Pez de Oro

Romeo y Julieta: Tigre en la Rifa

Lectura: 6 minutos

Sinopsis:

Romeo y Julieta se enamoran sin saber que abonarán al odio entre sus respectivas familias. Esta relación “prohibida” develará ejercicios de poder donde el aniquilamiento es determinante.

Notas antes de leer la reseña:

  • Aliteración es una figura retórica que consiste en la repetición de un mismo sonido dentro de una palabra u oración.
  • La adaptación de Alfredo Michel Modenessi está editada por Elefanta Editorial en mayo de 2017.

¡Qué valiente es Mauricio García Lozano! Yo creo que en este país él está dentro del top 5 de los amantes genuinos (este adjetivo sí es importante remarcarlo porque su amor está basado en un profundo conocimiento, estudio y reflexión) de toda la obra de William Shakespeare. Mauricio no es poser al hablar del autor sólo por seguir una tradición culterana del teatro; lo valora en su justa dimensión y decide montar sus obras como director con una intención de acercarlo a las audiencias actuales. Hace tres años emprendió una trilogía shakespeareana con “Ricardo III”, le siguió “Medida por Medida” y, finalmente, llega su última entrega con “Romeo y Julieta”. ¡Qué valiente!

“Romeo y Julieta” es sacarse el tigre en la rifa. En primer lugar porque, tal vez, es la obra más reconocible de toda la producción de Shakespeare y hay un sinfín de expectativas por parte de los fans y no-fans. Y lidiar con toda esa presión puede llevarte a caer en lugares comunes. Sólo basta recordar, como muestra, el casting de la versión cinematográfica de Zeffirelli en 1968. Por otra parte, el reconocimiento tan a la mano de la obra (vamos, Cantinflas hizo una película en homenaje) hace que “Romeo y Julieta” sea una de las obras más incomprendidas de todos los tiempos.

El análisis más socorrido del texto se reduce a una historia “rosa” de dos amantes de familias rivales, sin embargo, la lectura no puede ser más alejada. Cuando yo vi por primera vez “Amor sin Barreras” (una de las adaptaciones musicales más afortunadas; “West Side Story” en inglés) “Romeo y Julieta” adquirió otra dimensión para mí: es una historia de destrucción, sangre, violencia y muerte. Pienso en “13 Reasons Why” de Netflix para hacer un paralelismo: la anécdota empieza con conflictos “babosos” de adolescentes (ojo con el “babosos”) pero empieza a crecer, a crecer y a crecer de tal manera que al final se devela un tejido social putrefacto. Y ahí viene el terror.

El odio no se ejerce por acabar esa idílica historia de amor de Romeo y Julieta sino porque simplemente se quiere ejercer; debajo de las formas, de los protocolos, de las costumbres hay una pulsión de muerte ineludible para cualquiera. Hasta la propia Julieta y el propio Romeo aman como un acto violento. Si ves con detenimiento el texto, la conclusión más sensata es “qué horribles podemos llegar a ser los seres humanos”. Y aquí viene un problema: disloca mucho este tratamiento dark ante la fama del romanticismo idílico de los protagonistas.

Aquí voy a detener mi análisis textual de la obra porque podría hablar de ella cincuenta entregas más y no me alcanzaría el espacio para concluir. Me voy directo al trabajo de Mauricio García Lozano que sólo lo puedo reseñar con base en sus exploraciones shakespeareanas de los últimos tres años. Recuerdo cuando escribí la reseña de “Medida por Medida”; hice hincapié en esta intención de Mauricio por conectar con un público joven (yo lo atribuyo a sus años de docencia con universitarios) que sin duda logra.

romeo y julieta

“Ricardo III” y “Medida por Medida” eran montajes donde las apuestas estaban en extrapolar elementos del lenguaje televisivo o cinematográfico al teatral. Gran parte del éxito escénico de estos proyectos también radicaba en la construcción de experiencias inmersivas: estabas dentro de la acción y eso era muy emocionante de vivirlo. Todavía recuerdo en “Ricardo III” cómo colgaban esos cadáveres del techo del teatro como si fueran reses en un rastro y tú, como espectador, estabas debajo de ellos. Con tales referencias me llama la atención que “Romeo y Julieta” sea un montaje sumamente convencional.

No sé si esto se deba a la audiencia del Centro Cultural Helénico (foro donde se presenta), al precio del boleto, porque se quiere recorrer un camino mucho más formal o por el siguiente punto a analizar. Por otro lado, más que en los dos trabajos anteriores, en este montaje se nota un particular interés por poner un acento especial en el lenguaje. Mauricio siempre sabe escoger la adaptación de textos clásicos; para lograrlo trabaja con el extraordinario Alfredo Michel Modenessi, quien también está dentro del top 5 de los amantes genuinos de Shakespeare en este país.

En “Ricardo III” y “Medida por Medida” había elementos que volvían el montaje en pirotecnia pura: la escenografía, la iluminación, la coreografía, el vestuario, la música. En “Romeo y Julieta”, todos estos elementos se echan dos pasos para atrás para permitirnos escuchar el texto. En el lobby del teatro venden precisamente la adaptación de Alfredo y, por supuesto, no dudé dos veces en adquirirla; cuando estudio Shakespeare tengo toda la colección de María Enriqueta González Padilla editada por la UNAM como libros de cabecera. Su trabajo es muy digno y, sobre todo, me gusta la precisión del lenguaje; pero lo que hace Alfredo en este montaje me vuela la cabeza.

Alfredo siempre piensa en la experiencia escénica al momento de hacer la traducción. No me malentiendan, María Enriqueta es un prodigio, sin embargo, ella está interesada en el valor estrictamente literario y está bien y lo hace como nadie. Alfredo excede el papel y sabe que alguien va a oír esas palabras; el resultado es una formidable musicalidad. Yo estaba alucinado con todas las figuras de aliteración; cada letra, cada palabra, la sintaxis forman una melodía memorable. Aplausos de pie a Alfredo durante un día entero.

cartel teatro Romeo y Julieta

El trabajo de adaptación empata de una manera efectiva con la dirección de Mauricio. “Romeo y Julieta” es una anécdota donde antes de hablar del amor se debe de hablar del poder. Y en este sentido la línea de violencia y brutalidad le hace enorme justicia al texto y lo saca de lecturas chatas. Para mí el personaje clave en donde se manifiesta qué rumbo tomará el montaje de este texto es Mercucio, amigo de Romeo, quien con su muerte desata el conflicto más sangriento entre los Montesco y los Capuleto.

Este personaje representa una síntesis clara de todas las líneas que cruzan en la historia: el odio, la muerte, la dominación y, por supuesto, el amor. Es interesante cómo en el montaje de Mauricio hasta el sexo es tratado como un ejercicio de poder. El espectáculo es efectivo para develar esta lectura y, sin duda, se prepara un final mucho más potente con la muerte de los amantes.

La escenografía de Mario Marín del Río funciona, la iluminación de Ingrid SAC recrea las atmósferas necesarias, el vestuario de Aldo Vázquez y Mario Marín es novedoso, vamos, todos los elementos están en sincronía pero en el trabajo de interpretación hay algo fuera del redil: los actores están muy preocupados por conseguir una emotividad en las palabras de Shakespeare.

Éste no necesita en primera instancia del trabajo emotivo de una actriz o un actor; lo que requiere de ellos es una pericia en el manejo del lenguaje para hacer lucir el ritmo y la musicalidad. Y estos dos atributos van a provocar una emoción y conmoción en el espectador; no las emociones del intérprete. Los patrones rítmicos, las figuras retóricas, el sonido de las palabras conducen a las audiencias por la historia.

No se puede abordar Shakespeare desde una manera realista cuando hay un particular interés de hacerle justicia a las palabras de Shakespeare. En los dos trabajos anteriores de Mauricio sobre Shakespeare el lenguaje estaba fuera de emociones exacerbadas. Creo, por pura intuición, que la fama de “Romeo y Julieta” bajo las ideas del romanticismo, pasión y enamoramiento lleva al ensamble actoral a una búsqueda emotiva; si mucho me apuran el compromiso de un actor o una actriz, debe estar en generar un estado de ánimo cuando hace un texto de este calibre y particularidades.

Toda la  compañía tiene los recursos y la experiencia para dirimir el lenguaje; la adaptación de Alfredo y la dirección de Mauricio son garantías de que los actores y las actrices no perderán el suelo cuando no tengan tantas lealtades con su trabajo emotivo. Es más, el trabajo de Shakespeare es tan virtuoso que nunca los abandonará.

“Romeo y Julieta” en el Teatro Helénico es uno de los trabajos más desafiantes de todos los “Romeo y Julieta” que he visto porque le da al clavo, al lado B de los amantes férreos contra viento y marea. El espectáculo es un éxito garantizado y aquí lo interesante será analizar a las audiencias cuando vean pasar a ese tigre llamado “poder” en medio de una de las historias de amor más conocidas.

 

Traspunte:

Aquí les dejo una de las secuencias extraordinarias de “Amor sin Barreras” (versión cinematográfica de Robert Wise y Jerome Robbins) donde este poder del que hablo en la reseña se entiende y representa de forma soberbia:  https://www.youtube.com/watch?v=pTKj4AEy2Vo. Es tan magistral este momento que Michael Jackson lo usó de inspiración para el video de “Bad”.

 

Romeo y Julieta

De: William Shakespeare

Dirección: Mauricio García Lozano

Teatro Helénico

Avenida Revolución 1500, Colonia Guadalupe Inn

Horarios: viernes 20:30 hrs., sábados 17:00 y 20:00 hrs., domingos 18:00 hrs.

Abrazar al Panda: goles sin escala

Lectura: 4 minutos

Sinopsis:

Gibrán Hernández, un jugador de fútbol, tiene que enfrentarse a la presión de igualar o superar la trayectoria de su hermano quien consiguió tal fama que ya trabaja en primera división. Gibrán buscará desesperadamente huir de los fracasos personales y profesionales para caer en un serio cuestionamiento sobre sus deseos y motivaciones en su vida.

 

Me enamoré del fútbol tal como más adelante me iba a enamorar de las mujeres: de repente, sin explicación, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traería consigo.

Nick Hornby en “Fiebre en las Gradas”

 

Entre los teatreros existe una “estampa” muy compartida en algún punto de su entrenamiento académico y profesional: las grandes similitudes entre el teatro y el fútbol.  En ambos hay trabajo en equipo, entrenamientos férreos, una ideal confianza en el otro y, por supuesto, la gran emoción de ganar en un juego donde sus reglas lo hacen poco probable. Tener una función llena, hacer una bien lograda apuesta escénica o percibir la conexión genuina con las audiencias puede causar tanta adrenalina como meter un gol.

El fútbol es el deporte nacional por excelencia. Te guste o no, somos cercanos a éste y nos produce sentido la afición y la pasión. Hasta me parece extraño que nadie haya hablado de estos dos mundos de una forma tan clara como lo hace “Abrazar al Panda”; no dudo de la existencia de textos con el mismo tema de hace diez, veinte o cincuenta años, es más, en el cine y la televisión se ha retratado hasta la náusea, pero en los últimos dos años, por lo menos, no había encontrado un ejercicio teatral con estas motivaciones.

Pero no es un ejercicio cualquiera: el texto es de Mario Alberto Monroy. Yo lo conocí por primera vez como actor en “Sólo quiero hacerte feliz” (montaje que amé con pasión y locura, vamos, lo vi ocho veces) y llamó mi atención por dos razones: 1) no puede ser más carismático y no lo digo para nada en un sentido retórico sino desde esa posibilidad que tiene de conectar sí o sí con las audiencias; 2) lo más difícil para cualquier intérprete es darle la vuelta a la página en su trabajo; otorgarle un valor novedoso a la construcción del personaje para sorprender a los asistentes. Y Mario lo logra.

No sé qué come, ni a qué santos se encomienda antes de cada función, pero cuando pienso “seguramente va a tomar este camino”, Mario toma otro más efectivo y sorprendente. Con “Abrazar al Panda” trabaja como escritor; con el mismo título nobiliario ya había participado en Microteatro México pero es la primera vez que yo veo una propuesta suya de más de quince minutos. Y su capacidad de sorprender se vuelve a sentir en este monólogo; el tratamiento de la anécdota está dotada de una sutil carga de humor; el arquetipo del antihéroe se construye a partir de un universo bien chilango, citadino y urbano.

En otro sentido, agradezco la brevedad del montaje: dura una hora. Mario le da al clavo cuando piensa que las audiencias actuales están acostumbradas a ritmos vertiginosos. Para bien o para mal los formatos televisivos y electrónicos han entrenado nuestra forma de consumir medios: ya no vivimos en el siglo XIX; preferimos obras donde la acción se privilegie en lugar del discurso; y si todo se cuenta en menos de una hora mejor.

Abrazar al panda

Mario hace una dramaturgia con un extraordinario trabajo de síntesis. Nos cuenta lo que nos debe de contar para seguir una historia en el principio, desarrollo y clímax. Ni más ni menos. En mi cabeza no paraba de celebrar la escritura cuando veía la función; cada palabra en los diálogos y cada situación en las escenas son justas para representar la complejidad del personaje y su conflicto.

La selección de Memo Villegas para interpretar este monólogo es por demás acertada. En un claro paralelismo con Mario, Memo es un actor sumamente carismático y gran parte del éxito del montaje radica en explotar esta característica. Lo más sobresaliente de él es todo su trabajo de contención energética y de irradiación. Hasta la mitad de la función caí en cuenta que Memo perteneció al ensamble de “Incendios”, ese memorable y celebrado montaje de Hugo Arrevillaga con Karina Gidi como protagonista, donde estaba en un tono y género sumamente densos: su rango actoral es amplio (hasta físicamente es otro ahora).

Me interesó cómo la dirección apuesta incesantemente por la generación de una atmósfera. Debajo de cada rutina cómica del personaje existe una enorme tristeza que sin duda pasa a los espectadores. El corazón de la obra está en la idea del fracaso: ¿qué pasa cuando no puedes lograr lo que siempre deseaste? ¿Cómo el éxito determina quién eres? ¿Cómo la frustración modifica tu identidad? Y es aquí, en esta profunda contradicción, donde se cumple el género de la comedia.

Me dislocó un aspecto del montaje: una falta de contundencia energética en el clímax y el final. Hace falta un acento sumamente evidente para llegar al desenlace del conflicto; y esto se vuelve más evidente cuando a lo largo del montaje hay picos de energía más altos. Desde la escritura  y dirección se necesita condensar ese momento para potencializar el efecto de la comedia y cumplir con la premisa de la obra. El final funciona pero se queda corto en comparación de donde debería llegar. El impacto del montaje sería avasallador si se intensifican los últimos diez minutos.

“Abrazar al Panda” es un triunfo de la dramaturgia y dirección contemporáneas. Para una audiencia cerca de la actividad teatral de esta ciudad será una propuesta refrescante y divertida pero (tal vez el mayor logro) para una persona que no sea cercana al teatro tendrá una justa bienvenida porque el montaje le hablará, en forma mínima, acorde a las competencias comunicativas de formatos y medios socorridos en la actualidad.

 

Traspunte:

¡Qué ganas de conocer el Foro Bellescene en Zempoala 90, en la Narvarte!

 

“Abrazar al Panda”

Dramaturgia: Mario Alberto Monroy

Dirección: Ricardo Rodríguez

Círculo Teatral

Veracruz # 107, Colonia Condesa

Horario: lunes, 20:30 hrs.

Oleanna: el Muhammad Ali del drama

Lectura: 4 minutos

Sinopsis:

En una universidad un maestro hace las correcciones al ensayo de su alumna porque ésta quiere saber por qué sacó tan baja calificación. El encuentro de los dos personajes provocará una discusión sobre las relaciones pedagógicas y los ejercicios de poder que se establecen dentro de la institución.

Ya había hablado del montaje “Oleanna” que se presenta en el Foro Shakespeare en mi podcast “Dramarama” (https://itunes.apple.com/mx/podcast/dramarama-porque-siempre-hay-drama/id1204331389?mt=2) y la verdad no dejo de pensar en el texto y en el montaje. Por mi cabeza y mis sensaciones he recorrido una y otra vez la estructura y, sobre todo, la experiencia de estar sentado en esa butaca del Foro Emergente del Shakespeare; sin temor a equivocarme (y con todo el cuidado de calificarla de esta manera) es una de las obras más provocadoras de toda la cartelera de la ciudad actualmente. Por eso quisiera aprovechar este espacio para profundizar en el análisis escénico.

Es un texto de David Mamet. Él es uno de los grandes pensadores y hacedores del teatro estadounidense con una gran influencia en la forma de hacer y entender el drama en Occidente. No tengo con exactitud el año de escritura de la obra aunque en 1992 se estrenó. Siempre me ha parecido que Mamet ve al teatro como un ring de box; cada pregunta, escondida en sus anécdotas y personajes, golpea la conciencia de los espectadores sin darles tregua.

Cuando voy a ver una obra de Mamet siempre acabo moreteado por todos lados. Los cuestionamientos son duros (y por qué no decirlo: incómodos) no sólo por señalar “eso” que nadie quiere ver, sino porque jamás hay respuestas concluyentes. “Oleanna” pone el dedo en la llaga sobre el papel y el funcionamiento de la universidad en nuestros días. ¿Para qué sirve? ¿Con qué se come? ¿Es una fantasía de superación de la clase media? ¿Quien no tiene una educación superior no es validado socialmente?

Han pasado 25 años desde su estreno y el texto es pertinente en un país como el nuestro donde el sistema educativo tiene grandes carencias metodológicas y, por otro lado, ha sido secuestrado por causas partidistas y sexenales para incrementar cotos de poder. “Oleanna” se ha montado varias veces en la Ciudad de México pero, sin duda, el trabajo de dirección de Bruno Bichir en el Foro Shakespeare le da al clavo porque lleva la experiencia hasta sus últimas consecuencias.

El texto es provocador pero el montaje es doblemente provocador. Desde la proxemia: sólo pueden entrar menos de sesenta personas, hay (si mi memoria no me falla) cuatro filas de butacas y la última está a menos de dos metros del escenario. No hay manera de esconderse de los golpes de Mamet; no hay forma de evadir los dilemas (vamos, es imposible usar el celular y no darte cuenta) y, claro, lo primero que se genera como experiencia es una atmósfera opresiva tal cual la viven los personajes.

Por otro lado, hay un gran trabajo de ritmo y tempo en la forma de decir esos diálogos. Hay dos características fundamentales de los textos de Mamet: 1) son muy groseros y 2) le encantan las líneas trozadas, interrumpidas, sin concluir. Alguna vez yo trabajé un texto de este autor y era increíble darte cuenta de la poesía de las palabras altisonantes y también de cómo las podías odiar por memorizarte tantas (te prometías a ti mismo nunca usarlas).

Bruno Bichir fue muy sensible a estos atributos y les pone un gran acento en el montaje. Es muy curioso cómo el manejo de los diálogos en la propuesta del Shakespeare se vuelve tan verosímil; lo único que puedes pensar es: ¡claro, así hablamos! Y te sorprendes también de lo desarticulados que podemos ser en la capacidad de expresar nuestros pensamientos o, mejor aún, de lo fortuito de cualquier plática en la cotidianidad.

Y, por supuesto, no puedo dejar de lado la interpretación de Tato Alexander y del mismo Bruno Bichir. En un sentido actoral hay dos grandes problemas técnicos con “Oleanna”: el manejo del subtexto y la dosificación de la intensidad. Sobre el primero, todos los personajes después de Freud trabajan con el subtexto, es decir, lo que el personaje dice en las líneas no es lo que quiere decir; el diálogo es una forma de encubrir los verdaderos deseos o motivaciones de un personaje.

Mamet, cual dramaturgo muy “llevadito”, estira la liga al extremo. Sus personajes pueden tener dos, cuatro, hasta seis lecturas (y soy muy precavido con los números) porque el subtexto es muy complejo. Sin embargo, también le da al intérprete grandes posibilidades de libertad creativa. Se les nota a Tato y a Bruno todas las horas de mesa, todas las horas de análisis de texto y, me puedo imaginar, todas las horas de discusiones sobre qué lectura abordar en cada una de las situaciones para construir sus personajes.

En cuanto a la dosificación de intensidad, como todo depende del subtexto, se requiere de un particular manejo de energía interna (sobre todo en el primer acto). La actriz y el actor deben hacer una implosión en el escenario y cargarse de tal manera con los impulsos que puedan soltar toda esa energía en la segunda mitad de la obra. No es una obra fácil; requiere de horas de vuelo porque hay cambios vertiginosos en el manejo de la  intensidad. En ese sentido, Tato y Bruno hacen un trabajo memorable.

David Mamet es el Muhammad Ali del drama y, sin duda, “Oleanna” la puedo comparar con la épica pelea donde ganó contra Sonny Liston en 1964; estamos en la lona porque no existe una palabra en ese texto donde no nos quedemos helados ante lo aterrador de sus descripciones y ante nuestra incapacidad para resolver los enigmas.

Traspunte 1

Muero por ver “Romeo y Julieta” de Mauricio García Lozano en el Centro Cultural Helénico. Se estrena el 26 de mayo con temporada de viernes, sábados y domingos.

Traspunte 2

Sigo con la quijada caída después de ver “Hedda Gabler” de Ivo Van Hove en el National Theatre. ¡Qué manera de hacerle justicia al texto de Ibsen! ¡Qué forma tan memorable de hacer este personaje icónico de la dramaturgia occidental!

“Oleanna”

Dramaturgia: David Mamet

Dirección: Bruno Bichir

Foro Shakespeare (Zamora 7, Colonia Condesa)

Horario: sábados y domingos, 13:30 hrs.

Wenses y Lala: mis historias que escribieron otros

Lectura: 3 minutos

Sinopsis:

“Wenses y Lala” habla sobre la historia de una pareja: desde la infancia hasta sus muertes a destiempo. En una primera línea podemos ver el duelo como la columna vertebral de la anécdota, sin embargo, Adrián Vázquez, el autor, no se conforma con regodearse aquí y se aventura a recordarnos la herencia emotiva de nuestros muertos que influye en cada una de las decisiones de nuestras vidas.

A Antón Chéjov, uno de los pilares de la dramaturgia occidental del siglo XX (por no decir “EL” pilar) le obsesionaba la muerte y la trascendencia: ¿qué pensarán de nosotros dentro de cien años? ¿Dirán que hicimos las cosas bien o mal? ¿Nos recordarán por nuestros hechos? ¿Nos recordarán? Y es en esta línea chejoviana donde puedo ubicar el texto de Adrián Vázquez.

Dos personajes en escena anuncian desde un principio que han muerto para iniciar un viaje hacia sus genealogías y herencias familiares. Ellos están escritos de tal manera que son capaces de recrear melancolía; por un momento las fronteras temporales se desvanecen para vivir exclusivamente en su universo.

El lenguaje de los personajes es una mezcla de diferentes acentos mexicanos para hacer referencias a nuestra historia colectiva. “Wenses y Lala” es un gran homenaje a la mexicanidad. La historia de amor es innegable y no dudo que muchos se interesen sólo por esta línea, no obstante, en mi caso no dejaba de conectar a ese hombre y a esa mujer en escena, con los hombres y las mujeres en mi familia dadores de mi herencia emocional.

En una sencillez apabullante, Vázquez logra sorprendernos más allá de la pérdida amorosa. Sólo de esta manera puedo explicarme el alto grado de vulnerabilidad de todos los presentes al acabar la función: lloramos al mismo tiempo, respiramos con el mismo ritmo y nuestras risas estallaron donde debieron. El texto es un prodigio gracias a su ritmo, las peripecias y la duración de las escenas; el proyecto es de una gran economía dramática.

La dirección del mismo Vázquez sobresale por hacer partícipe al público de la acción dramática. Al depender todo de la actoralidad y un peculiar juego de luces, el espectáculo propone que el espectador no sólo se adentre en este cosmos sino que se sienta observado por los actores todo el tiempo. Se hacen miles de referencias en el diálogo y ejercicio escénico a esta condición para hacer potente la experiencia en vivo.

Esta obra es el reflejo de una dramaturgia pertinente a nuestras circunstancias. La idea y sensación de estar sobre nuestros muertos, por momentos me estremece, y por otros, me llena de esperanza. Sólo sentir que en mi historia familiar, como la de todos, hay un Wenses y hay una Lala, me regresa al montaje; y sólo hago un voto de confianza como lo hace McCartney en su canción The end of the end: at the end of the end, it’s the start of a journey to a much better place, and a much better place would have to be special, no reason to cry.

 

“Wenses y Lala”

Dramaturgia y dirección: Adrián Vázquez

Foro Shakespeare (Zamora 7, Col. Condesa)

Horario: martes 20:30 hrs.

A partir del 16 de mayo

La Estética del Crimen: Relojes Suizos

Lectura: 4 minutos

Sinopsis:

Después del asesinato de Isabel Pratt en su departamento, todas las personas que se encuentran en la estética de abajo se convierten en presuntos culpables del crimen. El seguimiento del caso y encontrar al asesino conforman la principal línea argumental de la obra.

Lo que sucede cada noche en el Teatro Fernando Soler en una función de “La Estética del Crimen”, es un FENÓMENO (así con mayúsculas). En primer lugar, porque este elenco tan sólido y amarrado en cuanto a experiencia, oficio y talento pocas veces se ve; y si analizamos quiénes participan en el equipo creativo veremos nombres destacados con todo el colmillo del mundo para hacer brillar el montaje.

Para nadie es un secreto porque la campaña mercadológica y publicitaria de la obra así lo han informado, que el principal atractivo del montaje es la participación activa y directa de la audiencia: cada uno de los asistentes tiene la posibilidad de modificar la trama al ayudar a los personajes principales a resolver el crimen.

Cuando compras un boleto para “La Estética del Crimen” tienes la oportunidad de ser una especie de Agatha Christie; eres testigo del delito, señalas a los presuntos culpables y das sentencia con base en las pruebas mostradas. Y también vale la pena señalar este punto: si no quieres participar tampoco se vuelve una obligación, ni nadie expone a nadie para hacerlo partícipe del montaje. La dinámica me fascina no sólo por esta particular participación de la audiencia sino por la experiencia.

Yo siempre he afirmado (aunque muchas personas me odien por ello) que lo único que puede ofrecer el teatro frente a otros medios es la experiencia en vivo. ¿Por qué la gente se desplazaría de su casa para ir al teatro? ¿Por qué invertiría tiempo y dinero cuando tiene tan a la mano una película en línea? ¿Por qué asistiría a una función cuando cómodamente puede narcotizarse con cuanta serie de Netflix que encuentre? “La Estética del Crimen” comprueba este activo de venta del teatro porque lo vivido en esa sala es insustituible y no lo da ni Netflix, Instagram, videojuego o la comodidad de tu hogar. Y agregaría yo: la valía de la experiencia depende también de la colectividad, de interactuar con el otro, no sólo con quien está en el escenario, sino con quien está a lado de ti.

Estoy alucinado porque en las funciones de esta obra sucede un intercambio de palabras más allá del “buenas tardes” cuando entregas tu boleto, del “con permiso” mientras lidias con las piernas de los asistentes y las butacas para llegar a tu asiento, o del mero y llano “gracias”. Realmente sucede una plática entre personas desconocidas hasta esa función. Personas que, probablemente, jamás se vuelvan a ver. O lo pongo en otros términos: “La Estética del Crimen” triunfa porque provoca sonrisas sinceras entre los asistentes en una ciudad donde siempre nos ponemos cara de odio o ni siquiera volteamos a ver al otro.

Pienso en otras experiencias escénicas donde sean proclives a este tipo de interacciones entre los asistentes, por ejemplo, el cabaret (de hecho, los intérpretes usan recursos de éste para llevar a cabo el montaje), e irremediablemente reviso en mi cabeza la creencia donde el teatro es sinónimo de solemnidad, es sinónimo de una experiencia atomizada, desligada del que está a lado de mí. “La Estética del Crimen” mete un gol cuando demuestra que es todo lo contrario y, sobre todo, es un acto colectivo donde puedo compartir, sentir y abrir.

No quiero pasar por alto el extraordinario trabajo escénico de la directora Rina Rajlevsky y su ensamble actoral. La característica que me voló la cabeza fue el trabajo de improvisación. Hay dos habilidades donde toda la compañía se luce: las herramientas y recursos para entablar una comunicación directa con los asistentes (con una ruptura de la cuarta pared) y, por otro lado, esta capacidad de siempre regresar al hilo conductor con todas las intervenciones del público: esto obliga a los actores a un dominio de todos los finales posibles y probables porque en cada función las circunstancias de cierre dramático son distintas porque las participaciones de las audiencias son distintas.

Muero por saber cuál fue la metodología de los ensayos porque a pesar de ser un montaje trepidante en el fondo debe funcionar con la precisión de un reloj suizo. Por último, quisiera destacar todo el plan de difusión que está haciendo OCESA Teatro para hacer que esa sala se llene cada función. Cuando fui no había ninguna butaca vacía y me he dado mis vueltas en la taquilla y las puertas del teatro en el término de varias funciones y “La Estética del Crimen” es un éxito de asistencia (compren sus boletos con anticipación).

El montaje depende de que esa sala esté llena para potenciar precisamente la experiencia colectiva. La estrategia de difusión tiene como algunos de sus puntos fuertes los descuentos en la venta de boletos, 2×1 y el precio especial en un día de la semana en el sistema TicketMaster; el plan es digno de estudio porque sí le están dando al clavo a una audiencia dispuesta a comprar un boleto y ver esta obra. Y, claro, todo esto no tendría sentido sin el boca-a-boca donde siempre se asegura la eficacia y la diversión del montaje.

Traspunte

Este domingo 7 de mayo a las 6:00 p.m. y el lunes 8 de mayo a las 8 p.m. estarán proyectando en El Lunario una filmación del montaje “Heddda Gabler”, hecho por el National Theatre (léase la Compañía Nacional de Teatro Inglesa). Aquí dejo el link para que conozcan más de esta organización: https://www.nationaltheatre.org.uk/. Y en cuanto a “La Estética del Crimen”, ¡CORRAN por sus boletos!

 

“La Estética del Crimen”

Dramaturgia: Paul Pörter

Dirección: Rina Rajlevsky

Teatro Fernando Soler (Velázquez de León #31, Col. San Rafael)

Horarios: Viernes 18:30 y 21:30 hrs., sábados 17:00 y 20:30 hrs., domingos 13:30 y 18:00 hrs.

Billy Elliot: “… feel like dancing”

Lectura: 4 minutos

Sinopsis:

Billy es un niño que vive en un poblado inglés con una severa crisis política y financiera. Él, para sobrellevar la realidad no sólo de la comunidad sino también de una familia rota, empezará a tomar clases de ballet. Es así como se enfrentará a los prejuicios y condenas sociales por seguir esta disciplina y, sin buscarlo, iniciará un camino de autoconocimiento.

 

5,6,7,8

 

Cambré///: Pues parece una obviedad reseñar “Billy Elliot” después de todos los elogios hechos en diferentes medios y entre distintos líderes de opinión. No quiero resultar repetitivo y caer en lugares comunes para reseñar este montaje. Espero lograrlo.

 

Battement///: Nadie puede dudar que todo el equipo creativo de “Billy Elliot” hizo algo sobresaliente para la cartelera mexicana. Todos deben sentirse satisfechos de sacar a flote un  proyecto con altos estándares de eficacia, precisión y rigor. Este musical debe de verse sí o sí sin importar tu gusto (o no) por los musicales; es un espectáculo mágico (no me malentiendan, este término no es retórico) no sólo por el hecho de ver al prodigio del niño quien interpreta a Billy sino por cada una de las capas creativas que revisten  una experiencia  arrolladora para los asistentes.

 

 

Développé///: Así como el estreno de “La Bella y la Bestia” en el Teatro (antes Cine) Orfeon en 1997, producida por OCESA Teatro y bajo la supervisión del rey del entertainment Disney, representó un parteaguas en la profesionalización del teatro mexicano, “Billy Elliot” se convierte en el siguiente gran hito en la misma línea. La corona se la lleva Gou Producciones quien comanda el barco pero esto no pudo haber sucedido sin el entrenamiento, la preparación del recurso humano y la sofisticación creativa que ha sucedido desde los sesenta y setenta en el gremio teatral. Me pondré metafísico: todos los esfuerzos del teatro subvencionado, mal llamado “comercial” y hasta experimental abonaron para llegar, en cierto sentido, para bien o para mal, al nacimiento de “Billy”.

 

Relevé///: El gremio teatral necesita de una clara y amplia competencia para volverse una industria. No me refiero sólo a lo creativo (México tiene una de las carteleras más nutridas de todo el mundo) sino a diferentes opciones de infraestructura financiera, de producción, de gestión y difusión de proyectos para alcanzar diversos nichos de consumo. Necesitamos más alternativas fuertes para arrancar, sostener y dar sustentabilidad a proyectos de teatro sin importar el género (más aún cuando el musical es el producto de preferencia en los estándares comerciales). Con “Billy Elliot” Gou Producciones vuelve a consolidarse como una de las alternativas más fuertes del mercado.

 

Glissade///:  Para Mauricio Arriaga, Aarón Márquez, Ian González, Jesús Trosino y Demián Ferráez, los niños quienes alternan el papel de Billy, este proyecto les va a cambiar sus vidas por completo. Por supuesto, me refiero al entrenamiento físico para sacar adelante uno de los papeles más complejos y demandantes del teatro musical pero también al mundo emotivo por contar cada noche esta historia y recibir los aplausos del público. Me parece interesante saber qué le está pasando a sus familias y cómo ellas están viviendo el proceso.

 

Plié///:  El ensamble es uno de los puntos más asombrosos del montaje. Me dio muchísimo gusto reencontrarme con Gloria Toba a quien el año pasado no me cansaba de reconocer por su participación en “Aplauso”. También a Marcia Peña y Óscar Hernández a quienes valoré por pertenecer a uno de los montajes mexicanos más malentendidos (de verdad hasta ahora no entiendo por qué no fue un hit si tenía todo para lograrlo): “A Chorus Line” del 2010.

 

Demi-plié///: “Billy Elliot” representa el GRAN regreso al teatro musical de Laura Luz. Ella interpreta a la madre de Billy y, por momentos, ella se lleva todo el montaje. Yo me preguntaba de dónde saca esa irradiación emotiva, esa organicidad; en cada una de sus intervenciones yo veía a dos niños de no más de 7 años quienes estaban comprometidos con las escenas e irremediablemente no podían dejar de llorar. La conexión de Laura Luz con los asistentes traspasa cualquier barrera.

 

Piroutte///: Anahí Allué, quien interpreta a la maestra de ballet de Billy, con este montaje tendrá un antes y un después en su carrera como actriz. Me sorprende todo su trabajo de contención emotiva y la conexión que establece con los niños. Tal vez éste será uno de los papeles más memorables de su trayectoria.

 

Jeté///: ¡Aplausos de pie durante media hora al diseño de escenografía de Sergio Villegas y Adrián Martínez Frausto!

 

Grand Plié///: Es predecible que la mayoría de los asistentes se enganche con el drama familiar  de Billy, sin embargo, la premisa de este musical está en la defensa y apoyo de la educación artística como un proceso de sanación social. La escena que me noqueó fue la última interacción de Billy y su maestra de ballet. No quiero decir más porque no quemaré la historia pero ahí, en ese momento, se ve reflejado más claro el espíritu de todo el montaje: el arte es un camino nunca un fin. Y “Billy Elliot” no puede ser más pertinente (y urgente) en un país como el nuestro donde el sistema educativo se ha desquebrajado y la educación artística, en la mayoría de los casos, sólo se queda en el papel de reformas, reglamentos y programas de estudio.

 

Billy Elliot

Libro y letras: Lee Hall

Música: Elton John

Director: Gabriel Barre

Teatro II Centro Cultural (antes Telmex) (Cuauhtémoc 119 esquina Puebla, colonia Roma)

Miércoles y jueves 20:00 hrs., viernes 20:00 hrs., sábados 17:00 y 20:30 hrs., domingos 13:00 y 17:30 hrs.

Twitter y Facebook: @BillyElliotMex

Instrucciones para una Muerte Feliz: la Consejera

Lectura: 6 minutos

Sinopsis:

Mayra, una mujer que tiene los días contados debido a una enfermedad terminal, organiza a su familia para encaminar los preparativos logísticos, legales y personales de su muerte. El esposo y las hijas, al despedirse de una forma lenta y velada de esta mujer con cada disposición, intentarán aclarar las cuentas del pasado y restablecer los vínculos rotos.

                                                                                                                          

Caminaba por la Librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo con la firme convicción de gastar mi dinero. Ese día me habían pagado y tuve el impulso de ensanchar mi biblioteca personal con “La Mujer Nueva” de Carmen Laforet. No obstante me perdí al leer los títulos de los libros que encontraba a mi paso; no sé por qué recordé la recomendación de un amigo metido en un riguroso entrenamiento místico-religioso-espiritual: “El Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte” de Sogyal Rimpoché.

Mi amigo estaba en esas andadas después de haberse divorciado, perder su trabajo y bajar 10 kilos en menos de un mes. Lo veía de mejor ánimo en esta nueva faceta; lo percibía más entusiasmado ante todas las circunstancias adversas. Un poco por curiosidad y otro poco por morbo compré ese libro. El ticket de compra tenía una cantidad entre 300 y 400 pesos.

Lo comencé a leer y no entendí absolutamente nada. Me autoconvencía en seguir con la esperanza de entender en la página 349 lo que no pude descifrar en la 56; de comprender en la 468 lo críptico de la 79 y así hasta la náusea. Recuerdo muy bien una frase (y cito tal cual): “… la vida y la muerte existen en la mente, y en ningún otro lugar. La mente se revela como la base universal de la experiencia; es la creadora de la felicidad y la creadora del sufrimiento, la creadora de lo que llamamos vida y de lo que llamamos muerte”. Todavía recuerdo cómo releía y releía ese párrafo por su belleza poética.

Este argumento me hechizó. Era evidente que dentro de la hermosa línea de palabras había algo más profundo, más revelador. Mi proeza con “El Libro Tibetano…” terminó a los veinte días. Me cansé de no develar el mensaje oculto. Lo cerré y ese libro quedó arrumbado como otros cuantos. Cinco años después muere mi padre y uno después  mi abuela materna.

Eran mis primeras muertes cercanas. No era un asunto en “tercera persona”; me estaba pasando a mí. Experimenté un dolor como nunca lo había vivido. Pero, sobre todo, no creí vivir una sensación de vacío hasta ese momento. Lloré lo que socialmente se espera llorar, seguí con mi vida cotidiana, regresé a trabajar, salí con mis amigos, volví a poner música sin sentirme culpable (ja) pero ya no era el mismo. Pedí ayuda personal y profesional para que el moretón poco a poco bajara la intensidad.

Ver a mi padre y abuela en un ataúd puso sobre la mesa esta sensación (no idea, sino sensación): un día voy a morir. Yo. Lo que sea que eso signifiqué. Moriré. Y como todos. Unos antes, otros después. Moriremos. De ese momento cuando me informaron del fallecimiento de Jorge y Aurora hasta hoy creo que el teatro, como lo han dicho muchos autores y teóricos, nos debe recordar esto. Moriremos. Irremediablemente.

Siete años más tarde compro un boleto para ver “Instrucciones para una Muerte Feliz” con Susana Alexander quien participa como actriz principal y directora. Me senté en la butaca con la intención de disfrutar un experiencia enmarcada sólo en lo teatral y, para mí sorpresa, el montaje tocó botones bien personales. He escuchado en varias entrevistas a Susana decir “es una comedia” y me encanta cómo enfatiza esta característica para no asustarnos al trabajar un texto donde la premisa central es la muerte.

Reí como loco y confieso haberlo hecho en los momentos más incómodos (esos donde todo mundo guarda silencio sepulcral). Para colmo estaba solo en la primera fila, en la butaca central, y todo mundo sabía quién rompía la impuesta solemnidad. Pero también me sacudió fuertemente. Al regresar a mi casa lo primero que hice fue ponerme a buscar por todo mi estudio “El Libro Tibetano…”, quitarle el polvo acumulado por los años y buscar como loco la página donde leí esa frase enigmática. La 77. Era la 77: La mente… la creadora de lo que llamamos vida y de lo que llamamos muerte”.

No sé si Mariana Garza, Sophie Alexander-Katz y Javier Díaz Dueñas, quienes completan el elenco, sean conscientes de la trascendencia de este proyecto.  Y no sólo por representar uno de los textos más audaces en torno a la muerte sino por compartir escena con uno de los tesoros nacionales de este país: Susana Alexander.

Podría gastarme líneas y líneas en hacer referencia a lo evidente: ella es una de las mejores actrices de México; podría desgarrarme las vestiduras en decir que este montaje está a la altura de los grandes montajes en el panorama internacional si me aferro a comparar nuestro gremio con el de los epicentros teatrales. Pero, en esta ocasión, quisiera escribir de Susana sin sus títulos nobiliarios.

Yo la veía en escena, recordaba todos los montajes en los que la había visto (por cierto uno de ellos en ese mismo espacio, en el Rafael Solana) y me preguntaba qué la motivaría a seguir haciendo teatro. Y, entre escena y escena, cuando yo me recuperaba de las sacudidas, dilucidaba una razón fuera de lo propiamente actoral o teatral. Cuando  se acabó la función, Susana dio unas palabras dirigidas al público; la voy a parafrasear: “gracias por el milagro de su presencia”.

Ahí caí en cuenta el por qué es una actriz única y memorable: ella, más allá de una técnica, más allá de un texto, más allá de un montaje, comparte una pasión por vivir. Por eso es incansable, indomable. No podrías dedicar toda tu vida a trabajar sobre un escenario sin amar la vida, ni tener un auténtico interés por la experiencia humana. Susana en todas las funciones que ha dado en su vida nos ha dicho qué se siente estar vivo. Con lo bueno y lo malo. Con lo luminoso y oscuro. Con lo deseable y detestable.

Por eso, “Instrucciones para una Muerte Feliz” tiene una relevancia particular: una actriz con esta gran pasión interpreta una obra donde nos recuerda que nos vamos a morir y, por supuesto, no en un sentido fatalista, sino con el afán de aprovechar este momento porque no sabemos si vamos a tener otro. Si no fuera suficiente quisiera destacar tres razones poderosísimas por las cuales el montaje es imperdible.

El primero de ellos radica en la pertinencia del texto para una cultura como la nuestra. Los mexicanos, en rasgos bien generales, hablamos de la muerte a diestra y siniestra, es más, nos creemos temerarios y nos burlarnos de ella; sin embargo, somos incapaces de agarrar el toro por los cuernos y realmente dejarnos tocar por ella. En cada supuesta afrenta que le hacemos a la muerte realmente le damos la vuelta. Estamos en la mera frivolidad cuando tratamos de hablar del tema.

Porque al final no nos deja de doler menos ni encontramos recursos para saber qué hacer con ese dolor. Laura Wade, la escritora de origen inglés, es implacable al tocar la muerte; escapa de cualquier recurso melodramático para construir cada una de las escenas. Todo lo que como mexicanos evadimos en nuestro prontuario colectivo en torno a la muerte, Laura nos lo sirve a la mesa. No hay concesiones y me encanta cómo el texto atrapa al espectador en sus propias contradicciones.

En un segundo punto, la adaptación de “Instrucciones…” hecha, si no me equivoco, por la misma Susana Alexander, acerca a estos personajes sumamente ingleses, en el sentido de ser incapaces de compartir sus emociones, a las audiencias inscritas en la cultura mexicana donde sí nos importa hacerlo. Susana, para lograrlo, apuesta por una dialogación que empata con una clase media y tiene el acierto de entonar el montaje, como directora, en una comedia sin violentar el espíritu de la obra.

La última razón por la cual la obra es relevante es todo el trabajo del ensamble actoral. Susana se hace acompañar de actores experimentados que echan a andar la máquina de un Ferrari. Todo esto se nota en las sutilezas. Yo estaba sentado en la primera fila y pude ser testigo del extraordinario trabajo de miradas de cada uno de los intérpretes -qué bárbaros-; por otro lado, la irradiación de los estados ánimos es algo que va más allá del escenario y toca a los espectadores.

            “… creadora de lo que llamamos vida y de lo que llamamos muerte”. El teatro nos devuelve la fragilidad. Nos calma de esta lucha encarnizada por conseguir “algo”. Por cambiar “algo”. Un día moriré y más me vale seguir el ejemplo de Susana: no-pierdas-tiempo. Tal vez todas las páginas de  “El Libro Tibetano…” me tratan de decir que vea a la muerte como una consejera. Una que me guía al caminar por la librería, recordar un amigo, dejarme tocar por la muerte de alguien querido, comprar un boleto de teatro, desempolvar un libro. Una muerte que no sea un fin sino un inicio.

 

Traspunte

Cuando Cate Blanchett interpreta a Chéjov pasa esto: https://www.youtube.com/watch?v=kKbIC6dS8kI

 

“Instrucciones para una Muerte Feliz”

De: Laura Wade

Dirección: Susana Alexander

Teatro Rafael Solana (Miguel Ángel de Quevedo 687, Barrio del Cuadrante de San Francisco)

Viernes 19:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 18:00 hrs.

 

Un Tranvía llamado Deseo: fame

Lectura: 5 minutos

 

Sinopsis:

En Nueva Orleans, Stella recibe la visita de su hermana, Blanche DuBois, sin imaginar todos los problemas personales y económicos que la han llevado a sufrir una fuerte crisis. El marido de Stella, Stanley Kowalski, sin ningún miramiento, establece una rivalidad con Blanche para ejercer poder sobre Stella. Estos tres personajes se enfrascan en una dinámica autodestructiva donde tendrán que enfrentarse a los infortunios de Blanche y las contradictorias visiones de vida de las hermanas.

 

Cuando encuentras el título de “Un Tranvía llamado Deseo” de Tennessee Williams en la cartelera debes correr a comprar un boleto. No sólo porque  el autor es un emblema de la dramaturgia estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial, sino porque la historia se convirtió en una obra de culto, en gran medida, por el impacto del primer montaje en la década de los cuarenta, las condiciones sociales de la primera mitad del siglo XX en Occidente y, por qué no, por el marketing de la cultura estadounidense (a modo de ejemplo basta ver la versión cinematográfica dirigida por Elia Kazan con Marlon Brando).

En México el “…Tranvía…” se ha montado múltiples veces con repartos de antología (recuerdo uno donde la mismísima Diana Bracho era la protagonista). Para muchos fans de Williams y expertos en el teatro, la mayoría de los proyectos se ha quedado en “promesas sin cumplir” porque la premisa de la obra se reduce a pálidos esbozos.

Y entiendo perfectamente esta decepción cuando el texto es sumamente problemático. Pongo referencias para ahondar en el punto: Tennessee Williams escribió “Un Tranvía llamado Deseo” en 1947 y se enmarca en un período juvenil de su producción dramática que está determinado por el melodrama gracias al estilo de los treinta (tal vez el término “moda” vendría mejor). De hecho, el otro gran contemporáneo de Williams, Arthur Miller, en sus primeros textos también tiende a este género.

Por otro lado, la obra tuvo impacto con las audiencias de los cuarenta y trascendió en el tiempo por sus personajes entrañables y una extraordinaria capacidad de dialogación (de hecho se hizo célebre la frase con la que la protagonista, Blanche DuBois, cierra la obra: “I´ve always depended on the kindness of strangers”). A decir verdad, la estructura todavía tiene indicios de búsqueda creativa y se centra en darle lucimiento a las obsesiones temáticas del autor.

Muchos me van odiar con esta afirmación pero técnicamente la obra donde Williams se muestra como un virtuoso de la dramaturgia es “La Gata sobre el Tejado Caliente”. No tiene este carácter entrañable pero la precisión, síntesis y efectividad para empezar y rematar cada escena es de no dar crédito. Entonces el problema de “Un Tranvía llamado Deseo” es confiar en la construcción (carismática) de los personajes sin atender la estructura que tiene más compromisos con los temas que con la acción dramática.

Y el problema se agudiza cuando en este país, en los últimos veinte años, hemos desvirtuado la definición y funcionalidad del melodrama. Para una gran facción del gremio teatral hacer una obra inscrita en el género es deleznable (entiendo las ronchas que causa cuando las telenovelas no le han hecho nada de justicia), o se hace con un enorme desdén por considerarlo algo menor o con tal de “no ensuciarse las manos” se traiciona sus principios y reglas de construcción.

El montaje de “Un Tranvía llamado Deseo” que se presenta en el Teatro Helénico este año tiene dos debilidades evidentes: 1) todo el tiempo le da la vuelta a las líneas melodramáticas del texto y 2) los actores trabajan sólo desde los atributos que el marketing de la obra ha resaltado de los personajes.  Sobre el primer punto, hay un enorme temor por entrar de lleno a los episodios más melodramáticos y, en cambio, se opta por una modificación de tono; a veces quiere emular una tragedia, algunas otras una pieza y unas cuantas una tragicomedia: la dirección se vuelve desconcertante. Me fue muy difícil seguir el montaje a pesar de conocer el texto, de haber visto diferentes puestas y, por supuesto, de ser fan de la versión cinematográfica de Elia Kazan.

En cuanto a los actores les conviene abrir su campo de creación más allá de lo que se conoce de la obra y, de forma más específica, de la película del director antes mencionado protagonizada por Vivian Leigh y Marlon Brando. Sí quiero hacer hincapié en la fama de esta versión porque las características entrañables de los personajes (esa escena donde Brando como Stanley Kowalski bajo la lluvia grita “¡Stella!” es memorable) se hizo famosa por las figuras quienes los interpretaban pero, sobre todo, porque responden a un estilo de actuación de la escuela estadounidense de la primera mitad del siglo XX (que ya se superó). Ahora, si queremos emular la interpretación, se puede caer en una pálida sombra o en una caricatura.

Este montaje se hace para audiencias mexicanas del 2017 no para estadounidenses de los cuarenta. Los actores se ven ligeramente perdidos  (sobre todo el ensamble); todavía no encuentran los impulsos necesarios para llevar el montaje y la dirección que no se compromete con un tono no los ayuda a elegir rumbo. Si abren las posibilidades interpretativas podrán enriquecer el trabajo hecho y acertar en la premisa del texto: ante la violencia y hostilidad del mundo real el único refugio que queda es la fantasía, la simulación, la mentira.

Como una primera lectura la energía sexual es un elemento indispensable en la construcción de los personajes pero ésta es el reflejo de fuerzas autodestructivas al no encontrar ningún aliciente en la cotidianidad. En la obra no sentí esa complejidad. El deseo no sólo es la pulsión de la vida sino de la muerte, la desaparición, del exterminio.

Las hermanas Blanche DuBois y Stella, en términos dramáticos, se convierten en el eje temático: la primera no soporta la realidad, la segunda se ha resignado a verla tal cual es. La  fama del personaje de Blanche entre los teatreros y las audiencias ha sobrepasado el tiempo y las modas (ya sea por su histrionismo o amaneramiento) pero ella no tendría ningún sentido sin Stella. En el montaje mexicano se necesita una relación mucho más pareja entre las dos mujeres sin caer en la atención exclusiva a Blanche.

Por eso en la versión del “…Tranvía…” de Woody Allen, “Blue Jasmine”, donde Cate Blanchett hace una Blanche con el nombre de Jasmine, él le hace justicia al personaje de Stella (aquí llamada “Ginger”) al poner el acento en la oposición de fuerzas de las dos mujeres. Por eso el final, en el texto de Williams, se vuelve tan estremecedor (no voy a quemar la trama) porque las hermanas reconocen su contradicción en una situación de vida o muerte; cuando una espejea a la otra.

En el caso específico del caso mexicano, con el triángulo dramático Blanche DuBois-Stella-Stanley, Mónica Dionne (Blanche) y María Aura (Stella) hacen un trabajo actoral mucho más conveniente en el segundo acto, a diferencia de Marcus Ornellas (Stanley), quien tiene los impulsos mucho más claros en el primero. Es notable el trabajo de Rodrigo Murray (Mitch) quien hace un trabajo de contención ante la ambigüedad del montaje.

Cuando acabó  la función sólo pensaba en el gran problema de montar “Un Tranvía llamado Deseo” con una lejanía de toda la fama de la película (ya convertida en ícono de la cultura pop). Tal vez éste sea el texto más difícil de Williams debido a todo lo que le rodea más allá del papel.

 

Traspunte:

Ésta sí no la veía venir: nuevo teatro en la Ciudad de México llamado Teatro Royal Pedregal en Periférico Sur 4363. ¿Es remodelación? ¿Es la primera apertura? Ahí se presenta la obra de teatro “Jugadores” con Héctor Bonilla, José Alonso, Patricio Castillo y Juan Carlos Colombo.

 

“Un Tranvía llamado Deseo”

De: Tennessee Williams

Dirección: Iona Weissberg y Aline De La Cruz

Teatro Helénico (Avenida Revolución 1500, Colonia Guadalupe Inn)

Viernes 20:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 18:00 hrs.