Pocos serán los que consideren el 2020 como un buen año; la gran mayoría lo tendremos en nuestra memoria como un recuerdo sumamente desastroso, con daños incalculables.
Buscar culpables para la desgracia, es lo más fácil; empero, lo cierto es que las causas son evidentes, se precisan en el descuido e imprudencia del ser humano, sobre todo sabiendo que hemos cometido errores al por mayor, en particular por lo que hace a la atención de nuestro entorno: sin el menor cuidado, ni respeto, destrozamos todo y pronto de seguirlo haciendo, habremos concluido la infernal catástrofe del planeta azul.
Lejos de reflexionar sobre la urgente y necesaria mesura que le debemos a la naturaleza de nuestro planeta y hábitat, no lo entendemos: la seguimos devastando sin miramiento.
Ahora el Covid-19, lo atribuimos a un quiróptero, conocido comúnmente como murciélago; también estamos acusando a un pueblo y no falta, tal vez con cierta razón, el descuido de muchos dirigentes de Gobierno, y sus gobernantes que no tomaron en cuenta los riesgos y en el mejor de los casos, los minimizaron, al grado tal que algunos países los ignoraron (hasta la fecha).
Corresponde comprometernos con el medio ambiente y bajo ningún concepto podemos continuar en ese camino de destrucción.
Entendamos que la empatía y respeto entre los seres humanos, se debe extender a todo el reino animal y vegetal, sin excluir el mineral.
El mal tiene una consecuencia y ésta obliga a la responsabilidad, que implica razonar un antes y un después por el bien de todos quienes habitan en este gran planeta.
En este contexto, la protección debe incluir todo lo que es vida como el agua, la tierra y todo aquello que se mueva y se manifieste.
La explotación irracional de hidrocarburos y otros minerales ha traído también consecuencias funestas.
Urgen nuevos senderos en el camino de la educación y planes de estudio, donde las generaciones en formación y las que vengan, manejen una actitud grata para con las sabias palabras de San Francisco de Asís:
“hermano sol, hermano animal, hermana planta, hermano cielo, hermana tierra, hermano viento, hermana brisa, abran mis ojos…”.
Es tiempo de dejar de lado el ego destructivo y con ello permitir a las próximas descendencias invertir todo esfuerzo en beneficio de lo natural y a favor gozar del mundo que ahora nosotros disfrutamos.
Las enseñanzas ganadas en el 2020 deben ser aprovechadas; fueron terribles. Hoy y para lo que sigue nos dejan una gran lección. ¡Basta! De ahora en adelante a trabajar en todo para construir una renovada humanidad, digna de sobresalientes condiciones.
Además de lo referente al tema educativo, son imprescindibles novedosas reglas y superiores leyes, que con ayuda de medidas estrictas y sanciones ejemplares fomenten una nueva y mejor realidad, en beneficio de todos los seres vivientes, humanos y no humanos.
En el renglón del drama que hemos expuesto, como aspecto esencial y digno de resaltar, más allá de los daños propios y generales que nos causó la pandemia, también debemos saber reconocer excepciones. En lo personal fueron varias las alegrías y satisfacciones; una de ellas el reforzar la unidad familiar, reencontrarnos con nuestros fraternos, a los cuales habíamos abandonado, pero ahora estamos más cerca ¡enhorabuena!. Conocimos sus gustos y cualidades; ¡nos hemos identificado!.
Otro grato fenómeno para agradecer es el nacimiento y fortalecimiento de amistades y proyectos; es aquí donde precisamente encaja a la perfección uno de mis más grandes logros en tiempos de crisis: el tener la oportunidad de escribir y compartir en la revista “El Semanario Sin límites”, donde la calidad y el talento sobresalen, con directivos y colegas de la pluma que contagian entusiasmo, como Samuel Podolsky, Alex Ramos y Alex Zúñiga, brillantes y destacadas personas de calidad invaluable.
Me es placentera la felicidad contrastada con la amargura vivida por el mortal virus y a enfrentar juicios de singular depresión, al emerger de nuestra esencia humana esa fuerza casi infinitamente bella y de inmensidad profundísima e inquebrantable de descubrir el camino hacia la justicia, la excelsitud y la bondad.
Dentro de este ánimo, tenemos que propiciar un contexto de optimismo, para que el 2021 sea distinto, y la sabiduría adquirida de los momentos complejos que pasamos en el 2020, bajo ningún concepto olvidarla.
Tomemos el 2020 como un parteaguas para recibir los años por venir, que sean de éxito y logros importantes, de cambios de conducta, de ver las cosas de manera más solidaria, de aceptar que el sinónimo del concepto belleza, es la vida misma. Permitamos que el eros se revele en su máximo esplendor, sin moderaciones, ni limitación alguna. Abramos todos nuestros sentidos físicos, mentales, afectivos, de justicia, de integridad, de prosperidad, de amor, de unión humana fundamental, sin ceder.
¡Se reclama una nueva humanidad esplendida!
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