El espacio digital se ha instalado en el gran imaginario social del mundo. Durante estas últimas semanas, hemos aprendido, y seguiremos aprendiendo, a movernos, hablarnos, intuirnos en él.
Lo digital constituye una espacialidad que se expande. La espacialidad física también, se dirá. Sí, pero a diferencia del espacio físico, lo que da valor al espacio digital, lo que lo vuelve extraordinario, son sus posibilidades, prácticamente ilimitadas de expandirlo.
Al igual que con otros muchas prácticas y objetos, lo digital en el caso de la forma como se vive en tanto espacio, no ha llegado para hacer desaparecer el espacio físico.
Una vez más se cumple una de las premisas básicas de la nueva Era, nada sustituye a nada, lo que se despliega, en todo caso, es un proceso de complementariedad.
Los casos que dan cuenta del modo cómo incluso la aparición de la experiencia digital no sólo no ha hecho desaparecer, sino incluso ha estimulado el revivir prácticas desplazadas, como el gusto por los discos de vinil, por ejemplo, se podrían enlistar largamente.
¿Son diferentes la espacialidad digital y la física? Sí, desde luego. Están llamadas a anularse, no. De hecho, hace tiempo que las generaciones más jóvenes vienen asumiendo plenamente las posibilidades que el espacio digital les proporciona.
La paradoja que se abre es extraordinaria.
La espacialidad física, ésa que llamamos universo, es por naturaleza un espacio en expansión, probó ya Einstein, que sin embargo requiere, para poder ser vivido, ser restringido a una dimensión que el sujeto pueda sentir comprensible y vivible.
El espacio de la vida, así, no es necesariamente el espacio físico, infinito y en expansión que constituye, en todo caso una referencia que nos sobrepasa.
La paradoja reside en que, por su parte, el espacio digital siendo limitado, porque así está dado tecnológicamente, empuja, por así decirlo, a las personas a pensarlo (y pensarse) ilimitadas.
Y es en ese punto, ahí donde los individuos asumen lo ilimitado no del espacio digital mismo, sino de sus posibilidades, donde pareciera despertar lo mejor de las energías creativas de cada una, de cada uno.
Hay un desprendimiento de las seguridades y lo conocido, las referencias físicas de lo físico, valga la reiteración.
Pero hay a la vez, la sensación de partida de una suerte de vuelo, la experimentación de que los lindes de lo físico no están ahí, más, para constreñir o limitar las posibilidades de la imaginación.
Lo lejano se vuelve cercano, lo extraño propio. Habitamos en una simultaneidad habitable, la experiencia de estar con el otro en un a la vez equidistante de cada uno.
En ese espacio intermedio, en esa espacialidad que queda a la misma distancia de cada uno, de quienes participan de un encuentro, se construye un entorno que rápidamente toma la forma de experiencia.
Del espacio digital, al entorno que suscita la creatividad, al encuentro con lo mejor de cada uno, cada una. Trayecto de posibilidades ilimitadas, de direcciones múltiples y de multiplicación exponencial.
Fue en Tehuacán, en la infancia de aquel allá y aquel entonces, donde en un cine llamado Morelos, que tenía las butacas de madera, vi una tarde de sábado El profe, protagonizada por Cantinflas.
En algún momento de la película, el profe, que ha llegado a un pueblo donde un cacique controla la vida de la comunidad, mira cómo su aula es destruida.
Sin que nada lo frene en la misión que se ha impuesto, el profesor improvisa un nuevo espacio de trabajo a la sombra de un árbol, en condiciones más que precarias.
Traigo la escena a cuento porque la historia de la educación ha estado indisolublemente ligada al espacio físico donde se desarrolla.
Hoy vivimos un quiebre de posibilidades que no somos capaces aún de valorar en su extensión y repercusiones en el mundo de las prácticas sociales y las representaciones culturales.
La educación, la formación en habilidades, la transmisión del conocimiento, el estímulo del pensamiento, ha sido tanto como el lugar donde ocurre.
Llamadas instalaciones, campus, escuela, aula, se trata en todos los casos de refrentes a una atadura a lo físico que hasta hace muy poco parecía imposible de remover.
Que la educación y todo cuanto a ella está vinculado, pueda liberar sus alas del espacio físico es un hecho de magnitud histórica.
Educar dejará de ser donde ocurre para centrarse, quizá como nunca, en el qué ocurre y entre quienes ocurre.
A partir de la generalización de las plataformas digitales para fines docentes, conceptos como cerca, lejos; adentro, afuera; allá, acá… se tornarán, se están tornando ya, en marcas que tienen que ver con la aproximación entre sujetos, antes que en referencias espaciales de lo físico.
La escuela ya no como un sitio de conmemoración de rituales que reproducen el orden vertical, sino como un espacio horizontal, un entorno digital, una interacción humana, capaz de suscitar las energías creativas.
Ahí su energía, su espacialidad; nueva, humana, creativa e ilimitada. Un espacio, el digital, de la interioridad.
Nada menos.
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