En una prueba más de templanza y de buen comportamiento social, tendremos que esperar con paciencia y orden a que nos llegue nuestro turno, y el de nuestras familias, para recibir la vacuna que nos permita entrar con seguridad en una realidad nueva a la que vivíamos hace casi un año.
Como la vida no se transforma por arte de magia y los buenos deseos se quedan en eso, si no existe el compromiso y la voluntad de hacer lo que nos toca para mejorar nuestro entorno, debemos prepararnos conscientemente para asumir que, al menos, el siguiente semestre seguirá siendo para cuidar a otros y cuidarnos del contagio.
De acuerdo con el plan nacional de vacunación que se ha hecho público, aunque no se ha formalizado como tal, los primeros en inocularse son los profesionales de la salud que se encuentran peleando, sin descanso, contra esta pandemia desde hace meses.
Después vendrán los adultos mayores, 15 millones de ellos, aproximadamente, de un total de 15 millones 400 mil que registró el INEGI en su último informe al respecto. Luego los enfermos crónicos de menos de 60 años y así hasta llegar a los mayores de 16 años. El objetivo, a decir del presidente de la República este martes por la mañana (12/enero/2021), es que con esto se reduzca la mortalidad en un 80 por ciento. Habrá, además, 120 mil personas en brigadas para llevar a cabo la jornada de vacunación más grande y rápida en la historia de México.
Fuera del debate político que no respeta ni esta situación de contingencia sanitaria, la tarea es monumental para un gobierno y una sociedad que se ha defendido lo mejor que puede del virus, a pesar de que el sabotaje de esos mismos ciudadanos al no confinarse y no respetar las medidas de sana distancia, tienen al país prácticamente entre color naranja y rojo de un semáforo epidemiológico que ya se volvió una anécdota de esta emergencia.
La clave sobre cómo terminará esta etapa y empezará la siguiente dependerá de qué factor ganará primero la carrera: el contagio o la vacuna. Para casos específicos, como el de la Ciudad de México, se aprecia complejo que la segunda pueda rebasar al primero, cuando la gravedad de la enfermedad ha saturado casi por completo a los hospitales públicos y privados.
Aun así, cada uno de nosotros puede influir determinantemente en el resultado de esta crisis si continuamos manteniéndonos en casa, usamos cubrebocas y gel antibacterial, y evitamos sitios cerrados y mal ventilados en donde se concentren otras personas.
Sin embargo, nuestros malos hábitos sociales están bien arraigados y lo que para muchos es legítima desesperación por llevar el sustento a sus hogares, para otros es el pretexto perfecto para justificar un cansancio mental y anímico porque no hay formas de divertirse en grupo.
Buscar saltarse lugares en la fila de la vacunación o tratar de aplicársela para entonces aventar por la ventana los cuidados que nos impuso este tipo de virus, será un error en dos vías, una que es obvia por una falta elemental de solidaridad y otra que tiene que ver con el futuro de nosotros como sociedad.
Porque si no podemos organizarnos ni siquiera para esperar un logro científico como éste, para seguir adelante, ¿qué podemos esperar de cualquier otra decisión que nos involucra colectivamente?
Y si están pensando en las elecciones de este año, veamos más hacia adelante y consideremos que un fracaso en este proceso de vacunación nos podrá frente a frente con quienes somos en realidad, en lo personal y en lo grupal, lo que no cambiará con las decisiones electorales que tomemos al ejercer un voto.
Nuestra obligación cívica es más amplia y está relacionada con el futuro de los valores, los principios, los buenos hábitos y los comportamientos correctos que nos hagan una sociedad como la que queremos, pero que no somos ni en los momentos de mayor apremio.
Seguimos teniendo la oportunidad en nuestras manos de corregir, ajustar y actuar con mesura ante lo que viene y queda de la pandemia. Si una vez que la superemos, con las enormes pérdidas que ya arrastramos, no surgimos mejores, difícilmente los gobiernos de todos los niveles que lleguen en seis meses y los que ya tenemos hasta 2024 podrán resolver nuestra apatía, falta de empatía y compromiso para hacer los cambios necesarios desde el único nivel en que son posibles: los ciudadanos.
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