Nota necrológica: Elisa Vargaslugo y el legado virreinal

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No sé si sea el camino y el proceder de todos los que nos interesamos en el legado plástico virreinal, pero desde mi perspectiva puedo decir que comencé haciendo dos cosas que van aparejadas: fichas y fotos. Arrastrar el lápiz, pues. La mirada del interesado no contempla las convenciones del apasionado de los encuadres de todas las cosas. Nosotros tomamos (captamos, retenemos) eso que creemos que, al verlo, lo vamos a preservar porque vale la pena.

Como expresa Cecilia Gutiérrez Arriola en el artículo “Fotografiar para conocer el arte colonial. Elisa Vargaslugo y la fotografía” (publicado en Alquimia, disponible en Mediateca INAH), la mirada construye y las fotografías de registro modelan, de vuelta, una percepción de aquello que se está registrando. “La imagen precisa pretenderá complementar siempre un discurso, lo va a afianzar y colaborará a imprimirle mayor verosimilitud” (Gutiérrez Arriola, p. 74). Lejos de las convencionales discusiones historiográficas en torno a la fotografía y su valor testimonial, para Vargaslugo la imagen de registro se convirtió en un arma que empuñó para visibilizar eso que pasaba desapercibido a los ojos de muchos, para capturarlo como evidencia y elemento de estudio, para hacer análisis comparativos, para desarrollar hipótesis sobre lo simbólico y lo formal.

fotografia virreinal
Fotografía: Cecilia Gutiérrez Arriola.

La fotografía, pues, estuvo vinculada al trabajo y al legado enorme de Elisa Vargaslugo. El archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM posee una riqueza en gran medida, debido al trabajo de esta historiadora del arte, cuya vida se apagó en días recientes.

¿Qué implica la muerte de la Dra. Vargaslugo para quienes nos dedicamos al periodo? Varias reflexiones. La primera que se me viene a la mente, es que se hace necesario desarrollar más pensamiento crítico en torno a un periodo histórico que todavía no goza de comprensión y, por ende, es denostado. Hasta la fecha, gran parte de la población no entiende la diferencia entre colonia y virreinato. Si bien, el estatuto jurídico de esta parte de la Monarquía católica fue impreciso desde sus días, la ignorancia contribuye a cargar de mala vibra y telarañas interpretativas al periodo y su legado material. A estereotiparlo. Y lo que se estereotipa, se deja de ver y se pierde. Los prejuicios historiográficos que nos imponen las lentes de otras épocas inciden en los imaginarios actuales que desarrollamos sobre áreas del pasado y el camino que abrieron Francisco de la Maza, Manuel Toussaint, Jorge Alberto Manrique y Elisa Vargaslugo (entre otros) merece una revisión detenida. Andar sobre sus pasos, no para hacer lo mismo, sino para dialogar críticamente con ellos y aventurar otros abordajes.

pintura virreinal
“Coronación de la Virgen”, Anónimo, siglo XVIII (Fuente: Mediateca INAH).

La doctora Vargaslugo pensaba en un arte colonial. Eso revela un horizonte de formación y enunciación que vale la pena reconocer y problematizar. Hija de un médico y de una madre con herencia inglesa, Elisa migró a la Ciudad de México, desde su Hidalgo natal, a cursar su educación secundaria. Durante la preparatoria, su cercanía con Francisco de la Maza la convirtió al que será su periodo de estudio de por vida. Los viajes, las fotos, el contacto con los bienes culturales la transformaron. Manuel Toussaint y Justino Fernández fueron dos nombres que estuvieron ligados al inicio de su carrera como investigadora.

Las portadas religiosas de México fue su primera gran obra. Su investigación recepcional de maestría le abriría un camino como hemeneuta, más allá del que ya se había abierto con su mirada fotográfica sobre los monumentos. En la época, la clasificación estilística proveía de un vocabulario y de una metodología que elevaban a la historia del arte al ámbito de las ciencias. Su relación biográfica y emocional con Santa Prisca de Taxco marcó un derrotero pocas veces andado por otros investigadores. Vargaslugo hizo de su fachada y retablos unos lienzos legibles en términos de una prosa teológica y estilística que resultaban inéditos en la historiografía del arte nacional. Ciertamente, con sus dos trabajos clave, Vargaslugo inscribió en letras de oro, para unos pocos ojos privilegiados, un capítulo estilístico que contribuyó a visibilizar como problema formal al arte novohispano y, más que eso, a vincular las soluciones formales con procesos sociales.

Elisa Vargaslugo
Elisa Vargaslugo Rangel (Archivo fotográfico: IIE-UNAM).

Su interés por la pintura novohispana y, particularmente, por la de Juan Correa, la llevó a observar. Sólo mediante la observación cuidadosa y detenida se llegan a detectar particularidades y a trascender prejuicios. El ojo que observa y penetra una capa que empaña la comprensión de los objetos, de las imágenes, es el que logra, después de cerrar un obturador metafórico, captar la esencia de los productos culturales y ponerle fin a una estela de calificativos que se lanzan de botepronto. Ese ojo especializado, enamorado de las sinuosas formas que ella consideraba “barrocas”, fue el que formó a generaciones bajo la premisa de “nadie ama lo que no conoce” (como lo plantea en un emotivo texto la Dra. Consuelo Maquívar). Gracias a Elisa Vargaslugo por cerrar el obturador sobre el legado virreinal y por ser de las pioneras en hundir el pico en una cantera, difícil de labrar, es cierto, pero que promete redescubrimientos, sorpresas y muchas satisfacciones.

No me cuento entre sus numerosos alumnos, pero sí entre sus no sé si tan numerosos lectores. Creo que el mejor homenaje que se puede hacer a quienes nos abrieron caminos, y ya se fueron, es producir un diálogo con su obra; leerla, plantearle preguntas desde nuevos horizontes e imaginar que nos responden.


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