una licuadora que se ha dejado atrás por otra con “más funciones”, no pondrá nunca un tuit reclamando su suerte.

Lo que se ha vuelto público son las formas privadas de lo impublicable: el cruento dolor. Ese virus, tan fácil de viralizarse.

Tan fácil.


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Naturaleza, innovación, error y negocio: Big Data, la mutación del deporte

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Nunca antes en la historia humana se dispuso de tal cantidad de datos. La huella de los números. La capacidad para procesarlos. El mundo, todo, y en todo, dibujado en trazos que unen unos puntos con otros, establecen marcas, estadísticas, probabilidades. Big Data.

Si la naturaleza humana es errar, se trata de controlar o, al menos, disminuir el riesgo de que ello ocurra en el momento menos oportuno.

La estadística no es una ciencia nueva, eso se sabe. El registro, acumulación, resguardo y relación de unos datos con otros es tan milenaria como la invención de la escritura misma.

De lo pequeño sacar lo máximo. Algo así podría definirse esta disciplina capaz de obtener conclusiones sin necesidad de registrar todos los casos y aun menos de que las cosas sucedan.

En ampliar el resultado obtenido de lo observado y llevado a números y constantes, radica la seducción de esta capacidad para recopilar, procesar, analizar e interpretar lo que de otro modo sólo serían números y más números.

deporte tecnologio
Imagen: Pinterest.

Datos particulares, pues, capaces de desplegarse como fenómenos colectivos en una cuantía suficiente como para establecer conclusiones que, al menos, aparezcan como lógicas; probables, o altamente probables, en el lenguaje de quien opera estadísticamente.

Si por naturaleza asumimos la manera de relacionarse con dos elementos, metáforas, de la propia vida humana: el tiempo y el error, hasta hace poco, al menos, la naturaleza de los deportes era consustancial a ellos mismos.

Así, más allá de la tradicional diferencia entre deportes de conjunto e individuales, la tradición deportiva establecía respecto al tiempo su primera diferencia realmente sustancial.

Deportes sin tiempo límite, el beisbol o el tenis, por ejemplo. Frente a deportes cuyo desarrollo asemeja, en sí mismo, el cronómetro de la vida que corre contra la propia vida. Deportes de tiempo límite. El box, el futbol, tanto soccer como americano, el basquetbol, entre otros.

El tiempo está ahí, se acepta en ambos casos, mas podemos actuar (vivir) a nuestras anchas, se dice en unos deportes; el tiempo es el verdadero enemigo por vencer, el rival es un pretexto, se dice en cambio en los que un conjunto puede no ser capaz de resistir un fatídico último minuto.

En cuanto a la relación con los datos y las estadísticas, también asoman diferencias. De suerte tal que la capacidad, obsesión, genio, ciencia o quiera llamársele a eso que une a los norteamericanos con la recopilación de datos, ha estado presente de manera rotunda en los deportes que eligieron como encarnación de su identidad.

big data y deportes
Imagen: Spindox.

Sin ser norteamericano, por supuesto, pero sí una leyenda en la narración del beisbol, el “Mago” Septién hizo legendarias aquellas libretas, plagadas de datos, que lo acompañaban en toda transmisión.

La intromisión de los registros en números de asistencias, pases certeros, en cambio, a pesar de que de unos años acá se ha vuelto habitual en las transmisiones del todo el mundo, no deja de asomar como una extrañeza cuando no una absoluta inutilidad.

La relación entre tecnología y deporte no es nueva, eso es evidente.

El cambio en los materiales de las pelotas o implementos con los que se juega, aparejado a la variedad de aparatos y cacharros para entrenar, se suman a la cada vez más certera intervención de lo tecnológico en el tema de la medicina del deporte.

 A la mitad del camino entre práctica atlética, espectáculo de masas y negocio audiovisual, los deportes más populares del planeta, particularmente el futbol, son escenario y laboratorio de la omnipresencia tecnológica.

Zapatos, vestimentas, alimentación, por una parte, y repeticiones, sonidos para alertar si un balón entró en la portería, aparatos de intercomunicación, forman parte de un repertorio de recursos tecnológicos que se amplía.

Más allá de lo que suceda en cada cancha, sin embargo, el mayor impacto provendrá, sin duda, de lo que la Big Data traiga consigo. 

deporte tech
Imagen: Pinterest.

Si en algún momento la figura de los visores hizo a algunos de ellos agentes de jugadores legendarios, el desarrollo de tecnologías logrará, como tituló recientemente la Revista Retina, que forma parte del periódico El País, que los algoritmos se lesionen menos y anoten más.

Formar o contratar jugadores o competidores a ciegas, de acuerdo con ello, quedará reservada para los nostálgicos o los no pocos que hacen negocios personales a costa de ilusiones ajenas.

La tecnología, dice Retina, promete cambiar el deporte para siempre: ciencia de datos, telemetría y biometría, inteligencia artificial, realidad virtual y aumentada para llegar más lejos, más alto, más fuerte (y mucho más inteligente) que nunca.

En esto, empero, como en cualquier otro ámbito, la cuantía de los datos no es el fundamental, por supuesto, sino qué se hace con ellos, de qué manera se insertan en este caso en la naturaleza de cada deporte.

Es decir, como ellos mismos son testigos de la relación indisoluble entre lo humano y el tiempo, y como los datos mismos dan forma a nuevas formas en que el error, igual que la materia, no desaparece sino que se transforma.

En el tiempo y errar, somos datos, sí; pero también más.


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