La deriva de los tiempos

Activismo, vandalismo y patrimonio

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Las pieles, los cuerpos

Inevitable seguir pensando en las protestas del viernes 16 de agosto: polarización de reacciones, muchas imprecaciones en redes sociales y, sobre todo, mucha rabia. Unos, por la vandalización de una estación de Metrobús y más aún por las pintas en el Ángel de la Independencia. Otros, por la reacción de grupos que condenan el daño material pero no la pérdida de vidas, el riesgo de violación y la lentitud proverbial de la justicia mexicana cuando se presenta una denuncia.

El activismo supone un cuerpo activo, un cuerpo que se apropia de una causa y que se lanza a las calles a mostrarse. Cuando la causa, además, traspasa con punzón a los cuerpos, la agencia de éstos se aprecia más virulenta. Los cuerpos guardan memoria, construyen cultura, levantan monumentos y también los resignifican. El uso del espacio público por parte de los cuerpos es sumamente difícil de regular. Por eso se producen normas de actuación. ¿Qué sí y qué no?, ¿qué cosas hacer en/con/sobre los cuerpos? Mientras haya consenso, consentimiento, no hay problema. Pero cuando se irrumpe en el espacio público y unos cuerpos se lanzan al reclamo, los otros ven sus intereses vulnerados o se sienten intimidados.

Rayaduras en el Ángel.

Los monumentos se yerguen para conmemorar. La operación de construir memoria tiene múltiples vías de manifestación y su discurso debe contextualizarse: cuando en el seno de la construcción del Estado-nación comenzó a privilegiarse unas retóricas sobre otras, hasta finalmente producir un relato dominante (sobre el origen, sobre el ser y sobre la teleología de sí mismo), los monumentos surgieron elocuentes avalando ese relato y se quedaron allí para rendir testimonio de su triunfo. Eran cuerpos de piel rígida y solemne. Eran escritura sobre la ciudad. Si, como en siglos pasados, se deseara preservar esa memoria “intacta”, se cercaría el monumento para evitar que los cuerpos lo profanaran. Imagínense al Caballito en su primer itinerario, la Plaza Mayor (hoy conocida como el Zócalo), delimitado en un espacio generoso por una balaustrada, como se muestra en el grabado que hizo José Joaquín Fabregat en 1797. Los monumentos cercados se convierten en micrositios sagrados en el espacio público (y, por ende, profano): se les puede ver a la distancia con reverencia o con indiferencia, pero nunca cumplieron la función de producir un lazo activo con la ciudadanía. En el siglo XX, después de la Revolución, el trato fue diferente pues se quiso que los hitos conmemoradores estuvieran al alcance de la población, que hubiera una apropiación afectiva de los mismos y que sirvieran de educación en un nuevo orden de vida.

La columna de la Independencia hoy no luce con un cerco digno. Su escalinata ha servido para festejar los triunfos deportivos nacionales, como punto de reunión para iniciar marchas, como pódium, como fondo para las fotografías de las quinceañeras, etc. El pasado viernes fue uno de los ojos del huracán: los cuerpos le pasaron encima, hicieron pintas sobre su piel con diversos elementos y dejaron mensajes por demás elocuentes y visibles, tanto, que a alguien le pareció adecuado cubrir la base del monumento y no exponerla a una aparente indignidad conferida por tatuajes inflingidos con violencia. Que si fue por esa razón o porque se planeaba una intervención para corregir daños hechos por el sismo de 2017, vayan ustedes a saber. Han salido notas que dicen que el monumento no está asegurado desde esa fecha y que el INAH está en vías de contratar la póliza (https://www.eluniversal.com.mx/cartera/angel-de-la-independencia-sin-seguro-para-reparar-danos-amis). El INAH no tiene ni vela en el entierro porque, por la época en que fue hecho, la Ley de Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos de 1972 dice que la salvaguarda del monumento le corresponde al INBA (Cf. el Artículo 36: http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/131_160218.pdf). Sin embargo, el hecho de que el monumento habite la calle, obliga al gobierno de la Ciudad de México a tener responsabilidad en su custodia, como de la Diana Cazadora, de la escultura ecuestre de Carlos IV (el Caballito) o de cualquier otra pieza.

Pintas en el Ángel.
Fotografía: Informador.

Las pintas son escandalosas pero es mucho más escandaloso un asesinato. O solapar a violadores. O tener que hacer una denuncia cuando te han violado y por supuesto no tienes claras las condiciones en cómo eso sucedió. Los cuerpos vulnerados en lo físico y en lo espiritual, en lo social y en sus expectativas, se volcaron a la calle a destruir una estación y a pintar la base del Ángel. Lo que mostraban los videos me sobrecogió: desde luego que me interesa la preservación del patrimonio, pero ver la furia destructiva de esas mujeres que se convirtieron en una especie de ménades hermanadas por un mismo deseo de justicia (sí, embriagador como Dionisos) me inspiró respeto. Respeto porque yo no tendría el valor de hacerlo. Respeto porque, en efecto, las grandes conquistas de derechos no se hicieron poniéndose de acuerdo en un café. Porque no se pueden seguir permitiendo y normalizando el machismo y la violencia.

A muchos nos interesa la rehabilitación del monumento y en última instancia, la Ley Federal de Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos de 1972 dice, en su artículo segundo, que “Es de utilidad pública, la investigación, protección, conservación, restauración y recuperación de los monumentos arqueológicos, artísticos e históricos y de las zonas de monumentos. La Secretaría de Cultura, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional de Bellas Artes y los demás institutos culturales del país, en coordinación con las autoridades estatales, municipales y los particulares, realizarán campañas permanentes para fomentar el conocimiento y respeto a los monumentos arqueológicos, históricos y artísticos.” Es decir, hay una obligación de las autoridades de atenderlo. Llama la atención esto del fomento al “respeto”: no se puede pretender que poblaciones constantemente violentadas “respeten” al monumento. Ni a nada. Ni a la retórica dominante del Estado-nación porque simplemente no es capaz de garantizarles integridad ni justicia.

Pancartas.
Fotografía: CDN Mundo.

Tampoco pasa a mayores si el Ángel permanece cercado el tiempo que dure la limpieza (las quinceañeras pueden optar por otros escenarios). También es obligación de las autoridades procurar justicia en forma expedita y hacer eficientes los mecanismos de denuncia para las mujeres que han sido “presuntamente” violadas. Cierto que toda declaración debe ser tomada con reservas y que deben desahogarse las pruebas, cierto también que no está claro (desafortunadamente) el caso particular de la chica “presuntamente” violada por cuatro policías en Azcapotzalco. Cierto que, desde que tengo uso de razón, desconfío de la policía y del ejército porque la generación de mis papás vivió el 68.

La piel del monumento se puede reparar. La de las mujeres que amanecen muertas en un tiradero de basura no. Se vale reclamar. Se vale porque el monumento es un símbolo y la gente se apropia de él: cada quien de manera distinta y ahí es donde comienza el conflicto. Si fue pintado, quiere decir que el monumento es significativo. Hay que dar en donde duele y mover el cuerpo (los cuerpos) en donde sea visible la acción, si no, no se hace activismo. Me enterneció desde siempre la petición de un “manifestódromo”, espacio en el cual los que protestan no ocasionarían molestias a los transeúntes ni caos vial. Si no molesta, no se ve y no se atiende.

Mi cuerpo es más bien ajeno al activismo y más propenso a la esfera del hedonismo (lo de la esfera no es metáfora). Pero mi cuerpo puede sentir como una corriente eléctrica la indignación que orquestó esa marea femenina que destruyó una estación y pintó consignas ciertamente rabiosas y tristemente ciertas. También puede sentir frustración, coraje y desesperación por un gobierno local inútil, encabezado por una mujer que no ha tenido inteligencia ni sensibilidad para responder. No puedo negar que sentí un gusto (¿malsano?) cuando el episodio de la diamantina, cuando las ménades contemporáneas (las ménades antiguas también son producto de una cultura machista y encuentran un espacio sagrado y exclusivamente femenino en el culto báquico) destrozaron una estación de policía que estaba vacía (o sea, de adorno) y cuando vi los esténciles de #SHAMEBaum. En efecto, si no me cuidan, que no me violen. Ni a mí ni a ninguno(a).

Sólo una precisión final: hay que leer tragedia griega porque nos pone alerta sobre cuestiones que son humanas. En Las Bacantes (Báquides o Ménades), Eurípides describe la capacidad destructiva de las mujeres agrupadas en torno a Bromio (Baco, Dioniso). Están embriagadas, no están en sí. Componen un ritual, salvaje pero liberador. Buscan un espacio al margen del dominio masculino. Ágave, madre del rey en turno, enseña festiva al pueblo de Tebas un trofeo: le ha arrancado la cabeza a un animal agreste. Pero no, al volver a la conciencia apolínea –masculina– se da cuenta de que ha decapitado a su hijo Penteo. El crimen está hecho. El ardor báquico cobró a su presa.

Memes y opinión en la era de la información

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Repoblar el imaginario

En ciertos círculos, el miedo a perdernos de algo nos asalta a cada instante. En esta era, tenemos que estar informados para ser capaces de emitir una opinión. Claro, no es una cuestión universal pero sí muy difundida entre la población urbana que tiene acceso a un teléfono inteligente y, con éste, a Internet. Se dirá que hay problemas mucho más graves o se preguntará, más bien, por qué este miedo a perdernos algo es en sí mismo un problema. Sucede que está tipificado; se conoce como FOMO (Fear of missing out) y, visto a gran escala, puede producir opiniones absolutamente viscerales e infundadas. En última instancia, una proliferación de este tipo de opiniones deviene en memes (no como los que compartimos todo el tiempo, sino conforme a la categorización de Richard Dawkins, es decir, constructos culturales que se replican), memes que se convertirán en imaginario. Hasta aquí, el problema no se hace visible todavía.

En mi columna pasada hablaba de la Ilustración y de cómo Immanuel Kant resolvió la pregunta, por su naturaleza con la fórmula Sapere aude!, es decir, “sírvete de tu propio entendimiento”. Pensar por uno mismo y tener claras esas ideas son dos claves para la expresión de una opinión. Desde siempre el ser humano se ha formado una opinión del mundo que lo rodea, pero sólo en esta época la capacidad de externarla y hacerla crecer (y eventualmente, hacerla viral) es francamente exacerbada. Todos los días nos informamos de lo que ocurre a través de los periódicos, noticieros, conversaciones y, por supuesto, de las redes sociales. Se podría decir que vivimos colonizados por la emergencia de noticias y que, cuando nos cansamos de éstas, siempre hay un video divertido que despeje la mente.

Richard Dawkins
Fotografía: Richard Dawkins (tendencias21.net).

Algo que hiela la sangre es pensar que, a medida que nos exponemos a las redes y a la interacción con las pantallas, éstas también nos roban un poco de vida. Más que eso (más que el tiempo que “gastamos”) las interacciones que desarrollamos a partir de las redes sociales, los buscadores y las compras en línea van aportando datos sobre nuestra actividad, sobre nuestras preferencias, debilidades, filias y fobias. Parece que nuestras pulsiones de consumo y toda nuestra personalidad están enteramente determinadas por la influencia que ejercen la publicidad, las redes y las opiniones de amigos y conocidos. Si Kant leyera esto, sin duda se preguntaría dónde quedó ese pensamiento individual que nos hace salir de la infancia (edad del tutelaje) para pasar a una adultez de autodeterminación. Por momentos, recuerdo a los replicantes de Blade Runner, seres creados y programados conforme a una voluntad ajena, en pro de la conservación de los intereses del sistema. En la deriva de los tiempos, pero máxime en los dos últimos siglos, la idea del autómata avanzó vertiginosamente y devino en la de la inteligencia artificial. ¿Volvimos a la edad del tutelaje? Ciertamente, pero de otra manera.

Dejemos de lado las posturas tecnófobas: hay relaciones y factores de comportamiento que se han conservado desde hace milenios y que no se han visto vulnerados por la acometida de los nuevos medios. Lo que sí ha ido en incremento es la capacidad de compartir, interactuar y viralizar ideas. Los memes que compartimos todos los días y que pueden encerrar un significado profundísimo podrían ser vistos como la generación 2.0 de lo que en los siglos XVI y XVII se conocía como emblemas. Los memes refuerzan a la comunidad, cohesionan en el significado y, por supuesto, divierten. Pero de ninguna manera pueden ser sustitutivos de otras fuentes de información. O, mejor dicho, no pueden ser nuestra única fuente de información. Lo que hoy conocemos como memes son imágenes viralizadas que pueden mutar su significado según contexto y potenciarlo con la adición de texto. Son sintéticos, punzantes y requieren de la agudeza de quien los crea y de quien los comprende. Son pulsantes y pueden permanecer en el imaginario un buen número de años, latiendo con nuevos sentidos. Surgen como portadores de ideas pero se convierten en ideas.

tecnofobia
Imagen: tecno ensino.

Como los emblemas en un tiempo pasado, esos cohesionadores que se concibieron como lenguaje cifrado, sí, pero también como vehículos de discursos políticos y morales complejísimos, los memes son maquinaria al servicio de la ideologización. Y estamos sometidos a su influencia todo el tiempo, nos guste o no.

¿Cómo podemos resistir a los embates de la influencia? Delia Rodríguez, autora de Memecracia. Los virales que nos gobiernan, plantea con otros autores que han analizado de manera teórica y práctica el legado de Dawkins (Susan Blackmore, La máquina de los memes y Lucía Taboada, Hiperconectados, son dos ejemplos) que a pesar de la inteligencia memética y de su operar vírico, es posible no perder la consciencia de su influencia y desarrollar pensamiento crítico en torno a ellos. Incluso llaman la atención sobre la incertidumbre y el carácter fortuito de la vida de un meme. Como toda idea, como todo constructo cultural, el meme (en el sentido de Dawkins) está condicionado a encontrar un medio propicio para replicarse; curiosamente, mentes que no se encuentren vacías, pero tampoco superpobladas de criticidad. Esa medianía es la que favorece el cultivo de una idea que desea ser sembrada.

Memecracia
Fotografía: mip.umh.es.

“Llevar hasta sus últimas consecuencias la memética significa llegar a conclusiones tan molestas como que nuestra conciencia puede ser tan sólo un memeplex [un entramado de memes] magnético al que se le han ido adhiriendo virutas por el camino; que nuestras opiniones y deseos se basan en lo que pensamos que opinan los demás; que empresas, autores, ideas o regímenes políticos exitosos son sólo memes que han tenido éxito replicándose y que podrían haber sido otros en un mundo paralelo. Es un ataque a lo más directo del sentido común y a la tradición del pensamiento individualista occidental” (Delia Rodríguez, Memecracia). Este fragmento da esperanza. ¿Se acuerdan de la tradición? ¿Ese entramado que se aprecia vetusto pero que en realidad es como la frazada que arrastra un niño, que le da seguridad y a la que se le pega la mugre? (Cf. la columna de hace cuatro semanas “Orígenes y tradición. Un llamado a la emancipación”). Su condición es la de no estar intacta. Nunca debemos pensar que las cosas están dadas o que llegaron para quedarse. Tradición también es reivindicar nuestro derecho como ciudadanos a ser receptores de un discurso político coherente. Nuestro derecho a ejercer la crítica y a opinar con fundamentos y a tener opciones para comparar la información que recibimos.

Dejaré que Richard Dawkins sea quien cierre esta intervención: “Somos construidos como máquinas de genes y educados como máquinas de memes, pero tenemos el poder de rebelarnos contra nuestros creadores. Nosotros, sólo nosotros en la Tierra, podemos rebelarnos contra la teoría de los replicadores egoístas” (R. Dawkins, El gen egoísta). Tenemos derecho a ser selectivos y a perdernos de algo, en un momento dado, mientras valoramos el contexto. Tenemos derecho a servirnos de nuestro propio entendimiento y a sembrar nuevos memes para decolonizar y repoblar nuestro imaginario.

Prensa crítica. Prensa moderna

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Segundo llamado a la emancipación

Su historia no se remonta al periodo de la divulgación masiva de los impresos gracias al invento de Johannes Gutenberg, sino a años después. Su desarrollo está estrechamente vinculado al de la alfabetización en el mundo moderno y la curiosidad por saber y compartir. Ocasionales, journals, Zeitungen, diarios, avisos o gacetas, la prensa se caracterizó por salir regularmente (de modo anual, mensual, quincenal o diario, cuando se podía) para informar no sólo en cuestiones de interés práctico, sino para formar una opinión pública (Mona Ozouf, “Public Opinion at the End of the Old Regime” The Journal of Modern History, vol. 60, sept. 1988). Estos papeles regulares siempre persiguieron la intención de formar e informar y se convirtieron en vehículos de propaganda entre la escasa comunidad de lectores. La socialización de sus contenidos permitía, asimismo, una democratización del saber, pues los no lectores se congregaban en torno a los alfabetizados para que las noticias de la gaceta se leyeran en voz alta. Los cultivadores del género fueron llamados, en el mundo hispánico, gacetilleros, periodistas o folletistas. Des savants, los sapientes, conformaban la comunidad productora de opinión en torno a los nuevos conocimientos y gestaron una palestra pública que recogía la opinión y formaba otra mediante el ejercicio de la crítica.

Prensa.
Imagen: efectococuyo.com.

Desde el inicio de las publicaciones periódicas en la modernidad, comenzó a gestarse un sentido de “oposición democrática” como se caracteriza al trabajo de don Jerónimo de Barrionuevo en el siglo XVII (véase la edición en línea de los Avisos https://archive.org/details/avisos1654165801barruoft/page/n25); en estas publicaciones, se construye complicidad, redes de comercio ideológico, la voluntad de compartir, en pocas palabras, una república de las letras. Así, con esa vocación divulgadora y crítica, nació la prensa. Su desarrollo dio pie a la socialización de los avances científicos, canalizó opiniones políticas y dio lugar a los “publicistas” quienes, lejos del concepto contemporáneo, producían crítica a favor o en contra de agentes políticos concretos.

Hayden White, en su Metahistoria, abunda en las figuras retóricas y en las formas de escritura cultivadas en diversos momentos históricos. La modernidad eligió la crítica y la sátira como figuras de expresión. Esto quiere decir que un ejercicio crítico de las instituciones y de la vida pública es, no sólo propio y necesario en la modernidad, sino “obligado”. El trabajo de divulgación de ideas y el del intelectual no pueden ser complacientes. La ironía implica una forma avanzada de conceptualización histórica:  la crítica por la crítica no tiene ningún sentido, sino que se ejerce con la intención de forjar opinión, someter a un análisis pormenorizado a la realidad y de gestar cambios, en un régimen en el que se ha abandonado la esperanza en que una entidad metahistórica corrija las cosas. No hay dios, no hay una voluntad por sobre los hombres: hay un quehacer humano que está constantemente sometido a evaluación por parte de otros. Incluso el dictum “Al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie” conlleva la idea de una entidad –la ley– que no actúa per se, sino que es producto del quehacer, del análisis y del consenso humano.

Mañaneras.
Fotografía: Sin Embargo.

Recientemente, en sus “mañaneras”, el presidente López Obrador sometió a cuestionamientos faltos de argumentación a algunos medios como El Reforma y la revista Proceso. Contra el primero embistió con un argumento de persona, es decir, desde las vísceras (no aludiré aquí al “mal gusto” con que se levantó su “palacio”). Se desató un alud de respuestas y objeciones, desde la misma conferencia de prensa y a posteriori.  El  intercambio de palabras que se llevó a cabo entre el reportero de Proceso y el presidente evidenció algo muy alarmante desde el punto de vista del desarrollo de la democracia (véase https://www.milenio.com/politica/amlo-critica-revista-proceso-rafael-rodriguez-castaneda-responde). “No es papel de los periodistas portarse bien”, es decir, lanzar comentarios halagüeños al régimen simplemente porque se siente “de transformación”. La realidad es que el papel de los medios de información es eso: favorecer la formación de una opinión crítica y argumentada, no seguir corrientes ni lanzar guayabazos. Pero eso no siempre gusta. Quienes se encuentran en el poder, si bien desean el florecimiento de una sociedad crítica, deben estar conscientes de que hay intercambio que implica argumentación. En el origen de la prensa de la modernidad está el germen de la condición ilustrada, de la que Immanuel Kant en Was ist Aufklärung? hace gala en su respuesta a la pregunta “¿Qué es la Ilustración?”. En 1784, ante la provocación del Berlinische Monatschrift y meses después de la elaboración de Moses Mendelssohnn, Kant se hace eco de la frase y el concepto horaciano Sapere aude! (¡Atrévete a saber!), el cual implica plantearse preguntas y responderlas sin ayuda de una entidad metahistórica o política paternalista, es decir, pensar por uno mismo. No hay Deus ex machina, es decir, no hay nadie fuera de la propia comunidad que resuelva mágicamente los problemas o que aporte fórmulas deseables para los oídos de quien ocupa el poder. Eso quiere decir que la prensa ilustrada exhorta a servirse del propio entendimiento para valorar críticamente la realidad y evaluar a las instituciones públicas encargadas de la conducción de la sociedad. Parece que el presidente ignora esta condición. Éste es un segundo llamado a la emancipación. Resistencia. Sapere aude! Larga vida a la prensa libre y crítica.

Orígenes y tradición. Un llamado a la emancipación

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Ritual, tradición y espectáculo

Éste es un primer llamado a la emancipación, lo que quiere decir que haré más. En mi columna pasada hacía referencia al texto multicitado y editado por Eric Hobsbawm y Terence Ranger, La invención de la tradición. Comúnmente se asocia la palabra tradición a un conjunto de rituales o prácticas que tienen como origen común un acontecimiento fundacional que es preciso conmemorar. Se trata de prácticas simbólicas mediante las cuales, el sentido de la comunidad se reconstituye y refrenda su identidad.

No obstante, decíamos, entre más antiguo u originario se aprecie algo, es de más reciente creación. Una tradición inventada puede adoptar múltiples maneras de manifestación que por lo común responden a intereses muy específicos de grupos de poder que tienden a la perpetuación de dichas prácticas. Nuestra “identidad nacional” no es tal cosa, sino una red de construcciones simbólicas que resultan de síntesis y adiciones que se han hecho, como soluciones de continuidad histórica, a lo largo de la vida del país. Nuestra “identidad” (con comillas, porque es un cartabón, no es nuestra verdadera identidad) se construyó a resultas de que México nació como Estado: no podemos pensar fuera de esta estructura moderna y por ello nos cuesta valorar y entender cualquier manifestación que se inscriba en una temporalidad “de antiguo régimen”. El ritual es algo más allegado a esas otras temporalidades, en donde lo sagrado tenía cabida y era capaz de proporcionar explicaciones. El ritual restituye y permite tranquilidad: brinda espacios de convivencia y de confianza en lo que se está haciendo. Pensar el ritual en términos emancipadores no es algo que tenga cabida en el mundo contemporáneo; al menos no en términos de su función originaria, catártica y cohesionadora, aunque hoy en día se realicen actos que motiven catarsis y cohesión.

XIV Congreso Internacional de Arte y Educación.
Imagen: IBERO-Arte Educación.

En el XIV Congreso Internacional de Arte y Educación que organizó el Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana, dedicado particularmente a la revisión de temas vinculados con la problemática de la decolonización, fue inevitable referir la educación en el arte como una vía de emancipación. Pensaba, durante las jornadas, en cómo se puede operar el ejercicio de decolonizar y deconstruir no sólo en la educación (trinchera por demás importante), sino en todos los ámbitos de participación pública y de gobierno, para pasar después al ámbito privado. Mi pensamiento voló hasta temporalidades distantes: comencé por reflexionar en que el mexicano promedio no tiene una buena “opinión” sobre los tres siglos en que parte del actual territorio de México perteneció a la Monarquía Hispánica. Se tiene la idea de que estos siglos representaron sometimiento, esclavitud, colonialismo. No se piensa –porque no se asume y por lo tanto, no se enseña– el carácter orgánico de esa monarquía, máxime en los siglos XVI y XVII, carácter que favoreció un desarrollo cultural e institucional sin precedentes. En aquella sociedad ciertamente estamentaria, pero móvil, existía, por supuesto, la desigualdad –como existe ahora–. Había, sin embargo, diferencias y algunas de ellas residen en el poder del ritual. Pueblos de indios con autonomía de gestión y con representación política, ciudades manifestando su preeminencia, el ámbito variopinto del reino de Nueva España posibilitó expresiones multiculturales.

Pensar la decolonización en el presente y en el pasado tiene muchos registros: la distinción entre alta cultura y cultura popular, el racismo, la condición de desigualdad de la mujer, por mencionar algunos. También en un fuero personal, advertí que la operación de decolonización tendría que comenzar desde mi propio cuerpo, mis ideas sobre educación, mi propia percepción de la historia, mi manera de percibir y entender el mundo.

Educación decolonizada.
Mural: Brigada Ramona Parra.

Pensando En la deriva de los tiempos, decolonizar implica emancipar, reconocer y dar cauce a la libre expresión de las personas y de las comunidades. Pero, ¿esto es posible en nuestro país? Para decolonizar nuestras relaciones sociales hay que empezar por cobrar consciencia y decolonizar nuestras instituciones. En ese proceso, la educación formal y no formal resulta fundamental. Lograr la decolonización implicaría revisar y ponderar qué es lo propio en el seno de cada comunidad (es decir, resultaría imposible, a mi parecer, pensar en esto a escala nacional) porque a partir de esa ponderación es que encontraríamos cauces para la expresión de lo que nos constituye y nos identifica. La supeditación al Estado-nación (máxime en una acepción bastante arcaizante como la que percibimos en el régimen actual) implica homologación e imposición desde la enunciación de políticas (valga recordar la explicación del presidente de su noción de cultura y valga también traer a colación su política económica). Es inevitable recordar la toma de posesión de AMLO y refigurar el acto dramático y cuidadosamente construido, de recepción del “bastón de mando” de manos de un representante de los “pueblos originarios” de nuestro país. Si el acto me pareció chocante entonces, a la luz de estas reflexiones me parece francamente afrentoso. Esto ya ha sido objeto de numerosos análisis y no me voy a detener en ello, sin embargo, para explicar el por qué lo traigo a colación, tengo que volver a la idea de tradición.

Construir una política totalizante sobre un concepto de origen que es de reciente creación y desarrollar acciones de impacto nacional e internacional, no deja de tener un tinte perverso. Enunciar políticas sobre una verdadera idea de multiculturalismo no tendría encono hacia un pasado monárquico ni pretendería que todos los “pueblos originarios” tienen las mismas aspiraciones. La modernidad, como nos la pintaron Kant, Herder y Voltaire, entre otros, desde el eurocentrismo, implica una marcha de la humanidad toda hacia un mismo objetivo: el progreso. Pero en la actualidad sabemos que ese progreso es una entelequia y que debemos problematizar, refigurar, reimaginar y reelaborar nuestras respectivas teleologías a partir de los lazos que construye la cultura.

Multiculturalismo.
Imagen: El Chagual.

Me gusta pensar la tradición (del latín tradere, traer) como un muñeco de peluche muy preciado para un niño. Lo arrastra, lo abraza, juega con él, duerme con él, le cuenta sus sueños, le pone nombre y lo rebautiza más tarde, lo tira al suelo, se ensucia, nunca es el mismo. Es invención de mundos y pertenencias, pero nunca es prístino. Sin embargo, construye, es familiar, es propio. El espectáculo mediático que se montó desde la presidencia no refiere a tradición. En la deriva de los tiempos, tendríamos que comenzar a pensar en decolonizarnos: podríamos empezar con la toma de consciencia y con la identificación de prejuicios, pero también con la búsqueda de lo que realmente nos representa.  ¿Para qué? Para ser libres de encontrar expresiones propias, para tener libre ejercicio de la crítica y no aceptar que nos sometan a imposiciones o cartabones de muy reciente creación que sólo nos dividen y no construyen. Para concebir la cultura como esa red de relaciones simbólicas que uno tiende con el mundo y que nos sostienen, no como una sola visión reduccionista y excluyente que resulta funcional en el marco de un discurso populista por demás hueco. Para entender que el arte es un medio que nos reconecta con el ritual y lo sagrado, con la posibilidad de establecer conexiones profundas, más allá del triste panorama que a diario nos entregan los medios.

Procesión, representación y reconocimiento

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Crítica y experiencia de la tradición

Bruselas, 1549. Carlos V y su corte llegan a la Grand Place para formar parte de una ceremonia conocida como el Ommegang. En ese contexto, la ciudad aprovechará para celebrar la presencia del emperador y de su sucesor, Felipe II, así como para hacer gala de sus posibilidades logísticas en una de sus principales conmemoraciones de origen tardomedieval. Ommegang quiere decir “procesión”, “moverse alrededor”; se hace una procesión para agradecer, para implorar, para retornar simbólicamente a un origen, para encontrar ese origen en uno mismo y en la comunidad; en este caso, la procesión se refiere a la devoción, a la imagen que se encuentra en la iglesia de Notre Dame du Sablon, iglesia del siglo XV localizada en el barrio homónimo de Bruselas. Se cuenta que en 1348 una mujer tuvo una visión: la virgen María le indicaba robar una escultura de Amberes para llevarla a Bruselas y así lo hizo. Desde que siguió este mandato, sucedieron hechos milagrosos. Pese a ser producto del hurto devocional, esta historia reafirma la hermandad entre las dos ciudades. Hay que recordar además que el calendario litúrgico siempre ofrece oportunidad para el lucimiento de la esfera del poder temporal, máxime en el pasado.

¿Qué constituye un ritual? La realización consciente y voluntaria de una práctica simbólica acordada y sancionada por una comunidad porque la representa y le es significativa. Es la actualización de un mito y su presentificación: pocos lo entienden, pero los ejemplos son claros y hablan por sí. Tal vez uno de los más asequibles es el momento de la consagración en la misa católica; al decir “Éste es mi cuerpo”, el sacerdote invoca las palabras de Jesucristo en la última cena y al levantar la hostia, ese objeto de harina y agua se convierten simbólicamente en carne, en la carne del Cristo sacrificado por la humanidad. El Ommegang reúne entonces varias conmemoraciones, más rituales que históricas: por un lado, la procesión de la imagen de la Virgen; por otros, la llegada de la imagen de devoción a Bruselas y el aprovechamiento que Carlos V realizara de esta festividad pública para presentar a su hijo y para hacerlo ver entre los súbditos de los Países Bajos del sur. Como decía, el ritual no es impuesto por la autoridad, sino sancionado por la comunidad con su recurrencia y su entrega.

Ommegang.

Tuve la oportunidad de estar el pasado 26 de junio en el Ommegang en la Grand Place de Bruselas: cierto, muy pocos conocen esta conmemoración a la que me dejé ir guiada por un romanticismo personal y por un muy cuestionable deseo kistch. Pensé que tendría interés histórico y que valdría la pena presenciar una escenificación pública y recurrente (se trata de una conmemoración anual) que en México poco se entendería. Particularmente en México. El Ommegang refigura la presencia de Carlos V y Felipe II, por lo que la ceremonia da para hacer reflexiones mucho más puntuales, sin embargo, la mía en esta ocasión corre por el lado de la identidad. Lo primero que me sorprendió fue la afluencia de turistas, obviamente, pero más la de locales que van a respaldar a sus cofrades o familiares; los asistentes de otras latitudes habrán tenido sus razones para ir (una muy poderosa es que la cerveza Ommegang da la cortesía durante la escenificación), pero no sé si muchos de los asistentes cobraron consciencia de lo que esta ceremonia implica. Comienza con heraldo y fanfarrias, un bufón ameniza todo el tiempo, hay personas de todas edades que, vestidas “a la usanza de la época” se pasean por la plaza en lo que empieza el protocolo. Una vez iniciado, se recurre a narradores en tres idiomas (como en los Juegos Olímpicos) que van anunciando, una a una, a las personalidades que se han de dar cita y su porqué: las corporaciones de la ciudad hacen una danza con los gallardetes propios de su gremio, siguen los invitados del emperador y la descripción de su corte. Cuando se menciona al Duque de Alba la multitud (en la actualidad) abuchea. Vale la pena mencionar que hay una pantalla que reproduce lo que sucede al centro de la plaza y que, como parte del discurso visual, muestra partes del storyboard y “aligera” la carga política del acontecimiento, que no puede ser la misma para todos los espectadores. Me refiero a que lo hace accesible como espectáculo y no incurre en explicaciones innecesarias (el que entendió, entendió). Desde 1930 la ciudad de Bruselas tomó esta escenificación en torno a Carlos V como parte de su folklore y la repite anualmente. Exacto: como todo ritual, no se trata de algo que se haya realizado como conmemoración de manera ininterrumpida por más de cien años. No es medieval, ni renacentista, pero es un ritual que reúne a 1400 locales en participación activa y que motivan el apoyo y los comentarios de la comunidad (escuché a personas referirse a que habían bailado, desfilado o participado de alguna manera hace “X” años).

Ommegang.

A qué quiero llegar: el ritual es comunitario o no es. Pero es comunitario a condición de convocar ese poder de cohesión y de resignificación y restañamiento en los miembros de una comunidad y, por ello, esa comunidad no puede ser masiva. Lo masivo desimboliza, le resta importancia e impacto emocional a lo que sea porque los mecanismos de participación se vuelven más indirectos, más distantes… A veces se reducen a sólo mirar por la televisión o a comentar un meme sobre algo con lo que ya no se tiene ninguna conexión más que la impuesta por la costumbre. Como lo plantea Eric Hobsbawm en la introducción a The Invention of Tradition (http://psi424.cankaya.edu.tr/uploads/files/Hobsbawm_and_Ranger_eds_The_Invention_of_Tradition.pdf), las tradiciones que parecen clamar más antigüedad, estar más profundamente arraigadas en el tiempo, son creaciones de los siglos XIX y XX (y esto tiene mucha relación con el surgimiento de los Estados nacionales). Hay que poner atención a la manera en que se impone una práctica que después se clama tradicional, aprender a leer entre líneas en la constitución de nuevos rituales públicos es fundamental para conservar la capacidad de crítica y para decidir voluntariamente si esa creación me representa o no.

Yo decidí entregarme a la experiencia. En la deriva de los tiempos, me tocó estar en Bruselas en 2019 cuando, desde un borroso 1930 se evocaba un todavía más oscuro 1549. Sin necesidad de corroborar la corrección histórica de la escenificación (no puede haberla al 100%), el cuerpo se pierde en una experiencia de afectación sensorial y abandona su criticidad, al menos por espacio de pocos minutos. El éxito de una conmemoración pública es producir el sentimiento de unidad en lo diverso: sentada junto a un joven matrimonio de japoneses, cuando la mayor parte de la comitencia hablaba francés y abucheaba a Alba, feroz represor de la rebelión de los Países Bajos en el siglo XVI, me sentí partidaria de un equipo sentada en la tribuna de otro. No obstante, la inadecuación y el deseo de vincular históricamente a cada personaje del desfile, abandoné ese prurito racional. Los fuegos artificiales comenzaron a iluminar el cielo.

La idea del patrocinio

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Las becas son una obligación del Estado

Cuando México comenzó a salir de lo que implicó la gesta revolucionaria surgieron las instituciones culturales modernas que le dan asiento a la mayoría de nuestras nociones sobre patrimonio, arte y cultura. Así también se construyó la idea del Estado como promotor de las artes y del cuidado del legado arqueológico. Lentamente, a trompicones, nos hicimos de una organización que, a nivel América Latina, representó durante años un modelo a seguir. El Estado mexicano consolidó su imagen como garante de la protección de la riqueza pasada y presente de los pueblos indígenas, la sintetizó y transformó gracias al trabajo de un sinfín de artistas y hoy, como hace poco expresó Diego Prieto, director del INAH, “no hay extranjero que no se sienta atraído por visitar por lo menos una de nuestras zonas arqueológicas” (https://www.eleconomista.com.mx/arteseideas/El-INAH-es-la-gallina-de-los-huevos-de-jade-Diego-Prieto-20190610-0148.html).

Como bien señala Prieto, las zonas arqueológicas y los museos representan no sólo una atracción sino oportunidades de derrama económica. Pese a que esto no sea visto como industria productiva, los museos, festivales, recintos y demás actividades culturales generan recursos para la Tesorería de la Federación y constituyen imagen, discurso y representación. Las exposiciones internacionales organizadas en México marcaron hitos en la historia de la conformación de una imagen del país para el mundo; los extranjeros se siguen maravillando con el ballet de Amalia Hernández en Bellas Artes.

Rafael Tovar y de Teresa.
Rafael Tovar y de Teresa, ex Primer Secretario de Cultura de México.

Fue en tiempos de Carlos Salinas de Gortari que se consolidó el sistema de becas (el FONCA se creó en 1989) y corrió en paralelo con la actividad desarrollada por Conaculta, fundado un año antes. Sí, la actividad cultural estuvo durante años en manos de un hombre: Rafael Tovar y de Teresa. Pese al denuesto de algunos, las instituciones culturales mexicanas funcionaron al interior y al exterior del país; la promoción y fomento de las artes, pese a lo que crea la senadora Jesusa Rodríguez, son una misión que el Estado mexicano debe de cumplir no sólo históricamente (compromiso que este gobierno fácilmente puede desechar), sino jurídicamente. El artículo 4to. Constitucional apunta desde la reforma de 2009 que: “Toda persona tiene derecho al acceso a la cultura y al disfrute de los bienes y servicios que presta el Estado en la materia, así como al ejercicio de sus derechos culturales. El Estado promoverá los medios para la difusión y desarrollo de la cultura, atendiendo a la diversidad cultural en todas sus manifestaciones y expresiones con pleno respeto a la libertad creativa. La ley establecerá los mecanismos para el acceso y participación a cualquier manifestación cultural” (cf. https://elmundodelabogado.com/revista/posiciones/item/los-derechos-culturales-en-mexico y para referencia sobre las reformas constitucionales en materia de cultura hasta la Ley General de Cultura de 2017). La opinión de la senadora Rodríguez sobre la extinción de las becas FONCA para artistas y proyectos culturales ha tenido ya respuestas palmarias y suficientes como las de Francisco Toledo y Horacio Franco: el argumento de que no sólo ella se benefició de estos apoyos corre, por un lado, mientras que, por otro, se desliza el de la obligación del Estado de favorecer y fomentar el desarrollo de la cultura. Sin duda que todas las instituciones requieren la revisión de sus procedimientos y por supuesto que debe eliminarse de tajo la corrupción en el otorgamiento de becas y premios. Pero de ahí a que el Estado se deshaga de su obligación, hay mucho trecho cuyas implicaciones valdría la pena ponderar.

10 mil años de historia o falta de responsabilidad política

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Cada vez más se me hace inevitable recordar las enseñanzas de Max Weber en el invierno de 1919, cuando se dirigía a una joven audiencia en Munich y aclaraba que su plática, denominada “La política como vocación”, no versaría sobre los conflictos de su presente, sino sobre una estructura de comprensión y conducción que haría posible dotar de contenidos políticos, según las necesidades y el bien común, a quienes tuvieran que tomar esas decisiones.

“Por política entenderemos solamente la dirección o la influencia sobre la dirección de una asociación política, es decir, en nuestro tiempo, de un Estado”. (http://www.copmadrid.es/webcopm/recursos/pol1.pdf) Quien hace política, dice Weber, aspira al poder, al control, distribución o transferencia del poder para cumplir fines, ya sea de manera idealista o egoísta. En cada discurso que se dirige, un político busca formas de legitimación de su posición de poder a fin de garantizarlo. Weber distinguía tres fundamentos de la legitimidad de una dominación: 1) la del “eterno ayer”, que se refiere a las formas tradicionales de los patriarcas y a la recurrencia al “así siempre ha sido”; 2) la “autoridad de la gracia” que se funda en una figura carismática esencialmente asociada a alguien que se yergue como caudillo y 3) la “legitimidad basada en la legalidad”. Al parecer, ésta última gozaría hoy en día de mayor fundamento racional, puesto que se basa en la protección de convenciones e instituciones que excedería o trascendería la demagogia propia de la segunda forma (es decir, la de la “figura carismática del caudillo”), y antepondría la legalidad de la estructura del Estado de la manera en que el gobernante se hizo de su lugar de poder (la elección popular). Lo que me parece grave es que hoy en día, en México, se recurra discursivamente a argumentos que más se avienen a la primera y a la segunda de las tipologías de fundamentos de la legitimación que distingue Weber y no a la tercera: la del “eterno ayer” hizo eclosión en la reciente comparecencia del presidente Andrés Manuel López Obrador ante la prensa, en las ya famosas “mañaneras”. El despropósito no sólo obedeció a que no había contexto para tal cosa, sino que el presidente afirmó que México se fundó hace 10,000 años, pasando por alto datos que diversos académicos se han esforzado en fundamentar.

México se fundó hace 10,000 años.

En una época sobre-tecnificada, asistimos a numerosas discusiones sobre el futuro de las humanidades, sobre si continuarán impartiéndose materias de historia en la educación básica, media y media superior. Y de pronto, escuchamos en medios que México tiene 10,000 años de historia como país fundado y que aventajamos en mucho a los Estados Unidos, en donde pastaban los búfalos mientras en México había “universidades e imprentas”. La pifia es imperdonable, pero hay que rascarle un poco más. Revela una falta de interés por el razonamiento histórico y por la manera en que éste puede, académicamente encauzado, conducir a reflexiones capitales para la toma de decisiones en el presente. Revela una falta de respeto por los discursos construidos académicamente, con pretensiones científicas y sobre hipótesis demostradas por diferentes disciplinas. Revela que las humanidades, es decir, saberes que se constituyeron en la Edad Media temprana sobre comentarios o glosas a textos de la Antigüedad, deben ser retomadas con mucha mayor seriedad en la palestra pública, pues no es sólo la falta de conocimiento la que atenta contra una serie de narrativas convenidas (y que siempre están en rectificación) sino la falta de precisión y el deseo de afincar un discurso sobre algo que sucedió “en tiempos inmemoriales”, como si eso fuera suficiente para dar un sustrato creíble a afirmaciones laxas y en cierto punto, peligrosas.

Proletarización.
Fotografía: El Economista.

Ya lo decía Weber: una legitimidad basada en el caudillismo conlleva la proletarización espiritual de los seguidores. Un decaimiento de la capacidad crítica, de la capacidad de observar y señalar lo incorrecto (a nivel datos, sí, pero también moralmente). “La pasión no convierte a un hombre en político si no está al servicio de una causa y no hace de la responsabilidad para con esa causa la estrella que oriente la acción. Para eso se necesita (y ésta es la cualidad psicológica decisiva para el político) mesura, capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar la distancia con los hombres y las cosas”. Es necesaria la reordenación discursiva hacia una legitimidad institucional; la consciencia sobre la importancia que tiene la emisión de ideas de parte de un político elegido por la mayoría y sobre la responsabilidad que tienen en la conducción de sus argumentos.

El conocimiento de y el respeto a las instituciones ayudan a andar un camino bien pavimentado sobre el que se pueden hacer correcciones; la destrucción de las instituciones no lleva más que a la destrucción de la maquinaria que hace posible el funcionamiento del Estado; las restricciones presupuestales a sectores clave como Salud, Educación y Cultura podrían apuntar hacia el deseo de extender una supina ignorancia sobre las visiones de los acontecimientos que nos hemos narrado y que producen una ilusión de rumbo. Si dejamos pasar el comentario “jocoso” o peor aún, lo aplaudimos, estamos incurriendo en esa proletarización espiritual de la que hablaba Weber. Recordemos: en La deriva de los tiempos, narrar nuestras historias sí tiene importancia.

¿De la austeridad republicana a la pobreza?

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Cultura y presupuesto

Nota: esto es sólo una reflexión a partir de fuentes públicas, no una investigación periodística.

El pasado 3 de mayo, el presidente Andrés Manuel López Obrador firmó un memorándum con nuevas medidas de austeridad para toda la administración pública federal.[1] En este memo (pese a las peticiones de principio que, desde luego, me voy a pasar de largo porque nadie me va a responder) se avisa sobre la reducción del gasto público en diversas partidas, se solicita el ajuste a la estructura autorizada, se anuncia que no se permitirán comisiones internacionales salvo aprobación del Ejecutivo, se limitan viáticos, publicidad, gastos de papelería y de honorarios destinados al llamado “capítulo 3000”, es decir, a la partida 33901, “subcontratación de servicios con terceros”; entre otras cuestiones, ciertamente superfluas algunas de ellas y de las que se ha abusado sistemáticamente en sexenios anteriores.

Varias cosas salen a flote: en principio, el memo de Andrés Manuel comienza con un exhorto a los funcionarios públicos de “vivir en la justa medianía”. Lo que me interesa ahora es relacionar esto: 1) con el pronunciamiento del subdirector de la Coordinación Nacional de Artes Visuales, Gerardo Cedillo, igual de reciente y no oficial (pero sí ante medios de información), sobre la suspensión de exposiciones internacionales en recintos públicos, siendo igualmente afectados tanto los del INAH como los del INBAL[2]; y 2) con la reciente declaración de la periodista, curadora, crítica e investigadora del arte Ingrid Suckaer, quien dirigió una carta a la secretaria de cultura, Alejandra Frausto, con el  fin de solicitarle una explicación (varias explicaciones, diría yo, y con justa razón), respecto del trato y respuestas que recibió de Mariana Aymerich, titular del Festival Internacional Cervantino, al intentar presentarle una propuesta de exposición con artistas indígenas contemporáneos. Aymerich manifestó que, en pocas palabras, las artes visuales no le habían aportado nada al FIC.

Mariana Aymerich
Mariana Aymerich, titular del Festival Internacional Cervantino y Circuitos Culturales (Fotografía: Excélsior).

La cosa está así: los canales oficiales de información sobre la situación en el sector cultural son ambiguos en relación del estatus que la cultura reporta para la presente administración. ¿Importa, pero es superflua? El martes 14 de mayo la revista Proceso sacó un artículo sobre la supresión del programa de exposiciones temporales de la galería de la SHCP. En la prensa no vemos más que golpes al presupuesto de todas las entidades de la administración pública federal, y en lo particular, no vemos programas expositivos ni propuestas concretas (críticas, conscientes) de la Secretaría de Cultura. De acuerdo, una exposición temporal internacional puede implicar un alto costo que no es “necesario” cubrir. En el artículo de Chilango sobre el porqué se terminan las exposiciones temporales internacionales en la CDMX, leemos sobre una nueva apuesta por revisiones de los acervos locales, por nuevas líneas curatoriales, en vez de gastar millones en seguros, comisarios, impuestos, embalaje y traslado de bienes culturales que desearíamos ver, pero no nos es necesario por ahora (sí, estoy siendo eufemística). Gerardo Cedillo, subdirector de la Coordinación Nacional de Artes Visuales capoteó con bastante gracia las preguntas, pero sin herramientas políticas para dar una respuesta satisfactoria (porque ningún funcionario las tiene). Que conste que lo conozco y lo respeto muchísimo por su integridad y por su trabajo, a lo que voy es que, para quienes hemos estado dentro del sector y en líneas fronteras, las razones que se aducen son del todo absurdas y conducidas (insuficientemente) por un aparato de cultura que zozobra en su falta de planeación.

Dice Chilango: “el funcionario comentó que se trata de una nueva línea que busca apostar por el arte nacional y nuevas líneas de investigación, en lugar de las muestras monumentales y de convocatoria numerosa”, con lo cual podemos estar muy de acuerdo, máxime en tiempos de austeridad, pero lo que se obvia es que se hicieron exposiciones internacionales (la calidad, júzguela el público) en años anteriores que no repercutieron en costo alguno para el gobierno federal. Hablo en primera persona por la muestra Caravaggio. Una obra, un legado, que aun cuando parte del público no entendió el título: UNA obra, UN legado (#seteníaquedecirysedijo), no costó ni un peso para la APF; se deja de lado que muchas de estas muestras (esfuerzos considerables de gestión por parte de los directores de los museos y nada más que de ellos) se deben a la inversión de sus patronatos, asociaciones de amigos, fundaciones o a una excelente relación de conveniencia mutua con instancias de la iniciativa privada para concretar estos proyectos. El público no hubiera podido presenciar exposiciones como las que se realizaron en años anteriores en el MPBA, en el Munal o en el MAM sin esta concurrencia de voluntades y presupuestos. Y no me refiero sólo a lo realizado durante el gobierno de Peña Nieto, sino en los doce años precedentes también.

"La buenaventura", Caravaggio, 1594
“La buenaventura”, Caravaggio, 1594 (Fuente: Dónde Ir).

¿Qué es lo que nuestro presidente no entiende? La pregunta sólo es retórica y no tiene respuesta lógica. Lo que hay que considerar es: 1) que el sector cultural está compuesto por mucho más que la función pública; 2) que la participación (económica y en opinión) del sector privado es fundamental en un medio gubernamental que no se basta solo y que, 3) no existe la cultura en el Plan Nacional de Desarrollo más que en un vago y manido discurso populista. ¿Qué vamos a hacer? Ciertamente, tomar acción por lo más importante, que es no morir en el incendio y reducir nuestra huella de carbono, porque no hay exposición que salve nuestra situación ambiental si no actuamos en serio. Pero, de ahí a pensar que el limitar (cancelar) el acceso del público mexicano a muestras culturales emblemáticas que, si no vinieran, no podrían ser vistas y apreciadas por muchos; que un adecuado programa cultural restaña el tejido social y nos hace pensar en mecanismos de acción y valor para resolver problemas juntos, que un programa museístico no es superficial ni “fifí” (odio el término), sino una oportunidad de generar reflexión y convergencia, lejos de división entre los mexicanos… (tomemos aliento): falta mucho. ¿Pasaremos de la austeridad republicana a la pobreza cultural y económica? La metáfora de la “pobreza franciscana”, hecha por AMLO el pasado mes de febrero, es muy desafortunada.[3] La pobreza no tiene que ver con la austeridad y ésta no deviene en la otra.  Espero que esta administración recuerde que también las exposiciones nacionales requieren inversión presupuestal y no menor. Que las piezas se restauran para su exhibición o se deterioran, que también se trasladan aunque sea de manera local, que también implican un gasto en seguros y que los discursos conforme a los que se arreglan las exposiciones también generan un gasto en nómina y/o en la partida 33901. Reducir o eliminar gastos superfluos es imperativo, pero no confundir el cuidado del patrimonio y la obligación de presentar muestras dignas al público con austeridad. Demeritar eso es miseria.

Notas: 
[1] AMLO memorándum austeridad, 03may19 en Scribd. 
[2] “¡Ya valió Kandinsky! No más expos internacionales en la CDMX” en Chilango.
[3] “Si es necesario, iremos de la austeridad republicana a la pobreza franciscana: AMLO” en El Financiero.