Libros viajeros y otras vicisitudes

Lectura: 4 minutos

Luego de sortear varios “pendientes” que la pandemia me urgía a atender, llegué a uno que me esperaba pacientemente desde hace más de tres años. Revisar las cajas de libros de la biblioteca de mi difunto padre, que fueron remitidos a la bodega en espera de la sentencia que sellaría su destino.

La primera disyuntiva era si abrir o no las cajas. La tentación de superar la nostalgia a través del acto redentor de la donación bibliotecaria se mostraba convincente. Razones para no mirar las había por doquier. Al final, la idea de encontrar algún tesoro escondido pudo más y empecé la meticulosa revisión de cientos de ejemplares reunidos a lo largo de toda una vida.

En mi trituradora de pensamientos irracionales, que suelo utilizar por las noches, pronto descubrí una conclusión que soportaba el análisis. Si muchas veces perdía tardes completas mirando libros usados en librerías de viejo, era una deslealtad mayúscula no dedicar tiempo al rescate de los libros de los que hoy me sentía guardián y verdugo. Más de una generación descansaba en esas cajas, esperando pacientemente que su suerte fuese dictada.

libros y surrealismo
“Autorretrato” de André Martins De Barros (1942).

Uno nunca sabe si un volumen de Voltaire podría ir a dar a un lector en un lugar remoto, e iniciar una revolución. De todas las decisiones posibles, la única que me empezó a parecer injusta e improcedente era mantener toda esa literatura encarcelada.

Enfrentar los primeros ejemplares me obligó a construir criterios de “selección natural” para decidir cuáles serían los sobrevivientes. Empecé a notar que no era una decisión sencilla, porque las excepciones a las reglas empezaron a superar en número a los propios criterios que había enarbolado inicialmente. Para mi sorpresa, al concluir la revisión del primer paquete, el 90% de los textos habían sobrevivido al escrutinio. ¿Me deshago de la colección de novelas de Luis Spota? Sí, son de un México que ya no existe. ¡No, ahí está la explicación de muchos de nuestros actuales desencuentros!

Empecé entonces por eliminar a los que estaban en pésimo estado de conservación. Luego descarté a los que resultaban anacrónicos y superficiales. Los almanaques, metódicamente reunidos del año 1966 a 1981 tuvieron que ser sacrificados, por más que el del año 67 reseñaba el mundial del futbol en Inglaterra y la primera transmisión en vivo del partido final a través del famoso satélite “Pájaro madrugador”; también el del año 1970, reseñando la llegada del hombre a la Luna en el año previo. Mi consuelo, cada vez que mandaba un ejemplar de regreso a la caja, era que “toda esa información ya está en internet”.

Lastimosamente, las enciclopedias siguieron el mismo camino. Las que por años consideré compendios del saber humano, celosamente guardado en sus duras pastas de imitación piel, hoy formaban una pila de papeles pesados e inservibles. La “Salvat”, la “Espasa Calpe”, la de “Historia de México” de pasta rosa y serpiente dorada, todas sacrificables ante la invencible potencia de “Wikipedia”. Con qué nostalgia recordé a mi papá yendo cada viernes al Aurrera de Taxqueña a adquirir el número siguiente de la Enciclopedia Británica, y todo lo que tuvo que hacer para conseguir el tomo XII, que por algún misterio escapó a su metódica rutina de cada semana.

dejar ir
Imagen: D. Thompson.

Ante la imposibilidad de conservar los restantes volúmenes, opté por descartar los libros de Derecho superados por la acción del tiempo. Conservé los de filosofía del derecho, pero cargué con los de civil, penal y constitucional, reducidos a meras memorias históricas luego de cientos de reformas en las últimas décadas. El derecho es una de las actividades en las que un plumazo del legislador acaba con bibliotecas completas. Entre ellos, conservé los que portaban alguna dedicatoria del autor, que de plano no pude regresar a la caja. Otros salvaron el pellejo gracias a sus excelentes presentaciones en piel, que me pareció grosero ignorar. En estos tiempos, un libro así es al menos un objeto de arte, especialmente en los “loft” de jóvenes en los que no suele existir un solo libro en sus repisas.

Los libros que más me dolió descartar fueron aquellos cuyos lomos leí por años, asumiendo que un día lo haría. Identifiqué cientos de títulos que, como breves mensajes portadores de promesas del saber, mantuvieron sus secretos hasta ahora. Me quedé, sólo por atemperar la mala sensación, con 10 o 12 de los más enigmáticos y seductores.  Títulos como “El país de las sombras largas”, “70,000 contra uno”, “Tus zonas erógenas” y “El sol se muere”, reposan ya en mi librero, como testigos silenciosos y necios de la vorágine que lo transformó todo en los últimos 40 años.

Claramente, la variedad de temas que abriendo las cajas descubrí, me revelaron facetas de mi señor padre que sólo aumentaron la certeza de lo poco que sabía de él. Digamos que pude ver, aún más claro, el aire enigmático que lo acompañaba. Por un momento, ante la diversidad de temas, me pareció que no hace tanto nuestro conocimiento era aún accesible en una sola vida. Después, la geometría volcó sus efectos sobre el saber y lo explotó hasta los niveles de lo imposible. La especialidad es inaccesible por su grado de detalle, y el saber general es inatendible por ser inabarcable.

Así que henos aquí, con pedazos sueltos de información que no nos dejan entender dónde estamos, ni a dónde vamos, intercambiando conocimiento práctico sólo como una forma de sobrevivir.

Al final, un libro en particular decidí rescatar, limpiar y conservar a pesar de su mal estado y de estar escrito en árabe. Lo hice porque la dedicatoria era de mi abuelo a mi padre –escrita, por cierto, en un español deficiente– en septiembre de 1939.


También te puede interesar: Dimes y diretes de la nueva Norma de etiquetado.

0 0 votos
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
2 Comentarios
Más viejo
Nuevo Más Votado
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
Luis García

QUERIDO MAURICIO, EXCELENTE TEXTO MEDIANTE EL CUAL SE EXTERNA EN UNA FINEZA DE LENGUAJE CUNTO SE EXTRAÑA A UN SER AMADO.

Hugo Rodríguez

Apreciable Lic. Jalife:
Cuanta verdad hay en su afirmación de que los libros que guarda una persona nos revelan rasgos de la personalidad de su “dueño” y esto resulta más entrañable cuando esa persona es un ser muy querido.
Disfruté mucho su lectura y agradecí el remanso que me proporcionó una prosa amena, ágil y rica en expresiones y lenguaje.
Ojalá y las nuevas generaciones apreciaran la riqueza de nuestro idioma y no lo siguieran reduciendo a un vocabulario cada vez más escaso y menos refinado.
Le envío un saludo cordial

2
0
Danos tu opinión.x