A fines de julio pasado, el Secretario de Economía de México, Ildefonso Guajardo, declaró en el festejo del décimo aniversario de ProMéxico que, en materia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), “Nos dorminos en nuestros laureles” (www.informador.mx), enfatizando que …estuvimos 22 años en una zona de confort, donde nuestros socios del sector privado y nosotros hicimos el trabajo que correspondía… (Periódico La Jornada, Jueves 27 de julio de 2017, p. 18). Sin duda, las palabras públicas y oficiales del Sr. Secretario Guajardo son hartamente valientes, pero no dejan de tener un viso de asombro, imprecisión y de ingenuidad.
Resulta pasmoso saber después de casi un cuarto de siglo de quién ha sido un alto funcionario mexicano en materia del comercio nacional, que el gobierno no se percató de la equivocada instrumentación que implicó el TLCAN y el cambio objetivo que experimentó la estructura productiva mundial y de México y que ahora obliga a la revisión del Tratado. Más preocupante resulta saber si para la revisión del TLCAN el gobierno mexicano y la iniciativa privada actuarán con conocimiento claro y objetividad.
Para la revisión del TLCAN se debió inicialmente partido del análisis del cumplimiento de los objetivos establecidos para los tres países. Revisión que arrojaría verdades más allá de las estridentes fanfarrias que el gobierno mexicano empeñaba contra cualquier señalamiento de duda o revisión del TLCAN en su vigésimo aniversario. Señalamientos compartidos por investigadores, académicos, el pequeño y mediano sector empresarial mexicano, organizaciones no gubernamentales, así como de extranjeros.
Los objetivos seminales del TLCAN, además de la creación de un mercado regional, fueron: i) Aprovechar las ventajas comparativas de cada país en la producción compartida, ii) Incrementar la competitividad en la producción de bienes y servicios en el mercado regional y en el internacional, iii) Aumentar la inversión extranjera directa en la región y iv) Generar empleos y elevar la calidad de vida de la población. Sin vacilación, es dable decir que tales objetivos no fueron plenamente alcanzados para el caso de México. Aún más, los bajos salarios impuestos en México por el gobierno significaron baja calidad de vida, con lo que el Secretario Guajardo arguyó recientemente, técnica e impúdicamente, que con ello se dio mayor competitividad a Estados Unidos, por lo que los mini salarios mexicanos no deben ser afectados, obviamente al alza, con la revisión del TLCAN.
Tal posicionamiento significa perpetuar un mercado local raquítico y una devaluación interna que ha permitido mantener el tipo de cambio con el exterior, como hoy es festinado por el titular de las finanzas nacionales. Tales vicisitudes han sido acompañadas con la pérdida de competitividad nacional que en 2015 nos ubicó en el lugar 51 internacional, después de haber estado en el lugar 39 en 1998.
La ambigüedad oficial, no ajena a la ignorancia técnica, ha llevado inicialmente a insistir urbi et orbi que el déficit comercial de Estados Unidos con México es del orden de los 50 mil millones de dólares, hecho que las cifras oficiales desmienten, al arrojar al cierre del 2016 un superávit en la balanza comercial de México con Estados Unidos del orden de 120 mil millones de dólares, cifras ampliamente contrastantes. Por lo que todo deja indicar que la preocupación de Estados Unidos con México es realmente el déficit de mercancías, equivalente a un poco más a los 60 mil millones de dólares. Aun así, en este rubro la apreciación mexicana resulta oscura.
En el año 2000 casi el 89% de la exportación total de mercancías de México tenía como destino a Estados Unidos, y a partir del año 2010 ha rondado en el orden de 80%, por lo que la diversificación de exportaciones mexicanas ha sido importante e indica que en materia del TLCAN ha disminuido su peso en la economía de Estados Unidos. Hechos a los que, además, en un juego de espejos, se agrega que el componente de origen mexicano de las exportaciones nacionales ha disminuido. En tanto que en 1993 el valor agregado nacional a la exportación total, sin considerar petróleo, fue de 22%, veinte años después fue del orden 15%.
Esta situación adversa es producto de los más de 40 tratados comerciales suscritos por México después del TLCAN, que llevaron a no favorecer la producción y exportación nacional, desembocando en un gran déficit comercial en beneficio de los otros países signatarios y violentando el espíritu de las reglas de origen del TLCAN, hoy prioridad de Estados Unidos para la revisión del tratado. De tal magnitud es nuestra dependencia de producción intermedia para la exportación final y consumo nacional que México importa anualmente del orden de 2 mil millones de dólares en tornillos, pernos, remaches, tuercas, pasadores, clavijas, chavetas, siendo igual comportamiento comercial en materia de calzado, medicina, entre otros rubros muchos más.
El TLCAN pudo haber ayudado sustancialmente a crecer, generar empleos y mejorar los niveles de vida de los mexicanos, de haberse seguido una política económica realista sin automatismo y más allá del pizarrón. Aspiraciones hasta ahora no alcanzadas, lo que generó que la economía nacional pasara en el concierto internacional de ocupar el número 9 en 2001 al nivel 15 en 2015 y que perdiera peso como destino de la inversión extranjera directa de un poco más del 3 % en 1995 del total mundial, a alrededor del 2% veinte años después. Decrecimiento relativo que contrasta con el gran crecimiento de la inversión extranjera directa en Estados Unidos.
En lo últimos veinte años la estructura productiva mundial cambió. Surgieron nuevos jugadores internacionales para las exportaciones, se crearon nuevos productos, se desarrollaron nuevos servicios y países como China, India, Vietnam, y otros más del Sudeste Asiático y Oceanía, emergieron activamente en el concierto internacional. El gobierno mexicano autoritariamente se durmió en sus laureles, a pesar de tantas voces nacionales y hechos que demandaban una clara política de crecimiento, una política industrial que permitiera aprovechar las ventajas del TLCAN y una política agropecuaria que fue pactada y no aplicada para su protección internacional, ausencias gubernamentales estructurales que se agudizaron con un sector financiero que fue abierto 10 años antes de lo acordado.
Hoy los revisores mexicanos del TLCAN son esencialmente los mismos que lo pactaron originalmente e instrumentaron hace 23 años, al menos en sus ideas y visiones. Trump los despertó inusitadamente y ellos desean un regreso al pasado, como si nada hubiera acontecido en el mundo y en México y nada debiera suceder. Sin embargo, bien ha dicho el Secretario Guajardo El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)… bajo ninguna circunstancia ha sido la panacea de la solución del desarrollo nacional, por lo que obviamente esperamos ver y saber que harán el gobierno y el sector privado para apoyar realmente el desarrollo nacional una vez revisado el TLCAN sea el resultado cualquiera que ello arroje.